jueves, 3 de octubre de 2019

Ventanas



Una ventana abierta es la ilusión utópica ante el bochorno nocturno; una promesa frustrada; la espera inútil de la brizna;  limosna, quizás, de una brisa rácana; el hueco oscuro que contemplamos obsesivos mientras nos posee  el insomnio y buscamos, una vez más, el otro extremo de la almohada donde posar la cabeza y resucitar en un instante de alivio. 

Una ventana abierta es el cielo azul, la nube blanca, el  vuelo del gorrión, el olor a tierra y chubasco, oxígeno vivificante;  la llamada antiquísima de una madre, y un murmullo de ciudad que nos recuerda que estamos vivos, que no estamos solos.

Una ventana abierta es atalaya de cotilla y condena de cándido transeúnte;  el puesto de guardia de los viejos amantes clandestinos, consumidos por la espera, angustiados ante la incertidumbre, apesadumbrados ante el futuro. 

Una ventana abierta es  profunda voz embaucadora que seduce con la promesa de un vacío indoloro a las almas suicidas. 

Una ventana abierta es invitación al latrocinio, tentación de maleante, y también la evasión audaz del joven con ansia aventurera, que salta, expectante, hacia experiencias vedadas. 

Una ventana abierta es el marco del tiempo detenido, donde perseveramos en aguardar la llegada de los seres queridos, con la esperanza de vencer al destino para verlos llegar mientras imaginamos todo tipo de desgracias e infortunios. 

Una ventana abierta es saludo de victoria, una multitud exaltada,  despedida y bienvenida,   el recuerdo de una vida, la incógnita y el misterio, música desaforada que traspasa un límite y se derrama en la calle. 

Una ventana abierta es la luz imperturbable que nos muestra la tenacidad del mundo. 

En cambio una ventana cerrada es muro de transparencias infranqueables, alevosa piedra y  cristal quebrado. 

Una ventana cerrada es noche de invierno, llanto de lluvia, calor de hogar, trasiego doméstico, intimidad preservada.

Una ventana cerrada es abandono, melancólico pretérito; nostalgia , desolación y memoria de un lugar habitado donde hombres y mujeres de tiempos no tan lejanos albergaron sus existencias, sin sospechar que un día se cegaría a la luz y ya nunca más entraría el viento frío  ni el lamento del cárabo en la noche de agosto. 

Una ventana cerrada es caricia, sábana y gemido, piel desnuda y manos vehementes, el secreto de dos  cuerpos protegidos que se besan y duermen. 

Una ventana cerrada es prisión, escarnio y tortura; mordaza desalmada que enmudece palabras, gestos y sueños; la mano cobarde y abusiva con derecho de pernada que suscita en  nosotros los peores deseos de venganza. 

Una ventana cerrada es refugio de poetas, sancta sanctorum, versos frustrados, horas titubeantes o de entusiasmos mudos, el  primer aire que respiran criaturas fecundadas en papel y letra. 

Una ventana cerrada es tormenta y huracán; fiebre y duelo; mala conciencia  y  cobijo de culpables. 

Pero sobre todo, y ante todo, una ventana cerrada es un espejo cuántico. Mejor dicho, el cristal cerrado de una ventana es un espejo cuántico. Si desean comprobarlo es necesario que realicen el siguiente experimento:  

Al llegar la noche escojan una de las habitaciones de su casa  con ventana al exterior. Enciendan la luz de la habitación. Ahora sitúense frente al cristal cerrado, a una distancia aproximada de unos tres metros. Observen durante unos momentos su imagen reflejada. No se muevan. Sigan observando muy atentamente.

¿No ven su cuerpo en el exterior? ¿Se dan cuenta de que ahora se encuentran  en la calle, al otro lado, allá afuera, y  su reflejo se encarama a las ramas del  árbol que protege  su ventana, escala  la fachada del edificio de enfrente o simplemente flota entre la penumbra del alumbrado urbano ? ¿No se asombran al constatar que están en dos lugares al mismo tiempo? ¿No recuerdan las viejas historias de fantasmas que atraviesan paredes? ¿No se admiran ni les posee un deseo incontenible de explicarle a todo el mundo que son subatómicamente ubícuos?  

Si permanecen frente a la ventana a esa distancia durante un tiempo razonable y vencen la tentación de acercarse a ella, responderán positivamente a esas cuestiones, y sólo entonces avanzarán en el experimento, porque llegarán a  interrogarse también acerca de la realidad, acerca de sí mismos, de sus circunstancias o incluso de sus deseos, y probablemente  concluirán pensando que, en realidad,  ustedes mismos son el reflejo de alguien que se encuentra al otro lado, frente a su ventana. 

Eso sí. Debo advertirles que, si finalmente  caen en la tentación y se acercan peligrosamente a la ventana con el objetivo de  intentar ver qué es lo que hay allí afuera, el efecto cuántico se neutralizará, perderán el don divino de la ubicuidad y ya nunca más encontrarán una ventana que les permita experimentar una saludable y posmoderna relatividad existencial. ¡Ah, las ventanas!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Que bonito! ¡Magnífica prosa poética! La belleza de la forma apenas me ha dejado penetrar en el fondo que intuyo es digno de una segunda o tercera lectura.
Ya lo haré pero ahora tengo necesidad de expresar ese primer sentimiento que te deja la contemplación de lo bello.
¡Gracias!
J.C.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Eres muy generoso, J.C.
¡Muchísimas gracias!

Un abrazo fuerte... y recuerdos !

Salud!

Tesa dijo...

¡Estás Cortázar! Que bueno. Un beso.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Tant de bo!

¡Un beso, Tesa !

Salud desde cronopioland ;)