martes, 17 de junio de 2025

La tua voce

 


Sobre la música no hay bendición sin dar ni virtud por descubrir. Es redundante y poco original ponderar los efectos bondadosos que provoca la música en el ser humano, y hasta en los animales.

Escuchar música es como tomar tranquilos tras la ventana de invierno una taza de manzanilla bien caliente, aderezada con sus pocos granos de anís y una pizca de miel, mientras contemplamos los árboles desnudos y a la gente abrigada caminar apresurada, aterida por el frío.   O igual que degustar una copa de un buen whisky de malta, generosa, que nos eleva el ánimo, nos devuelve el optimismo y nos ofrece la señal de un vigor quizás engañoso, pero que nos encorajina para seguir.

La música puede ser también el cigarrillo de hachís que nos evade y nos libera de realidades poco edificantes, crueles o desesperantes; o por el contrario, la taza de café desencadenante de la lucidez capaz de revelarnos certezas que nos estimula para proponer soluciones a los problemas que nos acucian.

Por eso, de una manera u otra, siempre es tiempo para la música. Nunca fui un melómano, aunque la música siempre ha estado presente en mi vida. Dicen los que me conocen que tengo menos oído que un tapón de corcho, cuestión ésta más que discutible que, de ser cierta, no es óbice para que disfrute como el que más de todo tipo de canciones, estilos, géneros, compositores e intérpretes.

En nuestro presente, una buena frase musical sería, por ejemplo, que la actualidad no está para gaitas, que es tanto como decir que no está la cosa para fiestas. No voy a enumerar los motivos, pues de sobra los conocemos, ni deseo hablar sobre ello. A pesar del privilegio de la ducha diaria y del plato caliente en la mesa, la realidad se nos antoja deprimente.

Yo, por ese motivo, ando necesitado de algo de paz, de una voz que me susurre, de sonidos leves, mecedores, que me apacigüen el alma, que me abracen y me cubran con la frazada de suave franela y me permita acurrucarme dentro de una cálida calma, algo así como el regreso al refugio amniótico que inconscientemente añoramos.

Gianmaria Testa nació en un pueblecito del Piamonte italiano en 1958. Hijo de campesinos, trabajó toda su vida como jefe de estación en la localidad de Cúneo, a los pies de los Alpes.

Gianmaria se dedicó desde muy joven a la música. Su primer disco, “Montgolfieres” apareció en 1995, pero en casa no empezamos a escucharlo hasta 2003, año de la aparición de su cuarto CD “Altre latitudini”. Nos dejó deslumbrados. Todos los días sonaba en casa la música del cantautor italiano de la voz grave que acaricia, que te invita a la concordia y la amistad, la voz profunda de terciopelo quebrado que convierte cualquier espacio en un buen lugar donde estar, en un sitio alegre, pero sin estridencias, en un reservado de bondad.

A raíz de la publicación de ese disco, aquel mismo año el cantautor y poeta italiano actuó en Barcelona, en la sala Luz de Gas, concierto al que tuvimos la suerte de asistir. Su presencia es la de alguien con el que de inmediato uno desea estar. Al ver a Gianmari Testa uno requiere para sí esa timidez vencida que le vestía, la introversión tranquila de los poetas natos, que protegen su espíritu del mundo sustantivo y les permite elevar su existencia a latitudes preservadas de mezquindad. 

La verdad es que nunca olvidaremos aquella noche. Me gusta creer que a través de las notas de sus canciones, sencillas y elegantes, y de la voz ronca de bajo fumador que las declamaba, un pedazo de su dulzura humana se quedó dentro de nosotros. Desde entonces nunca hemos dejado de escucharle, y cuando suena, no solo nos sentimos mejor, sino que nos da la sensación de que somos mejores.

Gianmaria Testa se fue demasiado pronto, en 2006,  a la edad de 58 años. Le lloramos y le añoramos, pero sus canciones y su voz siguen vivas, convirtiendo el presente algo más llevadero, como esa taza de manzanilla caliente que nos abriga por dentro, la copa de whisky que nos anima y nos envalentona y la calada del cigarrillo que nos adormece terapéuticamente y nos libra por unos instantes de la realidad.

