martes, 19 de noviembre de 2013

Michael, siempre, a todas horas



El destino es aquello que nos va a ocurrir,  a pesar y gracias a todo lo  que  procuramos hacer  para que no ocurra. Es decir, que o bien  nos rendimos antes las evidencias de la realidad de cada día y las aceptamos, o bien  luchamos contra ellas. Cada cual que escoja, en función de su carácter, de sus posibilidades y de sus circunstancias. Sin embargo, tanto da nuestra  actitud ante las vicisitudes que nos va deparando la vida,   porque el resultado va a ser exactamente el mismo.

La disyuntiva entre actuar frente a lo que se nos viene encima o permanecer pasivos,  sea lo que sea lo que asole nuestras vidas,  nos ofrece únicamente una motivación para decidir en qué lado queremos estar, si del lado de los  luchadores, de los proactivos o de los motivados (que es como llaman ahora los jóvenes  a los empollones),  o bien del  lado de los pasivos, de los panchacontentas,  de aquellos que pasan por la vida igual que autómatas programables, como sonámbulos de un sueño sin caídas.

En aras de la neutralidad y de la objetividad, tengo  el deber de  desilusionar a  aquellos que  hayan  percibido matices peyorativos hacia alguna de las dos opciones anteriores; nada más lejos de mi intención. Intervenir o no intervenir frente a los  envites del destino tiene que ver con cierto sentido lúdico de la vida, con el miedo que tengamos a la muerte, o con una elevada concepción de nosotros mismos. Enfrente podríamos oponer las virtudes del estoicismo,  el cultivo sosegado del aburrimiento como sinónimo o garantía de paz y la indiferencia como disposición opuesta  a la  ambición.

Pero insisto, desde un punto de vista estrictamente  finalista, elegir el sentido de nuestra existencia hacia la acción o hacia la apatía es una decisión  estéril, porque todo está escrito y todo está decidido de antemano. Esta  no es una afirmación que tenga que ver con el manido- y no por ello menos cierto- tema de la muerte: (cuando nacemos ya morimos, somos ríos, vanidad de vanidades, etc, etc.).  Esta afirmación tiene que ver con el azar, la cual nos convierte en fichas de casino, en barajas de naipes o en dados dentro de un cubilete escandaloso. Los listos de siempre, tahures aventajados, aquellos  que procuran ganar a toda costa todas las partidas, pueden intentar la trampa, el viejo truco y hasta el estudio exhaustivo de las probabilidades, pero no se dan cuenta de que en su pretendida inteligencia descansa la estupidez inexperta propia de los  pardillos, porque lo que les depara el  destino es ni más ni menos, y  precisamente, consecuencia  de su artimaña.

Este último fin de semana pródigo en  lluvias era idóneo para desparramarse sobre el sofá y ver película tras película mientras allá afuera se deshacía el cielo. Emitieron, entre otras, la primera de El Padrino. Aprovechando la ocasión, a mí me dio por hacer un experimento que consistió en ver en DVD  el tercer largometraje  de la trilogía mientras en el canal de televisión se podía disfrutar de  la protagonizada por Marlon Brando. Es decir, en la misma pantalla se dilucidaban, al mismo tiempo,  el pasado y el futuro de varias existencias humanas. Evidentemente no podía visionar los dos largometrajes simultaneamente, así que me decidí por el definitivo, aquel en el que  se puede llegar a vislumbrar el destino definitivo de las criaturas  de Mario Puzzo y F.F.Coppola.

La cuestión es que mientras veía al ya veterano Michael Corleone  ampliando sus negocios en Europa,  involucrarse en la muerte de Juan Pablo I  o proferir en un final dramático el grito de dolor más desgarrador y célebre  del historia del cine,  yo era consciente   de que en paralelo, en el fondo invisible  del televisor, en el lado oscuro  de la vida, en el  pasado donde se cuece el porvenir,  Mike nace  a la lógica mafiosa  gracias a una consciente, medida y lúcida elección vital  cuando en su juventud decide vengar en el interior de una  trattoria  el atentado sufrido por su padre. Yo no podía ver  ese pretérito, porque en una misma  televisión no se pueden ver dos programas a la vez y sin embargo, por más que me fuese imposible verlo,  en realidad  se estaba proyectando; se proyecta  una, mil, infinitas veces, sin pausas, sin detenerse jamás,  aunque el final sea uno e irrepetible, o precisamente para que el final sea uno e irrepetible.

