jueves, 28 de noviembre de 2013

Anónimo



Hubo un tiempo, no hace mucho, en que leía la prensa a diario. Creía que de ese modo estaba al cabo de la historia. Leer el periódico cada mañana  me proporcionaba  la certeza de que las cosas sucedían gracias a mi autorización, porque yo las leía, y no porque en realidad  hubiesen sucedido. Debido a  la lectura de noticias de todo tipo  y de artículos de fondo o de opinión, vivía con el convencimiento de que yo era una de las personas claves en el desenlace del futuro del país y hasta del devenir de la mismísima humanidad. De tal manera esto era así que siempre que podía emitía opiniones a diestro y siniestro; citaba todo tipo de fuentes informativas; narraba con mis propias palabras los acontecimientos con tal vehemencia y tal seguridad que cuando así me expresaba ante  mis interlocutores, éstos  reculaban, retrocedían  inmediatamente  un paso y  permanecían pasmadamente callados. En mi seguridad vanidosa yo percibía  en ellos un signo inequívoco de admiración; estaba convencido de que quienes me escuchaban creían que  oían al mismísimo oráculo de Delfos. Sin embargo la realidad era muy distinta:  su estupefacción era el resultado o  la expresión espontánea   de quienes veían ante sí a un auténtico energúmeno. 

Un buen día, impulsado por el convencimiento de la influencia que yo era capaz de ejercer sobre el futuro del mundo,   decidí dar un paso al frente: ya que lo  que leía en los medios de comunicación impresos no  me gustaba, ya que los designios de la historia se estaban torciendo peligrosamente hacia lugares poco o nada  edificantes, lo que tenía que hacer era escribir a los diarios de toda España para enderezar el curso de la historia. De modo que, ni corto ni perezoso, igual que un Balzac frente al atril, de una manera  obsesiva, como si mi sueldo y mi vida dependiese de ello,   me dispuse a redactar un día sí y otro también cartas al director. Unos días escribía sobre la telebasura, otros  sobre el plan de Bolonia, un par de veces lo hice sobre la guerra del Golfo, alguna que otra ocasión en contra de las perros y de sus deposiciones, a veces cargaba contra los gafapastas, y a menudo en contra de los nacionalismos. Para ejemplificar el sentido de esta actividad frenética en la que me embarqué diré tan solo que llegué a escribir y enviar  cartas furibundas contra los mismos  diarios  que pretendían que me las publicasen. Incluso  llegué a firmar alguna criticando sin ambages a algún redactor en particular y poniendo de vuelta y media a sus directores, editores y anunciantes. 

La cosa es que, poco a poco, de manera progresiva me fui convirtiendo en un asíduo remitente de las sección de ‘cartas al director’ en los diarios de corte progresista  o centrista. El País, El Periódico y Público eran mis objetivos. La Vanguardia a veces, y jamás de los jamases me dirigía al ABC, a La Razón o al Mundo. Cualquiera con un mínimo de perspicacia habrá concluido que si mi objetivo era cambiar el mundo, con esta estrategia iba bien errado, porque  las decisiones las toman quienes dirigen el segundo grupo. Pero ya se sabe,  si  estamos convencidos de nuestra misión en la vida, si nos sentimos ungidos por manos invisibles, todo lo imposible  se nos antoja  posible.

Durante esa época de mi vida  era inmune frente al desaliento. De cada veinte cartas que escribía solamente me publicaban una. Aun así yo insistía. Solamente me sentí realmente decepcionado por una  causa muy concreta. ‘Público’ incluía en  su sección de participación de los lectores un apartado titulado “cartas con respuesta” en el que el escritor Rafael Reig, a la sazón jefe de opinión del diario, contestaba directamente a una de ellas y  habitualmente lo hacía  para poner a caldo al remitente. Yo enviaba las más incisivas a este medio para provocar a Reig, pero éste  jamás me contestó. Por eso a veces pienso, en el sosiego y  la tranquilidad de este sanatorio, que mi obsesión  en realidad  camuflaba   un carácter  masoquista sin eclosionar. 

