miércoles, 13 de noviembre de 2013

El esperador



Todo pueblo tiene sus esperadores. Los esperadores son muy importantes. Sin buenos esperadores, las ciudades y los pueblos de España no podrían vivir en paz. 

Los hay que tienen uno, otros dos y algunos, si son importantes,  pueden llegar hasta tres. En las ciudades es más difícil identificarlos, porque pueden confundirse con los jubilados y aunque en muchos casos los esperadores son jubilados, no todo jubilado es un esperador. Una buena manera de distinguir a un jubilado de un esperador  es ignorar los bancos de las estaciones de ferrocarril y  las obras: un esperador nunca los frecuenta.

Un esperador viste de la manera más clásica posible, porque intenta a toda costa no llamar la atención. Nunca he podido entender cuál es el motivo por el que necesitan pasar desapercibidos. Es todo un misterio. Por eso llevo tanto tiempo observándolos. Se les puede ver con pantalones de tergal o de franela gris, chaqueta de punto granate o negra, camisa  lisa o jersey de cuello alto y mocasines o botas  marrones. La mayoría son varones, porque tienen mucho tiempo para esperar. A decir verdad, se pueden dedicar a esperar porque en sus casas  se lo encuentran todo hecho.

Un esperador nunca tiene prisa, porque si la tuviese dejaría de serlo. Sale de casa bien desayunado,  bien peinado y bien  afeitado. Camina despacio, con cierto aire de superioridad, pero con sumo cuidado de no llegar nunca a ofender.  Su caminar es  un estar en el mundo nada ostentoso, muy  medido, calmoso, tranquilo,  como si a través de  esa calma tranquila  quisiese dar a entender que él ha accedido al secreto de la vida, y  que le vamos a ver siempre así, tan saludable  como le vemos. De hecho, si uno se lo encuentra en la calle,  saluda cordialmente, y hasta pregunta por la salud de la familia, que es otra manera de decir, sin decir, lo bien y lo a gusto que él vive. A veces incluso se detiene a charlar un poco más con algún vecino. Por lo general, habla sin mirar a la cara, y sin  sacar las manos de los bolsillos, haciendo ademanes con el rostro, como indicando o dibujando direcciones  a  un lado y a otro del aire. De todos modos, si se detiene con alguien más de lo habitual,  no invierte demasiado tiempo en relacionarse porque  es muy escrupuloso con sus rutinas. A una hora determinada del día tiene que estar en su puesto, excepto si llueve, nieva, o graniza, porque en esas condiciones el esperador no suele salir de casa.

El puesto de un esperador es un lugar determinado del pueblo, o de la ciudad, que jamás escoge al azar. Cada esperador tiene el suyo. Los puestos no se heredan, ni se traspasan con el deceso. Cuando un esperador muere, el puesto queda libre y jamás se ocupa. A veces alguno lo ha intentado, pero no ha permanecido en el lugar más de media hora, porque el olor del que lo ocupó durante años permanece y lo envuelve todo, de manera que se hace imposible la espera en esa ubicación sin pensar en el esperador muerto,  lo cual resulta fatal para ejercer como Dios manda de esperador. Nada ni nadie puede o debe restar concentración a un esperador. 

Sin embargo, en la mayor parte de los casos,  casi todos los pueblos y ciudades de España comparten la localización de los esperadores. Nadie lo sabe a ciencia cierta pero  quienes han estudiado a fondo el fenómeno  especulan con que este hecho tiene que ver con la función y los objetivos que , instituciones, entes,  o voluntades desconocidas  jamás desveladas, asignan o encargan  a  los esperadores. De todos modos, yo soy más de otra opinión; yo creo que  un esperador es un ser libre que ejerce como tal de motu propio. Lo demás son leyendas, cuentos de vieja, historias para  no dormir que se difunden con la única intención de meternos a todos el miedo en el cuerpo. 

