sábado, 30 de enero de 2010

El coleccionista


El otro día me robaron la cartera. Por si alguien lo dudaba, soy un documentado. Podría vivir, por ejemplo en Vic, o en Torrejón, en cualquier pueblo italiano tan ricamente, por poner tres casos europeos. Nada tiene que ver mi condición inmortal para cumplir mis deberes como ciudadano. La cosa es que tuve que acercarme a la comisaría y mientras esperaba pude oír una conversación a través del tabique de Pladur anejo a la sala. La transcribo ahora mismo de memoria. En realidad lo que oí fue un monólogo, porque solamente percibí una voz; una voz clara, educada, extremadamente educada, casi diría que flemática, estirada, al más puro estilo inglés; una voz victoriana. Por momentos, durante breves intervalos, el timbre cambiaba de matiz, como si perdiese tono, como si la garganta que pronunciaba palabras sufriese una transmutación que le obligase a expresarse en una armonía quejosa de susurros y gruñidos que le confiriese cierta irrealidad. Algo extraño, más bien inquietante.


<<…¡Claro que voy a colaborar!. ¿Es que acaso lo ha dudado un solo instante? Soy coleccionista. Los coleccionistas somos gente extraña que vive en un mundo apartado, regido por reglas propias que satisfacen y garantizan plenamente nuestras obsesiones. Por eso no hay quien nos aguante y, por lo general, vivimos solos, al cuidado de nuestras colecciones, que miramos y toqueteamos una y otra vez para asegurarnos de que todo sigue estando en su lugar. En pocos días nos convertimos, sin darnos cuenta, en monjes de nuestra orden y toda nuestra vida gira alrededor de la recopilación de piezas que con esmero, paciencia y tiempo hemos reunido. Este ejercicio contínuo de acopio, examen y taxonomía escrupulosa nos influye por fuerza en el carácter, nos moldea, nos hace huraños, desconfiados y a veces violentos. En nuestro quehacer diario no podemos dejar de realizar una serie de tareas, como por ejemplo, repasar nuestros tesoros para memorizar con puntillosa precisión hasta el más mínimo detalle de cada una de las piezas que componen la colección. Creo que nos sometemos a esa rutina porque nos reconocemos en las adquisiciones, porque no sólo vemos en ellas su valor, sino el esfuerzo invertido, los sinsabores recibidos, o el sacrificio padecido. Incluso somos capaces de permitir que nos vilipendien. Pero nos da igual. Sabemos que tenemos una misión en la vida y nos vaciamos con tal de poder cumplirla a la perfección. La incomprensión no nos desmoraliza. Al contrario, nos motiva, porque somos conscientes de que la sociedad nos necesita; vivimos en la certeza de que si no somos nosotros los que cumplimos con el supremo deber de ordenar el mundo, de clasificarlo, de salvaguardar aquello que se desprecia por el hecho de ser viejo, raro, o vulgar, nadie más lo va a hacer.


