miércoles, 5 de agosto de 2009

La princesa de arena


La luna aparecía en el cielo con la forma indefinida que está obligada a padecer cuando apenas le falta una semana para ser llena. Era una luna adolescente, pero una luna al fin. El mar oscuro captaba la luz como un espejo en negativo y permitía intuir el aburrimiento en las caras de las parejas y de las familias que paseaban sus problemas mudos a través del descuidado y mal iluminado paseo marítimo de aquel pueblecito de la costa. El trayecto por el que caminaban los veraneantes era una línea recta de un kilómetro de longitud, que limitaba en sus dos extremos con la arena de la playa. Aproximadamente en el centro del paseo, tres restaurantes entoldados hacían el agosto ofreciendo al respetable mesa con romántica lamparita IKEA, el sonido de las olas, pescaito frito, paella enriquecida y sangría helada. Justo al lado, tocando a un murete que separa el espacio de los hombres y el del mar, se agolpaba una pequeña muchedumbre. Allí, los niños luchaban por hacerse sitio entre bermudas adultas y chanclas de colores. Algún perro chiquito ladraba su falsete reclamando un hueco para ver el espectáculo: un gigantesto dragón artúrico de unos 15 metros de arena, coronado a lo largo de toda la espina dorsal por más de una docena de placas puntiagudas y provisto en la cola de un poderoso aguijón en forma de mortífera flecha. El dragón yacía sobre el suelo de la playa de manera que cabeza y cola eran los extremos de un círculo sin cerrar, como el que forma una pescadilla que no llega a morderse. En el interior del círculo, sobre el vientre de la mítica bestia, reposaba un caballero medieval junto a un caballo exhausto, quién sabe si muerto. El dragón, ya sin perla en el cuello, y por tanto inofensivo, aparecía con la boca abierta ante el público alborozado, enseñando sus colmillos y la curva incial de su lengua seca. Su creador había colocado en su interior una antorcha de queroseno, otras dos clavadas sobre la cabeza, a ambos lados de los cuernos, una cuarta en la punta de la cola y dos más, sobre sendas cañas, velando el sueño del Sant Jordi estival y el descanso eterno del caballo sin nombre.

Medio metro a la izquierda de la cola, una pequeña tienda de campaña de color amarillo intentaba esconder los enseres del artista playero y las herramientas con las que algunos días antes había esculpido aquella escena milenaria, ahora en penumbra, que reclamaba las monedas de la audiencia: Un fusil de agua, con su bidón blanco, semicubierto por una toalla; tres paletines de diferentes calibres; dos pares de calcetines olvidados, una azada, una pala y, finalmente, un pedazo de tela rectangular de fieltro púrpura flanqueada por dos velas suecas sobre el que el público dejaba sus monedas. Esa era la tramoya descuidada que se podía ver entre las bambalinas de aquella representación. Ante tanto lujo de detalles es lógico pensar que yo también me detuve a ver el evento. Por eso pude apercibirme de algo de lo que algún niño se percató, aunque por más que señalaba con el dedo y tiraba de la falda de mamá, ni ella ni papá le hicieran el menor caso. Y es que la escena no estaba finalizada, porque entre el largo cuello del dragón y el caballero dormido mediaba un espacio demasiado amplio como para dejarlo vacío. Es más, daba la sensación de que la arena estaba especialmente lisa allí donde el pequeño señalaba con insistencia estéril una ausencia intuida.

Dejé un par de monedas ingénuas sobre el tapete púrpura y continué el paseo con la incógnita acompañándome en los primeros pasos. No anduve demasiado tiempo porque a los pocos minutos encontré un bar desde el que se oía, puertas afuera, los sonidos de un saxo meloso, cálido, lento, y el choque del cristal con el hielo cuando se mueve entre licor. Hubiese apostado por Dexter Gordon, aunque mi oído no es muy de fiar. Sin más, entré a beber y a escuchar. Divisé un hueco con taburete libre y me senté acodado en la barra. Pedí mi copa, jugué un poco con el pedacito de lima que incorporaba el trago y bebí el primer sorbo al compás de las últimas notas de aquel triste blues. Y cuando ya pensaba que iba a pasar a la Historia por ser el pirmer muerto capaz de experimentar el nirvana, noté un ligero roce de alguien que gritaba a mi espalda. Era un tipo delgado, tocado en la cabeza por un pañuelo pirata de color verde que hablaba animadamente con una mujer y con otro tipo un poco más alto. Éste lucía perilla oscura de chivo y cuatro piercings en distintas partes de su rostro. Los tres vestían pantalones morunos de vivos colores. La mujer peinaba rastas y reía contínuamente, a menudo sin sentido. Cada vez que daba un carcajada cerraba mucho los ojos y levantaba los brazos. A su lado, el de la barbita de chivo charlaba y charlaba con un pronunciado acento italiano, pontificando sobre las propiedades del agua salada, sobre la tierra, sobre la humedad y sobre lo que sufren los huesos cuando se duerme el lado del mar. También sobre las veces que se habían amado a gritos él y su compañera al abrigo de una tienda amarilla y la de veces que habían comparecido en las comisarías por carecer de permisos. Entonces, el pirata de los siete mares, con marcado deje metropolitano, aprovechó una pequeña pausa y entre carcajada y calada al cigarrillo de marihuana, le preguntó a voces al italiano que cuándo iba a empezar a esculpir a la princesa, que ya tenía ganas de verla y que él ya se la imaginaba retozando el lado del guerrero, alumbrada por las llamas de dos antorchas de puta madre. " A ver, a ver... Mañana por la mañana, según me levante". No contento con la respuesta, el nativo apremió al italiano y mirando a la compañera le dijo:

