miércoles, 18 de diciembre de 2019

Otra utopía



Me gustan los amaneceres y los atardeceres. El resto del día no me importa. Si por mi fuese, podría desaparecer. Aunque, bien pensado, si desapareciese el resto del día, tampoco tendrían mucho sentido ni los amaneceres ni los atardeceres. Sencillamente, y gracias a la simple y absurda ley de la lógica, dejarían de existir. 

Sin embargo, despreciando la inútil constatación de la lógica, una vez despejado el día en la ecuación del tiempo, todo se igualaría. El principio sería equivalente al fin. Alfa y Omega  siameses. Ya no podríamos definir el final gracias a su contrario, de modo que, tal y como enseñaron en el bachillerato, menos por menos es igual a más, y más por más es igual a más, pero más por menos es igual a menos. 

Aun así, a pesar de la ciencia y las matemáticas, qué sería de mí si en el ejercicio de mi soberana humanidad occidental prescindiese del intervalo que mantiene en la distancia al alba y al crepúsculo, noche y silencio, pesadilla y sopor, la vida entre dos luces, la luz naciendo y la luz muriendo entre dos mismas claridades que se abrazan por detrás, sobre la espalda de la noche,  clandestinas, sin que podamos verlas. 

La vida, o mejor, la existencia, devendría todo aquello sin entidad que sucede entre fulgores y penumbras. Lo diáfano convertido en la sombra. Nuestra imagen en ojos ajenos como una silueta turbia, distorsionada, vista a través  de un vaso. De hecho, sin nada que acontezca,  el tiempo dejaría de tener sentido, sólo un tránsito de luz. Porque ¿qué oficio, objetivo o servicio podría ofrecernos el tiempo? En última instancia, podría salvaguardar su existencia asumiendo el único y necesario valor, los posos del vestigio, de las etapas pasadas, concluidas, superadas, impregnando las paredes de la memoria igual que los restos de aquel vino que bebimos hasta la inconsciencia, púrpura incriminatoria de nuestros arrepentimientos; pecado, y también penitencia. 

¡Mira! ¡Ahí está el tiempo! Dirían nuestros hijos. ¡Pobre tiempo! ¡Tan buen servicio que nos ofreció! Y ahora este desdén como recompensa. Algunos estudiosos bienintencionados y los políticos buenistas de rigor, ejerciendo una malentendida nostalgia, enfermos de melancolía, obnubilados los corazones,  reivindicarían su vuelta, el retorno de su reinado. Una involución sin futuro. 

Porque no habrá vuelta atrás. Inviable será el día, inalcanzable la noche, inverosímiles los acontecimientos y absurda la cotidianidad. Solamente  nacimiento y muerte, germen  y consumación. El sol despuntando, y un instante antes de que el último borde dorado se libere del horizonte en el mar, el mismo rayo luminoso que amaneció romperá sin más tránsito, ni aviso, ni intervalo,  la silueta azul de las montañas de poniente, transformando el cielo en una idea, en un escenario crepuscular, único, de inédita belleza, con vocación irreprimible de albor. Sólo la penumbra imperecedera en el centro de un bucle maravilloso. La caricia continua, el éxtasis perpetuo. El despertar y el sueño. El nacimiento y la muerte, porque ahora, ya, definitivamente,  la vida sólo es umbral y ocaso.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Una brevísima Historia contemporánea de Catalunya


 Todo empezó con el robo de un banco. Así empezó todo. Después, la sentencia exculpatoria y aquel discurso de la dignidad y las lecciones de moral. Sí, fue muy famoso aquel discurso, uno de esos discursos para la Historia,  ante decenas de miles de personas agitando banderas y gritando “Som una nació!”. Recuerdo que sentenció, desde aquel balcón, levantando un dedo amenazador:  “El gobierno central ha hecho una jugada indigna. En adelante, de ética y de moral hablaremos nosotros, no ellos”, dijo él, mientras aplaudía, tras los cuarterones del ventanal, la Madre Superiora. 

