lunes, 18 de mayo de 2009

Sueños


Nunca había soñado que leo. Tampoco he soñado que escribo. Sin embargo muchas veces he soñado que me escribían, quiero decir, que escribían sobre mí. Soñar que me leen es algo sobre lo que ni siquiera sueño.

Este inicio promete una galimatías del que, probablemente no pueda salir, así es que, por intentar una solución medianamente digna, podría explicar los sueños que todo el mundo tiene. Uno de los más socorridos es el del precipicio. Habría que redactar un estudio en profundidad para averiguar su origen, sin la ayuda de Freud, vírgenes. Yo intuyo que el origen debe ser romántico, que fue un romántico el primero que soñó la sensación de caer eternamente al vacío sin llegar nunca a reventar sobre el suelo, o sobre los arrecifes del mar bravo. Los motivos poco importan porque para un romántico lo que importa es la acción, tirarse sin más. Con poco tenemos suficiente. Un desengaño, la ruina, la conciencia sucia del alma, el divorcio con el creador, la inabarcable e indómita naturaleza de todo lo que nos rodea. En fin , lo de siempre.

Otro de los sueños socorridos es el de aparecer desnudo en medio de la calle ante la mirada de todo el mundo. Dicen los que entienden que este es un sueño adolescente, propio de personas sin madurar, inseguras, acomplejadas. En tal caso, su origen debe ser también romántico.

El tercero de los sueños habituales es el de las monedas de oro. Es archiconocido. Uno pasea por la calle y, sin más, sin explicación, topa con una moneda de oro abandonada en el suelo que nadie, excepto el protagonista del sueño, que es quien sueña, se apercibe de ella. A los dos pasos hay una segunda moneda. Poco después otra más. Y así hasta despertar. Nadie ha podido dar todavía una explicación razonable y razonada sobre este sueño. Su origen se debe perder en el despertar de los tiempos. Yo me atrevo a datar este primer soñar en la era en la que la mujer decidió por primera vez que aquel hombre era para ella y en la que el hombre dijo que esa mujer es mía.

Pero sigo sin encontrar la razón por la cual jamás había soñado que leo. Me he visto cabalgando, como el jinete polaco, sobre un corcel blanco, rompiendo la bruma , sin más riendas que la crin; he protagonizado Hamlet en el teatro de la vida, quiero decir, sin escenario, viviendo su misma tragedia. Bizet me ha escogido para revolcarme con Carmen en el interior de una profunda cueva alumbrada por una hoguera. Me he batido y me han herido en duelo. He resuelto con digna audacia emboscadas embozadas financiadas por grandes señores sin valor. También he disparado arcabuces en trincheras contra carlistas sanguinarios; o socorrido a camaradas bajo caballería enemiga y, como no, he ondeado en vanguardia la bandera de la libertad en un cuadro de Delacroix. Por soñar, he pintado un San Jerónimo, y he escrito la obra de mi vida bajo su misma apariencia. Le he gritado al pueblo, subido a una caja de madera '¡Abajo la tiranía! ¡Viva la revolución!'. He toreado sin muleta, y he matado por amor, y me he emborrachado con Shelley, y he viajado a los Polos, y he muerto en el desierto bajo el cielo protector… pero nunca he soñado que leía.

