Podría haber titulado esta entrada de mil maneras, que corresponderían a las mil caras, todas y cada una de ellas contradictorias entre sí, con las que se definiría a sí mismo su protagonista. Podría haber titulado “Pla, ese hombre” y quedarme tan pancho. Tirando del hilo de mi valentía hacia con el muerto -que difícilmente va a contar con la oportunidad de contradecirme- podría haber llegado a titular “Pla, ese burgués”, “Pla, un Hidalgo del Empordà” o “Pla en el país de las maravillas”, por su más que dudosa atracción hacia la niña del faro de Palafrugell”.
Otro buen título podría haber sido “La cama de Josep Pla”, al que renuncié porque siempre estuvo vacía, y la cosa se hubiese acabado en este párrafo. (Con el fin de ejercitarme malamente en las mañas descriptivas que utilizó magistralmente el mismo autor, podría decir que las camas sobre las que Josep Pla vertió sus ambiciones literarias se podrían definir en términos contemporáneos como camas monoparentales, y en términos clásicos, como los tres o cuatro lechos de Onan. Me refiero a las propias. El tibio y fragante tálamo de los burdeles que frecuentó a ambos lados de la Tramuntana no cuenta. No revelo nada nuevo, y a quien me acuse de arrastrar su insigne nombre por el barro del sensacionalismo pornográfico propio dela telebasura, diré que la frialdad y el desequilibrio de peso y lado en el cincuenta por ciento de la superficie de las sábanas en las que durmió es un hecho fundamental en la vida y en la obra del genial empurdanés, que podría haber sido otra de haber encontrado una mujer que le quisiese como a un hombre en el fuego de los inicios, y después, más tarde, a través de los años de convivencia, como a un hermano. Esa, al menos, es su teoría del amor.)
Y qué se yo, podría haber titulado también “Amigo y traidor”, “Oficial y Caballero; “Donde dije digo, digo diego”. “A mi plin, yo duermo en Pikolín”, “ El espía que jamás amó”… y así hasta llegar a las mil maneras de sinterizar con pocas palaras la figura de un escritor como la copa de un pino del que transporto física, espiritual y mentalmente este verano, allá a donde voy, con gran sufrimiento para mis riñones, su voluminoso “Quadern gris” (Cuaderno gris), pues cuando me dirijo en bicicleta, orillando mi trocito veraniego de Mediterráneo, ya sople el Garbí, el Xaloc o el Mestral, al bar donde suelo leer, las esquinas de las tapas duras se me clavan en los riñones a través del delgadísimo nylon de la mochila. Y es que, incluso en los momentos en los que no lo leo, no hay nada de lo que diga, piense, vea o reflexione durante la canícula de este mes de Agosto que me impida relacionarlo con lo que escribe el ínclito Pla en esa obra ya clásica de la literatura, digamos, ibérica, aunque a él, por seguir cultivando su falsa humildad y su impostura filopagessa, seguramente hubiese definido como “Una obra humil del meu petit país, de l’Empordà” . (Una obra humilde de mi pequeño país, del Empordà) (el entrecomillado es estrictamente mío)
Por eso, o no sé si por eso, pero en cualquier caso, con “El quadern gris” y con su autor, me siento un poco como los descubridores que desenterraron a los antiguos faraones.
Desde que tengo uso de razón he oído hablar de Josep Pla. Soy de la generación de la tele en blanco y negro unicanal que veía y escuchaba en silencio, sin de decir ni mu, al calor tóxico de la catalítica, las entrevistas de Joaquín Soler Serrano, mientras nuestros padres atendían embobados a dos tipos que hablaban de cosas que tenían pinta de ser importantes, aunque lo que dijesen no les importase medio cuerno. Una de esas veladas en blanco y negro, apareció un tipo con boina, vestido con americana de pana negra, más viejo que mi abuelo, babeando solapas abajo y fumando ideales, al que el entrevistador llamaba “Maestro”, y al que interrogaba con tal devoción y respeto que pensé que era un familiar de Franco sacado del hórreo de servicio del Pazo de Meirás.
A partir de ese día, Josep Pla, se convirtió para mí en algo más que un tipo huraño y excéntrico, disfrazado de agricultor bellotero que va a misa, y que no podía apagar, ni ocultar -por mucho que quisiese seguir cultivando lo único que cultivó en su vida, la impostura vital con la que se cosió su coraza- la chispa de satisfacción de sus ojos, al verse en un plató de televisión consciente el “tímido descomunal” (enésimo posible título), de que le estaba viendo media España. Ese día, Josep Pla se me quedó gravado en mi apenas estrenada memoria como un tipo raro que no hacía lo que reflejaba su aspecto y que escribía cosas interesantes, diferentes, dichas de una manera especial y al que algún día debería de descubrir.
Desde entonces han tenido que pasar cerca de 35 años para que yo afronte una cara a cara con la momia de Pla y sus misteriosos poderes. Estos son, poco más o menos, los mismos años que tenía el “Maestro del adjetivo” (otro buen título) cuando pasó a entrar al servicio de inteligencia franquista en París durante la postguerra española y la Segunda Guerra Mundial.