>>Los coleccionistas nos reconocemos sin necesidad de organizarnos en hermandades secretas. Incluso nos comunicamos sin necesidad de ponernos en contacto los unos con los otros. En nuestra misión diaria, sabemos perfectamente que muy cerca, o al otro lado del mundo, hay alguna otra persona que en el momento justo en que yo observo y acaricio y susurro a algún elemento de mi colección, otro colega hace exactamente lo mismo en su zona, en su país, o en su región, de manera que así nos sentimos acompañados y reconfortados y seguimos con nuestra tarea con más ilusión si cabe, porque los resultados de nuestro trabajo, poco a poco, pacientemente, sin perder jamás, jamás, la guía de la precisión, van adquiriendo consistencia a escala planetaria. De modo que se podría afirmar que trabajamos estructurados en una red invisible, no secreta, secreta no, invisible, que no es lo mismo, no vayamos ahora a decir ahora cosas que no son, y entonces, ¡ah! entonces, todo en su sitio, orden, concierto, si no todo al carajo, porque una mínima imprecisión en los oídos de cualquiera y todo cambiaría, y para qué queríamos cambios, a ver, si las cosas son así, así están bien y así han sido siempre, para qué cambiar, siempre, siempre todo en su sitio. De lo contrario, sí, de lo contrario, habría que tomar cartas en el asunto y después las consecuencias, después quién se hace cargo de las consecuencias. No, ni hablar, nada de sociedad secreta, una red invisible sí, una red invisible, bien comunicada, en la que los coleccionistas, unidos, ordenamos el mundo. No obstante, por mucho que me sienta estrechamente ligado a mis congéneres, mejor, a mis hermanos, una pieza es una pieza. Quiero decir con esto que en la lucha diaria por enriquecer con los mejores triunfos nuestras compilaciones no hay hermanos ni hermanas que valgan, y eso es algo que todos entendemos sin que código alguno lo tenga que especificar. Tácitamente, cuando una persona corriente se convierte en coleccionista, tiene que saber que en este negocio sobrevive el más fuerte, punto. Es toda una metamorfosis. Duele, porque de repente se da uno cuenta de todo el tiempo, el hermoso tiempo que se ha perdido en recopilar y clasificar algo que está por ahí desperdigado, de cualquier manera, aquí, allá, lejos, junto a mí, qué más da, el caos, la lucha contra el caos, es una lucha sin cuartel y, quien no ha recibido la llamada, qué va saber, ¡qué diablos va a saber! Por eso el novato aprende pronto que entre nosotros el fin justifica los medios y que, tal y como vio Darwin - uno de los mejores, si no el mejor, por cierto- la adaptación al medio y el desarrollo de habilidades prácticas, de detección y defensa del patrimonio, son dos fundamentos básicos a ejercitar si se quiere ser alguien. Eso no significa que arrimemos el hombro cuando oímos la llamada de auxilio de alguno de nosotros, que nos defendamos de enemigos comunes, que los hay, peligrosos y taimados. ¡Cuánto peligro ahí fuera!, sí señor, siempre ojo avizor, nariz de perro pachón para olisquearlo todo, a todas horas, hasta las paredes oyen, vigilantes, sin perder atención en nada, con el tercer ojo, atentos, ¡atentos!, si no queremos lamentarlo, que demasiado alta es la meta, trascendente, como para andar confiados, sin más. Por eso a menudo nos convocamos en plazas. Esto no debería decirlo, pero ya casi que da igual. Seguro que ha visitado alguna vez alguna feria de coleccionista. Las de sellos tienen mucha solera, también las de monedas. Aunque en estos tiempos solemos utilizar como pantalla las chapas de botellas de cava, un objeto vulgar, sin valor alguno. La gente, con la modernidad, se ha envilecido, y tenemos que adaptarnos. En el sello y en la moneda había un algo, había historia, un conocimiento, un valor, curiosidades