viernes, 3 de octubre de 2014

Leer a Proust con Vila-Matas (I)




Escribir podría ser algo así como tener la capacidad de  hallar el lugar exacto donde horadar para que  ese pequeño orificio  se transforme en el manantial del que brotará durante siglos toda el agua contenida misteriosamente en algún lugar invisible, subterráneo,  y que, por supuesto, acabará por formar un río que alimentará el mar. Es decir, el acto de la creación literaria se concentraría  en un único momento, espontáneo y maravilloso que nos empuja a derramar una cantidad ingente de energía acumulada durante mucho  tiempo, quizá toda una vida.

Eso es lo que me ha ocurrido con este texto, con la salvedad de que lo que diga y como lo diga no posee  suficiente entidad- digamos caudal- como para  desembocar en océano alguno porque la  poca cantidad de  agua que de él pueda fluir tiene muchas probabilidades de perderse en alguna barrancada o  de encharcarse en los recovecos de algún valle, entre matojos.



A mediados de Agosto finalicé la lectura de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Desde entonces, la necesidad de explicar la experiencia que he vivido leyendo las siete novelas  que componen esta obra ha sido tan intensa que  creía que me provocaba el célebre y temido  bloqueo, del que además  ya nunca podría librarme. 

Casi llegué al convencimiento  de  que entre la inquietud por hallar el mejor modo de escribir sobre Proust y el estado en el que se encuentra mi red neuronal ante la machacona insistencia  -casi de tortura china- con el monotema catalán, nunca jamás podría ponerme frente al teclado con un mínimo de dignidad.


De manera que día a día, desde el ya lejano Agosto,  las  ideas, imágenes, evocaciones y sensaciones relacionadas con la lectura de la obra de Proust se iban acumulando y temía que con el paso de tiempo se diluyesen en nada, y que finalmente cobraría triste fama  por convertirme en el primer espécimen  que pone contra las cuerdas la teoría de la transformación de la energía.


En un momento de desesperación había pensado en empezar con un par de frases  que estampé en  la última página del último volumen, “El tiempo recobrado”,  a modo de celebración  íntima,    pero lo descarté. (Desde que Francisco Casavella escribió que lo peor de lo peor es iniciar cualquier texto con una cita, no he vuelto a hacerlo, porque en lo que concierne a mí, lo que decía  Casavella va a misa.)


Las poco más de  cuatro palabras con las que celebré el final de mi singladura proustiana dicen así: 

El 20 de agosto del año dos mil catorce finalicé la lectura de ‘En busca del tiempo perdido’. El día estaba nublado. Lo primero que vi cuando levanté la vista fue un arco de piedra rojiza enmarcando  el mar y algún barco cerca del horizonte. Marcel Proust vivirá dentro de mí  siempre, a pesar de que alguna de sus criaturas se pierda en el tiempo.
Firmado en Altafulla (Tarragona), el día 20 de agosto de 2014
” 


Trancurrían las semanas  y las figuras de Albertine, del Barón de Charlus, de Morel, de los Duques de Guermantes, Swann, Odette, Gilberte, y el largo etcétera de criaturas maravillosas y despreciables de las que nos da cuenta la inolvidable voz del narrador, se iban difuminando en mi memoria hasta perder la carnalidad que de ellos había formado mi imaginación mientras leía. 

Lo mismo me  ocurría con los espacios en los que estos personajes desarrollaban lo peor y lo mejor que  se puede llegar a hacer en la vida. Grandes y lujosos salones, océanos y playas, balnearios, bulevares, caminos y senderos, arquitecturas, alcobas, tienduchas, cuarteles y hasta sórdidos  tugurios donde se  citaba  la doble moral aristócrata van filtrando sus geografías, su mobiliario y sus aromas entre los resquicios de mi memoria hasta que  ya no quedan más que percepciones, cierta noción de lo que Proust escribió, luces filtradas que emborronan  contornos  hasta convertirlos en simples y confusas sensaciones a las que no me queda más remedio que acudir  si persevero en mi empeño. 