Sus canciones suenan a campo y a  pueblo, pero al mismo tiempo contienen la sofisticación, la calidad y la elegancia del buen jazz. Son sencillas y hermosas, acolchadas por un contrabajo siempre sabio, punteadas de floklore y tradición por las notas de la tiorba italiana, un laud endémico fiorentino de catorce cuerdas y dos mástiles que perfuma muchas de sus canciones y consigue dotar de estilo propio la mayoría de sus composiciones, en las que también suele intervenir el clarinete, vivaz y alegre unas veces, otras algo más melancólico, y también el bandoneón, artista invitado en muchas de sus canciones con el que consigue esa resonancia popular filtrada en la delicadeza de toda sus composiciones.

Con todo, su guitarra es perenne, tanto la acústica como la eléctrica. En muchas ocasiones es el único instrumento del que se acompaña. Recuerdo que en Barcelona nos sorprendió porque uno de los dos músicos con los que compartía escenario tocaba la percusión utilizando una vieja maleta de cartón, la maleta de los emigrantes, a los que siempre cantó.

A quien le duele algo, pastillas, una inyección, o reposo. Si lo que causa el dolor es la realidad, o cualquier otra dolencia del alma, mi consejo es escuchar a Gianmaria Testa. A mí, durante estas últimas semanas me está ayudando a sobrellevar la vida allí fuera, donde a diario mueren masacrados los inocentes, los malignos duermen tranquilos y los sinvergüenzas se comen cruda mi confianza.

Gracias, Gianmaria, porque  La tua voce”, me lleva fuera de aquí.

La tua voce 

Portami via da qui
Fuori da questa stanza
Con le tue mani piccole e gli occhi
Fuori da queste mura
Portami via da qui
Se sei sicura così
Della tua voce

Portami fuori da qui
Nell'aria che si muove
Di tutti i tuoi capelli
E con i tuoi colori
Portami via da qui
Tu sei lontana per me
Con la tua voce

Portami via da qui se vuoi
E vengo io, vengo con te
Con la tua voce


Llévame fuera de aquí
fuera de mi estancia
con tu manos pequeñas y los ojos
fuera de estos muros
llévame fuera de aquí
si estás segura así
de tu voz

Llévame fuera de aquí
en el aire que se mueve
y todos tus cabellos
y con tus colores
llévame fuera de aquí
tú estás lejana para mí
con tu voz

Llévame fuera de aquí
si quieres
y voy yo contigo
con tu voz

viernes, 13 de junio de 2025

La flor del azafrán

 


Irrumpe cual orangután de Borneo en un campo de azafrán, destruyendo la fragilidad de sus flores a cada paso, a cada mandoble de brazos.

Golpeándose a puñetazos el pecho velludo, muestra su autoridad sobre el territorio, del que enseguida se adueña.

Excreta, orina, y gruñe su poder, como un King Kong en la cima del Empire.

Se le puede observar desde lo lejos, se le ve venir; incluso se percibe su olor nauseabundo,  pero quienes se acercan lo más mínimo al espacio que acaba de ocupar, es posible que sea lo último que hagan.

Su ferocidad es inclemente, implacable y atávica. En la extensa área de sus dominios sólo aceptará a seres menores, infraseres, prójimos dóciles, débiles de espíritu, pusilánimes y maleables, que se sometan sin reparos a su reino, cabeza gacha, mirada baja, gesto humillado.

A pesar de lo que digan biólogos, zoólogos o  primatólogos, su cuna es la ciénaga, donde el agua estancada se pudre con sus defecaciones.

Ocurre que, con el objetivo de expandir sus dominios, a  menudo abandona el lodazal y convierte  amplias extensiones de cultivo extraordinariamente vulnerable, en nuevos marjales.

De hecho, esta especie salvaje, tan feroz como insaciable, endémica en las dictaduras de todo tipo, va aumentando paulatinamente en número de sujetos en los hábitats de las democracias occidentales.

En muchos países de Europa ya se le conoce como el gorila del tremedal.

Conocemos muy bien sus rutinas y sus costumbres, sin embargo, la ciencia no acaba de dar con el origen de esta criatura, tan extraordinariamente dañina. Unos dicen que se pierde en la lejanía de los tiempos, y que  gracias al hallazgo de los primeros homínidos, podemos establecer su existencia, muy unida a la estrictamente humana. Otros dicen que aparece con las primeras civilizaciones.

Las últimas teorías, sin embargo, invitan al pesimismo, pues hay quien afirma que en realidad somos parte de la misma especie. En cualquier caso, no son más que meras especulaciones, elucubraciones muy típicas propias de paleontólogos imaginativos, pues pocos, por no decir nadie, están dispuestos a aceptar que compartimos la totalidad de los genes.