interesantes en las que profundizar. Hoy en día nos quedamos en la superficie, y qué hay más superficial que una vulgar chapa de cava fabricada en latón. Pues levanta pasiones. Así es que las utilizamos para vernos sin levantar sospechas. En realidad las chapas nos importan bien poco. Aficionados y curiosos se pasean entre los puestos en las mañanas claras de domingo y por momentos creen que son coleccionistas. A veces, mientras esperamos y para no aburrirnos demasiado, incluso les intercambiamos alguna, y se van contentísimos a su casa, donde explican a la familia, mientras se comen la paella, la importante adquisición que han realizado gracias a la habilidad negociadora y al poder de persuasión que utilizaron con un tipo que ni sabía lo que tenía, el muy gilipollas. En estas concentraciones también dejamos que personas ajenas a nuestra red planten su puesto junto a nosotros. Les dejamos porque afianza nuestra coartada. Claro que les reconocemos. Si no hay más que verlos, los pobres, con la ingenua conciencia de ser lo que no son etiquetada en cada uno de los gestos. En realidad son igual que los aficionados que pasean y que vienen a visitarnos a los pueblos y ciudades que escogemos. Con la diferencia de que éstos se creen que son algo. Como no nos conocen, a menudo les damos cháchara y es muy divertido verles tan afanados manteniendo sus corolarios clasificados en carpetas plastificadas, o en cajitas de madera construidas por ellos mismos, en donde muestran con orgullo sus surtido de chapas, de plumas estilográficas, de carteles de cine, de soldaditos de plomo, de esos objetos horrendos llamados pins, cómo odio los pins, odio los pins, sí, quememos todos los pins, a veces me dan ganas de gritar, y cierro muy fuerte los puños, pero qué más da, vamos a exterminarlos, los puños, me sangra la palma de la mano por cerrar tan fuerte los puños, contención, lo importante es hacer que el tipo no sospeche, ni él ni los plácidos visitantes. Paciencia, mucha paciencia, la paciencia es nuestra mayor virtud. Porque al final llega la recompensa. Son ya muchos años y, créame, no hay nada comparado a la satisfacción de entrar a casa después de un duro día de búsqueda y gozar de la visión, más que de la visión, de la compañía del objeto de nuestros desvelos. De ahí que sea tan importante que entre nosotros exista cierta solidaridad de clase y que necesitemos vernos en público, frente a frente. Con un pequeño gesto tenemos suficiente. Sabemos que no estamos solos en esto, nos reconforta sentirnos partes de un todo, de algo que nos trasciende, superior a nuestras existencias carnales. La carne, en la carne es donde habitan los poros, el vello. La carne es el origen, en la carne, el vello, rubio, negro, frágil, la porosidad y el sudor cuando hace calor, o la fiebre y se eriza el vello, o si no hay vello, porque es de mujer y ellas se depilan, y se eriza la piel pura o sudan como ríos, pequeños ríos, arroyos de agua con sal, que son toxinas, como orines que manan espontáneos pero de otra calidad, más, ¿cómo diría?, sudor, eso, se ha fijado, porque el cuerpo es realmente sabio y sabe en cada momento qué tiene que hacer con cada tipo de persona, hombre, mujer, niño, viejo, la carne de viejo ya no suda, ya ni para sudar, pero hay que guardar y dar testimonio de todo, y así los voy clasificando. Al tiempo, sin prisas, que lo primero es explicar la misión, nuestra misión, porque si no, no va a entender una mierda. Pero en fin, el caso es que cierto día, un domingo de mayo -sí, creo que era mayo- nos convocamos porque había saltado la alarma. Algo había levantado sospechas y cualquier descuido puede resultar fatal para nuestra seguridad y, por supuesto, para la colección. Y la misión, claro. Ya les habíamos olido... ¡cómo no íbamos a colaborar…!>>


