jueves, 10 de julio de 2014

Dos páginas más ( Fragmento del diario de un hijo de puta)


Tengo 58 años y me masturbo tres veces al día, dos de ellas con éxito. Suelo beber, no fumo y de vez en cuando me voy de putas. A las putas les desagrada el aliento a tabaco. Nunca lo dicen, porque son muy sufridas, pero yo sé que es una de las cosas que más le jode, más que chuparla. Lo sé por mi madre, que cuando  llegaba a casa siempre lo decía, en voz baja, como hablando consigo misma, mientras contaba sobre la mesa del comedor la recaudación del día. Era como un susurro rítmico de pensamientos que ascendía y descendía de  tono, según se aproximaba a una nueva centena. A ella le servía para no perder la cuenta y de paso se desahogaba de los inconvenientes de la profesión. A menudo, al levantarse para ir a guardar el dinero, daba la salmodia por concluida con un final operístico, elevando un poco más el tono, y solía decir “¡Con lo barato que es un chicle, coño!”.
Me gustaría ir más veces de putas, pero el sueldo no da para más. Además, desde que murió mamá,  cada día siento más nostalgia. No sé si debe ser la edad, o si  esos traumas de los que hablan los psicólogos se agudizan o aparecen con el paso de los años. La cosa es que, de un tiempo a esta parte, no hay día que me acueste con una fulana que en un momento u otro de la faena no vea a mi madre. Y así es imposible, porque es como si me la estuviese follando a ella. Me ocurre siempre, tanto si se la meto por delante como si se la meto por detrás. Quiero decir que no tiene nada que ver con la cara, con el parecido de los rostros, el olor, y todo eso. Es ponerme, escuchar los primeros gemidos fingidos y ya la estoy viendo, cantando, tendiendo la ropa, meneando con la cuchara de palo el potaje dentro de la olla o hablando con la vecina. Y claro, me vengo abajo. Un día intenté pensar en otra cosa, en el dinero que había pagado, pero no sirvió de mucho porque entonces la sensación edípica (creo que la llaman así por un tipo antiguo que se llamaba Edipo y que se encachifollló  de su vieja) aumenta y no puedo quitarme de la cabeza a mamá contando y recontando billetes de 10 euros  entre rumores sobre el tapete blanco de la mesa que le bordó la abuela a punto de cruz.
Por eso ya casi no salgo. Me quedo en casa, leo a Proust y me hago pajas. Proust es un autor de lo más caliente. Nunca lo hubiese imaginado. Empecé a leerlo porque me dijeron que iba muy bien para curarse de los recuerdos, de la melancolía -o de la nostalgia, que no sé si es lo mismo- y que tenía un rollo un poco raro con su madre, o con su abuela, pero menuda sorpresa que me he llevado con Proust. ¡Qué tío! En una escena se corre encima de los pantalones solamente porque le roza una niñata bien. Después, con el paso de los años,  aprende a contenerse y ya es un no parar. Se convierte en todo un maestro, porque llega  un momento, cuando ya es un joven burgués la mar de apuesto, que se tira a todas las tías que van de vacaciones a la costa, a un pueblo que está muy bien, muy animado y que se llama Balbec y que debe ser como ahora Lloret de Mar o Sitges. No deja a una virgen.
Bueno, no sé si es Proust, u otro que se inventa Proust. No como yo ahora, que soy yo mismo, porque a mí, eso de inventar, no me va, y menos para escribir. Las cosas son como son y uno es como es. Si quieres ser otro, pues te esperas a carnaval, o te haces un perfil falso en Facebook, y juegas a ser una mujer cuando eres un hombre, y a ligar con tortis o con otros tíos,  o  a ser policía cuando resulta que eres un puto mafioso ruso. ¡Ja! Eso estaría bien.
Pero a lo que iba. La verdad es que en las novelas de Proust, vírgenes  no hay muchas. Son todas unas expertas. Los aristócratas y la gente pija siempre ha follado más y mejor que el pueblo.  Y es lógico. Tienen más tiempo para todo. Y también más gusto. A ver si va a ser lo mismo la linda Odette, o Albertine que mi madre, por muy madre mía que sea.   Además no se están de nada. Son de buen comer. Le dan a todo, carne y pescado, caracoles y ostras, como le decía Toni Curtis a Sir Lawrence Oliver en Espartaco, o al revés, ya no me acuerdo bien. Parece que los ricachones franceses se aprenden desde jovencitos la famosa lección de  polvo que no echas polvo que se  pierde para siempre. Por eso son franceses, y ricos.
Buena película Espartaco, la antigua, la de Kubrik. Un poco bruto. No tan cultivado como Proust y sus amiguetes del faubourg Saint Germain. De hecho es un zoquete analfabeto, pero como se enamora de una esclava muy fina, pues poco a poco se va cultivando y se convierte en el líder que el pueblo necesita para liberarse de la tiranía de las cadenas y conquistar la libertad. Algo así como Pablo Iglesias, pero en el Imperio Romano y sin novia.  Acaba fatal, como ocurre siempre con los héroes de la Historia.
Cuando me canso de leer -agotado de descifrar sujetos y predicados entre bosques de aposiciones- me  tomo un whisky apoyado en la barandilla del balcón y me entretengo en ver pasar a la gente. Siempre me fijo más en las mujeres. Ahora en verano van todas muy justitas de ropa y no hay mujer que me parezca fea. Unos días me pajeo pensando en las gordas, otros en las maduritas, Me da igual la raza, la religión o su condición social. Todas  tienen algo que me la pone dura, excepto las jóvenes, que  ya han dejado de ponerme. No es que no las encuentre apetitosas, porque hay algunas que están muy ricas, pero soy incapaz de hallar en ellas  ese detalle que me levanta, y me anima, y que tienen todas las otras. Qué se yo, una axila carnosa, un culo fofo y temblón, unas braguitas mal puestas, un par de pechos veteranos, esa barriga consolidada, bajo la camiseta ajustada, marcando un amplio ombligo, que es como una señal, un imán torbellino, el lugar desde donde uno empezaría a lamer, mirando hacia arriba, el rostro expectante y sereno, los pezones grandes y rosados,  y después deslizarse  entre dos columnas jónicas agarrado a dos enormes nalgas mientras te abrevas y saboreas las mieles de los años y escuchas el sollozo avezado del placer.
Hay noches en que me encuentro inapetente, no he leo ni una sola página y me  enclaustro en el sofá.  El sofá no es un lugar donde uno se recuesta. El sofá es una tumba de la que  es muy difícil salir, a no ser que conozcas los secretos de la voluntad. El sofá te encierra como en una prisión y te hunde en la miseria. Por eso yo, a menudo, me masturbo en el sofá, al menos un par de veces por semana. A mí me funciona. Es un modo efectivo de bendecirlo y de evitar así las consecuencias de su maldición. Después de correrme me levanto y me doy una buena ducha y ya estoy como nuevo para acometer otro par de centenares de páginas. En algún momento, incluso, me entran ganas de escribir, como ahora, pero enseguida me viene el recuerdo de mi madre, el olor  a guisos  de aquel piso, el rastro de perfume que dejaba cuando salía,  y entonces me bloqueo, y no salgo de los  mismos  temas.  He llegado a pensar, y a creer muy seriamente,  que cuando escribo me viene a suceder lo mismo que cuando voy de putas. Por eso muy pocas veces paso de las dos páginas. Tengo un buen puñado de escritos que ocupan dos páginas. Los tengo guardados en decenas de carpetas azules de cartón. Juntos formarían tantos libros como casi todos los que escribió Marcel Proust. Todo esto indica una sola cosa: que debería revisar mis hábitos sexuales. No sé si estaré a tiempo. A veces ya es demasiado tarde.