Sea como fuere, en mi humilde opinión, tendríamos que ser más prácticos, y sobre todo menos condescendientes. No temamos a las palabras y mucho menos a las consecuencias de los hechos. Es necesario ser drásticos.

Es imperioso, y diría que apremiante, exterminar al gorila del tremedal, antes de que transforme todo el país en un lodazal, en el que se refocilarán politicastros, generalotes, sargentos de la chusquería, vagos, todo tipo de parásitos, tiranuelos y arribistas sin escrúpulos, que convivirán en perfecta harmonía cuando de norte a sur y de este a oeste ya no quede ni una sola flor del azafrán.

Hieden, se les oye, y se les ve venir. No debería ser tan difícil.

jueves, 5 de junio de 2025

Sueño con serpientes

 

Ayer asistí en mi pueblo a una concentración en favor de Palestina, en contra del genocidio sionista que está ejecutando impunemente el gobierno criminal de Benjamín Netanyahu ante los ojos abiertos e indiferentes del mundo entero.

Gaza es hoy Dachau, Auschwitz, Treblinka o Mauthausen. En unos años, evocaremos Gaza con la misma repugnante vergüenza  y sucio sentido de culpa con que todavía hoy recuerdan los alemanes aquel horror, pero la náusea y el bochorno colectivo que sentirá el mundo entero no devolverá a los palestinos ni sus vidas ni sus tierras, ni borrará la enorme cicatriz en la historia que testimoniará tanto miedo y dolor.

Nos concentramos en la plaza de la Vila unas cuarenta personas. Entre todos formamos un círculo. Alguien leyó un manifiesto. Después se repartieron unos papelitos en los que se facilitaban los enlaces de algunas páginas web donde poder hacer algo, como aportar algo de dinero, seguir algunas iniciativas o colaborar con algunas organizaciones.

Allí, formando parte del círculo, se encontraba Pepe Beunza, ingeniero técnico agrícola, natural de Beas del Segura, provincia de Jaen, hijo y nieto de abogados carlistas. En el año de 1971, cuando Beunza cumplía veinticuatro años, fue llamado a filas para realizar el servicio militar. Éste se presentó en el cuartel para informar al  Ejército español franquista de que se negaba a acatar la disciplina castrense y a vestir el uniforme de soldado. Fue sometido a consejo de guerra y condenado a cárcel durante quince meses.

Al salir en libertad se le conminó a realizar el servicio militar y restituir así su falta; Pepe Beunza se negó de nuevo y consecuentemente fue sometido a un segundo consejo de guerra y condenado por deserción. Cumplió su condena en un batallón disciplinario, en el Sahara. Estos acontecimientos históricos convierten a Pepe Beunza en el primer objetor de conciencia por motivos políticos de España. A punto de cumplir sus setenta y ocho años, sigue en la brecha del activismo pacifista.

Casi al finalizar el acto, Beunza intervino brevemente para decirnos que no nos dejemos derrotar, que cada uno de nosotros es una organización válida y útil en sí misma, que sólo es necesario salir a la calle, todos los días, unos cuantos días, unos pocos días, lo que cada cual pueda, solos o en compañía, con el mensaje de la paz; paz siempre, guerra nunca.

A continuación, guardamos un minuto de silencio por Palestina. Detrás de mí tres señoras cuchicheaban algo sobre lo desmejoradas que veían a otras dos señoras que había frente a nosotros. El activista que llevaba la cuenta del tiempo de silencio dio por finalizado el minuto con el grito ¡Visca Palestina lliure! Todos respondimos ¡Visca! Después dimos un fuerte aplauso y se dio por finalizada la concentración.

Algunos se quedaron charlando en la plaza. Hubo apretones de manos y abrazos de alegría entre personas que no se veían desde hacía  tiempo. Los que portaban las dos banderas palestinas que presidieron el acto las doblaron y las guardaron en una bolsa de plástico de un conocido supermercado. Dimos media vuelta y caminamos hasta el primer bar. Nos tomamos una cerveza, fuimos a casa, cenamos, vimos algo de televisión y nos acostamos.

