lunes, 23 de febrero de 2009

El último verso


“Estos días azules y este sol de la infancia” son palabras esenciales que contienen la memoria y los recuerdos del poeta que las escribió y, también, toda nuestra andadura, la colectiva y la particular. Cuando las leo (las últimas palabras escritas antes de morir de pena, del corazón, en la derrota del ideal, en la mísera soledad del exilio doliente) pienso en las muertes de todos los seres queridos que he tenido que vivir. Todos ellos vieron, en sus últimos momentos, en el destello de un instante trascendente, el mundo tal y como lo vieron en su infancia, inocente, claro, diáfano, luminoso, abierto, libre de amenazas, dispuesto a ser descubierto. Me gusta pensar que recurrieron a su niñez no sólo para dar el último paso misterioso, incierto, hacia la nada, o hacia una nueva existencia; cada uno de ellos leyó y declamó para sí, a su modo, con palabras diferentes “Estos días azules y este sol de la infancia” como una invocación al primer y esencial recuerdo que les definía como humanos y que les reservaba su lugar en la historia y en el tiempo: el deseo último de volver sobre los pasos de la vida, de experimentar, una vez más, la claridad del día, de gozar del calor protector del sol, y de la visión postrera del mundo acogedor en el momento del suspiro final. Por eso “Estos días azules y este sol de la infancia”, el último verso que Antonio Machado escribió ahora hace 70 años, libera de la muerte a todos los hombres buenos y a todas las buenas mujeres que en el mundo han sido.

Vuelvo mañana

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo tú sabes que sí puedes....

Anónimo dijo...

...Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja.

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra

El viajero. Antonio Machado
Encar