Para que un esperador cumpla a la perfección con su cometido, el lugar donde invierte gran parte de las horas del día debe reunir  una serie de requisitos que lo hagan propicio para la espera. Uno de los lugares más habituales son los límites geográficos de la localidad, junto a la carretera, cerca del letrero en el que se lee el nombre del pueblo que marca la frontera con tierra de nadie. Otras  ubicaciones frecuentes suelen ser las plazas de los Ayuntamientos, las puertas de las tabernas  (aunque jamás entran o consumen bebida alguna),  las calles en alto, los pequeños promontorios, miradores naturales o urbanizados, los aledaños de los campos municipales de fútbol  y las  inmediaciones de los mercados de abastos.

El esperador suele llegar cada día a su puesto a la misma hora, ya sea lunes, martes, o domingo. Un esperador lo es cada día del año. Al llegar, el esperador sitúa su atención siempre  en dirección hacia donde suelen ocurrir las cosas, hacia donde pasa la vida. Lo primero que hace un esperador cuando llega a su puesto es certificar que en  las proximidades no ha habido ningún cambio; que cada piedra, matorral, bache o cualquier otro elemento urbano sigue en el mismo lugar que el día anterior.  Después husmea el aire, de modo parecido a como husmean los hurones, y  a continuación se dispone a  fumar. Con la calma habitual, saca del bolsillo de la camisa su paquete de puritos, escoge cuidadosamente uno, se lo lleva a los labios, lo enciende y chupa intensamente dos o tres veces. A pesar de que expira  humo -prueba inequívoca de que el cigarro se ha encendido- mira atentamente el extremo que arde  para cerciorarse y, a continuación, satisfecho, lo deja en la boca. Ya no volverá a tocarlo más, aunque al cabo de unos minutos se apague a causa de la abundante saliva con que lo ahoga.

Entonces, una vez ejecutadas todos y cada uno de esto preliminares, el esperador se planta en pie, en la postura tradicional  de los esperadores; esto es, abiertas las piernas- más o menos a la altura de los hombros- con las manos entrelazadas tras la espalda. Y así, sin apenas moverse unos metros hacia un lado, unos metros hacia otro, espera durante horas. Llegada la media hora antes de la comida, vuelve a casa y tras la siesta de rigor el esperador recupera su presencia en el puesto.

Finalmente, cuando cae la tarde en los pueblos, ciudades y regiones de España ,  todos los esperadores vuelven a casa antes de que anochezca, satisfechos de sí mismos, un día más, felices y expectantes ante  las  perspectivas del día de mañana, ante una nueva jornada repleta de  emocionantes redundancias.

6 comentarios:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Desde el título, me intrigaste.
Adoro palabras inusuales tipo MERODEADOR, pero este ESPERADOR... De repente, ilusión de encontarse con algún tipo recóndito...
Luego vino la fiesta...
¡Viva el lenguaje, la invención!
Abrazos!

Juan Nadie dijo...

Curioso tipo "el esperador". Yo prefiero "el perseguidor", ese que interpreta hoy lo que "está tocando mañana".

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ana, en estos días me llegaron -sin saber cómo o por qué razones - recuerdos de la lectura de "El silenciero" de Antonio di Benedetto unidos a la imagen de personajes reales que existen, que se pueden ver tn toda la geografía española, y que se dedican todo el día a esperar: permanecen en un lugar determinado durante horas, ufanos, sin síntomas aparentes de aburrimiento. Gozan esperando no se sabe bien qué.
Mi intención inicial era ahondar en el motivo o en el objeto de la espera, pero a medida que escribía lo que ocurría era que se dibujaba el personaje y que la motivación de su función quedaba relegada...Quizá pueda continuar y desarrollarlo más hacia ese lado. Sea como fuere, la verdad es que he disfrutado mucho escribiendo esta entrada
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Juan
Como le decía a Ana, la idea de "el esperador" me surgió con el recuerdo de "El silenciero", pero no te voy a negar que mientras escribía me acordaba de "El perseguidor". Creo que mi Esperador está a siglos de distancia de "El perseguidor". Muy probablemente, por mucho que espere, jamás dará con él.
Sin embargo, por seguir el hilo de tu comentario, creo que ambos comparten el mismo destino, aunque desde extremos bien diferentes.
¡Salud, Juan!

ESTER dijo...

Magnífico relato, "escribidor".


Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gracias Ester
¡salud!