Hasta el otro día. Y es este un sueño que me ha dejado preocupado, o al menos intrigado: Salgo a comer a un restaurante de menú diario y después de pedir el plato del día, el vino y la gasesosa, el camarero se dispone a preparar el servicio. Mientras tanto, observo en la televisión que cuelga de un rincón el movimiento de los labios del presentador de un formativo y me entretengo en espiar a los comensales del restaurante que, atentos, también miran embobados hacia la pantalla sin oír nada. Al poco, el camarero vuelve a mi mesa y deja sobre ella un mantel rectangular de papel decorado con publicidad variada, y también los cubiertos, el cestito con el pan, el vaso, y la servilleta. Miro hacia el mantel esperando que el plato emerja y se materialice como por arte de magia y, en ese instante en el que dejamos descansar la cabeza hacia abajo, como si la ofreciésemos dócilmente a un verdugo para que nos la separe de la cabeza, vi en el ángulo superior derecho del mantel un texto firmado por mí. Abrí un poco más los ojos y sí, era cierto, un párrafo entero, de mi puño y letra, ocupaba el espacio en el que habitualmente hay un crucigrama, un sudoku o las sopas de letras que entretienen a los comensales solitarios de los restaurantes de menú diario. Era la primera vez que soñaba que leía, y el subconsciente me había reservado mis propias palabras para hacerlo. Desperté tranquilo, ni mucho menos exaltado, como cualquier otro día. Me refresqué la cara en el baño y al verme en el espejo adormilado se me antojó que acababa de protagonizar una especie de tragicomedia borgiana en la que encontraba en el mantel de papel de un restaurante onírico las letras de mis desvelos mezcladas con hojas de lechuga aceitosas, teñidas con el círculo morado de una gota de vino gaseado y rostidas con la ceniza caliente y compacta de una Faria gallega.

Reflexionando en la baño, caí también en la cuenta que, dentro de ese espaciotiempo de irrealidad, centenares de personas como yo estarían comiendo sobre un mantel igual al mío, y que muchos dejarían, después de tomar café, el palillo astillado sobre la subordinada final que tanto esfuerzo me costó montar. Al dejar la toalla en el colgador sonreí levemente o, mejor dicho, ensayé en una mueca incierta una sonrisa, al confirmar que, en una única noche, había conseguido soñar que leo y que me leen.

Vuelvo mañana

7 comentarios:

PACO GÓMEZ dijo...

...y qué más nos da,si tanto vivimos el sueño como soñamos a vida...
Un saludo

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

El sueño lo dormimos, la vida la vivimos soñando. En fin... con un par de wiskises da para toda una noche
Salud Paco

ana dijo...

Raras veces recuerdo mis sueños, para desesperación de mi... Y cuando lo hago, o son multitudinarios (borrosos) o son persistentes (aunque vayan progresando y se perfile el desenlace).
Pero mis hijos sí los conservan y me los cuentan. No revelaré uno reciente de drián, el mayor, porque exigiría larga glosa, pero sí el de ayer de mi hijo pequeño, Nico: Le echábamos una bronca fenomenal porque, en vez de horear el habitual bizcocho se entregana a una mousse de chocolate.
Con él, cuando se mete en la cocina, batallo por el orden. Así que pensé que su sueño-pesadilla lo protagonizba yo, pero no: entraban en él su padre, su hermano y hasta su abuela (mi madre), por teléfono.
Que mejor no hacerles caso: ¿a los sueños, a los hijos o las madres?

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

Ana, yo creo que los sueños nos hacen caso a nosotros, nos obedecen. De hecho, es la única actividad que solicita nuestra conciencia sin que tengamos que pedirla. Un saludo para tu familia

Ester dijo...

Raras veces me acuerdo de los sueños: depende de la etapa del sueño en que uno se despierte; si nos despertamos en la fase REM(pico más alto)nos acordamos de lo que estábamos soñando,pero si lo hacemos en la fase final, no.
Mi marido y yo debemos dormir como lirones casi siempre, pero Ariadna(mi hija)me echa muchas veces la culpa de que le rompo los sueños porque la despierto para ir al cole cuando dice que está soñando.

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

Es que da mucha rabia despertar cuando se vive algo que solamente sucede en sueños, aunque a veces es un alivio y agradeces que te despierten. Claro: entre ir al cole y seguir soñando... los niños y su intelegencia preclara.
Un abrazo para Ariadna, para Bep y para ti

Belén dijo...

Aunque es octubre, acabo de leer tu explicación a los símbolos R y C. En su día, leí esta entrada, pero supuse que TODO eran SUEÑOS...
Decirte que por aquí hay unos baretos (del mismo dueño); uno en Bilbao, otro en Vitoria, que en sus manteles hacen cosas parecidas... "La taberna de los mundos" se llama... Sugerente ¿no crees?
Un abrazo