Viene de aquí
Otro vasco
heterodoxo, Iñaki Uriarte, explicaba en sus diarios publicados por la editorial
Pepitas de Calabaza, que una tarde apacible, mientras leía en su sillón,
levantó los ojos y se topó de repente
con las estanterías de su biblioteca repletas de libros. Uriarte cuenta que, súbitamente, sintió
un vértigo extraño cuando, al pasear la mirada por los miles de volúmenes que
allí reposaban, reparó en que no recordaba prácticamente nada de lo que
contenían, a pesar de que los había leído con atención a lo largo de toda su
vida.
Los nombres propios de criaturas y de los espacios que habitaron, lo que dijeron, lo que les sucedió; las reflexiones de hombres y mujeres sabios, su visión particular del mundo y de la vida… todo perdido, en los confines inextricables de la mente, en los pozos del olvido, a pesar de la atención con que los leyó, a pesar del placer con que, página a página, frase a frase, los descubrió en días y noches de lectura apasionada.
Los nombres propios de criaturas y de los espacios que habitaron, lo que dijeron, lo que les sucedió; las reflexiones de hombres y mujeres sabios, su visión particular del mundo y de la vida… todo perdido, en los confines inextricables de la mente, en los pozos del olvido, a pesar de la atención con que los leyó, a pesar del placer con que, página a página, frase a frase, los descubrió en días y noches de lectura apasionada.
Hace ya más de
dos meses que he releído “Verdes valles, colinas rojas” y hace ya casi dos meses
que decidí escribir mis impresiones sobre esta gran epopeya literaria porque,
un buen día, al recordar a Ramiro Pinilla con unos amigos con los que comparto
mi devoción por este autor, me di cuenta de que
había olvidado algo tan importante como el nombre de la playa donde surgió la humanidad.
Ni si quiera era capaz de recordar qué fue de Roque Altube después de sus vivencias en el frente vasco durante la Guerra Civil, o el desenlace del triángulo Asier-Don Manuel- Mercedes; o el final de Moisés y mi antipatía hacia él… No recordaba más que el trazo borroso de algunas líneas argumentales, la silueta difusa de los cuerpos primitivos alrededor del fuego de Sugarkea; la maldad proverbial de Ella; Camilo y su estirpe bastarda, y hasta alguno de los episodios alrededor del conflicto sobre la propiedad del gran catafalco de la venta de San Baskardo.
Entonces, a medida que he ido escribiendo para no olvidar, he constatado también que, tal y como decía Pinilla, uno descubre al escribir que sabe cosas que no sabía que sabía. Y yo he descubierto, por ejemplo, que nuestra ínfima capacidad de recuerdo en relación a lecturas lejanas y no tan lejanas nos obliga a desentrañar a través de la imaginación aquello que intuimos entre brumas.
He constatado con mi experiencia lectora que cuando el tiempo cubre con la amnesia personajes, sucesos y desenlaces, recurrimos a nuestro poder de evocación para rescatarlos del olvido. Entonces se produce algo mágico, nuevamente inexplicable -como casi todo en literatura- y creamos a partir de esa evocación una relectura sin mirada, sin ojos; una relectura que se produce en el lugar donde habitan nuestros recuerdos; una lectura, en definitiva, creativa y reveladora.
Así, de algún modo, espontáneamente cerramos el círculo, porque imitamos el proceso creativo de muchos escritores que acuden a sus vivencias pasadas, desenfocando la realidad objetiva de sus experiencias personales para obtener el material poético del que surgirán sus creaciones, mitad ficción mitad realidad vivida.
Y es que, dos meses después de asistir al cementerio junto a Don Manuel y Anaconda para depositar un ramillete de geranios rojos sobre la tumba de Mercedes, muchos de los episodios que viví emocionado dentro del universo Pinilla se me aparecen igual que una silueta entre la bruma matinal de Arrigunaga y, sin embargo, preservo con gran viveza, como si yo estuviese viviendo entre las letras que los narran, algunos otros que quedaron grabados en mi memoria después, incluso, de la primera lectura de “Verdes valles, colinas rojas”.
Uno de ellos me lo reservo, porque tengo la intención de releerlo las veces que sean necesarias hasta ver si consigo exprimir todo su significado, toda su carga alegórica, toda su fuerza humorística e histórica; hasta ver si soy capaz de descubrir, escribiendo, cosas que no sabía que sabía.