Supe de Pepe Beunza el año 1987. Participó en un mitin de Iniciativa per Catalunya, la nueva y rutilante marca del ya por entonces desteñido comunismo catalán. Fue durante la campaña electoral de las elecciones locales. Carmen -mi amor, mi amiga y mi compañera de vida- era la candidata a la alcaldía y, por consiguiente, la encargada de dar el mitin. Tenía veintiún años cumplidos.

Aquella mañana, junto a Beunza, también estuvieron el exsecretario General del PSUC, Gregorio López Raimundo, y su esposa, la escritora, periodista y activista Teresa Pamias. El lugar del mitin fue el mismo en el que ahora, casi cuarenta años después, vimos de nuevo a Beunza, impenitente, invencible, perseverante, convencido de la causa a la que ha dedicado su vida, la paz.

Todavía recuerdo algo de lo que nos dijo al centenar de personas que habíamos asistido: “si en este parque se instalase un carro de combate” nos explicaba,  el ayuntamiento organizaría la visita a su interior, para que todos, sobre todo los niños, fascinados ante el juguete hecho realidad,  conociesen por dentro cómo funciona esa terrible máquina de matar. Si en lugar de un carro de combate encontrásemos en el parque una pareja haciendo el amor, inmediatamente alguien llamaría a la policía local y les detendrían por escándalo público."

Ayer, mientras intentaba dormir, apareció desde el rincón de la memoria, como agazapada, “Sueño con serpientes”, una canción de Silvio Rodríguez que en aquellos años escuchaba y cantaba, a menudo, junto a Carmen, y que empezaba con unos versos de Bertolt Brecht declamados por el cantautor cubano: 


“Hay hombres que luchan un día y son buenos. 
Hay otros que luchan un año y son mejores. 
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. 
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”
 

Sueño con serpientes, con serpientes de mar,
con cierto mar, ay, de serpientes sueño yo.
Largas, transparentes, y en sus barrigas llevan
lo que puedan arrebatarle al amor.
 
Oh, la mato y aparece una mayor,

oh, con mucho más infierno en digestión.
 
No quepo en su boca. Me trata de tragar
pero se atora con un trébol de mi sien.
Creo que está loca. Le doy de masticar
una paloma y la enveneno de mi bien.
 
Oh, la mato y aparece una mayor,
oh, con mucho más infierno en digestión.
 
Esta, al fin, me engulle. Y mientras por su esófago
paseo, voy pensando en qué vendrá.
Pero se destruye cuando llego a su estómago
y planteo con un verso una verdad.
 
Oh, la mato y aparece una mayor,
oh, con mucho más infierno en digestión.

viernes, 30 de mayo de 2025

Fray Jorge de Burgos va a la feria

No me tengo por una de esas personas a las que se les tacha de amargadas, aguafiestas, pesimista, cenizas, o tristonas. Quienes me conocen saben que más bien soy todo lo contrario; a menudo, más alegre que unas castañuelas. Como diría un castizo, me gusta más la fiesta que a un tonto un bolígrafo. Salir, ver, tomar, reír, bailar, disfrutar de un buen paseo entra dentro de actividades preferentes en mi vida. Ojalá pudiese practicarlas más.

¿Pero a santo de qué esta extraña excusatio? Alguno por ahí se preguntará ¿Qué es lo que nos va endosar este gruñón que se quiere hacer pasar por algo que no es? ¿Qué es lo que nos va a prohibir ahora la reencarnación del incorruptible moralista de Jorge de Burgos? ¿Nuevamente la alegría de vivir, acaso otra vez la risa? “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho. La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y por tanto controlable. Pero le ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios

Mientras se come las páginas envenenadas del libro segundo de la Poética de Aristóteles, y antes de perecer pasto del fuego en la laberíntica biblioteca de la abadía donde vive, así argumenta a Guillermo de Baskerville el viejo monje español Jorge de Burgos  en la novela “El nombre de la Rosa”, de Humberto Eco, la razón por la cual cometió los asesinatos  de sus hermanos en Dios allá por el lejano 1327. No, mi intención no es la de procurar a quien esto lea un viaje en el tiempo, imitando al inquietante monje ciego. Más bien, todo lo contrario.

