miércoles, 4 de noviembre de 2015

Plenilunio


Todo el mundo sabe que Saturno es un planeta mormón, el único cuya potencia orbital es capaz de mantener satisfechas a sesenta y dos lunas.

Sesenta y dos lunas. Se dice pronto. Si la Tierra tuviese sesenta y dos lunas no dispondría de días suficientes para desearlas. Tendría que dormir y soñar a pleno sol, o ingeniármelas tras la persiana cerrada para vencer en soledad mis pesadillas. 

Si cada noche pudiese contemplar sesenta y dos lunas saldría a la calle a observar mis sesenta y dos sombras, dispuestas alrededor de mis pies como los minutos en la circunferencia de un reloj. Tendría tiempo para regalar; tiempo de sobras; exactamente el equivalente a dos minutos por cada hora de vida, como una propina existencial en forma de dos siluetas alargadas, enlazadas y proyectadas hacia el destino.

Me produce escalofríos  imaginar sesenta y dos plenilunios simultáneos en la noche de difuntos. La tierra invadida de norte a sur por las almas sucias, licántropos voraces,  criaturas sin conciencia, enamorados irredentos,  engendros, espectros, trasgos y fantasmas. Monstruos de la noche al acecho, husmeando las huellas de mis sombras. 

Sesenta y dos lunas unánimes, exultantes, claras y  refulgentes sobre el fuego de una hoguera de San Juan, mientras los  cuerpos desnudos de los amantes se gimen al oído en la tibieza del espejo titilante de un mar de luces, y  los hombres de la tierra danzan y beben en la noche, sin conciencia de la vida, porque saben -aunque jamás lo reconocerán- que solamente disponen de ese instante de soberanía a lo largo de su existencia hipotecada. 

Ese mar esclavo, gobernado por tanta luna, bramaría constantemente cientos de mareas obsesivas que depositarían sobre la orilla gavillas de algas muertas, multitud de botellas sin mensaje, el plástico de todo un siglo, o quizá astillas de la quilla mohosa en la que navegaron navíos embarrancados contra los arrecifes  de Ítaca. 

Sería de tal belleza  la visión de sesenta y dos lunas orbitándonos  que no podríamos hacer más que observarlas, sin más, sin plusvalías, compromisos ni obligaciones; libres de  las zarandajas que nos impiden mirar al cielo por lo menos una vez al día, aunque sea para saber cómo es la nube que nos llueve, cómo es el color del calor que nos abrasa. 

Y es que nadie podría dejar de contemplar a diario el espectáculo hipnótico de sesenta y dos lunas concurrentes, llenas, crecientes o menguantes; un fabuloso juego de formas celestes iluminadas por el mismo sol que produciría en las noches claras un sugestivo juego de sombras y eclipses interpuestos; la silueta recortada de cada luna sobre su adyacente; el pasatiempo en las noches nubladas durante los otoños y los inviernos del planeta consistente en averiguar qué luna es la que falta, qué luna ha sido engullida por la oscuridad de una nube antes de que la rotación de la tierra las extravíe en los orientes o en los occidentes según el punto de vista de cada horizonte. 

O no. Quizá nada de eso sucedería. Quizá nuestra atención seguiría sonámbula ante la fuerza magnética de multitud de pantallas; en guardia preventiva ante adversarios constatados o enemigos imaginados; dormida en el descanso forzoso previo al índice productivo de la jornada siguiente mientras, allá fuera, el universo se divierte libre de toda preocupación en los brazos del destino.

8 comentarios:

ESTER dijo...

Yo no me inquietaría por las lunas de Saturno. La nuestra, la de la Tierra, nos basta y sobra para disfrutar de su belleza, luz y oscuridad.

Aparece y desaparece; esa es su historia. Como la nuestra: estamos y no estamos,aparecemos y desaparecemos; pero en presente, no en condicional.

Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

No me inquietan Ester. No te preocupes. Eso que llamas inquietud es más bien imaginación, el deseo de crear realidades inexitentes, la voluntad de hallar belleza más allá de lo que vemos y de lo que tenemos.

La Luna la vemos y no la vemos. No desaperece nunca. Nosotros sí. Nosotros estamos O no estamos. No hay copulativa posible en esa proposición porque la vida y la muerte son realidades disyuntivas.
La luna vio nuestro nacimiento y atestiguará nuestra muerte.

¡Salud!

Anónimo dijo...

Fantástica entrada ( en todos los sentidos). Las imágenes que nos ofreces son muy,muy.sugerentes.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Anónimo, no me digas que no seria algo maravilloso de repente anochecer con sesenta y dos lunas en el cielo... Para no pegar ojo
Muchas gracias
¡salud!

Juan Nadie dijo...

Saturno, un planeta mormón. Muy bueno. Quiero decir, muy bueno todo el texto. Esto es imaginación.
"El universo se divierte libre de toda preocupación en los brazos del destino". Genial.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gracias Juan.
¡Salud!

´´ dijo...

https://www.youtube.com/watch?v=uIOM4-7VEy0

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¡Cómo no! Camarón y la luna
Gracias Francis. Siempre apetece escuchar al más grande
¡Salud!