lunes, 26 de septiembre de 2011

Quinto desmentido



Imperativos laborales me obligan a tragarme páginas y páginas que describen minuciosamente investigaciones tecnológicas y novedades científicas. A veces, incluso, me veo obligado a leer con atención resúmenes de tesis doctorales que pueden llegar a plantear, por ejemplo, cierta innovación con la que se puede hacer algo que durante cientos de años se ha venido realizando de modo contrario pero con resultados equivalentes.

A menudo, esos estudios se redactan sin ninguna gracia, porque su función no es entretener al personal. Pero hay una expresión que los doctos ingenieros utilizan con frecuencia y que, no es que me haga reír, pero me llama la atención y me ha provocado, en estos tiempos que me ocupan, una nueva sospecha. Y es que los científicos, a la hora de referenciar las fuentes sobre las que se fundamentan sus hipótesis, los antecedentes de los que parte su investigación o las autoridades consultadas para blindar los resultados de sus trabajos, siempre escriben “la literatura consultada dice que…” como sinónimo pervertido de “la bibliografía consultada dice que…”, expresión propia y genuina, correcta y objetiva que indica con precisión lo que en realidad quieren decir. La comunidad científica, gracias a esta desviación semántica, quizá pretenda hacernos creer que lo suyo también es cosa de las musas, de la inspiración. O por el contrario, cuando un ingeniero sustantiva como ‘literatura’ todo lo escrito y descubierto con anterioridad a su descubrimiento, posiblemente lo esté menospreciando, tachándo de poco veraz, poco creíble, sibilina y elegantemente de “un cachivache fabricado con buenas intenciones, pero que no funcionaba. No como este mío, que es la hostia."

De modo que, sea como fuere, los hechos me obligan a llegar al convencimiento de que para cargarse de razón, la ciencia y la tecnología han tenido que echar mano de la más incierta de las artes, la más ambigua, la más canalla, aquella que jamás cuenta la verdad, aquella que se practica con los instrumentos más rudimentarios de los que dispone el género humano.

De ahí que cuando me explicaron hace pocos días la primera ley de la termodinámica, para entenderla tuve que acudir, precisamente, a la literatura, y el resultado -no sé cómo decirlo- fue descorazonador. O no. La cuestión es que no me ha quedado más remedio que tatuar una nueva muesca en el revólver inclemente de mi escepticismo crítico.

Porque vino a suceder que, cierto día laborable, después del octavo intento de un ingeniero por aclararme la utilidad y los mecanismos de su nuevo artilugio, éste me citó la susodicha ley, que viene a decir, poco más menos, que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Al escucharle puse una gran cara de ¡Eureka!, y le dije que por fin había entendido lo que me decía, no sin antes disculparme una docena de veces y provocarme myself, a través del preceptivo intercambio fisioenergético, la rojez en la mi piel del rostro mío, para goce y disfrute de su vanidosa superioridad tecno científica.

Ahora bien, poco después, mi ignorancia se quedaba a solas en mi lamentable compañía urgida por la necesidad de llevar a cabo un trabajo encomendado a partir de un texto ininteligible, acompañado de unos gráficos indescifrables , y como única baza posible, la idea solitaria que se había quedado estampada en mi cerebro: la energía como una loca, pintada la cara igual que una puerta, emperifollada, emplumada, caminando de un lado a otro del universo, disfrazándose, camuflándose, escondiéndose, dirigiéndose a los hombres con voz grave y cariñosa -morritos de carmín fosforescente- sobre un par de tacones vertiginosos, desapareciendo y apareciendo de nuevo con otra forma, y así hasta el fin de los tiempos…la juerga continua, la fiesta desbocada de la energía…

Y entonces intenté tranquilizarme, quemé unas barritas de incienso, me bebí un chupito y me puse a pensar, pero todo fue a peor. Por fin, al cabo de un par de horas, creí dar con el cabo del hilo, que no era más que pensar como un científico, es decir, ir a la literatura, y así empecé a escribir el beso que no di, el llanto que lloré, la muerte que vendrá, el amor que no abracé, el golpe que encajé, el adiós en un tren, el alba en oriente, la lluvia en Praga, un verso de poeta, adoquines negros, nubes tormentosas, un perro sarnoso, la tuberculosis, carcajadas infantiles, un tango, una navaja, un ciprés sin cementerio, una minifalda, gemidos y olores, saliva y semen sobre una cama, una vieja enlutada, dos obreros, un sendero, la cumbre en el horizonte, una mujer que lee, un asesinato, un rey, un tirano, un frasco de veneno, la calle de madrugada, olor a perfume, un barco, agua fría, un espejo empañado...

Fue todo inútil, energía desperdiciada, momentos de potencia concentrada que no han llegado a nada, que se han quedado en el cero absoluto, en un par de papeles arrugados dentro de una papelera que pronto formarán, junto a otros tantos, un puñado de mierda que ni siquiera huele, que no se transformará ni en una triste llama ardiendo sobre un cenicero. ¡Que no me cuenten cuentos!

6 comentarios:

J. G. dijo...

no mezclo los impretativos con los estudios, sólo dejo llevar

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

J.G, los siento, pero no entiendo lo que quieres decir

ESTER dijo...

La mente de una persona de "ciencias" no tiene la destreza lingüística de una de "letras", pero los de "ciencias" abstraemos mejor lo desconocido e inmaterial y no nos cuesta entender lo del principio de la Termodinámica y de la conservación de la energía (toma ya....) (je,je...)


Un beso, NENA

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La conservación de la energía...
Yo me la imagino (a la energía) dentro del congelador, para utlizar más tarde, cuando la tienda de energía esté cerrada y no haya energía que poner en la mesa. O como una momia, bien envenadita, metidita en su sarcófago, con todos sus potingues, a la espera de que alguien lo abra y se desate la maldición de la energía...
En fin, la energía, abstracta y material...

Un abrazo fuerte Nena

Joeller18 dijo...

Yo creo que cada gremio tiene lo suyo.
Por ejemplo en justicia es frecuente oír: ab intestato. Con lo fácil que es decir sin testamento.
Los médicos cuando cursan sus estudios, yo creo que tienen una asignatura de mala letra.
Y así podríamos continuar con todas las profesiones. No es difícil oír: Gajes del oficio.
Un abrazo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La creación de un lenguaje corporativo es la manera más efectiva de hacer dependientes. Y qué curioso, porque resulta que el lenguaje con el que se protegen nuestros derechos es de los que menos se entienden.
Abrazos, Joeller18