Hasta aquí pude escuchar, porque el agente voceó enérgico mi número. Me tuve que levantar, mojar mis dedos en tinta, estampar mi vieja huella decimonónica sobre un rectángulo blanco, firmar y ya, de nuevo ciudadano europeo, en la calle, entre mortales etiquetados, perfectamente documentado.


Vuelvo mañana
El cuadro es de un pintor danés llamado Vihelm Hammershoi (1864-1916). Se titula "El coleccionista de monedas"

43 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Yo cada día me aficiono más a coleccionar mañanas, don Mariano.

Mercedes Pinto dijo...

La verdad, por mucho que el tío se explicó, yo sigo sin entender esta obsesión. Si acaso, la entienco en su significado más simple: necesidad de clasificar, ordenar, compilar... O sea, la necesidad misma, pero el fin, esto se escapa a mi entendimiento; porque si algo tengo claro es que nada quedará, hasta el sol morirá. Para qué coleccionar.
Ahora, el relato es magnífico, lo disfruté.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

leer esto me ha recordado que he de renovarme el DNI.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Si te quedaste indocumentado y el fruto de esa molesta pérdida es éste, te digo que bien valió el susto.

He disfrutado a este coleccionista mucho, mucho. Un monólogo sin desperdicio. Incluso te diría que extensible a otros especímenes, leáse escritores, poetas, pintores, blogueros y demás faunas semejantes y raras.

¡Salud, Mariano, que releo de nuevo al mejor JLM!

Carlos dijo...

Que bueno el decálogo del buen coleccionista, para colgar a la entrada de cada anticuario, librería de viejo,mercado de sellos...Nunca he llegado a tal obsesión, pero a veces me he sentido invadido por algunas de las obsesiones descritas en la tarea de búsqueda de libros.Tú si que coleccionas buenos artículos. ¿Recuperaste la cartera o entro a formar parte de un coleccionista de lo ajeno?

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Querid@s: somos todos objetos de colección, y somo todos coleccionistas. Somos el coleccionista coleccionado. Todo depende de las manos en que caigamos. Todo depende de nuestra naturelaza, de la voluntad que tengamos en que nos claven en el cuerpo un alfiler y nos guarden in etertum. De que veamos sin hacer nada cómo a iguales les tratan como a objetos repetidos y desechables

Anónim@: me alegro mucho de ser útil en algo.

¡Salud!

Eastriver dijo...

arrrrg, mi corazón se iba acelerando a tu dictado! Desde luego, eminente amigo, conseguiste enloquecerme un poco. Y lo mejor, el paulatino enloquecimiento del personaje. Lo convertiste en un freek peligroso, que aprieta pins con las manos hasta lacerarse. En un loco casi violento... Yo creo que ese coleccionista sí que vive en Vic (qué malas pulgas gasta, señor hablador, jeje).

Se me hace difícil entender el ansia por coleccionar, la verdad. Se me escapa totalmente esa disponibilidad del espíritu. Y mira que yo también tengo mi propia colección, pero no obsesiva, o menos obsesiva. Un día la compartiré. Salud

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ramon, ese coleccionista somos tu, yo, y el vecino. Somos también el gilipollas que come paella los domingos pensando que es el más listo del mundo. Somos el viejo que ya no suda, la piel seca del niño secada por la sal del mar, el comisario que no habla pero que pide colaboración y, cómo no, la obtiene...
Efectivamente, arrrgggg.
¡Salud Ramon!

Dilaida dijo...

De verdad que he disfrutado con el coleccionista y ahora ya sigo una nueva colección, voy a coleccionar tus entradas.
Bicos

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Muchas gracias Dilaida. Sé prudente, que ya ves como acaba la afición de coleccionar...
Encantado de que sigas por aquí
¡Salud!

Anónimo dijo...

Tengo la impresión de que este coleccionista que se ha puesto las gafas de ver de cerca, si está colaborando en algo es a que la orden, la red invisible, sea mejor. El análisis y la clasificación del mundo particular que está haciendo en este momento me parecen, al escucharle, propias de alguien que si no es un cínico se encuentra a un paso de admitir que no es perfecto/a y que hay mucho que cambiar.

Por cierto, Hablador, tal vez no has leído a Dewey pero tu artículo
(concentrado como una caja de Avecrem) rezuma Clasificación Decimal Universal y terminología documentaria. Que envidia.¡Salud! Glòria.

ESTER dijo...

Y porqué no coleccionar pensamientos?:

Voltaire dijo:Una colección de pensamientos debe ser una farmacia donde se encuentra remedio a todos los males.

Tod iría mejor...

