Yo los jueves no
como paella. Los jueves suelo comer una kefta en un pequeño patio interior.
Jaime, un sirio que recaló en Catalunya después de navegar durante años por los siete mares, las prepara como nadie.
Jaime, un sirio que recaló en Catalunya después de navegar durante años por los siete mares, las prepara como nadie.
Las cocina con
carne de cordero adobada, sazonada en huevo, perejil, comino, cayena, cilantro,
pimienta, pimentón y sal, y las sirve acompañadas con un poco de lechuga,
tomate, pimiento y cebolla, todo dentro
de una pita rematada en su cumbre con una
pizca de salsa de yogur. La riego con un par de cervezas bien frías. Para chuparse los dedos.
Jaime es tan
generoso en las raciones que, debido al volumen de los ingredientes, a menudo
la tortita se agujerea, se derrama el contenido sobre el plato y
me veo obligado a rematar esa delicia árabe con un tenedor.
Por eso los
jueves es un día especial, porque además tengo el placer de participar de semejante
manjar con un grupo de compañeros de
trabajo con los que comparto desde hace más de veinte años mesa y mantel cada
día de la semana. Buena comida, buena compañía, buena conversación los jueves a
mediodía, en la recta final de la
semana, barruntándose ya el viernes mágico.
El jueves pasado surgió
el tema recurrente del fútbol y como quien lo protagonizaba era el FC Barcelona
se hizo difícil no arrimarse a la política. Porque en estos últimos años resulta complicado hablar de
cualquier cosa en Barcelona sin encontrarnos
con el ingrediente de la cosa independentista o nacional.
Diana había
estado en el Camp Nou viendo el partido el día en el que la Asamblea Nacional de Cataluña,
Omnium Cultural y la Plataforma Proselecciones Deportivas Catalanas había repartido más de 30.000 esteladas para protestar por la sanción de la UEFA debido
a la exhibición de banderas independentistas durante la final de la Champions en Berlín.
La cuestión es que,
al hilo de este hecho, Antonio y yo mismo opinamos que mezclar política y deporte nunca había sido buena idea,
y que el Barça no debería permitir ese tipo de manifestaciones porque la masa
social del club es muy amplia y diversa, y no todo el mundo que va al estadio,
ni siquiera todos los socios, tienen por
qué comulgar ni ser partícipes de determinadas posturas políticas.
Víctor -nada
propenso a estar de acuerdo con nadie- opinaba igual que nosotros, aunque por
poco tiempo.
Mª Carmen, de momento, no decía nada. Comía y nos miraba a todos,
expectante.
Y es que entonces, a raíz de una afirmación de Diana, se encendió el debate. Diana sostenía que no era una cuestión de política, sino de libertad individual de las personas, y que por tanto el Club debía permitir que cualquier persona se exprese como mejor le parezca. Que ella podría haber cogido una bandera, pero no lo hizo, y que había respetar la libertad de quienes sí querían manifestar su protesta y su descontento de ese modo.
Y es que entonces, a raíz de una afirmación de Diana, se encendió el debate. Diana sostenía que no era una cuestión de política, sino de libertad individual de las personas, y que por tanto el Club debía permitir que cualquier persona se exprese como mejor le parezca. Que ella podría haber cogido una bandera, pero no lo hizo, y que había respetar la libertad de quienes sí querían manifestar su protesta y su descontento de ese modo.
Entre bocado de kefta y traguito de cerveza, a mí, en ese momento, se me olvidó el fútbol, y
hasta la política, porque todo mi interés se concentró en la expresión ‘libertad
individual de las personas’.
Le pregunté a
Diana si estaba segura de que las más de 30.000 personas que desplegaron una
estelada en el Camp Nou lo hicieron libremente. Su respuesta fue un rotundo “por
supuesto que sí, por supuesto que nadie ha obligado a nadie a lucir su estelada. “
Le dije a Diana que en
realidad de lo que hablamos era de filosofía, de la manipulación de las masas,
de aquello que ya había visto Ortega hace un siglo. Aseguré que, en
realidad, la gran mayoría de las personas que enarbolaron la bandera con la
estrella independentista no lo estaba haciendo libremente, sino fuertemente
influida por una corriente de opinión manipulada desde determinados sectores
del poder político con la ayuda de
determinados medios de comunicación. Que muchas de esas personas que participaron
de esa propuesta, hace unos cuanto años, ni si quiera les hubiese parecido bien
cualquier otra manifestación equivalente en las formas y con el mismo trasfondo
ideológico.
Entonces Antonio intervino para apoyar mi tesis. Aseguró que la historia ha demostrado que la gente es manipulable, y que el poder lo
sabe. Yo apoyé su reflexión añadiendo que quienes lo detentan, aprovechan la nula capacidad crítica y la poca inteligencia
de que hacemos gala cuando dejamos de ser quienes somos para convertirnos en masa,
gracias a determinadas técnicas que utilizan con intereses muy concretos.