El otro episodio al que me refiero, en mi opinión, es central en la obra, porque la traspasa casi de principio a fin como una lanza neolítica. Se trata de la llegada a Getxo del rebaño de llamas procedentes de Perú, propiedad de Saturnino Altube; la invasión del rebaño en el caserío Onaidía; su inmediata aniquilación auspiciada por Camilo Bascardo a manos de las gentes del pueblo; la superviviencia y huida de la llama dominante con la ayuda del entonces jovencísimo Don Manuel y, finalmente, el posterior apareamiento con un burro autóctono que dará a luz a Cristóbal, primer miembro de una nueva especie híbrida, libre, oculta para siempre en los montes vascos gracias a los Barkardo de Sugarkea.
Humanos y animales unidos en una lucha por la libertad que solamente puede resultar verosímil y efectiva en un ecosistema literario biodiverso como es “Verdes valles, colinas rojas”.
Creo sinceramente que esta prodigiosa invención contiene toda la esencia de la novela, todo el cargamento metafórico, simbólico y alegórico. Al mismo tiempo, contiene a su creador, Ramiro Pinilla, nostálgico imposible de una autenticidad primigenia, soñador de la emancipación humana, víctima desde su más tierna infancia de caducos esencialismos nacionales, cuando jugaba en las playas de Getxo y sus compañeros le hacían ver que él no era de allí, que no era como ellos.
Ni si quiera era capaz de recordar qué fue de Roque Altube después de sus vivencias en el frente vasco durante la Guerra Civil, o el desenlace del triángulo Asier-Don Manuel- Mercedes; o el final de Moisés y mi antipatía hacia él… No recordaba más que el trazo borroso de algunas líneas argumentales, la silueta difusa de los cuerpos primitivos alrededor del fuego de Sugarkea; la maldad proverbial de Ella; Camilo y su estirpe bastarda, y hasta alguno de los episodios alrededor del conflicto sobre la propiedad del gran catafalco de la venta de San Baskardo.
Entonces, a medida que he ido escribiendo para no olvidar, he constatado también que, tal y como decía Pinilla, uno descubre al escribir que sabe cosas que no sabía que sabía. Y yo he descubierto, por ejemplo, que nuestra ínfima capacidad de recuerdo en relación a lecturas lejanas y no tan lejanas nos obliga a desentrañar a través de la imaginación aquello que intuimos entre brumas.
He constatado con mi experiencia lectora que cuando el tiempo cubre con la amnesia personajes, sucesos y desenlaces, recurrimos a nuestro poder de evocación para rescatarlos del olvido. Entonces se produce algo mágico, nuevamente inexplicable -como casi todo en literatura- y creamos a partir de esa evocación una relectura sin mirada, sin ojos; una relectura que se produce en el lugar donde habitan nuestros recuerdos; una lectura, en definitiva, creativa y reveladora.
Así, de algún modo, espontáneamente cerramos el círculo, porque imitamos el proceso creativo de muchos escritores que acuden a sus vivencias pasadas, desenfocando la realidad objetiva de sus experiencias personales para obtener el material poético del que surgirán sus creaciones, mitad ficción mitad realidad vivida.
Y es que, dos meses después de asistir al cementerio junto a Don Manuel y Anaconda para depositar un ramillete de geranios rojos sobre la tumba de Mercedes, muchos de los episodios que viví emocionado dentro del universo Pinilla se me aparecen igual que una silueta entre la bruma matinal de Arrigunaga y, sin embargo, preservo con gran viveza, como si yo estuviese viviendo entre las letras que los narran, algunos otros que quedaron grabados en mi memoria después, incluso, de la primera lectura de “Verdes valles, colinas rojas”.
Uno de ellos me lo reservo, porque tengo la intención de releerlo las veces que sean necesarias hasta ver si consigo exprimir todo su significado, toda su carga alegórica, toda su fuerza humorística e histórica; hasta ver si soy capaz de descubrir, escribiendo, cosas que no sabía que sabía.
El otro episodio al que me refiero, en mi opinión, es central en la obra, porque la traspasa casi de principio a fin como una lanza neolítica. Se trata de la llegada a Getxo del rebaño de llamas procedentes de Perú, propiedad de Saturnino Altube; la invasión del rebaño en el caserío Onaidía; su inmediata aniquilación auspiciada por Camilo Bascardo a manos de las gentes del pueblo; la superviviencia y huida de la llama dominante con la ayuda del entonces jovencísimo Don Manuel y, finalmente, el posterior apareamiento con un burro autóctono que dará a luz a Cristóbal, primer miembro de una nueva especie híbrida, libre, oculta para siempre en los montes vascos gracias a los Barkardo de Sugarkea.
Humanos y animales unidos en una lucha por la libertad que solamente puede resultar verosímil y efectiva en un ecosistema literario biodiverso como es “Verdes valles, colinas rojas”.