Y es que de un par de décadas aquí proliferan en todos los pueblos y ciudades del país eventos evocadores de épocas lejanas con no sé bien qué finalidad, más que la comercial y la lúdica. Se trata de ofrecer a los ciudadanos durante un fin de semana un espacio donde pasear con amigos y familiares entre tenderetes provistos de todo tipo de productos entre los que suelen destacar los embutidos, los encurtidos, quesos y todo tipo de lácteos, hierbas medicinales, aceitunas, crepes, pinchos morunos, piedras de la suerte, morcilla malagueña, bolsos y cinturones de piel, artesanía y bisutería variada, vinos y licores, dulces, churros, camisetas heavy metal, pins y chapas de escalofriantes simbologías, inciensos, etc.

Es decir, el Ayuntamiento en cuestión reserva un área urbana bastante extensa que durante unos días deviene, por ejemplo, en un poblado medieval por obra y gracia de atrezos y vestimentas anacrónicas, grandes estandartes de las santas cruzadas y de aguerridos templarios, herreros de última hora, arqueros, espadas y escudos de metal y de madera, armaduras, yelmos, mallas de acero y todo tipo de armas medievales tales como penetrantes y sanguinarios mandobles afilados, mortíferas alabardas, hachas decapitadoras, pesados y punzantes manguales, ballestas precisas, dañinas mazas desmochadoras, y martillos de todos las formas y tamaños.

Si el pueblo o la ciudad disponen de castillo o de algún edificio que se le parezca, entonces ya el éxito está asegurado, la feria medieval en cuestión vivirá largo tiempo y pasará a formar parte de la agenda pública y festiva a lo largo de los años.

El programa de actos que gira alrededor de estas ferias de tanto predicamento popular suele incluir algo de música tradicional, interpretada por músicos ataviados para la ocasión; talleres de herrería en los que se enseña a fabricar espadas, y alguna cosa más, aunque -esa es la verdad- muchos, muchísimos de los visitantes que la gozan, lo ignoran todo o casi todo de la Edad Media, y en su imaginario es una época de la historia que se alarga prácticamente hasta el siglo XIX.

Porque el asunto y el interés se reduce a un espacio comercial, lúdico y festivo en el que los organizadores pretenden que el público crea revivir festivamente,  con un bocadillo de morcilla en una mano, una lata de cerveza en la otra y los niños fascinados frente al yunque del herrero, una versión Walt Disney de los tiempos de la peste bubónica, del feudalismo esclavista atroz, de las santas y sanguinarias cruzadas, de la represión y el miedo religioso, del derecho de pernada, de la hoguera de las brujas, de la pobreza y la suciedad exultantes, de la ignorancia y la funesta superstición.

Estas ferias cancelan la Historia y disuelven la Edad Media en algodón de azúcar equiparándola, en ese juego inocente de los disfraces y pastiche, a nuestro bienestar actual, a un presente moral al que costó llegar siglos de dolor,  luchas y sacrificios.

Los que miran y ven mientras pasean entre puestos de supuesta artesanía y fingidos aprestos medievales son ojos contemporáneos y despreocupados que homologan inconscientemente a su presente siglos de ignominia transformada en puro festejo, relativizando o aniquilando de este modo el valor moral del hoy, del ahora, de la dignidad con la que viven sus vidas.  Y ahora quien lo desee que me llame amargado, malasombra, buscapleitos o cerril benedictino.

Hay ciudades, como Terrassa o Reus, que han explotado con éxito otra veta turística y comercial a partir de la evocación histórica y de la nostalgia boba, pero utilizando una época algo más próxima a nuestro presente.  Se trata de la llamada Fira Modernista.

Durante un fin de semana, con la excusa de que las dos ciudades atesoran un importante patrimonio arquitectónico de estilo Art Nouveau (o modernista)  el consistorio, en complicidad con muchos ciudadanos que participan activamente, intentan convertir las dos ciudades en epígonos lúdico festivos de sí mismas travistiéndose tal y como debían ser a finales del siglo XIX y principios del XX.

Ambas ciudades jugaron un papel muy destacado en la España y la Europa de entonces. Tanto es así que Reus, por ejemplo, gracias al comercio del vino y del aguardiente, junto a París y Londres, formaba el exclusivo trío que marcaba el precio del alcohol para la fabricación de licores en todo el mundo. De hecho, después de Barcelona, Reus era la ciudad más importante de Cataluña. La bonanza económica hizo florecer una poderosa clase burguesa que construyó en la ciudad lujosos palacios al estilo de Gaudí.

