miércoles, 24 de septiembre de 2008

La nevera oscura


Hacía meses que la luz de la nevera no alumbraba. El frío oscuro confería a lo que allí se guardaba una apariencia tenebrosa, como si lo hubiese pintado el mismísimo Greco, a quien le fascinaba la carne humana en penumbras. Frutas, verduras, bebidas y todo tipo de alimentos se conservaban allí dentro en un invierno perpetuo. Aun así, a pesar del poder casi frigorífico de la nevera, sin luz y casi bajo cero, algún tomate rojo lucía a los pocos días unas desagradables y sospechosas manchitas de color negro. Si transcurría unos días más, sin disfrutar del privilegio de ver la luz de la cocina antes de ser estrujado en el pan, el tomate se arrugaba irremediablemente y se echaba a perder, moría o, peor aún, su muerte podía ser ignorada por los propietarios de la nevera, quienes haciendo gala de gran insensibilidad llegaron a olvidarlo en el fondo del estante casi helado, arrinconado sin remisión por la mantequilla, media docena de huevos o, incluso, por una "pack" de seis botellas de cerveza. Aunque, si bien es cierto, y en descargo de los propietarios, la falta de luz sería, con mucho, la gran causa del olvido del tomate arrugado, muerto y frío al fondo de la nevera.

Mantener en una casa una nevera sin luz puede acarrear serias consecuencias. El caso del tomate frío, arrugado y finalmente muerto al fondo de la nevera no es más que un pequeño ejemplo sin demasiada entidad como para que alguien se alarme. Sin embargo, se han llegado a producir casos verdaderamente dramáticos a causa de la falta de mantenimiento en el alumbrado de las alacenas frías (¿qué son, si no, las neveras?). Es conocido, por ejemplo, el caso de la podredumbre de la lechuga de hojas de roble. Al vender la lechuga de hojas de roble, oscura y apetitosa como ningún otro vegetal, la verdulera la introduce con gran cariño comercial en una bolsa translúcida, que después anuda con una sonrisa e inusitada pericia. El cariño comercial y la habilidad con los nudos plásticos, a los pocos días, y dentro de una nevera sin luz, se convierten en el mayor de los desastres que se pueden producir dentro del electrodoméstico. Porque si la lechuga de hojas de roble no se consume pronto y no goza de la suerte de ver la luz de la cocina, vive uno de los estreses del mundo vegetal más terribles que existen: suda. Suda como un luchador de sumo. Suda como un obispo vicioso. Suda un sudor verdoso, salpicado de las tonalidades pardas propias de las lechugas de roble. Es un sudor espeso que se va depositando en los dos pequeños piquillos inferiores que forman las bolsas de verdulería translúcidas anudadas. Y tras el sudor, sobreviene el óbito, lento y agónico (clorofílico, se podría decir), y decenas de gusanos, surgidos del frío oscuro de la muerte, empezarán a merodear por los intersticios que el nudo no es capaz de cerrar. A partir de aquí sobreviene el colapso. Todo se infecta. La nevera se convierte en un espacio de destrucción biológica masiva. El tomate -nuestro tomate rojo- arrugado muerto y olvidado, será entonces un privilegiado porque no habrá sufrido la pesadilla, el horror casi irreal, de las dentelladas viscosas de centenares de gusanos que nunca llegarán a mariposa, porque, finalmente, éstos tampoco verán la luz. A no ser que los descuidados habitantes de la casa, en donde se ubica la nevera, cambien la bombilla en un día de extremada y extraña lucidez doméstica, o bien adquieran una nueva.

Es cierto: mucho nos tememos que para entonces será demasiado tarde, tanto para la inocente lechuga de hoja de roble como para el -otrora lozano- tomate rojo.

Vuelvo mañana
El bodegón es de Miquel Barceló.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El Campo de Belchite (1)


Hay vivencias que parece organizar el destino de tal manera que, si uno está lo suficientemente atento, se puede percibir su mano en cada uno de los sucesos que nos acontecen. Qué le vamos a hacer, soy un romántico y ando todavía a vueltas con el sino y el fátum.

Hace unos días anduve de viaje por el Campo de Belchite, en la provincia de Zaragoza, una comarca inabarcable en donde el horizonte se confunde con la tierra, el cierzo sopla con fuerza y el hombre engaña al suelo para sacar de él el agua que le mantiene vivo. En el Campo de Belchite la tierra se confunde con la hierba, que sobrevive en cada pequeño tallo a fuerza de exprimir el frío de la noche al amanecer. Tierra y hierba manipulan los sentidos de quien atraviesa estos campos porque ofrecen al viajero, a primera vista, la hospitalidad de un lecho inmenso donde descansar, o la mansedumbre del agua parda en donde reposar en el que podría ser un inmenso mar sin tempestades.

Pero la historia es tozuda y desmiente y descubre a esta tierra manipuladora. Porque la verdad, la realidad, es bien distinta. Esta ha sido una tierra mártir en la que la hierba no medra verde porque la tierra está empapada de sangre; estas son una tierras propicias para la Muerte, que ha cabalgado por ellas, durante siglos, a su antojo. Hombres de diferentes épocas la han escogido para dirimir sus diferencias y sus traiciones a golpe de lanza, bayoneta, cañonazo y puñal. Mujeres , niños y ancianos inocentes han padecido a través de los años, en los pueblos que la habitan, la crueldad de que hace gala la especie humana en sus formas más aberrantes.