Creo sinceramente que esta prodigiosa invención contiene toda la esencia de la novela, todo el cargamento metafórico, simbólico y alegórico. Al mismo tiempo, contiene a su creador, Ramiro Pinilla, nostálgico imposible de una autenticidad primigenia, soñador de la emancipación humana, víctima desde su más tierna infancia de caducos esencialismos nacionales, cuando jugaba en las playas de Getxo y sus compañeros le hacían ver que él no era de allí, que no era como ellos.
Quizá por eso, tal y como el mismo Pinilla reveló al periodista Enric González, uno de los temas fundamentales de la novela era la defensa de la infancia, encarnada en la figura de Don Manuel “Don Manuel es el nivel más sublime del tema de la defensa de la infancia. Espero escribir algún día sobre el tema de la infancia”, afirmó el escritor en la entrevista publicada por Jot Down.
Manuel, el niño que al crecer se hizo maestro, es quien establece un vínculo directo con la llama superviviente, quien le ayudará a huir, quien preservará su vida a pesar de las presiones diarias del poderoso Efrén. “Las llamas nos hablaron de libertad (¿ o Libertad con mayúscula?) y Efrén embistió demencialmente contra ellas porque, ya por entonces, nos consideraba bienes propios y nos negaba todo despertar”, le dice el mismo Don Manuel a su eterno interlocutor Asier.*
Las llamas de "Verdes valles, colinas rojas" son seres salvajemente puros, y al mismo tiempo se hibridan obviando escrúpulos de impureza; seres indomables, que defienden su libertad con la muerte. Una libertad sin vínculos nacionales, ni siquiera territoriales. Una libertad genuina, legítima por antonomasia. La libertad natural que proporciona el simple y trascendente hecho de venir al mundo, poblarlo y habitarlo.
Pero para mí, además, la última llama de “Verdes valles, colinas rojas” es la silueta que distingo y distinguiré en un futuro, entre la niebla de la memoria, cuando intente recordar esta obra maestra. Porque la última llama me orienta y me regala sus huellas y su rastro para poder hallar -o a veces tan solo intuir- los caminos narrativos que nacen aquí y allá de la imaginación portentosa del más grande de los escritores vascos de los últimos cien años (sin permiso de Baroja o de Unamuno).
Y, sobre todo, la última llama es también Ramiro Pinilla, que permaneció oculta durante años por voluntad propia para preservar su posición ética ante la vida, su rincón de honestidad frente el oficio de escribir, su fuerza moral frente a la esclavitud económica del negocio editorial y su coraje frente a los abanderados de la patria, talibanes de la raza.
Por eso, gracias a esa maravillosa ambigüedad que las palabras nos regalan, me gusta decir y creer que Ramiro Pinilla es la llama oculta que ilumina, más allá de la niebla, la cima de cualquier monte donde arda libremente el fuego imperecedero de la poesía y de la utopía.
*(Para saber más sobre las llamas de Saturnino Altube, hay que leer el artículo de Santiago Pérez Isasi, de la Universidade de Lisboa, titulado“Verdes valles, colinas rojas y la identidad vasca plural”, publicado en el libro recopilatorio a cargo de Mercedes Acillona, en la editorial de la Universidad de Deusto, titulado "Ramiro Pinilla: el mundo entero se llama Arrigunaga". Este libro se hace imprescindible para cualquiera que quiera acercarse con pasión y curiosidad lectora a toda la obra de Pinilla)
15 comentarios:
Si esta primavera voy a Getxo, te lo haré saber. Y, si puedes y quieres, podremos recorrer la ruta de ese Getxo literario de Ramiro Pinilla.
Gracias nuevamente, Pobrecito Hablador del siglo XXI, por este estupendo texto. Es curioso comprobar cómo has sido capaz de llegar a "conocer" a Ramiro Pinilla sin conocerlo, solo a través de su obra. Quienes sí tuvimos esa suerte, sabemos cuánto acierto hay en tus palabras.
Finalizada esta serie de entradas sobre nuestro autor (aunque nos quedamos con las ganas de saber cuál es tu otro fragmento favorito), solo nos queda invitarte a nuestro Getxo pinillesco, a recorrer los paisajes reales y los recreados por él.
¡Hasta entonces!
Hola Gustavo y Anabel
Iré a Getxo, seguro. No sé todavía en qué fechas. Entrada la primavera, como decís, suena bien...
La verdad es que he gozado mucho escribiendo estas entradas porque me han obligado a hacer una lectura activa, espigando de aquí y de allá información y datos que he ido encontrando y que al conoceros en la red me habeis proporcionado de uno u otro modo. Además, como la figura humana de Ramiro es tan potente, no me ha resultado difícil dejarme llevar.¡Qué fácil y gratificante es quererle!
