martes, 22 de noviembre de 2016

Populismo acústico




Para Andreu, que disfruta conmigo poniendo discos.

Nos la han metido doblada. Nos la han dado con queso. Nos han tangado. ¡Qué se yo! Nos han engañado como los chinos engañan a los europeos, que hasta en eso tenemos que cambiar el dicho. Nos dijeron, mira, oye, sonido limpio, sonido a prueba de frituras, sonido original, de una calidad inigualable, jamás imaginada. Nos dijeron, la música en CD es lo más. Nos dijeron que se acabaron las ralladas, se acabó cambiar la aguja, se acabó  levantarse  del sofá para cambiar  de cara el disco. El sonido digitalizado es lo que mola. 

Después llegó la grabación con el programa Nero y aquello era un no  parar. Venga y venga almacenar música. De los Rolling  ¡lo tengo todo!. De Supertarmp ¡lo tengo todo! De Beethoven ¡Lo tengo todo!. De la Pantoja, ¡hijo, grábame a la Pantoja con eso que han inventado!.  Y cada semana todos corriendo  al bazar chino, a comprar rulos de 50; ¡todos a planchar! ¡ día y noche  planchando!… 

Y en poco tiempo, ¿para qué el CD?. Hay que deshacerse de  todos, igual que en aquellos años ya lejanos, cuando éramos jóvenes  y sin pudor, ni compasión, sin  ningún tipo de respeto hacia nuestros mayores, lanzamos a los contenedores centenares de  cintas de cassete, sin piedad, horas y horas de nuestra primera música a  la basura que arderían en vertederos malolientes junto a nuestros primeros balbuceos.

Pero  valió la pena, porque ahora tengo un universo de música en mi Iphone, en mi Ipod, en un reproductor portátil de MP3, o, mejor que mejor, en el móvi,  tirando de Spotyfy, o en la tele, con Youtube, pinchando la tele al ampli, y menudo sonido,’¡ no veas como peta!.

No te lo crees ni tú. Quienes conservan los vinilos lo saben, aunque no lo reconozcan. Haz la prueba. Abre el armario, rescata un disco, el que quieras,  a ciegas. ¿Recuerdas como había que proceder? Primero observa con detenimiento la carátula. Invierte unos segundos en disfrutar de sus colores, de su diseño. Comprueba si es doble, si se abre como un libro y regodéate en su contenido. Después, extrae el disco de su funda de papel de seda. Sostenlo con el pulgar bajo el orificio y el índice sujetando el borde. Límpialo con delicadeza. Como seguramente habrás extraviado el cepillo limpiador de discos, puedes utilizar un pedacito de fieltro. Ahora dirígete al giradiscos. Levanta la tapa protectora. Dispón el disco sobre el plato con la cara que te interese escuchar hacia arriba, encajando el orificio central con el pequeño pivote metálico, que encontrarás  justo en el centro. 

Llega el momento crucial. Presta mucha atención. A la derecha del plato verás una especie de palanca en forma de ángulo,  en cuyo extremo hay una pestaña estrechita. Es el brazo. En el extremo libre del brazo reside la cápsula, que a su vez contiene una finísima aguja de diamante. Todo ese conjunto es el que va transmitir el contenido sonoro del disco al amplificador, y el amplificador a los altavoces. Si el brazo está embridado, quítale el seguro.  Levanta el brazo son sumo cuidado utilizando el borde de tu dedo pulgar o la yema de tu dedo índice. Desplaza ligeramente el brazo hacia dentro. ¡Magia! El disco está girando. Coloca muy suavemente la aguja sobre los primeros surcos. Sobre todo, no la dejes caer. Déjala que repose sobre el surco como si dejases un bebé recién nacido sobre la cuna ¡Qué momento! Acabas de escuchar el sonido acolchado de  un beso, el aviso dulce y tenue del inicio inminente de la primera canción que, al sonar, levita sobre un eco casi imperceptible, algo así como olas que se escuchan desde más allá de una cumbre, como el gemido marino que emite en lo hondo de su concha la reverberación de las caracolas. 

A partir de entonces ya solamente queda disfrutar de cada una de las canciones y gozar de la infinidad de matices que nos proporcionan; las maderas, los metales, las voces, las cuerdas; todos y cada uno de los instrumentos en su justa proporción, tal y como el autor o los músicos quisieron que se registrasen; y  todos esos  elementos  resonando en el interior de una de una gran cúpula algodonada que acolcha la  sonoridad  regalándonos   un  nivel de  graves sorprendente,  inusitado, que ya no recordábamos,  porque durante los últimos años, bajo la tiranía  del reino digital nos hemos alimentado de lata y de  chapa y hemos renunciado a la ecualización en aras de la comodidad y de la cantidad; en aras de la posesión  compulsiva, para lo cual hemos sacrificado la calidad.  En realidad no nos hemos dado cuenta de que somos víctima del más devastador  populismo acústico. 

Ayer escuchaba Fool’s Overture, de Supertramp -una de los éxitos del  álbum “Even in the quietest moments”,  el del piano nevado, - y mientras giraba el disco y sonaban la ventolera, las campanas del Big Ben y la voz de Winston Churchill, me   detuve a observar las barras luminosas que indican los  distintos niveles sonoros que reproduce el amplificador. Me quedé absorto, como cuando uno se sienta ante el fuego y no puede apartar su vista de la danza de la lumbre.  La traducción visual en la pantalla de la  ecualización deja en los extremos de cada fase el rastro del nivel más alto, como las centellas que surgen desde el extremo de las llamas,  como copos de nieve incandescentes que se difuminan y relevan unos a otros.

Al contrario, ese mismo disco escuchado en CD no reproduce más que un ritmo uniforme en todas las barras. Es el sonido único. Siempre suena igual. Resulta indiferente escuchar a Supertramp o a María Jimenez.  No hay matices. Graves, medios y agudos laten compulsiva y uniformemente de arriba abajo, como un corazón desquiciado, y el resultado es pura lata, la taquicardia  afilada de una serie de sonidos carentes de luz y de color que  llegan al oído igual que  tachuelas de cabeza brillante. 

Sin embargo, así y todo, insistimos en confiar en el sonido digital, porque  parece que nos da lo que queremos; porque nos brinda la ilusión de la posesión infinita; porque es ubicuo; porque nos ofrece un espejismo democrático en el que nos vemos a nosotros mismos la mar de   generosos, compartiendo con amigos y seres queridos de un modo sencillo aquello que creemos que nos gusta; porque seguimos creyendo que es gratis, a pesar de que el precio que pagamos por escuchar música somos nosotros mismos y, sobre todo,  porque hemos asumido de un modo acrítico que la música digital no da  problemas. ¡Bendito sean los problemas y bendita la diversidad de su resolución! ¡Yo abjuro de los salvadores del sonido! ¡Viva la contrarrevolución analógica! ¡A las armas!

3 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Jamás madaré a la basura los Lp's, cintas e incluso CD's que tengo en casa por cientos.
Lo que sí mandaría a la basura ya son los iPod, iPhones, iPad (que tengo y no utilizo para nada, ¿para qué? - Para nada), y en general todo lo que empiece por "i" minúscula.
¿Menudo sonido? Exacto, menudo.

Un saludo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Lo dicho, Juan, 'A las armas!

Juan Nadie dijo...

Eso, eso, que se vayan preparando.