martes, 16 de junio de 2009

La cartera

bajo
Las carteras y los bolsos que paseamos de un lado a otro contienen lo que somos. La que cuelga de mi hombro tiene el aspecto de las viejas carteras de piel curtida por los años, aunque en realidad es ahora exactamente igual a como la compré. Quiero decir que no es realmente una cartera vieja, pero posee una pátina artificial de tiempo, y quizá es precisamente por eso por lo que la uso. Del mismo modo, casi podríamos afirmar que uno es la cartera que lleva. Por ejemplo, la que enseñan los ministros al tomar posesión del cargo es más falsa que el puro de Churchill. La que lucen los ejecutivos en el puente aéreo es blindada, dura; suele llevar incorporada tres cierres de seguridad y casi una decena de compartimentos en los que se ordenan contratos, despidos, eres y facturaciones en negro y, a veces, una joya de bisutería de marca que irá a parar al cuello, a la muñeca a las orejas o a los dedos de alguien significativamente más joven que el santo cónyuge. Hay otro tipo de ejecutivos de puente aéreo que viaja también con cartera, pero ésta es más flexible, más correosa, y acostumbra a contener un ordenador portátil, por lo que su peso suele ser mayor. Los que usan este tipo de cartera suelen sufrir de la espalda y sueñan con deshacerse de ella algún día y cambiarla por una rígida, negra y de tres cierres metálicos. Por eso, en cuanto llegan a la zona de embarque la abren y trabajan sobre sus faldas, y embarcan con el computador abierto, y se sientan y continúan tecleando y analizando balances y redactando informes. Cuando levantan un instante la mirada para relajar la vista, ven a través de la ventanilla la mancha ocre del desierto de los Monegros y entonces sueñan dos minutos con el lavabo de la planta de arriba de la sede central, en donde mea el consejero delegado y todo su equipo directivo.

La carteras de cuero marrón color teja suelen pertenecer a intelectuales, profesores, artistas o concejales izquierdosos de ayuntamiento de pueblos medianos, que se identifican así con el artisteo en general y con la intelligentsia en particular. De esa manera, también marcan las pertinentes distancias políticas ideológicas con los concejales nacionalistas, que no usan cartera alguna porque les gusta llevar las manos metidas en los bolsillos, que para eso están en su pueblo; o con los de derecha pura y dura, que sí tienen cartera, y de buena calidad, pero no la lucen porque se la lleva el promotor de turno.

A mí, las que más me gustan son las carteritas que usan los cobradores a domicilio de la póliza del seguro de defunción. Rectangulares, clásicas, ni grandes ni pequeñas, prácticas, del color marrón oscuro de la tierra, equipadas con una estrecha cremallera de cobre que jamás se rompe; caben perfectamente bajo la axila del cobrador y paradójicamente son carteras repletas de vida porque suelen contener gran cantidad de pólizas, dinero en metálico, el bocadillo del almuerzo, dos piezas de fruta y el periódico deportivo. Quienes las utilizan muestran gran destreza en su manejo ya que son capaces de llamar al timbre con una mano mientras con la otra, arriman la colilla caliente del cigarrillo a la boca, o empujan levemente el puente de las gafas hacia el centro de la nariz, y todo sin dejar de sujetar bajo el sobaco su preciosa, práctica y adecuada cartera , que contiene el futuro del que paga.

Hoy sentía la necesidad de hacer examen de conciencia y he abierto mi cartera de par en par. Porque las carteras son también, de alguna manera, como el lienzo en el que se pintó el retrato de Dorian Gray. Acumulan todo cuanto ha transcurrido en nuestra vida durante un periodo de tiempo y, si no se airean de vez en cuando, lo que guardamos acaba por pasarnos factura o por dejarnos en evidencia; termina por reprocharnos que no cumplimos con nuestros planes, nuestros compromisos; nos recuerda hechos que creíamos ya olvidados, personas a las que no veremos más. Descubrimos bolígrafos que ya no sirven, fósforos que no encendemos, papeles que se deshacen con solo tocarlos y que ahora ya no podemos leer. Airear la cartera demasiado de tarde en tarde nos puede llegar a descubrir, sobre todo, que el tiempo ha pasado más deprisa y con una mayor cantidad de horas de lo que creíamos.