De manera que, mil gracias por vuestro interés y, una vez más, por las puertas que me habeis abierto para conocer mejor al escritor vasco más grande de todos los tiempos, sin permiso de Baroja y Unamuno ;)
Ah!. ¡el fragmento secreto!. No es que sea mi favorito, pero me resulta tan sugerente, tan imaginativo y singular que me apetece intentar algo. Ya veremos si soy capaz... Por eso, mejor no adelanto nada, no vaya a ser que se vaya la fuerza por la boca
¡Salud!
El es la llama oculta. Tu título tiene todo el sentido.
Su libro preferido de toda su obra, 'el huevo' como le gustaba decir, es 'Recuerda, oh, recuerda'. Está en 'Los cuentos' y ahí están ya las llamas
No hay manera de conocer mejor a Ramiro que a través de su obra. Por eso lo conoces tan bien
María, acceder a información que muchos me habeis facilitado me ha ayudado mucho entender a Ramiro . No sé como agradeceros vuestra generosidad.
Cuando leí por primera vez a Pinilla, entré en un universo al que siempre quiero volver. Ahora, en la relectura de su obra magna, he podido descubrir, además, un grupo de auténticos apasionados, seguidores de su obra, pero sobre todo, de amantes de la buena literatura.
De cualquier manera, me falta por leer sus novelas detectivescas y algunas de sus primeras obras. A ver si poco a poco voy haciéndome con ellas y completando la lectura de su obra.
Releeré también los cuentos. Los leí cuando los publicó Tusquets pero, tal y como digo en la entrada... memoria de pez lector.
Admiro a Pinilla porque me identifico con él, con su pensamiento, con su actitud ètica ante la vida y con su modo de acometer la creación literaria. Creo que el mundo sería mucho mejor si hubiesen cientos de Pinillas en cada barrio.
¡Salud, María!
Sí, el mundo sería mucho mejor con unos cuantos Roques Altube. Y algún Pinilla que otro: él era un crack, yo siempre se lo decía. Y cuando me hablaba de sus dichosos futbolistas le preguntaba: "Pero, vamos a ver, ¿qué ha escrito ese?". Ramiro tenía un enorme sentido del humor. Está en su obra.
La foto de la llama es preciosa, magnífica. No sé de dónde la has sacado...
Presumo que las policíacas te van a decepcionar. Según yo lo veo, son inferiores al resto de su obra. Pero él disfrutó mucho escribiéndolas y eso es muy importante. Además, debido a su enorme talento, hay destellos de su genialidad también en esa serie.
Salud, Pobrecito hablador!
La foto la he encontrado en Internet, googleando "llamas entre la niebla". Me ha parecido muy ilustrativa
Jajaja. La del fútbol es una buena pregunta, teniendo en cuenta que en Bilbao, por lo que sé, casi es una religión, a la que seguramente Pinilla no era ajeno, ni mucho menos. Un amigo que frecuenta este blog, fundador de la revista Panenka, me ha facilitado el enlace donde leer una reseña del escritor Miguel Ángel Ortiz en esa revista sobre "Aquella edad inolvidable" y sobre la afición de Pinilla hacia el fútbol. Tengo pendiente leerla
De hecho, en "Verdes valles..." hay unas cuantas páginas con el fútbol como protagonista.
Iré leyendo, poco a poco, la obra completa, en la medida que pueda.
¡Salud!
Soy tardía en el conocimiento de autor y obra. Solamente con leer Antonio B. el ruso y Las ciegas hormigas ya puedo reconocerle como grande, muy grande.
Saludos.
Así es, el más grande escritor vasco, sin duda
Muchas gracias, Pobrecito Hablador.
Tu texto es certero.
¡Salud!
Ernesto Maruri
Yo, como admirador reciente de Pinilla, he ido siguiendo tus entradas y no puedo estar más de acuerdo contigo en que el "universo Pinilla" es de gran atractivo y permite la lectura, la relectura e incluso la invención y, sobre todo, la reflexión. Muchas gracias por compartir tus impresiones.
Escribí algunas de las mías en:
http://benignofontes.blogspot.com.es/2016/05/verdes-valles-colinas-rojas-1-la-tierra.html
http://benignofontes.blogspot.com.es/2015/01/el-cementerio-marino-ramiro-pinilla.html
Saludos
¡Gracias a tí, Ernesto !
Josampero, efectivamente, el universo Pinilla es inagotable y de una gran profundidad.
¡Me paso enseguida por tu blog!
¡Salud!
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