Además del negocio del licor, en los aledaños de la ciudad se instalaron otro tipo de industrias, con lo cual la pequeña burguesía y la gran burguesía opulenta convivía con las clases trabajadoras en una época de agitación sindical y de incipiente atmósfera revolucionaria.

Terrassa, por su parte, fue junto a Barcelona, la capital de la segunda revolución industrial  del sector textil. Terrassa devino en la ciudad de los grandes vapores, salpicada aquí y allá de altas chimeneas humeantes, actualmente protegidas,  en la que se consolidó, igual que en Reus, una acaudalada burguesía que se hizo construir palacios y casas lujosas y que convivía igualmente en conflicto con el movimiento anarquista, cuyos seguidores reclamaban justicia social,  mejoras en las condiciones laborales y finalmente el final de la explotación del hombre por el hombre a través de la revolución proletaria.

En Terrassa, además, los discípulos de Gaudí dejaron també su impronta arquitectónica en las fábricas, construidas la mayoría de ellas en ladrillo y con una estética particular que se ha venido en llamar modernismo industrial.

En la primavera de Terrassa y el otoño de Reus, desde hace años, los alcaldes presentan públicamente antes los medios de comunicación y la ciudadanía, tocados de chistera, vestidos con levita y chaqué, reloj de cadena, camisa blanca almidonada, pantalón recto, guantes blancos y bastón de empuñadura nacarada, el programa de sus respectivas Fires Modenistes.

Durante ese fin de semana muchos terrasenses  y reusenses lucen el vestido y la terna de finales del siglo XIX que han confeccionado todo el año, que han encargado coser o que alquilan en prestigiosas tiendas de disfraces, de manera que las calles se llenan de señoronas de alta alcurnia, sombrilla de encaje en ristre, arrastrando con elegancia el frufrú sedoso de sus largos vestidos, acompañadas de sus caballeros, que lucen el redingote negro cual magnates del vermú y del percal.

El visitante puede ver en las plazas y en las ramblas tenderetes rotulados con letras modernistas, o imitando a la tipografía decimonónica en los que se venden embutidos, encurtidos, quesos y todo tipo de lácteos, hierbas medicinales, aceitunas, crepes, pinchos morunos, piedras de la suerte, morcilla malagueña, bolsos y cinturones de piel, artesanía y bisutería variada, vinos y licores, dulces, churros, camisetas heavy metal, pins y chapas de escalofriantes simbologías, inciensos, etc.

Sin embargo, estas ferias modernistas se diferencian de las medievales en dos aspectos. Por un lado suele haber un programa bien trabajado, con actividades divulgativas y culturales; en segundo lugar, de algún modo el evento se polariza políticamente a través de la elección del personaje que cada cual desea asumir.

Y es que mientras que unos deciden vestir la seda, los encajes y el charol burgués, otros prefieren exhibir el humilde blusón proletario junto a la visera ladeada,  la bata gremial o el delantal y la cofia. Eso sí, todos unidos, patricios y plebeyos acodados en la barra, sentados en la terraza, abrazados en confiada fraternidad, compartiendo pose para las fotos y los vídeos, mesa y mantel, y baile de noche, en una jornada en la que queda cancelada, como por arte de magia, la lucha de clases.

Hace más de un siglo, durante los años que recrean las ferias modernistas de Reus y Terrassa, Montada i Reixac era un paraíso verde y una buena opción de descanso para la burguesía de Barcelona, que respiraba aire puro o se bañaba y pescaba en los dos ríos que la surcan.

Montcada es mi pueblo, donde nací y me crie, un municipio fabril del área metropolitana que sufrió un primer cambio traumático con la guerra civil y que después fue torturado por el desarrollismo franquista con cuatro carreteras, dos autopistas, tres líneas de ferrocarril y una decena de grandes fábricas alimentadas con trabajadores procedentes de toda España.

De aquellas “torres” vacacionales, rematadas por lindos tejados pseudo alpinos, no quedan más que dos. Una de ellas está deshabitada. La otra se convirtió en discoteca durante tres décadas; ahora la habitan sus dueños, por fin jubilados tras años sirviendo cubatas de ginebra de garrafón y siendo testigos exclusivos del discretísimo arte del lote clandestino, el metemano lúbrico y la paja entre penumbras.  Acogiendo sendos bares de solera, sobreviven todavía los dos casinos.

