Será bueno o malo, perjudicial o beneficioso, pero la cosa es que por más
que tomo conciencia de mí mismo, me veo como un niño. Rozo los cincuenta,
el vientre se me derrama equitativamente
a ambos lados de la cadera, hace ya
tiempo que no puedo solazarme observando
la parábola de mi orina y mis hermosas
posaderas-célebres hace algún tiempo, más allá de la comarca- son incapaces de
llenar con dignidad la culera de los pantalones.
Pero insisto, yo me siento como un
niño. No se trata de una vuelta al pasado, de hacerle trampas al tiempo, al estilo Carpentier, o de una rareza
congénita, como la que sufrió Benjamin Button. Pura y simplemente, me siento como un niño. Incluso diría que es
algo más que una sensación: es una certeza, la evidencia, el convencimiento
diario de hablar, ver, pensar, proceder, y elaborar la realidad que me rodea
igual que lo hacía cuando tenía 13 años.
De hecho, si soy sincero, lo único
que he dejado de hacer es mirar debajo de la cama antes de acostarme, taparme
con la frazada hasta el cuello si oigo las 12 campanadas de la media noche, o
rizarme el flequillo constantemente con el dedo índice cuando veo la tele. Por
lo demás, exceptuando alguna que otra actividad íntima - recurrente en el
pasado y exclusivamente solitaria- todo sigue igual.
De los deberes no me libra nadie, refunfuño si me veo obligado a hacer algo
que me quita tiempo de juego, fumo a escondidas, veo películas porno de
madrugada, lloro desconsolado si pierde el Barça, me emborracho porque sí con
los amigos, no bajo la tapa del retrete y cuando suena el despertador cada mañana me tienen que tirar de la cama.
Sin embargo, éstas no son más que
nimiedades costumbristas, retazos, rasgos de la intrahistoria particular de mi
día a día que en mayor o menor medida
puede repetirse en otros ejemplares
adultos de la especie. Quiero decir que lo que me ocurre va más allá de
lo puramente instrumental, de lo físico y hasta de los hábitos; es una cuestión
esencial, de fondo, una corriente submarina que fluye a medio mar y de la que
con pericia y paciencia se puede sacar agua dulce.
Si camino oigo mis pasos, largos, pesados, pero misteriosamente los percibo cortos e inquietos. Si hablo, oigo mi voz, ronca y grave, aunque dentro, en mi pecho, donde nadie llega, resuena un timbre nasal, aniñado e insolente. Si me hablan no escucho. Si duermo sueño, o no sueño, recuerdo o no recuerdo lo que sueño, pero en el preciso instante del despertar me asalta una alegría despreocupada, emergencias intrascendentes, la necesidad atropellada de saber si llueve o hace sol. Me tomo el trabajo como juego, y cuando juego pongo en todo momento mis cinco sentidos. Ante los mayores me agrando y antes los jóvenes me achico… y así, definitivamente, día tras día, de sol a sol, todos y cada uno de los detalles de mi vida que me construyen van moldeando un niño envuelto en piel reseca cuyas ambiciones se reducen a un beso cada mañana y el deseo impertinente de la inocencia eterna.
Si camino oigo mis pasos, largos, pesados, pero misteriosamente los percibo cortos e inquietos. Si hablo, oigo mi voz, ronca y grave, aunque dentro, en mi pecho, donde nadie llega, resuena un timbre nasal, aniñado e insolente. Si me hablan no escucho. Si duermo sueño, o no sueño, recuerdo o no recuerdo lo que sueño, pero en el preciso instante del despertar me asalta una alegría despreocupada, emergencias intrascendentes, la necesidad atropellada de saber si llueve o hace sol. Me tomo el trabajo como juego, y cuando juego pongo en todo momento mis cinco sentidos. Ante los mayores me agrando y antes los jóvenes me achico… y así, definitivamente, día tras día, de sol a sol, todos y cada uno de los detalles de mi vida que me construyen van moldeando un niño envuelto en piel reseca cuyas ambiciones se reducen a un beso cada mañana y el deseo impertinente de la inocencia eterna.
6 comentarios:
Te felicito; cuántos como tú no viven, vegetan; saberse niño a los 50 no es fácil. Lo de tener el deseo impertinente de la inocencia eterna es fabuloso.
Besos, Ester
Es fácil porque me sale espontáneo, de verdad. No tengo conciencia de adulto, y no sé si ésto es bueno, malo o todo lo contrario. En todo caso, lo disfruto y lo padezco.
Un beso Ester
Esa regresión, con o sin posaderas de por medio -ni mucho menos la necesidad de verificar/palpar-, la sentims todos. De modo que estás autorizado/legitimado a largar lo que sientas, percibas, temas, veas...
Besos!
Dentro de ti hay un niño maravilloso que espero te acompañe hasta los cien o más jajjajaj. Besos.
Ana, no sé si es una regresión o siempre ha sido así,como si ciertamente la vida evolucionase hacia la madurez y después hacia la vejez pero sin dejar de ser lo que fuimos/ somos antes. Es algo muy extraño
¡salud!
Loli, no sé si es buena idea llegar hasta los cien... porque entonces sí que de verdad vuelve uno a la infancia, por las dependencias y... bueno, es un topicazo, pero el niño particular de cada cual no nos abandona nunca.
¡Salud!
Publicar un comentario