Igual que ocurre en las indigestas historias tolkianas de nibelungos,
trolls y poderosos gurús del bien y del mal,
un buen día el pueblo español se
levantó de madrugada y vio amanecer. Atrás quedaba la tormenta y el rayo, la
niebla y el infierno y se extendía sobre el mar del tiempo un horizonte
luminoso de humanidad dichosa.
Muerto el tirano, y una vez domesticados, metabolizados e integrados
los elementos más resistentes a las nuevas corrientes de la Historia, España parió al Naranjito, reconvirtió a un sabio en agente comercial de
la peor especie de pseudoartistas, y
quien no estaba al loro, quien no hacía
lo posible por enriquecerse, era un gilipollas.
Felipe González aniquiló el socialismo obrero, decapitó la memoria
de la Historia y fulminó la conciencia de clase; en la periferia, la izquierda obrera se dedicó a engordarle el bolsillo a la patronal nacionalista y entonces, ¡crash!, la ilusión colectiva
de un mundo diferente quebró como el cristal. Oportunistas, mediocres, arribistas y
revividos se adueñaron de la cultura y de la economía.
Quien quiera saber más
sobre esta época que no busque en libros de Historia, porque no leerá más que cifras,
indicadores, gráficos al alza, ficciones edulcoradas y cantos y odas al
capitalismo de rostro amable, todo ilustrado con las fotografías de los héroes
que consiguieron modernizar a España con la entrada en la OTAN y redimir a los españoles de su destino paleto de una vez para siempre. Para iluminar convenientemente la verdad es
aconsejable, por ejemplo, leer la novela de Francisco
Casavella, “El día del Watusi”, la
novela de Francisco Ferrer Lerin, “Familias
como la mía” o la obra del valenciano Rafael Chirbes “La caída de Madrid”.
Ésta época fue clave porque en ella se descartaron, o mejor, se quemaron
en la hoguera de la posmodernidad -y ya para siempre-
aquellos valores por los que
murieron miles personas, cuya sangre y sufrimiento abonaron el sueño de un mundo de hombres y mujeres libres a la búsqueda de una vida plena, justa y
solidaria.
Por eso en los noventa ya no quedaban ni las cenizas de la
ilusión, disueltas en el marasmo de la
vanidad y de la ostentación. Entonces el orgullo nacional llegaba al paroxismo.
Ahítos de nosotros mismos, celebramos fastuosamente el genocidio. El fuego televisivo de una flecha certera nos alimentó de orgullo
durante años y el Sur, a la espera eterna de una reforma agraria, optó por autovías que
no llevaban a ninguna parte, por la suntuosidad de una feria provinciana
construida con fachadas de acero y de cristal. Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro de eduación, descubrió
cómo desprestigiar a los educadores y solamente le bastó un año para privarles
de autoridad y ascendente social for ever and ever.
Después llegó la
factura y González dijo que había
entendido el mensaje, pero ya no
había mensaje, porque no había mensajero. Nos lo tragábamos todo. Y mientras, dinero, creced y enriqueceos,
dinero, haced dinero, busca dinero, consigue dinero, trabaja por dinero,
estudia y fórmate por dinero, sacrifícate por dinero, dalo todo por el dinero,
y solo por el dinero, porque nada eres sin dinero, un fracasado eres sin
dinero, a costa de quien sea y de lo que sea, dinero, y más dinero, para
comprar, y ser, y soñar mediante el dinero.
El tiempo no se detiene y para crecer se alimenta del
pasado. No podía ser de otra manera: la rutina lógica y constante de una dieta
ofrece como resultado un cuerpo determinado. De ahí el triunfo de Aznar. Todos acabamos por
concluir (sin escrúpulos ni cargos de conciencia) que mejor el original antes que un sucedáneo. Ya estábamos
maduros. Nosotros sí que habíamos
entendido el mensaje. Un día, hace unas pocas semanas, vi a un albañil por
televisión subido en el andamio de la quinta planta de un piso en construcción. El tipo aparecía en el plano de manera casual y, consciente de ello, llamaba insistentemente al
equipo de reporteros. Cuando vio que la cámara le enfocaba, empezó a gritar que
¡a ver cuándo volvía el tío del bigote!, ¡que nunca se había ganado la vida tan bien
como con el tío del bigote!. Entonces me di cuenta de las dimensiones de la
tragedia, de la imposible vuelta atrás, de lo irremisible de la Historia,
porque hasta llegado ese momento crucial
de nuestros tiempos, los albañiles le gritaban piropos, exclusivamente, a las tías buenas.
Me estoy cansando de tanta elipsis, y no tengo tampoco
vocación masoquista como para querer describir y remover la mierda sucesiva de cada año. Al fin y al cabo, todos sabemos lo que ha ocurrido, porque somos
jueces y parte de la Historia. Cuando se vino abajo todo un edificio moral,
ético, de valores e ilusiones, construido durante siglos sobre luchas y dolor, nos
dio exactamente igual, entre otras cosas porque creímos que dejábamos de ser
purria y nos convertíamos en próspera y delicada clase media. Flaubert, con su habitual cinismo
y mala leche, ya lo dejó dicho. “El sueño del proletariado consiste en querer
elevarse al nivel de la tontería del burgués”. Seguramente hemos hecho buena la frasecita de
Flaubert porque “hemos
cogido la costumbre de vivir antes de
pensar”, tal y como dijo Camus.
