jueves, 17 de enero de 2019

Epiménides se mete en política



La mentira en política no es ignominiosa, ni mucho menos  pecado, o un instante de flaqueza moral momentánea;  una frase o una fórmula de la que los políticos tengan que avergonzarse. Todo lo contrario. La mentira es inherente a la política; igual que el agua en el hielo, o el acero en la espada, forma parte de su propia  naturaleza. Es un elemento estructural de su sintaxis, el pronombre y la preposición de su gramática, el verbo copulativo de sus procedimientos.  Sin un uso preciso, planificado  e inteligente de la mentira, un político es hombre muerto, no existe, su carrera está finiquitada antes incluso del primer mitin, de la primera entrevista en televisión, de subir al estrado de un parlamento. 

Si un político no miente, la democracia y sus compañeros de partido le señalan y, como si fuese un apestado, un leproso de campanillas o un pobre perro epiléptico,  la manada, el consorcio, la corporación, el partido,  le ataca mordiéndole hasta expulsarlo. Si un político no miente, la sociedad  le ignora y le castiga con su abstención desdeñosa, o con el voto a otros, precisamente porque es honesto y sincero, porque creemos que  es mejor que nosotros mismos. 

La mentira en política no es un hecho contemporáneo. Más bien todo lo contrario. Es tan antigua como la prostitución, como el primer crimen, como la silueta de la mano encarnada sobre la pared húmeda de la cueva. Desde los tiempos de Tito Livio ya era así.  Maquiavelo, Hobbes, Kant, Arendt… por ejemplo, ya lo advirtieron. Los filósofos y los sabios a lo largo de toda la historia  han descrito y probado pormenorizada y sesudamente, que los gobiernos y los estados se fundamentan sobre la mentira, porque paradójicamente la verdad nos aboca al conflicto. Incluso hay quien como John Arbuthnot  consideran la mentira en política como un arte, y creen que “ el pueblo no tiene ningún derecho a la verdad política”. 

Es decir, en política, la moral no es que sea una cuestión secundaria, sino que resulta del todo desdeñable. El político no es alguien que trate de ser buena persona, sino alguien que se nos presenta diciéndonos  que es la mejor opción para llevar a buen término nuestras inquietudes, apaciguar nuestra zozobra, satisfacer nuestras necesidades y garantizarnos seguridad   y justicia.  Incluso imaginando que un político, en un arrebato improbable de sinceridad,   nos dijese un día, solemnemente, y  en sede parlamentaria, que los políticos mienten, deberíamos estrujarnos las neuronas para dilucidar si estamos ante una falsa paradoja, como aquella célebre de  Epiménides, quien afirmaba el carácter mentiroso de todos los cretenses, siendo él mismo nativo de Creta. 

Pero, ¿Cómo reaccionamos  individual y colectivamente ante esta realidad? ¿Por qué hemos asumido a lo largo de los siglos la mentira como medio y finalidad con la que construir y organizar sociedades? ¿Deberíamos desacralizar la mentira y acogerla como necesaria, e incluso benéfica? 

A mí esas tres preguntes me inquietan, porque no encuentro otra respuesta que la que se atrevió a dar Arbuthnot hace ya casi cuatro siglos. Este autor, cuya obra “El arte de la mentira en política” * se atribuyó a su amigo Jonathan Swift, afirma sin complejos que la razón por la cual la mentira es una herramienta consubstancial y fundamental de la política -y por lo tanto de los Estados- es la constatación de que previamente hemos tenido que construir una sociedad de mentirosos dedicada al engaño político (y perdón por el  pleonasmo)

El político debe contar con una masa de ciudadanos crédulos, dóciles, dispuestos a repetir y a  difundir a los cuatro vientos falsas noticias que otros hayan inventado. La ingenuidad ciudadana y su predisposición para transmitir mentiras es por tanto la base de toda política, sea del color que sea, porque, como el autor inglés afirma “no hay ningún hombre que con mejor suerte suelte y propague una mentira como el que se la cree”. Y atención, porque la cosa se pone seria. Arbuthnot advierte que “si se descubre que alguno de los miembros de la sociedad al soltar una mentira se sonroja, pierde la compostura o falla en algo exigido, debe ser excluido y declarado incapaz” 

En función de nuestra experiencia y de todo lo que estamos viviendo estos últimos años aquí en España, en Cataluña, en Andalucía, en Gran Bretaña, en Estados Unidos, en Rusia y en toda la planicie plana  de nuestro plano planeta tierra, no nos queda más remedio que constatar esta realidad, ante la cual, y en mi opinión, podemos actuar de dos maneras. O seguimos actuando ingenuamente y admitimos sin más nuestro papel cómplice, difusor de mentiras y colaborador necesario, o empezamos a  enfrentamos y nos arriesgamos a ser excluidos de la manada. 