No es este lugar para hacer Historia pero en un par de líneas sí que se puede decir que desde los Cartagineses, los Romanos, hasta la llamada Guerra de la Independencia, pasando por la que me tocó vivir a mi -la Carlista- y, finalmente, la Guerra Civil, han sido miles y miles de vidas las que aquí han caído. Todavía hoy, toda la vileza de la muerte sopla en los atardeceres rojos de los Campos de Belchite a lomos del cierzo inclemente. Y para que conste, ahí quedan las ruinas del pueblo viejo de Belchite, monumento a nuestro lado más oscuro, en donde el cierzo silba, entre los hierros oxidados y retorcidos de las balconadas ruinosas, un canto a la vergüenza.

Esta son las primeras palabras de una serie en la que, este triste romántico, pretende poner toda la víscera de que sea capaz, porque hay cosas que en esta año 2008, año de mi tercera vida, no acabo de digerir; cosas que he visto en estos lugares y que, por mucha distancia que me otorgue el don de la inmortalidad, no acabo de entender con la razón. Si soy capaz, lo haré con el corazón…

Vuelvo mañana
Hice la foto entre un cierzo endiablado, relámpagos como serpientes, tronar a lo lejos y amenaza de tormenta. Parecía como si los muertos de la Historia se aprersurasen a rendir testimonio en un clamor de siglos.

martes, 9 de septiembre de 2008

La primera redacción de vacaciones


Según me explican, hace ya unos cuantos años, cuando empezaba el nuevo curso en cualquier colegio de España, el maestro o la maestra pedía a sus alumnos que redactasen en unas cuantas líneas lo que habían hecho en vacaciones. Era la redacción del verano, que tal y como me han contado, iba más allá del puro ejercicio lingüístico y gramatical, o del viejo recurso con el que romper el hielo los primeros días de clase para empezar a conectar con los niños. Y es que la redacción de las vacaciones era, en realidad, un valioso estudio sociológico, un mosaico fotográfico escrito en el que se podía adivinar el nivel económico, la clase social y, sobre todo, cuan felices o desgraciados podían llegar a ser los niños que tenían que llenar, de sol a sol, más de 90 días sin colegio. Las redacciones podían ser del estilo: "...y me bañé en la alberca de la tía Pilar con Juan el del Pinto, Perico el del tio Jaime y con un niño pera que vino de Madrid. A este le hicimos unas buenas aguadillas porque era un pardillo..." O esta otra: "Fui al pueblo de mis abuelos y me bañaba en la alberca que estaba cerca de la casa que era de una señora que siempre vestía de negro con unos chicos del pueblo que eran un poco brutos y que a veces querían ahogarme...". O también: "...el mar es azul y grande y hay olas que es cuando es divertido bañarse pero papá se enfada si me meto muy adentro" y, por qué no, esta otra "...cada día iba a por agua, regaba el huerto, ayudaba a padre acarrear la hierba, trillar la cebada, limpiar la cuadra, y una noche parió un becerro y mamá hizo calostros, y en el baile del día de la virgen una niña con lazos en el pelo me miraba todo el rato..." o, por acabar "nos hicimos una cabaña debajo de las obras de los pisos nuevos, donde antes estaba el prado de Benito y Santi se cayó por el andamio y se lo llevaron al médico y aluego nos dijeron que se había roto un brazo y a los dos días le vimos y le pintamos nuestros nombres en la yeso que le pusieron pero también nos dijo Santi que su padre después le hinchó a hostias..."

Detrás de cada historia había un lugar en el qué vivir, un modo de vida, un descubrimiento, la confesión clara y sincera de la procedencia social y geográfica del niño que se esmeraba en escribir sus andanzas o sus obligaciones de los cálidos días del verano; y quedaba también al descubierto, al trasluz de sus palabras, cómo se ganaba la vida la familia, si emigró, si emigró y además prosperó, si tenían posibles, si la prosperidad los desarraigó por completo y la familia cambió una alberca por la playa, si no les quedó otro remedio que quedarse en el pueblo , si las raices todavía latían aguardando una vuelta ansiada...

Yo nunca escribí una redacción de vacaciones. Si me la hubiesen mandado habría escrito sobre una mocita que me tuvo loco en Corella, o sobre las correrías a caballo que tuve la oportunidad de disfrutar, junto a una francesita, por los campos verdes de La Provenza, cuando mis papás se exiliaron. Aunque por entonces escribía mejor en francés que en español, con lo cual, el padre Avalos (escolapio de San Antón) no se hubiese enterado de nada y, quizá, hubiese interpretado mi ejercicio como una afrenta contra él, España y su graciosa Majestad Don Fernando.

Ignoro si todavía se escribe la redacción de las vacaciones. Mucho me temo que no. No debe entrar dentro de los nuevos métodos pedagógicos. Para aprender a redactar de manera innovadora los niños ya cuentan con el teléfono móvil. De cualquier modo, a mi me apetecía desquitarme, me apetecía escribir mi primera redaccción de las vacaciones.

Vuelvo mañana
La ilustración es de Antoni Garcés. La realizó para los "Quaderns UPCF" de ciencia ficción. Su blog es http://624c35.blogspot.com/