Sobre la música no hay bendición sin dar ni virtud por descubrir. Es redundante y poco original ponderar los efectos bondadosos que provoca la música en el ser humano, y hasta en los animales.
Escuchar música es como tomar tranquilos tras la ventana de invierno una taza de manzanilla bien caliente, aderezada con sus pocos granos de anís y una pizca de miel, mientras contemplamos los árboles desnudos y a la gente abrigada caminar apresurada, aterida por el frío. O igual que degustar una copa de un buen whisky de malta, generosa, que nos eleva el ánimo, nos devuelve el optimismo y nos ofrece la señal de un vigor quizás engañoso, pero que nos encorajina para seguir.
La música puede ser también el cigarrillo de hachís que nos evade y nos libera de realidades poco edificantes, crueles o desesperantes; o por el contrario, la taza de café desencadenante de la lucidez capaz de revelarnos certezas que nos estimula para proponer soluciones a los problemas que nos acucian.
Por eso, de una manera u otra, siempre es tiempo para la música. Nunca fui un melómano, aunque la música siempre ha estado presente en mi vida. Dicen los que me conocen que tengo menos oído que un tapón de corcho, cuestión ésta más que discutible que, de ser cierta, no es óbice para que disfrute como el que más de todo tipo de canciones, estilos, géneros, compositores e intérpretes.
En nuestro presente, una buena frase musical sería, por ejemplo, que la actualidad no está para gaitas, que es tanto como decir que no está la cosa para fiestas. No voy a enumerar los motivos, pues de sobra los conocemos, ni deseo hablar sobre ello. A pesar del privilegio de la ducha diaria y del plato caliente en la mesa, la realidad se nos antoja deprimente.
Yo, por ese motivo, ando necesitado de algo de paz, de una voz que me susurre, de sonidos leves, mecedores, que me apacigüen el alma, que me abracen y me cubran con la frazada de suave franela y me permita acurrucarme dentro de una cálida calma, algo así como el regreso al refugio amniótico que inconscientemente añoramos.
Gianmaria Testa nació en un pueblecito del Piamonte italiano en 1958. Hijo de campesinos, trabajó toda su vida como jefe de estación en la localidad de Cúneo, a los pies de los Alpes.
Gianmaria se dedicó desde muy joven a la música. Su primer disco, “Montgolfieres” apareció en 1995, pero en casa no empezamos a escucharlo hasta 2003, año de la aparición de su cuarto CD “Altre latitudini”. Nos dejó deslumbrados. Todos los días sonaba en casa la música del cantautor italiano de la voz grave que acaricia, que te invita a la concordia y la amistad, la voz profunda de terciopelo quebrado que convierte cualquier espacio en un buen lugar donde estar, en un sitio alegre, pero sin estridencias, en un reservado de bondad.
A raíz de la publicación de ese disco, aquel mismo año el cantautor y poeta italiano actuó en Barcelona, en la sala Luz de Gas, concierto al que tuvimos la suerte de asistir. Su presencia es la de alguien con el que de inmediato uno desea estar. Al ver a Gianmari Testa uno requiere para sí esa timidez vencida que le vestía, la introversión tranquila de los poetas natos, que protegen su espíritu del mundo sustantivo y les permite elevar su existencia a latitudes preservadas de mezquindad.
La verdad es que nunca olvidaremos aquella noche. Me gusta creer que a través de las notas de sus canciones, sencillas y elegantes, y de la voz ronca de bajo fumador que las declamaba, un pedazo de su dulzura humana se quedó dentro de nosotros. Desde entonces nunca hemos dejado de escucharle, y cuando suena, no solo nos sentimos mejor, sino que nos da la sensación de que somos mejores.
Gianmaria Testa se fue demasiado pronto, en 2006, a la edad de 58 años. Le lloramos y le añoramos, pero sus canciones y su voz siguen vivas, convirtiendo el presente algo más llevadero, como esa taza de manzanilla caliente que nos abriga por dentro, la copa de whisky que nos anima y nos envalentona y la calada del cigarrillo que nos adormece terapéuticamente y nos libra por unos instantes de la realidad.
Sus canciones suenan a campo y a pueblo, pero al mismo tiempo contienen la sofisticación, la calidad y la elegancia del buen jazz. Son sencillas y hermosas, acolchadas por un contrabajo siempre sabio, punteadas de floklore y tradición por las notas de la tiorba italiana, un laud endémico fiorentino de catorce cuerdas y dos mástiles que perfuma muchas de sus canciones y consigue dotar de estilo propio la mayoría de sus composiciones, en las que también suele intervenir el clarinete, vivaz y alegre unas veces, otras algo más melancólico, y también el bandoneón, artista invitado en muchas de sus canciones con el que consigue esa resonancia popular filtrada en la delicadeza de toda sus composiciones.
Con todo, su guitarra es perenne, tanto la acústica como la eléctrica. En muchas ocasiones es el único instrumento del que se acompaña. Recuerdo que en Barcelona nos sorprendió porque uno de los dos músicos con los que compartía escenario tocaba la percusión utilizando una vieja maleta de cartón, la maleta de los emigrantes, a los que siempre cantó.
A quien le duele algo, pastillas, una inyección, o reposo. Si lo que causa el dolor es la realidad, o cualquier otra dolencia del alma, mi consejo es escuchar a Gianmaria Testa. A mí, durante estas últimas semanas me está ayudando a sobrellevar la vida allí fuera, donde a diario mueren masacrados los inocentes, los malignos duermen tranquilos y los sinvergüenzas se comen cruda mi confianza.
Gracias, Gianmaria, porque “La tua voce”, me lleva fuera de aquí.
La tua voce
Portami via da qui
Fuori da questa stanza
Con le tue mani piccole e gli occhi
Fuori da queste mura
Portami via da qui
Se sei sicura così
Della tua voce
Portami fuori da qui
Nell'aria che si muove
Di tutti i tuoi capelli
E con i tuoi colori
Portami via da qui
Tu sei lontana per me
Con la tua voce
Portami via da qui se
vuoi
E vengo io, vengo con te
Con la tua voce
Llévame fuera de aquí
fuera de mi estancia
con tu manos pequeñas y los ojos
fuera de estos muros
llévame fuera de aquí
si estás segura así
de tu voz
Llévame fuera de aquí
en el aire que se mueve
y todos tus cabellos
y con tus colores
llévame fuera de aquí
tú estás lejana para mí
con tu voz
Llévame fuera de aquí
si quieres
y voy yo contigo
con tu voz