Según datos del Institut d’Estadística de Catalunya, en Montcada ahora conviven en paz algo más de treinta y siete mil almas. Seis mil quinientos hombres y mujeres, aproximadamente un 17% del total, procede de sesenta y seis naciones de todos los continentes, el 95% de los cuales son países pobres. Efectivamente, soy natural de un pueblo de gente humilde compuesto en su gran mayoría por trabajadores, como mi padre, de manera que difícilmente podría mi ciudad organizar una feria parecida a la de Reus o Terrassa. Medieval sí, por supuesto. ¿Y qué pueblo o ciudad no la tiene?

Pero hete aquí que un grupo de montcadenses, nostálgicos de aquellos tiempos del legendario cuarteto formado por el mossen, el médico, el alcalde y el sargento de las Guardia Civil; añorantes de los tiempos de las chachas con cofia y los criados con blusón,  de la letra con sangre entra, de la genuflexión y el velo, del estupro o de la cases de barrets (prostíbulos)...  se han propuesto rescatar de la memoria lo que ellos consideran las tradiciones más entrañables para poder recuperar la identidad montcadenca y así profesar amor infinito a nuestro pueblo. 

La iniciativa se anuncia así en el diario local, "La Veu de Montcada" (Traduzco del catalán): “Llega ‘Revive Montcada i Reixac’, una muestra educativa sobre historia y tradiciones”.

Ilustra el titular de la noticia una fotografía en la que se puede ver en primer plano una señorona tocada con una estupenda pamela enlazada de gasa blanca, vestida con blusa de seda, fajín de tul azul y falda larga a juego moteada de puntitos blancos. Junto a ella aparece el que se supone su marido, vestido de riguroso redingote, levita y pajarita negra, tocado de una chistera y empuñando un bastón.

Al lado, otra mujer ataviada de criada, con la preceptiva cofia y delantal blanco sobre riguroso vestido negro rematado en las mangas por las correspondientes puñetas. Ésta simula empujar muy profesionalmente un cochecito de bebé, también de época, primorosamente enjalbegado, en el que se supone que dormita l’hereu o la pubilla de tan respetable familia.  Detrás de la criada, aparece otra señorona burguesa que parece observar la escena, luciendo un vistoso sombrero verde con forma de maceta invertida a juego con el fajín de tul que encorseta y encinta un ostentoso vestido largo.

El objetivo de esta edificante iniciativa es “divulgar la cultura, la historia y las tradiciones locales”, impulsada por la Associació Cultural Montcada (ACM). Se han involucrado en llevarla a cabo más de una veintena de entidades, seis colegios, las bibliotecas del pueblo, el propio Ayuntamiento, etc. Durante la celebración del pasado glorioso montcadense tendrá lugar, incluso, un desfile que recorrerá el centro del pueblo.

José Maria Zaragoza, a la sazón presidente de la ACM, escribe en el mismo diario un artículo al respecto titulado “'Revive' es una muestra de amor por el municipio” porquepretendemos fortalecer la identidad local fomentando la participación ciudadana en la preservación y difusión de la historia y la cultura del municipio.”

Tan educativa propuesta  parece añorar un pasado que afortunadamente jamás volverá y que obvia y desdeña los aspectos fundamentales de la historia que de verdad necesitamos conocer y recordar para valorar en su justa medida lo que hoy tenemos.

Pero no: según sus propios instigadores, pretenden tatuar en la piel montcadense a través de la inocencia lúdica una identidad inexistente, basada en un planteamiento ostentosamente  clasista que obvia la existencia real de la mayoría de hombres y mujeres que vivieron, que viven y que vivirán en Montcada i Reixac.

Finalmente, para comprenderlo todo en su conjunto,  tan solo hay que cruzar la realidad demográfica y social de mi pueblo con el miedo de algunos a asumir que la identidad y la cultura son fenómenos  dinámicos, cambiantes,  y que somos y seremos siempre mezcla y sincretismo, o no seremos.

Y sí, ahora ya pueden acopiar leña, encender y lanzar un fósforo a la pira y contemplar como yo, su seguro servidor, finísimo moralista inquisidor de la posmodernidad contemporánea, arde atado de pies y manos en la hoguera de las masas contrariadas tras encomendar mis cenizas a fray Jorge de Burgos, que Dios tenga en su santa gloria. Daré por buen empleado tan generoso sacrificio, ni que sea por aportar una chispa de realidad a las Ferias Medievales, que de un tiempo a esta parte se ven algo desvaídas, como aburridas de sí mismas.