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gloria, yo les tengo cierto temor a los coleccionistas. No deja de ser un actividad obsesiva la de acaparar mucho de lo mismo, con o sin diferencias; competir con otros por las mejores piezas; ordenarlo todo de manera enfermiza; despreciar aquello que nos parece indigno de ocupar un espacio en nuestra vitrina. Es la del coleccionista nuestra viva imagen, porque actuamos todos de esta manera. Por eso "mi" coleccionista se presta enseguida a colaborar con la policía, porque es el mejor aliado... juntos forman un equipo invencible

¡Salud Gloria!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Nena, creo que el sabio Voltaire esperaba demasiado del género humano. DE todos modos, no es una mala colección la que propones, aunque se me ocurre que, por regla general, en las colecciones nunca pasa nada, son corolarios muertos, inertes, solamente disponibles para la contemplación. Y si el pensamiento no genera acción, o consecuencias, de bien poco sirve, a veces...porque hay quien debería dormir todo el día, para que no piense. (aquí deberíamos añadir que una cosa es pensar y otra muy diferente tener ocurrencias)

En Catalunya tenemos una expresión que me encanta: "Fem un pensament" (Hagamos un pensamiento). Una vez la solté delante de una pareja aragonesa y les sorprendió. Me dijeron: "Anda, ¡en Catalunya haceis pensamientos!"

¡Salud Nena!

ARO dijo...

Este coleccionista es un funcionario aburrido que dedica el tiempo de trabajo a hacer de lo que no debe. No entiendo yo esa obsesión por coleccionar, es como dedicar la vida a amontonar cosas muertas. Tenía un amigo que coleccionaba paquetes de tabaco, tenía ya más de catorce mil. Un día le pregunté que para qué los coleccionaba y me trató como si yo perteneciera a un submundo compuesto por ignorantes que no coleccionan.

El relato, estupendo. Saludos.

Anónimo dijo...

Pero… Los libros que ordenamos por querencias con mimo, los discos que clasificamos por géneros: clásica, jazz, rock, samba, en nuestras estanterías ¿no forman una colección? Los sellos, las monedas, el arte, las postales, también cuentan historias y la verdad, no me parece mal que alguien quiera guardarlas para escucharlas cuando le apetezca. La obsesión ya es otra cosa.

Tu artículo, Hablador, me ha sugerido algo distinto de lo que quisiste contar o contaste, pero remover el agua y que los otros pesquen algo bueno aunque no sea lo que el que escribe echa al río me parece un acierto. ¡Salud! G.

Armida Leticia dijo...

Es la primera vez que llegó por aquí, me guataría saber que coleccionas, y por supuesto, ver imágenes de tus tesoros.

Saludos desde México.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Arobos, el punto de vista inverso que nos das de la historia es divertido. Deberíamos utilizarlo más a menudo porque muchas veces es la manera de averiguar las claves de las cosas.
¡salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gloria
Seré transparente: esta entrada era un proyecto de cuento, o de personaje, un proyecto de algo, pero como siempre me ocurre, a los dos folios se convierte en un aborto, se atasca, y no camina, muere,y no hay manera de salvarlo, porque no tiene futuro. El otro día lo reelía y reelía por si hubiese algun asomo de salvación, y vi que el tipo que habla a través del tabique de la comisaría tenía mucho que ver con toda la gente que ha asumido el hecho de que aquí no cabemos todos, a no ser que nos interese. No hay nada más burgués que la imagen del coleccionista, y este mío además es coleccionista de humanos. Vi también que quien no habla (la poli)está encantada con este tipo de gente, porque facilita el trabajo. Es el sistema invisble que pide colaboración y que, por supuesto, la obtiene. De manera que lo que hice fue colocar el primer y último párrafo para enmarcar la voz y el tema dentro de mi voz de Pobrecito Hablador... y ya, al mundo.

¡Salud Gloria!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Armida, bienvenida. La verdad, no colecciono nada; bueno, miento, colecciono años, más de siglo y medio vagando, aunque algo que se acumula sin la voluntad de hacerlo, no es bien bien una colección
¡Salud!

Anónimo dijo...

Gracias Hablador, por tanta paciencia, por tomarte la molestia de esclarecer mentes a veces obtusas como la mía. Las referencias a Vic, Italia y Torrejón, eran claras pero… me perdí por el camino.

