lunes, 19 de septiembre de 2011

Cuarto desmentido

He estado de viaje, un largo viaje, aunque el lugar al que he ido no es lejano. Sin embargo, para conocerlo bien se necesitan varios días, mucha curiosidad y cierto espíritu aventurero.

Hace ya casi tres semanas que decidí hacer las maletas y poner rumbo a Castroforte del Baralla, un pueblecito gallego próximo a Portugal y limítrofe con Villasanta de la Estrella. Había oído hablar de él, del carácter tan peculiar de sus paisanos, de las ricas lampreas que se crían en el río Mendo a base de carne humana y que suponen la principal fuente de riqueza; también, del fervor incondicional e inquebrantable que los castrofortinos profesan a Santa Lilaila de Couso, una doncella que arribó hace siglos a bordo de una balsa de piedra. Aún así, contando con todas esas referencias, tan suculentas, tan prometedoras, quienes me informaron sobre los lugares y puntos de interés de la localidad se quedaron cortos.

Dar con Castroforte es complicado. Utilicé Google Map y el célebre Tom Tom, pero esas herramientas del diablo son inútiles cuando de lo que hablamos es de un lugar que a menudo envuelve su circunvalación en una espesa niebla que lo protege de forasteros impertinentes, de ladrones de lampreas o de invasores de todo tipo. Además, si el día en el que uno llega coincide con determinada posición de las estrellas, entonces el pueblo se balancea de Este a Oeste como si se tratase de una gran góndola de feria, de manera que el viajero corre el riesgo de desorientarse y perder para siempre la pista.

Así es que, siguiendo el consejo de un buen amigo, me deshice de las nuevas tecnologías, me puse en manos de la intuición y cuando finalmente di con la villa lo primero que hice fue preguntar por José Bastida, su cronista oficial, un tipo encantador, un tanto tímido y contrahecho, con fama de poseer poderes no del todo normales, y gran conocedor de los mitos, leyendas y realidades empíricas que se sucedían en el día a día. Enseguida hubo buena sintonía entre los dos y junto al amigo Bastida pude conocer a fondo la idiosincrasia castrofortina, sus cuitas, esperanzas y temores. Fue tal nuestra amistad que gracias a él viví en primera persona un suceso extraordinario con el que he podido confirmar una certeza que hace tiempo no era más que una sospechaba, justo en un momento de mi vida en el que huyo como de la peste de las verdades impuestas.

Y es que Bastida, a la sazón, había experimentado por vez primera el amor con la mujer que había deseado toda la vida, y en una de las primeras noches de pasión, mientras Julia, su amante, descansaba plácidamente junto a él, éste presagió una inminencia, la despertó y casi con lo puesto y con un hatillo atropellado salieron escopeteados a la calle. Bastida llamó a mi puerta para despedirse y como no supo o no quiso contestarme a mis interrogantes causados por la precipitación, les seguí para ver qué es lo que movía a tanta urgencia a aquella pareja. Y sucedió algo maravilloso. Muy cerca de las lindes del pueblo, tocando casi con Villasanta de la Estrella, los dos tórtolos se detuvieron. Bastida introdujo el hatillo entre las ramas secas de un agujero que dejaba el claro de un seto. Después cogió de la mano a Julia y la invitó a introducirse en el mismo lugar y, finalmente, se metió él. Me preguntaba a dónde conduciría aquel escondite y cuando especulaba sobre sus intenciones y su destino, entonces Castroforte empezó a temblar. En los primeros instantes no podía creerlo, poco a poco el pueblo se fue elevando hasta aparecer como una isla flotando sobre aire, un gran pedazo de tierra gallega bajo el cielo oscuro, limitada en todos sus puntos cardinales por el abismo.

En unos minutos Castroforte volvió a llenar su hueco en la Tierra. Para entonces, José y Julia ya estarían lejos, en otro lugar, con su amor a salvo, en una tierra diferente gracias a que la que les vio crecer había desafiado durante unos minutos toda ley natural, humana y divina.