De hecho, yo soy algo más radical que Arbuthnot. Yo no creo en una masa ingenua que se lo traga todo de un modo inocente, víctima de unas cuantas  mentes perversas que nos utilizan como transmisores de sus embustes y manipulaciones. Yo creo en la plena conciencia libre de las personas, que son quienes conforman la llamada masa. Y es que  actuamos conscientemente del mismo modo que el político que representa el modelo de mundo más afín a nuestras creencias. Las mentiras del partido a quien votamos son nuestras mentiras.

Cuando difundimos un tweet en el que se dice que España roba a cada catalán 450€ cada hora sin contrastar ese dato, es que sabes conscientemente que transmitimos una mentira que ayudará a desprestigiar un país al que consideras enemigo y del que deseas separarte, unilateralmente, engañando y difundiendo falsedades, si es necesario. Cuando divulgamos una entrevista en la que un tipo de extrema derecha dice que la mayor parte de los delitos en España los cometen los inmigrantes a sabiendas de que solo representan el 0,09%, es que odias irracionalmente al extranjero igual que lo odia ese político. Cuando un periodista asiste  a una conferencia  de prensa y no se inmuta cuando escucha negar un pacto con Vox al político que firmó el día anterior un pacto con Vox, es un periodista  mentiroso que trabaja para blanquear ese hecho  y engañar a los ciudadanos. Y así. 

Immanuel Kant escribió que “La política dice: sed astutos como la serpiente. La moral añade: y cándidos como las palomas. Si ambas no pueden coexistir, hay realmente un conflicto entre la política y la moral […] Los falsos representantes, los moralizantes políticos, no defienden el derecho, sino la fuerza de la cual adoptan el tono, como si ellos mismos tuvieran algo que mandar.[…] El moralizante político subordina los principios al fin y frustra así el propósito de conciliar la política con la moral”

Quizás, por eso, además de saber identificar al político moral para descartar al político moralizante (o mentiroso) solo nos queda una opción, posiblemente la más complicada, la más difícil, la más valiente, las más enojosa, la menos popular, pero la única posible. Atrevernos a saber y actuar libremente; promover y  actuar moralmente y creer en la acción moral como una posibilidad real para la humanidad; interrogar, a todas horas, en todo momento interrogar, porque tal y como dijo Kant “la verdad se muestra en la crítica y la crítica conforma la verdad”.

Debo los comentarios sobre “El arte de la mentira en política” a Jean–Jacques Courtine. Lo explica mucho major que yo aquí en Puntocrítico

4 comentarios:

Daniel F. dijo...

Leo:
", el pronombre y la preposición de su gramática, el verbo copulativo de sus procedimiento"
A mi me gusta más la copula que la política. Quizás por esta reflexión que nos muestra, hay tan poca gente capacitada en política, no lo se..

Un saludo

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Coincido con tus preferencias...
Yo creo que las personas capaces saben que la ética y la moral van reñidas con la política, por eso está ocupada por la mediocridad, por personas ambiciosas, vanidosas y sin escrúpulos.
Gracias por participar,Temujin
¡Salud!

J.C. dijo...

Y sin embargo la política deberia ser la forma práctica de aplicacion de la ética

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Nunca lo ha sido, en ningún momento de la historia, y los valientes que lo han intentado, al poco han sucumbido ante vanidades, egoísmos, envidias, intereses... es decir ante nosotros mismos. Creo que no hay nada puro en política, pero tampoco en nuestra vidas, de manera que vamos apañándonos como podemos. Teniendo eso bien claro, finalmente se trata de apostar por la opción más honesta y la que nos ofrezca libertad y justicia social. O eso, o participar activamente, sabiendo de antemano que tendremos que ensuciarnos para poder conseguir pequeños triunfos que mejoren un poco la vida de la gente.

Gracias por tu comentario
¡Salud!