martes, 6 de septiembre de 2011

Segundo desmentido

Aconsejo encarecidamente la práctica del escepticismo, sobre todo a la hora de atacar temas científicos o -¿cómo calificarlos?- de base. Es decir, todas las verdades aceptadas con indulgente ingenuidad que nos han introducido con embudo en la sesera sin que digamos esta boca esta mía desde que danzamos en el universo como criaturitas insignificantes. Por eso yo continúo ejercitándome en la incredulidad y en el empirismo crítico, para que no me den gato por liebre.

Dice un sabio que la ciencia nos tranquiliza y que, por el contrario, el arte nos perturba. Al leer esta reflexión dormí como cualquier otro día, de un tirón y sin conocimiento. Sin embargo, durante esas horas soñé intensamente como pocas veces, de tal manera que recuerdo con absoluta nitidez cada uno de los detalles, cada una de las vicisitudes y de las imágenes que surgieron durante las ocho horas largas de subconsciencia. Porque parece ser que mi superyó, que es el que protagoniza mi vida surreal, no está muy de acuerdo con el aforismo, de manera que por un puro y desinteresado afán empírico, por la sincera voluntad altruista de legar a la humanidad el fruto de sus denuedos, decidió ponerse a experimentar con el fin de llegar a una conclusión lo más cercana posible con la verdad objetiva, relacionada -como decía- con una de esas presumibles certezas que han cambiado para siempre los destinos de nuestro paso por el mundo.

La experiencia se inició al final de la noche, en el momento en el que las cosas se ganan su existencia, igual que si fuesen embriones de realidad durante la fase de siluetas y sombras gracias a la ausencia del alba. Yo me encontraba sentado apaciblemente en el centro de una inmensa extensión de campo, un páramo en mitad de la nada gobernado por el silencio, entregado a la soledad que me proporcionaba una agradable sensación de bienestar, como de paz o de eternidad remota. Frente a mí empezaba a distinguir las líneas gigantescas de un fabuloso ejército quijotesco que perfilaban una multitud de artefactos perfectamente alineados, dispuestos en disciplinado orden militar y que, poco a poco, con la agonía definitiva de la noche, fue desvelándose como un conjunto incontable de grandes molinos de viento aspados en tréboles afilados que aunque aparentaban inactividad, simulando una especie de estado catatónico, en realidad permanecían al acecho del amanecer.

Y así era, porque, efectivamente, tal y como sospeché, en cuanto desde el Oriente apareció la primera luz con la que se iluminó el primer rincón del cielo, ese viento extraño de la aurora que solamente aparece en el justo instante en que irrumpe el día desperezó a la hueste, y las grandes palas de los aerogeneradores se pusieron en marcha, lentamente, de manera que a medida que el Sol constataba de nuevo la existencia de la Tierra, las aspas de los artilugios eólicos giraban con una mayor frecuencia, a ritmo más vivo, poseídas por un vigor hercúleo, y en misteriosa armonía, confabulación o compenetración con las evoluciones del astro. Daba la sensación de que aquel conjunto colosal de máquinas del viento había adquirido una maravillosa inteligencia que le permitía comunicarse con el Sol.

Observando aquel fenómeno con mi mente científica estuve a punto de desviarme del objetivo inicial del experimento, porque ante aquel espectáculo fascinante habría sido muy fácil dejarse llevar por la apariencia. Y es que casi estuve a punto de convencerme de que eran los molinos los que, en su incansable girar de ingenios colosales, distribuían los grados de movimiento del sol; de que aquella ingente milicia mecanizada era, en realidad, un portentoso dispositivo diseñado por una inteligencia superior que gobernaba y organizaba en sus rotaciones y en la frecuencia de su funcionamiento el progreso del Sol a lo largo del día.

Por supuesto, y aunque confieso que la idea me seducía, no me dejé llevar por vanas especulaciones propias de mentes medievales, impresionables ante cualquier fenómeno mínimamente complejo. Me repuse y continué en mi puesto, examinando minuto a minuto el desarrollo del movimiento solar, aguantando estoicamente el sonido infernal que producía la rotación mecanizada de las aspas en contacto con el viento racheado del norte.

Poco después del mediodía, cuando las sombras de las hélices recuperaban sus formas sobre la hierba seca del páramo, ya intuía las conclusiones a las que llegaría al finalizar el día. Aun así, esperé y esperé, y el Sol empezó a caer hacia el Oeste, y la tarde trajo arreboles al horizonte, y yo continuaba sentado en el mismo lugar, sin haberme movido un centímetro, viendo como en el transcurso de un día y ante uno de las más fabulosas creaciones de la ciencia y de la tecnología, ciertamente, el Sol había cambiado de lugar desde que había amanecido.

Así que cuando ya la luz decaía y las formas de las cosas expiraban, pude concluir, sin temor al error, que el Sol se mueve alrededor de la Tierra. Abrí mi cuaderno de campo, anoté el resultado del experimento y al cerrarlo ya era otra vez de noche, y de nuevo llegó el silencio y la paz remota al páramo porque el viento cesó, y aquellos gigantes que horas antes me parecieron dioses, dejaron de respirar.

Todavía no estoy muy seguro de si ese fue el instante en el que desperté.

10 comentarios:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Hace ya casi un siglo que Ernesto Sábato se desengañó y dijo algo contario a lo del mencionado sabio, y se refugió en el Arte/Literatura.
Abrazos!

Anónimo dijo...

Y pensar en todos los que han muerto en la hoguera para demostrar lo contrario.... Qué pérdida de vidas tan inútil!

Ariosto dijo...

Me encanta jugar. Me gusta la coña. Pero no te pasas de irreverente?
Creo que a veces pierdes un poco el hilo...

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Buena elección la de Sabato, Ana

Anónimo: Toda pérdida es útil porque propicia el cambio, lo nuevo. Lo inútil es el dolor.

Ariosto ¿qué hilo? ¿ No querrás decir que se me va la olla? En eso estaríamos de acuerdo

ESTER dijo...

Cuál es tu intención, salvarte de la Inquisición?

"Eppur si muove " (Galileo Galilei)


Realmente, lo tuyo fue un sueño.


Un beso, NENA

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¡Ay, Nena, que tiempos aquellos, de hogueras y tormentos!
Tenemos que reaprender a cuestionar el statu quo.

Joeller18 dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Joeller18 dijo...

¡Que suerte poder dormir ocho horas largas!
En referencia al texto: Si repites una mentira mil veces, se convierte en verdad. (Joseph Goebbels)

Anónimo dijo...

Qué mareo, creo que me he metido en tu sueño y he creado mi propia pesadilla...

Por otra parte, ¡ay! Tiempos extraños estos en que la ciencia asusta y SIRVE más que calma, y el arte sólo se vende (bueno, en los mejores casos de los desconocidos nos sirve de refugio).

Insoportablemente leve, te saludo!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¡Salud Ataulfa!