En este punto, el
debate empezó a subir de tono. Víctor
dejó su posición a nuestro lado y a mostrar su desacuerdo con Antonio y conmigo. A Diana no le sentó demasiado bien el comentario de Antonio
y manifestó que lejos de lo que él pensaba la gente no es tonta, y que no hacía falta
llevar el tema a la filosofía porque la cuestión es bien sencilla, tan sencilla como respetar o no respetar la libertad de expresión de las personas.
Víctor entonces
tomó la palabra y afirmó, riéndose, que sin ser independentista él hubiese
cogido una estelada solamente por joder a la UEFA. Ahí fue donde Antonio dio un respingo en el asiento, propinó uno de sus ya
célebres golpes en la mesa y encarándose
con Víctor le reprochó que si hubiese actuado así hubiese formado parte de una
manifestación política detrás de la cual
se reivindicaba, sobre todo, la independencia de Catalunya -algo con lo que Víctor no estaba de acuerdo- y que, por tanto,
hubiese actuado de modo poco
inteligente, porque hubiese dejado de ser él para formar parte de la masa y de una idea con la que no comulgaba.
Mª Carmen le
pidió a Antonio que no gritase, y que por favor, no se enfadase, que no era
para tanto y que mejor era para todos hablar del partido. Diana volvió a tomar
la palabra y nos hizo observar que le parecía bien que todo el mundo hiciese lo que le diese
la gana y que le estábamos dando demasiadas vueltas a algo que estaba muy
claro. Yo no le hice caso y seguí dándole vueltas al tema. Le propuse
viajar en el tiempo y visualizar a la masa ingente de berlineses enarbolando
banderas nazis al paso de su Führer: todos ellos salieron a la calle ejerciendo
su libertad individual.
Por supuesto,
Diana me reprochó el ejemplo, lo tachó de demagógico y afirmó que era un caso
diferente. “Claro que es diferente, Diana- le dije- pero menos de lo que crees, porque de lo que hablamos es de que
el ejercicio individual de la libertad no tiene nada que ver con la manifestación
masiva de seres humanos, quienes finalmente dejan de serlo para transformarse
en la causa por la que se manifiestan; porque muchas de las personas que participan
de este tipo de acciones lo hacen sin la más mínima reflexión, sin una
conciencia de convencimiento propio,
movidos sencillamente por la simpatía hacia el congénere, y en muchos casos
movilizados por una coacción subyacente, colectiva, invisible, fruto de las relaciones, las coyunturas y de las técnicas de manipulación
masivas.”
En este instante de
la conversación yo ya había terminado le
kefta y saboreaba la segunda cerveza, que todavía conservaba el frío. Víctor volvió a intervenir y expuso que,
según mi punto de vista, todo aquel que saliese de manifestación era una
persona manipulada. “Por supuesto que sí”, le respondí. “Tú, y yo, y
todos los que estamos aquí somos manipulados cada día, desde que nos
levantamos. La cuestión es ser
consciente de ese hecho para poder permitir la manipulación solamente cuando,
de un modo muy claro, confluyan los intereses de quienes están detrás de ella
con los tuyos propios individuales, y sin
conculcar los derechos de la mayoría…”
Y así discurría
nuestra hora de la comida en el restaurante de nuestro querido Jaime. Que si
libertad para arriba, que si libertad para abajo. Cuando nos sirvieron el café la cosa ya se había sosegado. Entonces Mª
Carmen nos hizo ver a Antonio y a mí que al argumentar cualquier tema en el que había desacuerdo, él y yo nos
transformamos, nos ponemos demasiado vehementes, gesticulamos y levantamos
demasiado la voz, y da la sensación de que tratamos a los demás como a tontos por no pensar igual
que nosotros. “Es la pasión que se desborda, como mi kefta, querida MªCarmen”, le respondí, y todos nos pusimos a reír.
Los cinco nos queremos mucho. Como Víctor es el más cariñoso, sufragó
la primera ronda de cervezas. Cuando esperábamos en la barra nuestro turno para pagar, vimos a Pedrerol en la televisión. “¡Jaime, cóbranos
rápido, que este tío es un merengue manipulador y no hay quien le aguante!”, gritó alguien. Y
salimos por piernas después de compartir otra divertida comida entre buenos compañeros, un jueves, en el patio del
amigo Jaime.
5 comentarios:
Totalmente de acuerdo con Diana.
Ester
¡Cuánto descanso y cuánta relajación se debe sentir teniendo las cosas tan claras!
¡Salud!
Pues sí.
Un hurra por los amigos que aún pueden hablar, aunque sea de forma vehemente!
¡Hurra!
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