sábado, 10 de enero de 2009

El tiempo


He vivido innumerables inviernos a lo largo de mi eternidad. Duros, crudos, fríos inviernos cubiertos de nieves y de hielo. El cielo se encapotaba y el sol desaparecía de las vidas de las gentes. Por entonces ya existían los medios de comunicación. Yo trabajé en ellos y llegué a crear alguno. Azotados por la ventisca, corríamos de un lado a otro y seguíamos con nuestras vidas y con nuestras muertes. Hablar del tiempo suponía perderlo. Resultaba mejor aprovecharlo en encender un buen fuego y, al abrigo de la chimenea, alumbrados por la luz de las llamas, bien abrigados, escribir sobre lo que de verdad nos helaba la sangre: la hipocresía, la tiranía, la pobreza, la incultura, la manipulación… la sangre derramada en las interminables y estúpidas guerras carlistas. Claro que había otros que preferían enmendarle la plana al político de turno, babear sobre los pies del rey o, sencillamente, llenar las cuatro páginas del pliego con las crónicas de las corridas de toros. Cada cual a lo suyo, nevase o ardiese la tierra de calor. Se trataba de discurrir a través de la mismísima vida, habitada siempre por perdedores y vencedores, listos, listillos, espabilados y tontos de remate, víctimas y verdugos, cabrones e inocentes.

Hoy, acostumbrados a vivir a cubierto, a 23 grados perpetuos, da la sensación de que occidente es un gran ascensor en el que nadie se mira y donde todos repetimos, como loros de pico corto, que en invierno nieva y hace frío y en verano no. No hay más que ver cualquier noticiero televisado por los ascensoristas sociales: 15 minutos de imágenes con personas caminando entre la nieve y la lluvia y otros 15 minutos de imágenes y palabras huecas sobre la última hazaña del futbolista de moda. O las portadas de los principales periódicos, que día si y día también, nos ofrecen cumplida información sobre la estación del año en qué vivimos, por si alguien alberga alguna duda.

Los inviernos de la Palestina ocupada son fríos y los veranos calurosos. La temperatura media del invierno, en el llamado Israel, es de 23 grados, la misma que en verano. En los hospitales de Gaza los heridos por el terrorismo israelí mueren de neumonía porque no hay cristales en las ventanas y la temperatura en su interior es la misma que en el exterior. Los niños palestinos se mueren de hambre, tumbados como perritos famélicos a las faldas de su mamá muerta a causa de la metralla producida por la explosión de misiles lanzados a las órdenes de Olmert, de Busch, de la Union Europea y del lobby judío. Los misiles son lanzados de madrugada, cuando la temperatura es más baja, aunque también al mediodía, cuando las nubes se retiran, se abren importantes claros y algunos chubascos ocasionales mojan los letreros luminosos de los centros comerciales de Jerusalem, Washington y París. Hace pocos días, llovió sobre una mezquita al norte de Gaza. En su interior rezaban los últimos creyentes del barrio. Al escampar, un misil de los terroristas judíos los descuartizó a todos y esparció sus entrañas por el suelo santo. El día de los Reyes Magos, día de la santa epifanía cristiana, tres cadáveres de niños palestinos aparecieron en todas las portadas de los diarios del mundo envueltos en sudarios tejidos en el mismo territorio en donde Jesús de Nazareth nació entre las nieves mediterráneas y el frío oriental. Oro incienso y mirra. Ese mismo día, al despuntar la mañana, caía una fina lluvia romana sobre la cúpula de San Pedro del Vaticano. Benedicto XVI se levantó de la cama adoselada, corrió la cortina púrpura de la ventana santa, miró al cielo y le preguntó a su asistente si las previsiones del tiempo para ese día prometían sol o, por el contrario, auguraban precipitaciones. A continuación bajó en ascensor hasta el despacho y, allí sentado, con la misma ilusión de un niño inocente, abrió su regalo y sonrió con sus dientes de pastor alemán. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, el anticiclón predominaba en la costa este americana y un cálido viento, apenas perceptible, peinaba la hierba verde sobre la que Barak Obama mejoraba su handicap al introducir con solo dos golpes la bola en el hoyo 9.

Vuelvo mañana

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo queda la indignación! Sólo el decir "no!.

Pobrecito hablador: Déjate oir siempre

Anónimo dijo...

Miro al cielo y veo copos metálicos que al romper en el suelo esparcen el polvo satánico de vuestras vidas atrincheradas tras la televisión.