Después de reponerme me llegué a la fonda, hice de nuevo las maletas y volví a mi origen. Y en el camino de vuelta me propuse firmemente no explicar esto a nadie. Pero ayer, viendo la televisión, me topé con una documental en el que se mostraba cómo Newton había llegado a formular la ley de la gravitación universal y estuve casi media hora bebiendo whisky y carcajeándome. Y es que, debido a la experiencia vivida días antes, al llegar a casa había estado documentándome sobre el origen de la famosa ley de la gravitación universal y sus falacias. Y resulta que el famoso suceso de la manzana cayendo del árbol no es más que una patraña que se sacó de la manga un tipo llamado John Conduitt, asistente de Sir Isaac, quien escribió que en el verano de 1666 (año escalofriante), mientras Newton paseaba su genio por los jardines de su mansión en Woolsthorpe Manor, una rica manzana roja de la exclusiva especie Flower of Kent fue a caer a su lado mientras en el cielo la luna llena dibujaba en su movimiento, minuto a minuto, el arco invisible de su aparición en el cielo. En menos que canta un gallo, Isaac Newton se encerró de nuevo en sus aposentos y formuló su famosa y universal teoría del movimiento de los planetas y afirmó, mediante extrañas fórmulas, que una fuerza llamada gravedad era la responsable de la atracción entre todos los cuerpos. Conduitt escribe textualmente que “he first thought of his system of gravitation which he pit upon by observing an Apple fall from a tree”, que viene a decir, más o menos, que su maestro pensó por vez primera en la gravedad viendo caer una manzana.

Este episodio, siendo generosos, es apócrifo, y nadie lo ha podido confirmar, excepto su autor, el trepa de Conduitt. Por otra parte, es conocido el fervor creyente de Newton, y quizá por eso dejó pasar 20 años desde el hallazgo hasta que decidió publicarlo, porque se negaba a creer que Dios no pintaba nada en el movimiento libre/caótico/formulado del Universo. De ahí que, como mínimo, deberíamos ser prudentes y colocar nuestras dudas sobre la tiránica ley que lleva su nombre.

A todo esto, no me gustaría influir ni mucho ni poco con mis reflexiones al respecto de mis experiencias y mis investigaciones. Sólo me limito a enfrentar, en voz alta y científicamente, dos sucesos. Uno de ellos lo viví en primera persona, y vi lo que vi. En cuanto a la famosa manzana, origen de los celebérrimos 9,8m/sg2, está demostrado que tiene más de historia para niños que de ciencia. Su veracidad no está contrastada y, sinceramente, poner al planeta y al destino de la humanidad en manos de una serie de signos inspirados en una leyenda no es muy racional que digamos. Aunque no voy a desgañitarme más. Para entender lo que explico hay que viajar a Castroforte del Baralla. Allí la ciencia se hace con sueños, y los resultados son prodigiosos.


La fotografía que ilustra esta entrada corresponde, ni más ni menos, que a la mansión de Isaac Newton en Woolsthorpe Manor, con el manzano, ya seco, en primer término.

5 comentarios:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Largo y fructífero viaje. Castroforte.. no deja de resultarme familiar, y próximo y afín. Abrazos!

Anónimo dijo...

Mundo fantástico, sí. ¿Por qué el ser humano siempre intentará explicar todo mediante leyes y sentencias y creérselo al fin como verdad? Si uno lee las noticias de estos últimos años, ¿habrán servido de algo tantas teorías? Porque al final, acabamos todos levitando como el pueblo de Castroforte...

Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Sí que lo ha sido Ana. Uno de esos viajes inolvidables. Prodigioso GTB. Ha supuesto una especie de revelación. Quien tenga arrestos hoy día que escriba algo semejante.

Ataulfa, estoy de acuerdo contigo. Lo más irracional explica mejor el mundo que cualquier verdad objetiva. Además, rebelarnos implica cuestionar lo más sagrado, y en un mundo cietifista, adorador de la tecnología, sacarle la lengua a todo eso creo que es de lo más sano. Creo que se pierde el miedo a dar algún paso más, a cuestionar después, por ejemplo, que la crisis es como el Anticiclón de las Azores.

Abrazos

Juan Manuel González Lianes dijo...

¡Que se lo digan a Álvaro Cunqueiro! Su espíritu parece estar presente en esta entrada.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Por ahí van los tiros. Quien me invitó a Castroforte fue GTB.
Un abrazo, Juan Manuel