Una profesora del
curso en el que me he matriculado este año, al ver que media clase se había frustrado
porque las notas del último ejercicio no cumplían nuestras expectativas, para
animarnos nos envió por e-mail el enlace
de un vídeo en el que el estribillo cantado por una pandilla de jóvenes alegres
y combativos decía, textualmente “no os hagáis
preguntas, seguid hacia delante”.
“¡Dios mío, en qué siglo me habéis hecho nacer!” se
lamentaba San Policarpo, obispo de Esmirna en el I después de Cristo.
Esto lo decía pocos días antes de morir martirizado, así es que su clamor tampoco es extraño. Sin embargo la frase la hemos pensado, escrito y expresado muchos a
lo largo de toda la Historia. Tenemos la conciencia, a menudo, de que nuestro
tiempo es terrible, de que nada se hace bien, de que todo es horrendo, y de que
la maldad, la irracionalidad y el egoísmo campan a sus anchas. A fuerza de repetir
la salmodia, a veces acertamos, como es el caso de nuestro presente y del
suceder de éstos últimos 30 años, que han dado como resultado la vergüenza, la
desfachatez y el sinsentido absurdo e indecente con el que nos madrugamos cada
día.
Estos meses camino junto a Tolstoi. Me lo llevo a todas
partes. Es uno de los grandes maestros universales. En su siglo XIX ya denunció a la sociedad de su
tiempo, y también propuso nuevos caminos,
difíciles de recorrer. Nadie como él para
respirar un poco de aire fresco,
sentirnos buenos y ahuyentar el hedor a
mierda que flota igual que neblina, fruto de una voluntad firme y colectiva por
desperdiciar los mejores años de los que ha dispuesto esta tierra y esta gente
con la que convivo.
“Y los mismo que aquella noche carecía de esa oscuridad
tranquilizadora que proporciona el descanso a la Tierra, en el alma de
Nejliudov no había el descanso de la oscuridad de la ignorancia. Estaba claro
que todo lo que ocurría importante y bueno era miserable y malo. Ese brillo,
ese lujo, ocultaban viejos crímenes habituales que no sólo quedan impunes, sino
que reinaban y adornaban toda esa esplendidez que eran capaces de inventar los
hombres.
“Nejliudov hubiera querido olvidar eso, no verlo, pero ya no
podía. Aunque vislumbraba la fuente de esa luz que le reveló todo, tampoco veía
la que iluminaba San Petersburgo, y aunque le parecía turbia, triste y
artificial, no pudo por menos que notar lo que descubría esa luz. Y al mismo
tiempo sintió alegría e inquietud”.
De ‘Resurrección’. Lev Tolstoi.
5 comentarios:
Hay que refrescar la memoria, y tu lo haces muy bien. Abrazos.
¡Soberbia entrada!
Más necesaria que nunca!
Lo frustrante es que en 1999 yo saqué una novela sobre aquel narcisismo (impostado en un personaje; roto en otro), y no tocaba.
Ahora se me ríen por lo de la Guerra Civil, incapaces de ver las correspondencias.
Pero les preparo una actual, no creas.
No sé qué lenguaje emplear.
Yo creo que, en vez de tanto documental sobre el nazismo como nos embuten, deberían irse unos años más atrás... Porque es cuestión de años, creo... Y no me prodigo.
Besos!
Si el "refresh" sirviese de algo..
Gracias Loli
Ana
Estoy de acuerdo. La suma del tiempo es la suma de los años y en cada presente deberíamos cuestionarnos qué es lo que estamos haciendo, porque la Historia es la suma de los presentes.
En cuanto a las modas editoriales, pues otro tanto a añadir a todo el proceso de estupidez, vacío y superficialidad al que nos hemos abocado. Yo trasteo por algunos blogs de literatura en la que suelen aparecer las jóvenes promesas, novelas impulsadas por crítica y editoriales, y da pena, penita pena. Es una merienda de negros, todo está enfocado al consumo. Ya no exite el lector, existe el consumidor y por tanto todo está sujeto a las leyes del mercado y de la publicidad, o sea, a las modas impuestas. Hoy, si en tu novela no sale twitter, diez móviles y las redes socielas, has begut oli
Pero ya sabes, hay que resistir
¡Salud!
Enorme, como de costumbre.
P.D.: Permite que sea un poco tocapelotas/repelente: En el quinto párrafo "Ésta época fue clave porque en ella se descartaron...", la tilde de "ésta" está puesta de forma errónea (jijijiji).
Un fuerte abrazo.
Je, je, Alan, si que ere un poco toca tildes sí.
¡Muchas gracias por el aviso!
Lo cambio ahora mismo.
Bueno, mejor lo dejo como está, para que tu comentario siga siendo actual, siempre.
Abrazos
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