Y sí, efectivamente, en adelante  fueron treinta años; treinta años de expolio  al pueblo catalán que se prolongó  hasta  bien entrado  el siglo XXI, de la mano  del delfín, sacrificado a posteriori en  la papelera de la historia por su propia Falange, la CUP convergente y de las JONS.

Se dice, se rumoreó en su momento, que  Mas le rogó  a David Fernández “¿Tú también, Bruto? Todavía conservo en la espalda la señal de  los dedos de tu abrazo apasionado. De ti no me lo esperaba.

Todo sucedía muy deprisa. Antes de su defenestración, antes incluso de que nacieran los niños que hace pocas semanas se hicieron selfies entre hogueras de contenedores en el ensanche  rico barcelonés, Artur Mas  amenazó con finiquitar la legislatura y dar por muerto el nuevo Estatut si aquel tipo, Maragall, no retiraba las acusaciones de  mordida al 3%. Y Maragall las retiró. A Mas, el Estatut le daba igual. Como dice un amigo mío, “a ése, el Estatut se la sudaba” porque era un Estatut de origen charnego.

Se aprobó en los dos Parlamentos, el pueblo catalán lo votó, más tarde se cepilló, y la familia mafiosa rival  lo llevó al Constitucional, acabando con la historia del Estatut charnego que elaboró la izquierda. Todo ocurrió justo en el mejor momento, cuando ya estallaba la tormenta perfecta y las economías de medio mundo se hundían. Con Mas  al timón del Govern, el Parlament aprobó  el presupuesto más reaccionario y antisocial de toda Europa, gracias a los votos de la familia  mafiosa  rival. Sí, gracias al PP. 

La indignación se había apoderado de toda España. En Catalunya, los indignados intentaron asaltar el Parlament al grito de “ No ens representen”. El  actual político preso, Turull, mano derecha de Puigdemont ,  twiteó por aquel entonces que “las leyes están para cumplirlas, si no, vas a la cárcel”. Declaró también  que aquéllo había sido un Golpe de Estado. En coherencia con aquella interpretación, el Govern de Mas llevó a los tribunales a ocho personas, que fueron absueltas. Aun así, el Govern recurrió al tribunal Supremo con el argumento de golpismo y rebelión. ¡Qué cosas!

Después, miles de personas acamparon durante días en Plaça Catalunya, hasta que los futuros líderes independentistas, que todavía no lo eran, desalojaron a los acampados con una brutalidad  inaudita. Los líderes convergentes de entonces, a poco de transformarse en revolucionarios,  decían que aquella gente indignada por la corrupción y los recortes sociales era gente indecente, sucia, y que la obligación de todo buen gobernante era mantener las calles limpias. 

Para colmo, estalló el escándalo de las preferentes. Decenas de miles de personas perdieron sus ahorros estafadas por los bancos y las Cajas de Ahorro.  Aquello no podía continuar así. Las 100 familias convergentes empezaban a preocuparse. Ante la presión del movimiento popular de los indignados, con Podemos en auge y la izquierda catalana con muchas posibilidades de acceder al Govern de la Generalitat, Mas y Convergencia crearon la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC) y con ese arma de movilización masiva, el control absoluto de TV3 y una serie de medios subvencionados en la órbita nacionalista, propusieron a ERC y CUP iniciar una camino, el camino de la Independencia.

En un principio, los dos grandes periódicos catalanes, propiedad de los grandes bancos, jugaron a movilizar al personal. Grandes portadas, videos, vítores, titulares extraordinarios inflaban el zeppelin de la independencia para tapar las vergüenzas del escándalo bancario y distraer la atención hacia otros horizontes. El monstruo cobraba vida. En muy poco tiempo  también cobraría conciencia; iba a resultar muy difícil detenerlo. 

Reestablecido el control y con la izquierda en fuera de juego, el nacionalcatalanismo impuso nuevamente  el relato y el marco. Los anhelos de los indignados zarrapastrosos pasaron a un tercer término. España nos roba. Si no fuese por España la pensión mínima de jubilación en Catalunya sería de 1.100 euros. Pero España nos roba.  El nacionalcatalanismo meapilas, filocarlista, neoliberal, corrupto  y xenófobo de toda la vida  impuso su relato gracias, entre otras cosas, a que la izquierda tradicional y la nueva  izquierda catalana y española, desorientadas y ostentando su sempiterno complejo frente a la idea de España,  se dejaron robar sin demasiada resistencia  valores o términos tales  como la rebelión, la República, la revolución, la democracia y el  poder popular.

