viernes, 4 de abril de 2008

La escuela


Nada parece lo mismo desde que andan calladitos por las calles, a escondidas, tapaditos y agachados, mirando a un lado y a otro, no sea que les identifiquen. Otros andan demasiado preocupados en tramar el mejor modo de no perder comba, de acertar con la mejor opción, que ahora toca ser moderado. Quedan atrás la bronca, el insulto y la mentira y, con unas cuantas mentiras más, negarán que insultaron, difamaron y casi golpearon (de golpe, golpista) y, aunque alguien les haga escuchar de su propia voz utilizar el dolor de los muertos, ellos lo negarán. "Ese no era yo, ustedes lo sacan de contexto, yo nunca dije eso, siempre he querido lo mejor para el país, y así".

Esta cuadrilla de sinvergüenzas hoza ahora la tierra con sus pezuñas como los perros y como los toros, para esconder la mierda y para coger impulso. Van a venir de nuevo, y esta vez con la voz atiplada, el gesto amable, el tono medido y las formas exquisitas. Ahora es cuando hay que tenerles miedo.

Pero, lo dicho: ahora este es un pais diferente. El gobierno ya no es amigo de terroristas, las mujeres ya no abortan, la familia ya no se rompe, España mucho menos y el 11-M fue obra de islamistas. Efectivamente, algo ha cambiado, como si alguna pieza que estaba desplazada, desencajada, se hubiese, por fin, colocado en sus sitio. Aún así, a mi me queda mucha mala leche dentro. Ver a estos tipos tan tranquilos, impunes de toda culpa, señorones de casino, pasear su real centro democrático por las calles como si nunca hubiese roto un plato...

Me recuerdan a un par de buenos elementos con los que fue al colegio un buen amigo mío, al que he conocido este siglo. Parece ser que eran los confidentes del profesor. Con tal de conseguir sus favores o medio punto más, mentían y acusaban. Al salir al patio, como si nada, jugaban el partidillo con toda la clase y, encima, metían gol, porque el resto de compañeros les dejaban. El acusado, (falso acusado) pasaba los minutos de patio de cara a la pared y se llevaba una buena hostia. Después, al entrar de nuevo en clase, nadie se acordaba de él, pero sí de los goleadores, que además eran jaleados y felicitados por todo aquel que se quería congraciar con ellos. Según mi amigo, la felicitación era, en realidad, un salvoconducto para evitar ser acusado, aunque no garantizaba nada. El maestro Forges diría: "adivinar en menos de cinco segundos a qué partido político se afiliaron esos dos elementos."

En la escuela no aprendemos una mierda, con perdón

Vuelvo mañana

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