9 comentarios:

ESTER dijo...

"Yo vivo a demasiados millares de metros de altura por encima de los bajos fondos en los que chapotean y chismorrean de forma tan inmunda, para que pueda sentirme salpicado por las bromas de una Verdurin".

Nunca es tarde.

Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Buena cita de Proust, muy apropiada para la entrada de hoy
Besos!!

Lansky dijo...

Muy bonito, Pobrecito, me ha gustado, es una bonita historia de amor filial, aunque no has conseguido la debida suspensión de mi incredulidad que todo relato exige, porque no veo la posibilidad de un tipo que cita a Edipo como recién conocido y lee a Proust, pero es un pequeñísimo ‘pero’, reitero que me ha gustado, por si eso importara.

Un saludo

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Lansky, ni te imaginas lo bien formados que estaban hace unos años los hijos de puta. No como ahora. De hecho, la de los 70-80 es la generación mejor formada de hijos de puta de la historia. Que no te quepa duda. Cuento con indicadores. ;)

¡¡Un abrazo!!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Por cierto Lansky, conocí a un tipo que se había leído cuatro veces El Quijote y no sabía quien era Alfonso Fernández de Avellaneda.
¡Qué cosas!

Lansky dijo...

No seas tramposón: juega con las palabras en tus relatos, no en tus réplicas. Hijos de puta literales o al pie de la letra pueden estar muy bien formados o no, lo mismo que los hijos de puta a los que directamente aludes. No obstante, y para que no haya equívocos, tener una madre puta es un peso duro de llevar, pero también tendrá alguna ventaja, o ahorrarte matar al padre, hablando de complejos, porque si no tendrías que ser un asesino en serie.

un abrazo p'a ti

Lansky dijo...

lo malo, pienso es lo contrario y más fecuente: saber quién es ese Avwllaneda y no haber leído ni ese quijote ni el 'bueno'

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Jajajajajajajajajaja
Ahí le has dao

HOSTAL MI LOLI dijo...

jajjajaja que bueno. Un abrazo.