Por otra parte tu revisión del coleccionismo ha activado un grupo de neuronas que ya están pensando en escribir una entrada sobre ello. Espero que no te importe. Gracias y hasta la próxima. ¡Salud! Glòria

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gloria
Ni es molestia ni tu mente es obtusa. Ya sabes la máxima: si alguien no entiende algo, la culpa es de quien emite el mensaje, aunque a veces escondamos a sabiendas los signficados, porque somos así de retorcidos...
Y no me importa, al contrario, es todo un honor
¡salud!

Anónimo dijo...

Algún voluntario para mi colección de cabezas cortadas?

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Haberla hayla, la voluntad...

Anónimo dijo...

Te aseguro que no te dolerá,y previamente haremos una fiesta y pasarás al más allá sin enterarte. Tengo cabezas clasificadas por profesiones,y me falta la de escritor. Tu verás si te ves con ganas de pasar a formar parte de mi colección. Te puedo decir que es única y tienes asegurada la fama postmortem, que de otro modo dudo la tengas.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ya soy inmortal. Pero si se trata de pasar a la posteridad como escritor, y no como romántico despechado, aquí tienes el cuello. Algo es algo.

¡salud!

Ana Rodríguez Fischer dijo...

¡Menos mal!
El comentario o respuesta a Gloria, me apacigua.
Porque me reconozco coleccionista (ya lo confesé) de objetos perdidos o extraviados (aunque no de tu cartera), si bien en esa aficción, no me invade el frenesí. Más bien la melancolía. O empiezo a coleccionar cosas porque alguien un día... O, motu propio, lo hago si sé que ciertas "cosas" (Ramón Gómez de la Serna, al fondo) van a desaparecer: los tapones de corcho de los vinos, las tablillas de madera de las cajas de fresones impresas comme il fault y...
A.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ana
Hablas del coleccionismo de la memoria: a ese me apunto. Los recuerdos a travès de objetos sencillos, intrascendentes que contienen momentos inolvidables: una entrada de cine, al programa de mano de una obra de teatro, la cuenta de de un restaurante cutre, un TBO, un punto de libro que descansa justo en la página donde cayó una gota de vino, un cromo, el primer anillo... Efectivamente, la melancolía.

¡salud Ana!

Anónimo dijo...

Yo colecciono miedos,miedo a que me caiga un rayo,miedo a la oscuridad,miedo a que me entierren con vida,miedo a desmayarme a mitad de un orgasmo,miedo a volar,miedo a no nadar, miedo a la anestesia, miedo al miedo,miedo a querer y que no me quieran y a que me quieran y no quiera yo,etc,etc,etc.Necesito ampliar mi colección .¿alguien tiene un miedo nuevo para vender o regalar?

Isabel Martínez Barquero dijo...

Anónimo, a mí me gustaría regalarte para tu colección el miedo a que me deje de querer el dueño de este sitio tan amado.
Espero poder regalártelo en breve.

¡Salud, Mariano! El cariño es así y yo soy muy bruta queriendo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Querid@s. Es buena la sugerencia de una coleccion de miedos, porque al fin y al cabo son como otras colecciones, compuesta por piezas personales e intransferibles. La diferencia estriba en que esta no se disfruta, sino que padece, y cuantos menos piezas contenga, mejor que mejor, porque el miedo nos atenaza, nos impide avanzar.

Mi miedo es al dolor... Y a perder de nuevo a mi amor, que viene a ser lo mismo.

Isabel. Gracias por la incondicionalidad. Me apabullas.

¡salud!

Anónimo dijo...

Te sugiero que empieces a coleccionar enemigos,es una colección dificil pero se aprende mucho de uno mismo estudiando al enemigo. Luego los clasificas y despues te das cuenta con el tiempo que no hay tanta diferencia entre las piezas de la colección y uno mismo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Anónim@
Es verdad. No hay nada como un buen enemigo para andar por la vida. Te mantiene alerta, vivo y ágil. ¿El peor enemigo uno mismo? Quizá, a veces, según.