Llevo en la mía el primer volumen de ‘El hombre de sin atributos’ de Robert Musil, un CD con música que ya no me gusta; tres mondeas de ocho maravedís; la pluma y el estuche en el que guardo la pluma; otra pluma, la de escribir cosas intrascendentes; las recargas de la pluma, una radio, la libreta que se cierra con el nudo simple de una cuerda de esparto; la libreta Moleskine; otra vieja libreta de citas con la flor quitameriendas que yace en su interior desde que la arranqué de un prado de la sierra castellana al final de un verano ya lejano; el teléfono móvil (los muertos también usamos); un dispositivo de memoria que no guarda memoria: guarda documentos. Papeles inservibles, montones de papeles inservibles que han autogestionado su propios dobleces, sus arrugas en las esquinas, sus mitades asimétricas y que se han acomodado en la epidermis interna de la cartera formando un piélago suavón de celulosa frágil como si fuese la conciencia de su alma.

Entre toda la maraña de papelotes, encuentro una hoja de periódico doblada por tres veces, muy perjudicada por el tiempo. Es la noticia triste que da un diario de provincias sobre la muerte de un poeta que no ejerció. Murió joven. Yo asistí a su entierro, que fue multitudinario. Le lloró toda la ciudad en donde vivió. Las pocas veces que le vi y que le traté me pareció de ese tipo de personas que pasa por la vida dejando su huella profunda en la memoria, un espíritu bravo y desmesurado que llenó los espacios por los que repartió su presencia. La noticia de su muerte, una bella y sentida necrológica que otro poeta escribió sobre él, ha estado descansando dentro de mi cartera durante años, y ahí va a seguir, hasta que no queden más que los pedacitos de papel y el polvo gris de la tinta de las letras que le recuerdan. Las carteras contienen lo que somos.

Vuelvo mañana

16 comentarios:

Belén dijo...

Creo que en estas modernas faltriqueras (¡fantástico palabro que mi querido y añorado abuelo "conejo" mantenía en vigor) guardamos solo aquello que queremos guardar... por mi parte me dispongo a sacar de ella para siempre "El aturdimiento" de Joël Egloff que me recomendó calurosamente un amigo. A mí me ha dejado fría; debe ser porque no me "menea la aguja" ese punto ¿nihilista? que dicen que comparte con su compatriota Camus... Yo casi en esta prosaica mañana prefiero esta otra versión de "las carteras"...
Disfrutala, (si puedes!).Un beso. Belén
http://www.youtube.com/watch?v=QZ2XVxGJexk

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

Es verdad. Faltriquera es una estupenda palabra. Y no conozco a Egloff, pero intuyo ni él ni Camus tienen mucho que ver con la orquesta Aragon. !Qué grandes! El video y la cancion son muy buenos. Hasta dan un poco de rabia porque es un sonido ¡¡pa gosssar!!, y todavía falta más de mes y medio para las vacaciones. Salud Belen

Margaret dijo...

Yo lo hago al revés: Guardo en mi cartera todo aquello que no quiero volver a ver. Sé que el tiempo convertirá en pedacitos y al final en polvo, todo el papel. Sé que la memoria acabará olvidando el resto.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Es una buena estrategia, aunque yo no me fiaría mucho de la memoria: al final todo vuelve, y de manera caprichosa. Tu cartera es una bomba. Salud Margaret

Anónimo dijo...

Yo nunca olvidé mi cabás blanco de colegiala en Asturias, la primera "cartera" que tuve.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Si pudiésemos recuperar todo lo que guardaron las carteras de la infancia, moriríamos de nostalgia

Anónimo dijo...

