lunes, 27 de mayo de 2019

Resultados de una noche electoral



Desde que voté  por primera vez, hace ya casi cuarenta años, ocurre que mi organismo  y  mi comportamiento sufren una serie de transformaciones  que  podrían  ilustrarse perfectamente con una gráfica tipo sierra, repleta de picos  y de valles.  Y es que durante todo el proceso, desde que se publica la convocatoria  hasta la noche electoral, o incluso en la mañana inmediatamente posterior,  mi metabolismo se descontrola y se somete, igual que un hipnotizado a su amo,  a las nueve emociones capitales. Y la verdad, esto es algo que  me deja para el arrastre. Por eso, desde aquí, pido por favor a cualquiera que me esté leyendo y que conozca algún libro milagroso de autoayuda, o el buen hacer de algún psiquiatra, que me facilite los datos. Les aseguro que esto es un sinvivir. 

Porque ya no quiero ilusionarme. ¡No señor! A partir de ahora las ilusiones las buscaré en el cine. Tampoco quiero confiar en nada que no sea la imagen matinal de mi espejo, pura realidad, pura sinceridad, o en la mano tierna de  mi amor que me lleva,  me conforta y me redime. En cuanto a la esperanza, que nadie venga ya, a estas alturas, a traerme el bálsamo de Fierabrás, pócimas milagrosas, arreglos, formulas portentosas  y martingalas inefables, porque ya no cuela. Confío la ilusión de mi esperanza  en  mi gente y en la buena gente. Lo demás es propaganda hueca.

Pero como hasta ahora no había sido así, resulta que durante  la noche electoral sufro repentinos ataques de miedo, porque a medida que se realiza el recuento, veo claramente que ganan los malos, y una vez más  me vuelve a sorprender la estupidez de la gente , que le regala su confianza a hombres y mujeres ladronas, racistas, homófobas, xenófobas, oportunistas, mediocres, corruptas, incultas, insensibles; hombres y mujeres que han demostrado sobradamente sus intenciones a través de la trayectoria personal  colectiva de sus organizaciones. 

Y entonces, como consecuencia de la ira que me domina, y después de pronunciar contra las paredes una selección de los peores insultos que conozco, me rindo ante la evidencia y caigo en la cama, agotado, sumido en una profunda tristeza. A la mañana siguiente, cuando me levanto, sufro los mismos síntomas que se padecen durante una resaca. Solamente el beso de mi amor, un café bien cargado, y el tráfago cotidiano y despreocupado de la gente, con sus obligaciones a cuestas, me regala una pizca de alegría para ir tirando. ¡De verdad, que alguien me ayude, porque esto es un asco!


martes, 21 de mayo de 2019

Carta desde la prisión



Ahora que soy prisionero de una Administración irracional, incomprensiva y represiva, no me queda más remedio  que repetir una vez más que ya había avisado, insistentemente. Los que me conocen y me siguen  dieron cumplido  testimonio de que incluso,  yo, en persona,  había mostrado mi sincera voluntad de llegar a acuerdos, de negociar, de dialogar, pero como quiera que la respuesta siempre resultó negativa, no me quedó más remedio que demostrar la absoluta determinación de llevar a cabo aquello en lo que yo creía,  aquello que yo consideraba un derecho inalienable. Y meses después, a pesar de recabar solidaridades, complicidades y la comprensión de la comunidad internacional, me encuentro con el más hiriente de los silencios, con una soledad infinita que resuena en las paredes de mi celda. Sólo hallo el abrazo reconfortante de los amigos y amigas  que me apoyaron y ni siquiera aquellos que vocean día y noche palabras de justicia y de progreso muestran decididamente  una actitud fraternal hacia mi causa. 

Ahora que dispongo de todo el tiempo del mundo para reflexionar sin la tiranía de las agendas o los requerimientos de la familia,  puedo confirmar mi compromiso inequívoco con la causa que defiendo, y  una vez más, afirmo  y constato que ante las injusticia de las leyes vigentes, tenemos nuestro derecho a cambiarlas; mejor si es  con el diálogo, pero si la administración del Estado, en su cortedad de miras, no se aviene a nuestros postulados, no nos queda más remedio que tomar la vía unilateral, porque  conducir por la izquierda es mucho más elegante que por la derecha, porque cuando en un cruce  nuestra inteligencia, nuestra rapidez de reflejos y nuestra sola mirada bastan,   una señal de Stop es una atentado contra la libre circulación de vehículos, contra nuestro sagrado derecho democrático a conducir, a detenernos y a circular como queramos y cuando queramos.

Las leyes que regulan el tráfico están obsoletas, viejas antiguallas  propias del régimen del 78 y, por tanto,  nos vemos obligados a rehusar cualquier  tipo de responsabilidad   por  las víctimas ocasionadas debido a nuestra acciones de protesta conduciendo por el carril izquierdo o haciendo caso omiso a las señales de Stop. Ya avisamos de que lo haríamos. Ya dijimos que si la Jefatura de Tràfico no dialogaba pasaríamos a la acción; no bromeábamos. El choque, el accidente, y  todo lo que ocurrió después de derogar unilateralmente  el viejo y reaccionario  código de circulación debe  recaer sobre  la conciencia de los partidos políticos que quieren imponernos unas leyes del todo antidemocráticas y, sobre todo, que  impiden nuestro derecho a la autodeterminación viaria.

Sin embargo, nos dicen que no somos mayoría, que las leyes las hicimos todos, son de todos y todo el mundo tiene el deber de cumplirlas. Pero no entienden que la razón está de nuestro lado, porque hemos demostrado que somos más adelantados y más inteligentes que nadie y no podemos esperar a que un pueblo atrasado, inculto, sumido en el embrutecimiento, nos dicte cómo tenemos que conducir. ¡Pero no podrán con nosotros! Tarde o temprano instauraremos un nuevo código de circulación, le pese a quien le pese, con la firme y enérgica  voluntad  de nuestro pueblo. ¡Luz en los ojos y fuerza en los brazos! ¡A todo gas, y por el carril izquierdo, sin Stops! ¡Hagamos Historia!