Ya está, ya he leído “El quadern gris” y lo que en principio parecía una caída vertiginosa hacia el centro de una espiral magnética, ahora, una vez finalizado el libro, se ha convertido en una completa y absoluta liberación.
El mejor remedio contra cualquier mal suele consistir en una dosis milimétrica de la esencia de ese mismo mal inoculada en el organismo. Según algunas interesantísimas entradas publicadas en la imprescindible “Enciclopedia universal de la magia negra”, editada primorosamente en la ciudad de Blowing Town (Baja Sajonia) por la editorial “Alpha-Centauris”, en lo concerniente a maldiciones, males de ojo, hechizos de amor, de luna, artes de brujería, envenenamientos y encantamientos de diversa índole, el método más efectivo funciona de manera similar a una vulgar vacuna. Parecería un insulto a la inteligencia explicar un procedimiento y sus efectos, responsables en gran medida de la escalada sorprendente en la curva demográfica desde el siglo XVIII a esta parte. Yo mismo, y usted, y sus familiares y amigos hubiesen perecido hace ya unos cuantos años a manos, por ejemplo, del tétanos, de la varicela, de las paperas, de la rubeola, del sarampión e incluso a manos de la irrisoria gripe, una enfermedad mortal hasta hace bien poco (a principios del siglo XX) se llevó por delante millones de vidas en toda Europa, sin distinguir clases, edades ni sexos: una gripe absolutamente democrática.
Debido a los estragos, la Universidad de Barcelona cerró las puertas en el invierno de 1918, y no las abrió de nuevo hasta el año siguiente, lo cual permitió a joven Josep Pla volver a su tierra, l’Empordà, e iniciar la redacción de su “Quadern gris”. Pla contaba con 20 años recién cumplidos. Tan solo le restaba uno para licenciarse como abogado, profesión que nunca ejercería y que nunca tuvo intención de ejercer, porque si algo tenía claro era su dedicación profesional a la literatura, a costa de lo que fuese, y ya sabemos lo que opinaba de los fracasos y de los fracasados. Es entonces cuando se fragua la conocida y no por ello menos temida maldición de Josep Pla, planificada fría y calculadamente a lo largo de cuatro décadas por la mano y la mente maestra del faraón catalán.
Un faraón, como todo el mundo sabe, es ese tipo que se pintaba los ojos como Sara Montiel, extremadamente poderoso, eternamente adolescente, responsable de grandes maravillas a costa de colosales sufrimientos ajenos, quien, durante su vida, solía invertir gran parte de su tiempo y el de su súbditos más aventajados en pensar la mejor manera de garantizar la calma y el sosiego de su vida extraterrenal a base de una cuidadosa y meticulosa preparación de la maldición más dañina jamás conocida, la de la momia, la cual, previo estrangulamiento a dos manos, absorbía con el último halo el alma de la víctima -que había destinado su vida a su búsqueda- con el fin de deshacerse del aparatoso e incómodo embalsamamiento y cobrar así la carnalidad exigida con la que acometer las vicisitudes de una nueva vida, es decir, 1000 nuevas páginas, si fuesen menester para con la paz y el restablecimiento del orden y del status quo en caso de que éste hubiese sido conculcado, pervertido o sometido a revolución.
Sin embargo, por mucho que le hubiese parecido una idea de lo más conveniente, Pla no fue enterrado en una pirámide; ni siquiera en una meritoria mastaba. De hecho, tanto en la vida como en la muerte, Hunos y Otros le negaron halagos, homenajes, reconocimientos y honores. A Pla no le quiso nadie porque él nunca quiso a nadie. Dicho en castizo paladino: a Pla no le quisieron ni las putas, a las que pagaba para que le quisieran. Pla utilizó a las personas que se encontraron en su camino para convertir en realidad sus ambiciones literarias y cosmopolitas, de la misma manera que algunas de ellas le utilizarían a él. Pero cuando Pla escribe, Pla es grande. Porque Josep Pla embellece lo pequeño, lo engrandece, lo convierte en esencial, en objeto admirable. Pla enaltece lo vulgar, sin convertirlo en símbolo, ni siquiera en metáfora. Lo hace por el puro placer estético de describir, de exigirle a la lengua lo que a sus predecesores y a sus coetáneos les había negado. Para ello se devana la sesera a la búsqueda de los adjetivos que vistan más adecuadamente al sustantivo sin perder nunca la norma de la claridad. Creo que su magnetismo literario radica precisamente en su estilo, en su manera de explicar, de narrar, de reflexionar, que quiere acercarse a su admirado Montaigne. Parte siempre de un suceso cotidiano y a partir de él despliega todo lo que le sugiere. A menudo intercala breves aforismos que tienen o no tienen que ver con lo que trata. Todo en su conjunto, chafarderías de pueblo incluidas, teje una red como las que utilizan sus paisanos, que atrapa al lector como a un 'lluç de palangre', o como si hubiese sido invitado a café, copa y puro después de una copiosa comida, en la tertulia de uno de los cafés de Palafrugell, y envueltos en la tamósfera cargada de humo, olores rancios, en el centro más ruidoso de las voces de los parroquianos, se apareciese, como por encantos del lenguaje, la noche encendida de la bahía de Palamós, con los candiles temblones que marcan la pendiente de la colina poblada, desde el punto de vista de un bergantín fondeado frente a la costa.