La paz con la que hora vivo quizá sea la consecuencia de no recordar cual fue la razón, pero sí el motivo, de la última carta al director que escribí. Esta frase, que en apariencia es contradictoria, tiene todo su sentido. Hace aproximadamente 5 años el periodista Muntadar al-Zeidi lanzó sus zapatos a George W.Busch como signo de desprecio  en el transcurso de una rueda de prensa que se desarrollaba en Bagdag. Después de aquel suceso -que dio la vuelta el mundo- nunca más se supo del periodista. Parece ser que lo encarcelaron, pero a los pocos meses ya nadie se acordaba de él. A raíz de este hecho, un año más tarde, envié la siguiente carta, que fue publicada por dos periódicos nacionales. Recuerdo perfectamente la totalidad de  su contenido literal:

El periodista iraquí Muntadar al-Zaidi, que arrojó los zapatos al presidente George W. Bush, sigue encarcelado. El mismo ex presidente George W. Bush descansa plácidamente en su rancho de Texas. Al ex primer ministro británico Tony Blair le han condecorado con una de las máximas distinciones del país más democrático del mundo y le han nombrado embajador especial para Oriente Medio. El ex presidente del Gobierno español José María Aznar, ferviente católico, viaja por el mundo en loor de multitud, a 30.000 euros la conferencia, hablando de libertad. Los tres de las Azores ordenaron acciones de guerra que han ocasionado la muerte de centenares de miles de personas y el sufrimiento y la pobreza para generaciones de iraquíes. Pero quien se pudre en la cárcel es un periodista iraquí que utilizó la palabra y los zapatos para denunciar los crímenes cometidos contra los suyos. El resultado de la ecuación es pura educación para la ciudadanía: gana y triunfa quien hace daño. Pierde quien hace el bien y quien actúa conforme a lo que siempre le han enseñado sus mayores y sus maestros.” 

Éste fue uno de los grandes éxitos en mi cruzada particular en pos de la justicia  universal; un triunfo que no tiene nada que ver con el destino final del periodista iraquí del que, a día de hoy, se desconoce tanto su situación como su paradero.  Sin embargo, hubo alguien a quien la misiva no le pareció muy conveniente, muy acertada y hasta incluso un tanto fuera de lugar.  Se llama o se llamaba J.A. Blanch. Seguramente es un nombre apócrifo bajo el que se esconde una persona valiente y orgullosa  de sus  principios. El tal Blanch tuvo a bien escribirme una carta mecanografiada con mayúsculas, al más puro estilo Dashiell Hammet. Cuando la recibí me pregunté cómo diablos había conseguido los datos de mi domicilio, y de inmediato caí en la cuenta de que al enviar mi escrito a los periódicos había incluido en la firma la población donde resido, un lugar no demasiado grande en donde no es muy difícil dar con mi apellido –un tanto singular- a través de la guía telefónica. 

J.A. Blanch me decía, en mayúsculas, lo siguiente: 

VAMOS A VER SENYOR SETCIENCIES (expresión catalana que viene a significar  ‘sabihondo’). ¿ACASO TE CORROE LA ENVIDIA DE CÓMO VIVEN LOS SEÑORES BUSCH, BLAIR Y AZNAR? ¿NO SE LO HAN GANADO? DUERME TRANQUILO Y NO TE OBSESIONES TANTO CON EL TEMA DE LAS AZORES. 

SE TE NOTA SER UN TIPO MUY MANIPULADO AL QUE LOS IZQUIERDOSOS HABITUALES LE HAN LAVADO EL POCO CEREBRO QUE TE QUEDABA.

EL PERIODISTA (A CUALQUIER COSA LA [sic] LLAMAN PERIODISTA), BIEN ESTÁ DONDE DEBE ESTAR. ALLÍ DEBERÍA PUDRIRSE POR LA OFENSA Y FALTA DE RESPECTO [sic]  A UN DIGNATARIO DE UN PAÍS SOBERANO Y DEMOCRÁTICO.
 
LOS DE SIEMPRE, LA ETERNA Y DESFASADA GAUCHE OS ACOGEIS AL CLAVO ARDIENDO PARA DEMOSTRAR EL PIÉ [sic] QUE CALZAIS Y JUSTIFICAR LO INJUSTIFICABLE.


ATACAIS POR SISTEMA A QUIENES NO COMPARTEN VUESTRA IDEOLOGÍA, LIBERTAD DE EXPRESIÓN, DEMOCRACIA, ATAQUES  A CATALUÑA Y ALGUNAS CHORRADAS MAS.. AHORA OS INVENTAIS “LO DEL POBRE PERIODISTA”, MAÑANA ¿QUÉ SERÁ?.