- Escucha, mira, díselo tú, yo tengo la manera. Buenas tetas, que tenga buenas tetas. Y si te dan mucho trabajo sacamos la toalla, la blanca, la colocamos debajo del cuello y como si llevase un pareo: sólo tienes que hacer las piernas y la cara, que total, como estan durmiendo, porque se supone que están durmiendo, pues da igual. Un poco el pelo así, la tocha por allá y ya está. ¿no?

Los tres rieron tan fuerte que durante unos instantes el bar parecía haberse transformado en un gallinero. Bebí la copa de un trago y señalando con el pulgar hacia atrás le dije al camarero que mi ron lo pagaban mis colegas. Al salir de nuevo al paseo, la multitud seguía agolpada ante el dragón malvado y ante el heroico San Jordi. Muchos fotografiaban con los teléfonos la escena legendaria, aunque sabían que sólo conseguirían captar la luminosidad de las antorchas, el único recuerdo que se llevarían a sus casas de aquella noche de luna adolescente, en la que había empezado a nacer una nueva princesa de arena.

Vuelvo mañana

No sé si podré volver durante lo que queda de Agosto. Si no me es posible, hasta Septiembre os voy a echar mucho de menos. ¡Salud!

21 comentarios:

Margaret dijo...

Me desconciertas...

Anónimo dijo...

intuyo que te refieres a la triste realidad : ves a alguien a quien supones "artista", "bohemio","culturetas" y luego te encuentras con un simple macaco.

Esa es la realidad. La gente más brillante que conozco nunca hace alardes, suelen pasar por la vida casi desapercibidos.
Lo malo de los fuegos artificiales, es que son mentira...
Salud

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Margaret, la vida misma es desconcertante. On no. Quizá lo que nos desconcierta es lo que creemos que es la vida y lo que en realidad es. Esto que he contado, con mayor o menor fortuna, ocurrió tal y como lo vi, como lo oí,como lo viví, hace apenas una semana. ¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Anónimo. Si, hay algo de eso. Pero también el contraste entre lo fantástico y lo real, lo sublimado y el pastiche, el modelo soñado y el latón bajo el esmalte.¡Salud!

Eastriver dijo...

Sí, me quedo con esa visión tan tuya, dura, ingrata, pero que a fuerza de leerte voy haciéndome a la idea. Aquí se manifiesta el contraste durísimo entre el mundo mítico evocado y la realidad que lo ensucia todo. Mariano José, disfruta del resto del verano. Salut, noi! (Lo de noi, a pesar de tus 200 años justos, tiene mérito, lo sé...) Por cierto, a propóstio de la conmemoración, estoy leyendo una biografía tuya escrita por un simpático bisnieto que tienes rondando por la viña del Señor. Te cuento otro día sobre tu propia vida contada por tu bisnieto. Ahí es nada...

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gracias Ramon. Sí, conozco el libro, aunque de lejos, sobre la estantería de la librería. Estoy dudando entre comprarlo o escribir otra no autorizada. Y no creas, 200años para un inmortal es la edad en la que empezamos a salir del cascarón ¡Salud!

NENA dijo...

En pleno alboroto de gente curiosa,los únicos que se apercatan del detalle del dragón son:un niño y un muerto deambulante por un paseo marítimo...¿qué hacen los demás? Bulto, como siempre. Mucha gente y pocas personas.

Anónimo dijo...

Veo hoy tantas cosas que creo que debería quitarme las gafas. Veo piratas que confunden lo verdadero con lo falso; la diversidad, la libertad de cada uno, con lo accesorio, con la estupidez; el trabajo bien hecho (un camino lento, difícil con el que al final se consigue destilar unas gotas de magia), con dejarlo todo a medias, descuidado… y luego, satisfechos, medrar, darse coba a la vista de todo el mundo. Fíjate que de tanto mirar hasta me ha parecido ver en este mar oscuro (espléndido) un bote salvavidas. Feliz agosto y hasta pronto. Glòria.

El PObrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Nena, ahora que lo dices los muertos y los niños estan más cerca de lo que pensamos. Les separa la nada y unos pocos años, si lo contamos hacia atrás; a unos la ingenudiad y la pureza les hace inteligentes; a los otros el no poseer nada, solo tiempo para ver.Un beso

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gloria, es verdad, un poquito de ron añejo y unas notas de buena música salvan hasta un muerto. El mar mismo es el salvavidas. Gracias por tus comentarios (Igual vuelvo a aparecer por aquí de nuevo antes de que termine agosto.)¡Salud!

Anónimo dijo...

Siguiendo la pista de tus etiquetas voy a Borges –de quien sólo había leído fervor de Buenos Aires- y leo: “Para alejarme de la bárbara aldea elegí la más pública de las horas, la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el poniente, sin verlo.” ¿Quién y cómo puede alejarse de la bárbara aldea? Glòria.

Anónimo dijo...

Cómo alejarse de la bárbara aldea sin alejarse de la vida, quiero decir. Glòria

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Borges era ciego y tú estás muerto, lo que os eleva a ambos (tipo Max Estrella). A mí, de momento, me queda el consuelo de veranear junto a un mar al que accedo sin necesidad de vencer un paseo marítimo alquitranado, aunque ya crecen las rotondas. ¡Menos mal que llueve!
¡Salud y perseverancia!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Pues sí, son dos valores añadidos que tenemos ambos, si se me permite la presunción ficticia. LO de Borges en la etiqueta viene a cuento de sus "Libro de sus seres imaginarios". Fue a través de él por quien supe que un dragon sin perla en el cuello es un ser inofensivo. ¡Pobres de los turistas de haber conservado el pobre bicho la perla! Aun el alquitran, y lo reventado que está el Mediterráneo en verano, disfruto de estos días al lado del mar. Disfruta de la lluvia en la tierra de la Santina.Salud

Gloria, ¡qué bella casualidad la cita que has buscado de Borges y mi humilde cronicuento.! Te agradezco de veras el interés y tu fidelidad. Como le decía a Ana, la etiqueta a Borges viene a cuento por el Dragón. Como ves, mi sentido de la trascendencia a veces es bastante prosaico, aunque a veces, de repente, el azar poético sople a favor de mis velas. Salud

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Mariano, te respondí a lo de la santina, pero la respuesta apareció en mi Blog. Y no es que quiera sumar puntos, es que no domino ná de ná... Sorry!

Anónimo dijo...

¿Azar poético? !Mentiroso! (con perdón, con perdón)No puedes escapar de los doscientos años de oficio que llevas encima. Glòria.

Anónimo dijo...

Cronicuento... Hermosa palabra. Podriamos decir, con permiso de Claudio Magris, que tu cronicuento és la unión "entre la poesía del corazón y la prosa de la realidad" ¿no?. G.

EL Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¿Sabes? después de 200 años no he aprendido nada. Mi talento y mi paciencia no dan más que para echar el ojo ahí afuera y descibir lo que veo y colocarlo junto a lo que siento. Me empeño y me empeño, pero mi distancia no va más allá de los dos folios. Así es que si antes les llamé "artículos de costumbres", por aquello de ser el inventor de algo, de un género, ahora se me ha ocurrido que lo que escribo son cronicuentos.
Y te lo juro por Dolores: lo de Borges es puro azar poético. Yo lo nombré por el dragón y su perla. Salud

Anónimo dijo...

Salud, y gracias. Glòria.

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Mariano, ¿te hsa leído el artículo de tu maestro-vásatgo Luis Izquierdo, el domingo (creo que fue ese día) en "El País". Si no, afánate. O vuelve a matricularte en mis cursoso ((¡Horror!)

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Acabo de leerlo. Creo que es producto de un hecho del que no se puede culpar a nadie: me conocen vivo, pero no me conocen muerto. Y muerto es como mejor se me ve, porque al fin al cabo mi vida viva es mi infancia de inmortal, así es que no hay manera de que críticos y demás estudiosos se salgan del tópico y del cliché. ¡Cómo está "El Pais"!. Se diría, que cuasi es un periódico serio.

Otra perla: hubo un congreso en tu tierra hace un par de semanas sobre mi regia persona. Diego Carcedo dio la noticia de que yo cobraba mis artículos, cuasi cuasi, como cualquier premiado de Planeta, a razón de unos 12.000 euritos mensuales (traducido de maravedís a la moneda actual). Esa me la guardo para una entrada... ¡se van enterar...!