La edición que leo de “El quadern gris” contiene cerca de 800 páginas con una tipografía más bien pequeña. Es la especial de bolsillo en tapas duras que ha editado “Destino” a un precio más que razonable. No sé si vale la pena decirlo, pero en cualquier caso lo hago: “El quadern gris” es un dietario de juventud, reescrito más tarde por el autor, en el que se suceden sus vicisitudes, impresiones, anécdotas, y reflexiones de todo tipo los días transcurridos durante los años 1918 y 1919.
Hoy, una noche más, lo tengo ante mí. Me hago fuerte para no escuchar el ulular agudo de sus invocaciones, para dejar de escribir y no volver hacia él. Pensé que un gin tonic generoso de hielo, con una rodajita de limón, servido en copa balón, unido al silencio de la noche y al olor penetrante del jazmín serían los ingredientes adecuados para el antídoto perfecto. Pero todo intento es inútil. No me queda más remedio que reconocer y asumir que he caído en su hechizo, y que soy víctima de la “Maldición de Pla”, el título por el que decido encabezar esta entrada que contendrá, no sé todavía, si uno o dos capítulos más.
La marca de lectura se encuentra ahora en la página 452. No voy a tardar en llegar hasta el final, de manera que en muy pocos días, daré buena cuenta de los síntomas y de mi estado general de salud, aunque viniendo de Josep Pla, y a la vista de como actúa el libro sobre mi pobre cabecita, es posible que, o bien no diga toda la verdad, que la diga a medias, o que una línea sea suficiente para me amen “for ever” y a la siguiente deseen fusilarme.
Para abrir boca dejaré esta perla, extraída del texto con forceps, que en mi opinión dibuja, o mejor, delata, en menos de una docena de palabras, al verdadero Pla. No la comento, solamente la reproduzco, porque me da la sensación de que si después de reescribir toda la obra en su madurez, Josep Pla conservó la aposición, es porque creía en ella.
“-Era un bon home, un fracasat…- digué la dona amb incoherència”
(“-Era un buen hombre, un fracasado…- dijo la mujer con incoherencia”)
8 comentarios:
Ahora son las 19:24 h del mismo día de la Verge d'Agost y yo no huelo a jazmín ni a nada. Metida en casa por otra dichosa canícula y rememorando la deliciosa y etérea jornada del lunes, comentar que la entrada podría titularse: " Secretos de una boina empordanesa".
No puedo opinar sobre Pla pues no he leído nada suyo.
Un beso, Ester
He visto en los links de mi blog "Josep Pla" y me he encaminado rápidamente hasta aquí. Como siempre, un excelente artículo. Gran catálogo de títulos posibles. El Quadern Gris lo leí en Arbucies, donde supuestamente mi familia poseyó una mansión que entonces era un hotel y ahora un parque público. Por las mañanas, recuerdo, alguien de la familia jugaba al ajedrez con el nuevo dueño. El trato era este: si ganábamos, recuperaríamos el control del lugar. Naturalmente, el nuevo dueño era demasiado bueno como para correr riesgos: siempre ganaba él. En el fondo, era tan sólo un juego literario. Entonces creí conveniente leer a Pla (y así me lo recomendaron) en la campiña barcelonesa, un tibio verano, y melancólicamente.
Ester, nosotros también pasamos un día estupendo. Por cierto, en el jardín nos ha crecido un cordero ;)
El título que propones para estas entradas no está nada mal. Lo que esa boina debe saber, no lo sabía ni el mismo Pla, porque era la que estaba más cerca de su cabeza. Besos
Víctor, no sé si te ocurrió lo mismo con Pla: asombro ante tal cúmulo de contradicciones, asombro ante el poder extrarrestre para adjetivar, para describir y también oara narrar, porque es un excelente narrador; asombro ante su capacidad para envolverse en su piel de burgués reaccionario para que nada le hiciese daño: los días correspencientes a la semana de la huelga general del 19 en BCN son para quedarse pasmado; asombro ante su continuo lloriqueo porque es un hijo de papá que no da palo al agua y no es capaz de ganarse lo que se gasta en juergas...
Y aun así... Pla es un tipo magnético, quizá porque es más un personaje que un hombre, eso sí, un personje que escribe como Dios
Gracias por pasar, Víctor. Saludos
Reconfortante seguir leyéndote, Casi borras las desastrosas imágenes ampurdanesas de este verano. Puestos a elegir, me quedo con el título "El espía que jamás amó!.
Abrazos!
Huy!, lo peor de esas imágenes es lo que quedará durante años y años: un aunténtico paraiso en la tierra que encontró en Pla su mejor pintor. Por cierto, en "El quadern..." hay un momento en que hay fuego cerca de Palafrugell, y Pla critica la pasividad y la indiferencia de sus paisanos ante la destrucción de su entorno: él se limita a eso, a criticar, y a comentar la jugada en el bar, con sus amigos de tertulia empurdanessa.
Je, je, a mi también me tira ese título, pero es que Pla, por muy odioso que resulte, atrapa, de ahí el de "la maldición..."
Abrazos
Quería decir un auténtico paraíso en la tierra convertido en cenizas
Precioso texto. Enhorabuena por el blog.
Un artículo muy interesante y completo. Gracias.
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