¿Y PARA ESTA BURRADA PIERDES EL TIEMPO ENVIANDO CARTAS DEMAGÓGICAS Y VOMITIVAS A LA PRENSA?. SE NOTA QUE NO TIENES NADA MÁS QUE HACER EN LA VIDA. MEJOR TE DEDICARAS A TUS QUEHACERES COTIDIANOS QUE SEGURO LOS TIENES  ABANDONADOS, Y SI LUEGO TE SOBRA TIEMPO DATE UN PASEO POR EL ZOO MÁS CERCANO, TAL VEZ A LA VISTA DE LOS MONOS SE TE ACLAREN LAS IDEAS.


HAS MEADO FUERA DE TIESTO, SE TE HA VISTO EL PLUMERO Y HAS HECHO EL PEOR DE LOS RIDÍCULOS.

TIENES UN GRAVE PROBLEMA, HÁZTELO MIRAR. MIENTRAS TÓMATE UN VALIUM Y TRANQUILÍZATE, DESCANSARAS [sic] MEJOR, [sic de la coma] 

El anónimo del señor Blanch está sellado en Barcelona, el día 6 de febrero de 2009.

Como es sencillo imaginar, al abrir la carta y leer el contenido me llevé un susto de muerte. Permanecí sentado durante largos minutos sin poder reaccionar, pensando en que muy probablemente  el siguiente paso sería una paliza cualquier madrugada de aquellas en el parking donde guardo el coche. Al cabo de un par de horas me tranquilicé y decidí hacer una cosa: llamar al defensor del lector de uno de los periódicos que me facilitó mi primer y último triunfo. Después de  escucharme pacientemente me  dijo que lo sentía de verdad, pero que no podía hacer nada por mí. Poco más o menos vino a insinuarme que eso me pasaba por meterme en camisas de once varas y que yo y solamente yo era el responsable de las consecuencias de mis actos.

De manera que, indefenso, cautivo y desarmado, presenté mi rendición ante la sucesión de acontecimientos, escondí la carta entre los lomos de algunos libros y decidí en aquel justo instante no solamente no escribir jamás una carta a periódico alguno, sino dejar de leerlos y de comprarlos. Aun así, mi estado de nervios no mejoró. Más bien todo lo contrario. La neurastenia y la paranoia  gobernaban  mi vida y a mi familia no le quedó otra opción que internarme  en este bonito lugar. Ayer mismo me visitaron mis sobrinos. Conocen mi pasión por la lectura y por eso siempre me traen algún libro de los que tengo en casa. Decidieron que pasaría un buen rato con el tercer volumen de la famosa trilogía de Stieg Larsson. Hoy, al abrirlo, he encontrado la carta anónima  de   J.A.Blanch. Mañana tengo que decirle al doctor que me siento mucho mejor y que creo que ya  estoy curado.

10 comentarios:

HOSTAL MI LOLI dijo...

No por favor no te cures nunca jajajja, que buen post, genial. Un abrazo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ahí ando Loli, ya sin la camisa de fuerza, y un poco más tranquilo
¡salud!

ESTER dijo...

Los mayores dirían: Pobre iluso!...

Me he internado tanto en el relato que me he asustado. Al leer lo de "sanatorio" la paz ha vuelto.

P.D.: ¿Te gusta Stieg Larson?

Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Pues agárrate y siéntate, porque todo es abosolutamente cierto.

La trilogía de Larson me gustó mucho, sobre todo el primer volumen. Es novela de género, impecablemente escrita. La leí meses antes de que se convertiese en un pelotazo editorial.

Besos

ESTER dijo...

Ya estoy sentada pero me he agarrado a la silla.

Hay para decirte: ¡Valiente insensato!

Belén dijo...

Un anónimo siempre es DELEZNABLE. Pero entiendo la paranoia... Lo cual indica que ESTAS SANO!!!. Saludos

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Belén, el tal Blanch al final ha resultado ser de lo más divertido. Y sano, lo que se dice muy sano, no lo he estado nunca... creo. Y cuanto más viejo me hago menos cuerdo estoy.;)
¡Salud!

J.A. Blanch dijo...

TU NO APRENDES, ¿VERDAD?
CÓMO QUIERES QUE SE TE DIGAN LAS COSAS, ROJO DE MIERDA

Roy dijo...

Jo! que bueno! El mismisimo Blanch contesta a tu blog! O sea, que desde 2009 este facha de mierda te sigue! Ja, ja, ja . Claro hay que conocer al enemigo. pero que requetequete bueno!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Es como si lo tuviese pegado a mi espalda. ¡Qué pesado es!
El hecho de que J.A.Blanch haya escrito un comentario en este blog tiene que ver con la vieja estrategia de evidenciar la existencia para que resulte ficticia. Sin embargo, como tu bien sabes, Roy, todo es aboslutamente cierto

Un abrazo