Que cierto que la cartera dice lo que somos! Para mi, un pozo sin fondo dónde me cuesta encontrar lo que busco, hasta el sobresalto. Cuando me ocurre, veo a Alicia entrando en sus "maravillas", y de verdad creo que algún dia me puede salir un conejo, sin chistera, pero lo creo. Si un día me pierdo en una isla, uno de los tres deseos, mi cartera. Me gusta tu cartera. Gracias.
Claudia

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Claudia, bienvenida.Es muy sugerente la idea de que la cartera esconde lo que somos, y no solo dice lo que somos. El Mal y el Bien, muy juntitos, colgando de nosotros. Salud Claudia

NENA dijo...

Lo que hace ilusión, al cabo de más de 30 años,es que una cartera que pensabas que había desaparecido de tu vida, aparece como por arte de magia de un rincón y ahora la utiliza una niña de 10 años, cuya primera expresión fue: Mama, mira que he encontrado!!

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

Es una historia hermosa la que explicas. Se me ocurre que la cartera que ahora utiliza Ariadna es diferente a la que tu usabas, porque contiene sus cosas olvidadas, sus secretos, sus tesoros... dentro de la misma piel, tu piel. Un abrazo

NENA dijo...

Por la foto, más que una cartera parece un zurrón como el de los pastores...
El libro de Musil, qué tal?

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Musil es literatura, es el mundo, es el alma, es inteligencia, sabiduría, profundidad, exiquisitez, tiempo, gozo, historia, placer, pensamiento, humor, amor, mentira, magisterio,... Me gustaría poder hablar de Robert Musil en una entrada si reúno el suficiente valor

Anónimo dijo...

Discrepo. Mi cartera no me contiene a mi sino a los otros, porqué en mi cartera llevo cartas. ¿Cartas? Hubo un tiempo en que los amantes se asomaban a la esquina de su calle por ver si aparecía a lo lejos el mensajero del amor. Dilatada espera para un te quiero María, un te espero corazón, un no me olvides cariño, un regresaré pronto mamá. Hoy el amor se consume tan rápido que las cartas llegarían demasiado tarde (a misses dites, decimos en catalán), por eso, supongo, más que cartas mi cartera contiene sobres. Sobres con facturas, sobres con recibos, sobres con compre esto o compre aquello. Una vez al mes (ahora en verano más a menudo) entrego una postal y de vez en cuando una carta de amor, eso sí, acorde con los tiempos: “es de mi tía de Granada, me manda un billete de lotería”.
Saludos Pobrecito hablador, a ver que tal funciona el correo de ultratumba.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

El correo de ultratumba funciona mejor que el postal. No hay carta que se pierda y todo llega a su tiempo, porque el tiempo no existe. Creo que te conozco, pero no me atrevo a nombrarte, por si me equivoco. En mi segunda vida he conocido dos carteros, y los dos se llaman Manolo, y los dos son capaces de ver en su oficio el lado más poético. Salud y un fuerte abrazo, quien quiera que seas.

Anónimo dijo...

Si acaso nos conocemos será, como dice Bernardo Soares, en la vida a la que pertenecemos de lejos, cuando meditamos en ese mundo que no existe.
En relación a Musil, la blancura de su Hombre sin atributos, me increpa cada vez que tomo un libro de la estantería. Me quedé a la mitad del primer volumen, creo que las grandes obras no se han hecho para mi. Soy de dietarios, de artículos, ya ves, mi mente come como un pájaro. Un abrazo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Los pájaros son ligeros, libres, y lo ven todo desde sus alturas.
Con Musil he suscrito un compromiso firmado con sangre: yo le leo por completo y él me traspasa una pizca de su talento Estoy en ello y cuanto más avanzo más me convenzo de que me ha engañado. Durante todo este tiempo se me van los ojos en los escaparates de las librerías, como un chiquillo de postguerra tras el cristal de una pastelería. Sufrir y gozar de esta manera me va a transformar en un místico...