Aunque en realidad, las tertulias que de verdad le interesaban a Pla, eran las del Ateneo barcelonés, codo con codo junto a Xènius, Sagarra, Pompeu Fabra, Junoy, Trias de Bes, Rahola, Cambó, su valedor Borrallera, etc, etc… la flor y nata de los altavoces, mensajeros y correveidiles de la todopoderosa burguesía catalana, el lugar donde él buscó su hueco con denuedo, sumo interés y hasta, yo diría, con pérdida importante de su dignidad; el lugar donde redimió su procedencia menestral, hijo de un comerciante de tapones de corcho, que no trabajó hasta que le enchufaron en un periódico, a la edad de 22 años.
Probablemente, Pla y su literatura sean el resultado de la suma de una vocación temprana, del esfuerzo titánico por deshacerse del floripondio engolado, muy en boga en el catalán de la época, y de la alerta permanente para no acabar sometido a los fríos dictados noucentistes. No soy ningún experto, pero me atrevo a seguir a todos los que sí saben, cuando afirman que Josep Pla fue el auténtico renovador de la prosa catalana en el siglo XX. Sin embargo, el lector medianamente sincero no puede dejar de percibir en “El quadern gris”, a un hombre extremadamente contradictorio, huraño, a un fabuloso egoísta, un retrógrado, conservador contumaz y reaccionario hasta la médula, quien se atreve a decir en un intervalo de unas pocas páginas, por ejemplo: “El to general del quadern és crític, i donada la mentalitat imperant, potser de vegades subveresiu “ (El tono general del quadern es crítico, y dada la mentalidad imperante, es posible que a veces subversivo). “Jo no soc un producte del meu temps: soc un producte contra el meu temps” (Yo no soy un producto de mi tiempo: soy un producto contra mi tiempo). Un poco más adelante, y por primera vez en toda la obra, Pla habla de los pobres en Barcelona. Dice lo siguiente: “És literalment depriment veure fins a quin punt HAN arribat a convertir aquest món en la quinta essència del que és desagradable” (Es literalemente deprimente ver hasta qué punto HAN llegado a convertir este mundo en la quinta esencia de lo que es desgradable. Las mayúsculas son mías). Después de escribir estas palabras, sin mediar día, o tema de transición, Pla dedica una página entera a expresar su preocupación por su vestimenta, ya que opina que no es suficientemente elegante como para relacionarse en los círculos en los que alterna. A continuación, suelta la ráfaga siguiente: “L’aigua del mar lliure, és horrible (El agua del mar libre, es horrible). “Socialment parlant, la llibertat ha de tenir un límit. Dubto que aquesta llibertat d’avui pugui durar” (Socialmente hablando, la libertad tiene que tener un límite. Dudo que esta libertad de hoy pueda durar). Y ya, para desconcierto descacharrante del respetable, ésta última, con la que puse fin a mi Moleskine y casi a mi capacidad de asombro: “Hem de ser progresistes, cada dia més progressistes, encara que aquestes idees ens portin a cada moment a posar totes les nostres succesives esperances en les successives criatures de bolquers” (Tenemos que ser progresistas, cada día más progresistas, aunque estas ideas nos lleven a cada momento a poner todas nuestras sucesivas esperanzas en la sucesivas criaturas de pañales).
En el siguiente y último capítulo dedicado a Pla, intentaré explicar mi teoría al respecto de cómo planificó su calculado asalto a la celebridad. Y quizá, si tengo espacio, cite algunos párrafos maravillosos, de gran belleza, uno de los motivos por los cuales caí en su maldición.
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4 comentarios:
Me consta que Pla es un artífice del adjetivo
Ahora que estoy metida en el fantástico mundo de las leyendas me arrepiento de no conocer su prosa.
Todo se andará.
Besos, Ester
La verdad es leerlo es un placer, muy a menudo soliviantado por la mala hostia que te entra al leer determinadas cosas, pero creo que eso forma parte de su atractivo
Un beso.
Ya te entiendo, pero celebro el final.
Fue una lectura que alacé por motivos (o prejuicios) similares, pero... hay que rscatarlo desde la socarronería o el cinismo (que exige cierta altura intelectual, no lo niegues9, frente al mediopelismo melifluo, que no otra cosa es lo que nos sirven.
A mí me conmovió un pasage inolvidable donde hablaba del caminar descalzo... REn fin, sigo en Asturias, a la espera de tener dos semnas tranquilas Camino por la arena desnuda, en silencio...
Ana, me resulta realmente difícil separar al espía que seguramente delató maquis, del artista; al tipo despreciable que hay detrás de ese aspecto de pagès penoso que jamás dobló el lomo, del genio de, por ejemplo, la descripción...
En "El quadern gris" hay personajes latiendo y reclamando una novela. Lo que se llama una "spin-off". El pianista me tiene fascinado, al cual, por cierto, Pla desprecia, a pesar de acompañarse de él innumerbales veces y de dedicarle una página más que discreta el día de su muerte.
A ver si en el tercer capítulo afino un poco
Un abrazo
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