Sí que podía ver a  Mary -la  inocente  Mary-  morir de un balazo en el vientre. Esa bala se cargó en el mismo revólver  que Mike empuña 40 años antes en el lavabo de la trattoria a pesar de que el todopoderoso  Vito Corleone, dueño y amo abosoluto de centenares de destinos, dibujase  para su hijo  Michael un futuro alejado del crimen. Michael, siempre, a todas horas, en las sombras de pasado, en un sombrío rincón  catódico de mi televisor, durante su etapa presumiblemente luminosa (y al mismo tiempo  la  más negra de su existencia)   repetirá una y otra vez, insistentemente, infinitamente, todo aquello que debía hacer para que su andadura finalizase arrodillado sobre una escalinata, postrado y traumáticamente afligido ante la fatalidad inmisericorde. Mike estudia derecho,  se alista al ejército, sobrevive a la segunda gran guerra, conoce a la hermosa Kay  y se labra un futuro prometedor para convertirse irremisiblemente  en un criminal inteligente, despiadado e implacable, cuya víctima esencial será, en definitiva,  su propia hija. Michael Corleone no tenía otra elección. Michael Corleone  es otra víctima del azar, como tú y como yo.

12 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Dice el astrofísico y guitarrista Brian May en una de las canciones de Queen:
No hay tiempo para nosotros.
No hay lugar para nosotros.
¿De qué están hechos nuestros sueños, que se nos escapan?.
¿Quién quiere vivir para siempre?.
No tenemos ninguna oportunidad.
Ya todo está decidido...


Estupendo artículo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Además de astrofísico y gran guitarrista, está hecho todo un filósofo Brian May.
Gracias Juan
¡Salud!

Ana Rodríguez Fischer dijo...

¡Vaya! Me parece que el dilema inicial que planteas sí es en la línea de Andrés Hurtado.
Por lo demás, veo que aprovechaste bien el sosiego de la lluvia.
Abrazos!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Pobre Andrés, toda la vida buscando su destino. Otro ingénuo más.

Y sí, Ana, las tardes de domingo de lluvia son provechosas,siempre
¡salud!

Roy dijo...

Huelo a Auster. El azar: magnífico o aterrador, pero siempre el azar. Por cierto, también pienso en las "causas y azares". Muy buena la entrada

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Roy, no había pensado en Auster, pero me encanta que lo saques a colación: azar y Auster
casi se podría decir que son sinónimos

Y Silvio, qué diferente a Auster...
¿Tu crees que se llevarían bien? ¿Se tomarían unas cañas juntos?

Abrazos

ESTER dijo...

¿El destino está escrito? Es cuestión de creer o no creer. Yo creo que sí. No sé quién, ni qué, pero existe algo que nos sobrepasa y que nos obliga a aceptar.
Podemos moldear el camino pero no podemos obviarlo ni saltarlo; por eso, bajo mi opinión, mejor estar a buenas que a malas.
Eso de que todos somos víctimas del azar: ¿Qué azar?
Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

El destino juega a los dados, Ester. Es un tópico, y lo es porque es una de las únicas verdades a la que sin embargo no podemos acceder.
Somos criaturas en manos del azar
Besos

Juan Nadie dijo...

Einstein, que era creyente (a su manera) decía, refiriéndose a la "Mecánica Cuántica", que nunca llegó a entender del todo (¿y quién la entiende totalmente?) que Dios no juega a los dados. Stephen Hawking le rebate diciendo: no solamente Dios juega a los dados, sino que a veces los tira donde no podamos verlos. Científicos!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Eso, científicos, ¡qué sabrán los científicos de los secretos de la existencia!. Escribí algún tiempo atrás una serie de entradas en las que jugaba con los dogmas de la ciencia.
Son ocho y están a partir de la entrada "Primer desmentido"
http://elpobrecitohabladordelsigloxxi.blogspot.com.es/2011/08/primer-desmentido.html

¡Salud,Juan!

ESTER dijo...

Prefiero a Beethoven cuando dijo:

¡Actúa en vez de suplicar! ¡Sacrifícate sin esperanza de gloria ni recompensa! Si quieres conocer los milagros, hazlos tú antes. Sólo así podrá cumplirse tu peculiar destino.

Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Sí, sí, que Bethoveen diga lo que quiera, pero hiciese lo que hiciese, dejase de hacer lo que dejase de hacer, o precisamente por lo contrario, se cumplió su destino. Va listo si cree que fue él el que lo decidió todo. Los románticos sabían perfectamente que contra el fátum no hay nada que rascar.

Abrazos