Es posible que con las colecciones pase lo mismo que con los perros: visto el chucho, visto el amo

¡Salud! Me ha gustado mucho este comentario, Anónim@

Anónimo dijo...

Dime qué coleccionas y te diré quién o cómo eres eres. Por favor que no sean animales disecados.

mariajesusparadela dijo...

Al fin mi mente cortita ha comprendido: coleccionas comentarios.
Pues, te traigo éste, que no lo tenías.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Anónim@, quien colecciona animales disecados colecciona la muerte: según la lógica de tu planteamiento, la misma muerte.
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Mª Jesús, (tienes en tu nombre a la madre y al hijo). Creo que tu mente es larga, larga... Las modestias retóricas suelen ser irónicas. Gracias por la pieza.
¡Salud!

Anónimo dijo...

El coleccionista más avaricioso que conozco es Dios,es que colecciona de todo y en cantidad. Eso sí, nos deja disfrutar de su colección.

Anónimo dijo...

Hola Hablador
Tienes razón, al final todos somos un poco coleccionistas, aunque en mi caso, mas que coleccionar, almaceno discos de vinilo y libros. No los clasifico ni me obsesiono por conseguir buenas piezas, es decir, rarezas o ediciones limitadas. De hecho me gusta leer libros vulgares comprados de segunda mano y encontras rastros por las páginas del antiguo lector. ¿Por qué subrayo esta palabra? ¿Y estos garabatos en el margen? ¡Hojas secas! Sorprendente lo que puede guardar un libro de segunda mano.
El de los miedos se olvidó el más clásico: el miedo a la muerte; y el más actual: el miedo a quedarte sin trabajo.

Anónimo dijo...

Amigo anónimo,soy el anónimo de los miedos y has dado en el clavo con los dos miedos que se me olvidaron.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Anónim@s
Imaginar las vidas que hay detrás de los libros usados a través de las huellas de sus dueños es una idea preciosa, creo que muy literaria. A esa colección también me apunto. Miedo a la muerte, no, creo que en realidad le tememos a la muerte de nuestros seres queridos, y no a la propia. Y miedo a quedarnos sin trabajo... eso no es miedo, es la consecuencia o el producto de un chantaje histórico al que nos tienen sometidos. Algún día nos libraremos de él.
¡Salud! Anónim@s ( un alias- aunque sea- os identificaría, os haría individuos que comentan y no comentarios que aparecen. ¿No creeis?

Fackel dijo...

Hammershoi es único. No hay nada en España de él, creo. Si no es por una exposición hace tres o cuatro años en La Pedrera (me parece que fue en La Pedrera, me flaquea el magín) no lo hubiera conocido. Fue una exposición prolija y fascinante. La vinculaban a la filmografía de Carl T. Dreyer. Pero la pintura del danés me llevó al huerto.

En mi blog utilicé varios de sus cuadros para una historia. Busca si quieres por marzo de 2007. Como soy un desastre y no pongo etiquetas y cosas así, tendrás que rastrear, si tienes paciencia.

Un deleite de pintor de interiorismos, incluso del alma.

Un abrazo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Fackel
Me alegro mucho de que hagas mención al cuadro. Para mi, cuando escribo una entrada, es muy importante poder ilustrarla con la obra de algún pintor cuyo tema, de alguna manera, se relacione con lo que escribo. Yo, sinceramente, no conocía a Hammershoi, y ahora que dices que hubo una exposición en La Pedrera, me da rabia no haber podido disfrutarla. De Dreyer si que he visto alguna de sus películas, y es verdad que hay algo en el atmósfera de la obra de los dos artistas que los conecta.

Gracias por el comentario, y bienvenido, Fackel

¡Salud!