Ayer, ya de madrugada, volvía del cine hacia mi casa. Conducía tranquilamente, casi dejándome llevar, como si las ruedas del coche estuviesen encajadas en dos raíles providenciales. De hecho, discurría sobre la carretera más preocupado por la película que acababa de ver que por manejar el vehículo. Había visto ‘Seraphine’, la conmovedora historia de la pintora autodidacta Seraphine de Senlis. No voy a contar ni a reseñar la película: pobre de mí. Aunque no me resisto a decir que tiene escenas verdaderamente bellas; que la historia en su totalidad es hermosa, dramática y aleccionadora y que hubo momentos en que estuve a punto de gritar en la sala de pura indignación por el poco cuidado que el productor ha tenido en esconder la tramoya con la que se convierte en magia, y a veces en arte, todo el montaje industrial, casi ingenieril, que es en realidad una película. Y es que, por cuatro veces, el micrófono se ve asomar, impertinente, por el lado superior de la pantalla, como queriendo decir, casi vocear: ¡“no hagan ustedes caso, todo esto es mentira”!. Aún así, la historia y la misteriosa obra de Seraphine de Senlis es tan verdad, tan auténtica, como el lugar de donde emergió, un espacio más allá de la consciencia humana a donde, por fortuna, tuvo acceso, pues allí se curaba de humillaciones provincianas y se evadía, se salvaba, de los horrores de la primera gran guerra, porque la mayor parte de su obra la realizó durante aquel tiempo atroz, en el interior de su ruinosa habitación en la que apenas cabía el camastro.
Así como ahora escribo, pensaba mientras conducía en la primera hora de la madrugada del domingo. A esa hora primaveral es agradable bajar la ventanilla y dejar que el frescor y los olores de la noche ericen la piel y provoquen una sensación que sólo se percibe al conducir: es un frío entre molesto y placentero; como un azote y una caricia en la cara, hielo y alivio entre los pliegues de la camisa y el cuerpo. Después de circular durante unos metros, uno es consciente de que puede llegar a enfermar, pero se asume el riesgo. El hechizo del aire fresco de las noches primaverales es más fuerte que el sentido común. Quizá sea un aire que provenga del tiempo, del origen, y es posible que sople en la oscuridad, aprovechando el silencio de los hombres, y es entonces cuando recuerdo de nuevo a Seraphine,sentada bajo la encina donde respiraba el aire limpio, frío y proverbial de su Senlis natal.
No necesité leer ningún indicador para saber que me estaba acercando al centro del pueblo, porque el mismo aire de la madrugada me había empezado a traer olores diferentes. Quiero decir, que si hubiese sido capaz de conducir a ciegas y la providencia me hubiese dispuesto de los dos raíles hasta mi casa, hubiese adivinado, sin ningún lugar a dudas, que me adentraba en un espacio urbano. Ya no olía a heno, amapola y arbusto. Ya no se oía la espiga, ni el búho, y la oscuridad daba paso al color, al amarillo pálido de las farolas, al rojo y verde de cruz y semáforo, y al tenue blanco, de fluorescente enfermo, que ilumina la marquesina de la parada de autobús. Fue justo ahí, donde confluyen todos los colores de la noche urbana, que vi, como en un holograma fantasmagórico, una mujer y un hombre de avanzada edad que parecían esperar, junto a cuatro enormes maletas, el paso de un autobús, de pie, muy tiesos, como si en ese firmes de la espera, casi marcial, hubiese un gesto de autoafirmación de una dignidad quizá ofendida. Por lo abultado del equipaje, no era un viaje de placer lo que se disponían a hacer y, definitivamente, debían estar solos. Seguramente la soledad era premeditada y seguramente habían planeado con todo detalle el como y el cuando salir. Nadie se va de casa, pasada la medianoche, cargando cuatro grandes maletas si no es con un plan preestablecido y con un destino concreto. O todo lo contrario. Precisamente esa es la hora y el momento en que se toma la decisión drástica de la huida repentina; una salida precipitada en la que se arrambla con todo lo que se tiene y se sale, al amparo de la noche, con la casa a cuestas, sin dejar más que una breve nota escrita con alguna explicación, por si todavía hay alguien al que le preocupe, o le interese, el motivo de la huida y donde uno va a estar. En la historia de Seraphine, el marchante alemán Wilehelm Uhde, descubridor de Picasso y de la obra de la pintora francesa, tiene que huir de Senlis porque estalla la Primera Guerra Mundial. Huye conduciendo a través de la noche, en un primitivo vehículo, acompañado de su hermana, y dejando tras de sí el fragor de los primeros bombardeos, el cielo en llamas y el olor a muerte que el aire estival de la noche francesa hacía llegar a todos los rincones de Europa.
El azar me ha escogido como testigo único de dos huidas separadas por planos, tiempos y realidades que se impugnan entre sí por razones obvias. Jamás podrán tener relación recíproca alguna en un futuro remoto. Pero en mi presente y en el rincón más privado de mi memoria, van a permanecer siempre unidos gracias a su misma dramática motivación. Porque cuando se huye, uno escapa del hastío o del miedo, como los hermanos Uhde, o como los dos ancianos de la pasada madrugada. Seraphine, en cierto modo, fue afortunada, porque huyó hacia donde nadie podía llegar, donde nadie la podía dañar. Su huida era diaria, sin moverse de la pequeña habitación, junto al gran árbol totémico, a la orilla del río, atenta al viento portavoz de las voces celestiales que le inspiraron colores y formas, una naturaleza proveniente de otros mundos, una obra excitante rebosante de misterio; de un misticismo singular, primigenio, que transportaba a la genial artista a otra dimensión a la que tienen acceso solamente un puñado de escogidos.
Vuelvo mañana
11 comentarios:
Gracias por el comentario. Desconectada de la cartelera, me preguntaba si "Seraphine" me resultaría. A menudo echo mano de los Mèlies (cercanos a mi casa), y la ponen allí, en horario aceptable.
Saludos!
Hay imágenes y escenas inolvidables. Y sobre todo Seraphine...
No he visto esta película, pero gracias al pormenorizado detalle de sensaciones y escenas que nos has presentado, me puedo hacer una idea de la misma; en lo que no estoy muy de acuerdo contigo es en lo de la escena de los dos abuelos en la parada del bus; tu ya venías de vuelta de unas escenas vividas y sentidas por la película y por el paisaje nocturno; puede ser que huyeran de algo; todos huímos;pero no hace falta coger la maleta y abandonar; aunque alguna vez hemos preparado el equipaje virtual para desconectar e irnos. JL, intentaré ver la película.
La 1 de la mañana, nadie en al calle, solamente dos ancianos que esperan un autobús que tardarà 7 horas en llegar; cuatro maletas gigantes y un camino por hacer...
Si lo pintas así, puede ser una imagen un tanto fantasmagórica, pero yo sé de alguien que diría: han perdido el horario del bus y no tienen dinero suficiente para un taxi.
Como siempre, no se sale de este espacio tal cual se entró.Se huye de tantas maneras y en momentos tan diferentes y por razones tan variadas.Un beso
¡Gracias Fiorella!
Ya tengo a Stephanie; este fin de semana la miraré a ver qué tal; así podré opinar con conocimiento de causa.
Un abrazo.
Perdón, es Seraphine............
Pirata, pirata... como te pille la González Sinde te vas a enterar. ¡A disfrutarla!
Si me pilla la invito a un café!
NENA
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