En la memoria habitan en
armoniosa vecindad la verdad y la mentira, lo real y lo falso, los recuerdos y
la imaginación. Se pasan la sal, se piden un huevo y de vez en cuando quedan
para tomar café y poner a caldo a quien se les antoja. Son así de caprichosas,
de frívolos y despreocupadas. Por eso se
llevan tan bien. Forman, entre todos, una comunidad ejemplar. Viven y dejan
vivir. Ni las más recalcitrantes comunidades hippies experimentaron tal nivel
de tolerancia recíproca, amor fraterno, sexo sin fronteras, libertad y
cooperación colectiva en aras del individuo.
Ahí tenemos a nuestro
presidente, más mentiroso que el alma de judas. Sin embargo, luce el aspecto más creíble de sinceridad seria y responsable que nadie, en ningún lugar del mundo, podría ofrecer.
Este hijo de la gran puta es capaz de presentarse delante de un micrófono, ante
toda la opinión pública, y esbozando el semblante más serio que jamás se haya visto,
decir con la naturalidad propia de un hombre de Estado, igual que un Churchill
declarando la guerra a Hitler, que los mensajes de ánimo que le envió a Bárcenas demuestran que nunca
cedió ante chantaje alguno.
Después Mariano baja del
atril y mientras camina erguido, digno, reflexivo hacia las cortinas que le harán desaparecer de
nuevo durante días, piensa “que les den a todos por el culo”.
Ya en la
Moncloa, en la intimidad del hogar, se dispone a disfrutar de ese momento que
todo hombre se merece después de una
dura jornada. Se sirve él mismo un brandy en semejante copa globo, se sienta en el sofá a ver el Tour y mientras observa cómo Froom se
come a Contador, teclea con sus pulgares de pajillero precoz el penúltimo sms diciendo: “Luis, sé fuerte,
un añito pasa rápido. La bolsa está a buen recaudo. Te envío unos cigarrillos”.
La cuestión es que yo
quería elucubrar sobre la memoria. Sobre
cómo los recuerdos se convierten, con el
paso del tiempo, en pura fantasía, en complejos y elaboradísimos artefactos narrativos producto
de una curiosa capacidad
innata que todos atesoramos y que nos
posibilita mentir como bellacos al respecto de nosotros mismos y de los demás, al respecto de todo lo que existía en el lugar y el momento,
de manera que al evocar o recordar, lo que en realidad estamos haciendo es ejercitar la mentira, ficcionar y
reconstruir unos hechos en función de nuestros intereses presentes.
Lo divertido de la cosa
es que el presente desde el que reinterpretamos el pretérito a menudo también
se desentiende de lo verdadero, porque a la hora de observar la realidad, o bien no somos sinceros con nosotros mismos,
o bien nos escondemos en el caparazón, como las tortugas, que saben que algo sucede allí afuera, pero se
niegan a comprobarlo por sí mismas. Así es que, tal y como me enseñó un profesor de matemáticas, menos por menos es
igual a más. Más de todo. Más mentira, más imaginación, más falsedad, más
diversión, más literatura, más mierda, más pobres, más cínicos, más cobardes ¿Más libres?
'Libertad para qué'. Si no recuerdo mal, eso lo dije yo mismo poco después de
asaltar el Palacio de Invierno, antes de la quinta cerveza, en el bar de costumbre.
4 comentarios:
Mentirosos los que gobiernan y cobardes los que obedecemos, así estamos, y así nos va. Abrazos.
Los que obedecemos, con nuestro silencio, aprovamos lo que hacen
¡Salud!
Tranquilos, "solamente es un hilito...(Prestige y Rajoy).
Yo me quiero ir de aquí...
Besos, Ester
Yo también me lo digo a mi mismo a menudo. Pero ¿sabes? Que se vayan ellos.
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