Acudí a la desesperada a mi libreta donde, mientras leo, anoto párrafos, frase e ideas. La última oportunidad. Quizá el lugar desde el que  poder resucitar  cientos de horas de placer, momentos de fascinada y a menudo esforzada lectura.  De todos modos, yo sabía que dentro de mí habitaba todo ese tiempo, todos los escenarios, con los hombres y mujeres que los poblaron, y estaba convencido de que  en lo hondo de mis certidumbres, todo eso no se malograría. Quizá ya nunca podría volver a verlos con la nitidez de aquellos instantes antes de cerrar la última página frente al arco que enmarcaba el mar. Sin embargo, algo permanecía; algo diferente más allá de la concreción de las palabras. Me quedaba la experiencia.


Por fortuna, al abrir mi libreta buscando ese primer hilo de agua leí  que   “el pasado no sólo es tan fugaz, sino que, además, permanece en su lugar”. De manera  que decidí apaciguar mi ansiedad y en aquel mismo momento me exoneré  a  mí  mismo de la obligación que me había impuesto; porque después de tantos y tantos días devanándome la sesera en  busca del motivo que me permitiese dar rienda suelta a la  necesidad de escribir sobre la obra de Proust, esa necesidad se convirtió en imposición, casi en una responsabilidad conmigo mismo, un compromiso del que no me podría zafar, so pena de no poder escribir ya, nunca, una sola línea  más. 

Hasta que un buen día, trasteando en internet, visité, una vez más, la página web de Enrique Vila-Matas.


7 comentarios:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

¡Québien entiendo t desasosiego!
En mi caso, redoblado por el hecho de que leí a Proust de adolescene en una pésima (envejecida) traducción: de Pedro Salinas (nada menos), que es la que circulaba en las ediciones de bolsillo de Alianza.
Aún así... seguí y seguí... Era más importante el mundo arrastrado que la letra...
Luego vinieron los que apuntas.
Kisses!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La edición que he leído es la de RBA, empaquetada primorosamente en su caja, ilustrada con el retrato del autor. La traducción es de Carlos Manzano. A veces, en los pasajes donde más complicada se hace la sintaxis, uno siente por él algo parecido entre la admiración y la piedad ;)

Aun así, aunque es verdad que a momentos hay que echarle arrestos, son muchos más los espacios donde la narración fluye y los personajes viven y donde se oye diáfanamente la voz de Proust y los días de un tiempo no demasiado lejano; los días, quizá, en los que se liquidaba para siempre un siglo para entrar en otro.

Para mi ha sido una experiencia inolvidable.

Abrazos

Babe dijo...

¡Qué nervios!, tengo tres libros al retortero un poco extensos y en cuanto acabe me pongo con Proust, espero que me guste tanto como a ti.
Un saludo, :)

ESTER dijo...

Que se pueda describir como "experiencia inolvidable" la lectura de una obra es, para mí, un fenómeno extrasensorial, que va más allá de los sentimientos.
"Bajo el signo de marte", como sabes, me representó esa sensación.
Las hormigas de Pinilla creo que van en ese camino, aunque con menor intensidad.

Un beso, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Vas vivir momentos inolvidables. Y también vas a sudar la gota gorda. Pero el balance es altamente positivo, Babe. Nadie que ame la literatura debería de irse de aquí sin leer la obra de Proust.
Abrazos

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

ESter, así es. Va más allá de los sentimientos. Es admiración, es aprendizaje, es conocimiento...

Entiendo que Zorn te haya llegado más, porque empatizas directamente con su historia, y porque no es ficción. Si embargo "las ciegas hormigas" , a pesar de ser una historia de ficción, contiene más realidad que la calle que he pisado hoy

Besos!!

ESTER dijo...

Ya contaré cuando la finalice...