lunes, 22 de septiembre de 2008

El Campo de Belchite (1)


Hay vivencias que parece organizar el destino de tal manera que, si uno está lo suficientemente atento, se puede percibir su mano en cada uno de los sucesos que nos acontecen. Qué le vamos a hacer, soy un romántico y ando todavía a vueltas con el sino y el fátum.

Hace unos días anduve de viaje por el Campo de Belchite, en la provincia de Zaragoza, una comarca inabarcable en donde el horizonte se confunde con la tierra, el cierzo sopla con fuerza y el hombre engaña al suelo para sacar de él el agua que le mantiene vivo. En el Campo de Belchite la tierra se confunde con la hierba, que sobrevive en cada pequeño tallo a fuerza de exprimir el frío de la noche al amanecer. Tierra y hierba manipulan los sentidos de quien atraviesa estos campos porque ofrecen al viajero, a primera vista, la hospitalidad de un lecho inmenso donde descansar, o la mansedumbre del agua parda en donde reposar en el que podría ser un inmenso mar sin tempestades.

Pero la historia es tozuda y desmiente y descubre a esta tierra manipuladora. Porque la verdad, la realidad, es bien distinta. Esta ha sido una tierra mártir en la que la hierba no medra verde porque la tierra está empapada de sangre; estas son una tierras propicias para la Muerte, que ha cabalgado por ellas, durante siglos, a su antojo. Hombres de diferentes épocas la han escogido para dirimir sus diferencias y sus traiciones a golpe de lanza, bayoneta, cañonazo y puñal. Mujeres , niños y ancianos inocentes han padecido a través de los años, en los pueblos que la habitan, la crueldad de que hace gala la especie humana en sus formas más aberrantes.

No es este lugar para hacer Historia pero en un par de líneas sí que se puede decir que desde los Cartagineses, los Romanos, hasta la llamada Guerra de la Independencia, pasando por la que me tocó vivir a mi -la Carlista- y, finalmente, la Guerra Civil, han sido miles y miles de vidas las que aquí han caído. Todavía hoy, toda la vileza de la muerte sopla en los atardeceres rojos de los Campos de Belchite a lomos del cierzo inclemente. Y para que conste, ahí quedan las ruinas del pueblo viejo de Belchite, monumento a nuestro lado más oscuro, en donde el cierzo silba, entre los hierros oxidados y retorcidos de las balconadas ruinosas, un canto a la vergüenza.

Esta son las primeras palabras de una serie en la que, este triste romántico, pretende poner toda la víscera de que sea capaz, porque hay cosas que en esta año 2008, año de mi tercera vida, no acabo de digerir; cosas que he visto en estos lugares y que, por mucha distancia que me otorgue el don de la inmortalidad, no acabo de entender con la razón. Si soy capaz, lo haré con el corazón…

Vuelvo mañana
Hice la foto entre un cierzo endiablado, relámpagos como serpientes, tronar a lo lejos y amenaza de tormenta. Parecía como si los muertos de la Historia se aprersurasen a rendir testimonio en un clamor de siglos.

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