A partir de esos momentos  el Govern dejó de serlo y se convirtió en activista, utilizando la grandilocuencia populista como recurso. Se sucedieron firmas históricas. La estilográfica presidencial devino en Excalibur. Todo era histórico. Manifestaciones históricas, sesiones parlamentarias históricas, decretos históricos, un primer simulacro de referéndum… 

Mientras, el paro crecía y los recortes se ejecutaban con mano de hierro,  la justicia intervenía la sede de CDC  y encarcelaba a los dirigentes corruptos de los mismos partidos que lideraban la revolució  dels somriures. Se supo también de la Madre Superiora, de las bolsas de basura hacia la banca andorrana, del latrocinio y del expolio continuado al que sometió Catalunya  la familia del padre de la patria Catalana, aquel que en su día prometió regrabar en piedra del Sinaí los diez mandamientos de la ética. Pero España nos roba.

El paralelo, llovían los apoyos internacionales a la causa independentista. La mayor parte de los grupos de extrema derecha o de ideología ultra emitieron (y siguen emitiendo) mensajes de apoyo. El ínclito fascista Salvini se fotografió con la bandera estelada y la difundió por las redes sociales. 

Y es que ya todo daba igual. Obnubilados por argumentos falaces engordados día a día por TV3, Catalunya Ràdio y un universo de  medios afines,  una parte importante  de la población catalana, muy movilizada, compró la independencia sin precio, sólo  mirando el envoltorio.

Sin embargo, la CUP Convergente y de las JONS  se deshizo de Artur Mas, demasiado manchado con la mierda del 4%,  y apareció el hombre llamado para la gloria, en adelante, Carles el legítimo, conocido en Girona como “Carlos el loco”, un tipo que siendo alcalde de su ciudad cerró los contenedores de basura con llave para que los mendigos no la revolviesen y no tuviesen qué comer.

A partir de aquí, todo lo demás se puede resumir en una síncopa. Leyes de transitoriedad del 6 y 7 de septiembre de 2017. Golpe al Parlament de Catalunya y a la democracia. Referéndum del 1 de Octubre. El mundo entero asiste a imágenes vergonzosas de gente que quiere votar y es apaleada sin miramientos. Dirigentes y periodistas independentistas lo celebran esa misma noche tomando gintonics en uno de los hoteles más exclusivos de Barcelona, porque, al fin, el procès ya tiene mártires.

Carles el legítimo  no sabe si convocar elecciones o declarar la independencia. Se decide por las elecciones, pero de modo sorprendente, cambia de opinión y el 27 de Octubre, durante 8 segundos, Catalunya es una estado independiente. 155 monedas de plata. Al día siguiente traiciona a los miembros de su Govern y cruza la frontera camino de Waterloo. Rajoy anuncia que aplica el artículo 155, disuelve el Parlament y convoca elecciones La policía detiene a 9 miembros del Govern que acompañarán a Jordi Cuixart (president de la asociación de origen franquista Omnium Cultural) y Jordi Sánchez (president de la ANC) 

De nuevo elecciones. Torra, aunque no se presentó como cabeza de lista, es investido décimo President de la Generalitat. Torra, xenófobo y racista confeso. Torra, President de la Generalitat. Juicio a los políticos presos. President Torra. Sentencia  a los políticos presos. President Torra.

Torra llama a desobedecer de nuevo, pero a pesar de que tiene las llaves,  no abre la cárcel. “Aixequem-nos i neu-hi” (Alcémonos, pero id vosotros). "Apreteu, apreteu".  Torra alentando disturbios. Torra cortando la AP7. Torra justificando el terrorismo. Torra soñando con mártires. Torra diciendo que su causa  necesita muertos. Torra y Eslovenia. Torra juzgado por no retirar lazos amarillos del balcón de la Generalitat en periodo electoral.

Joaquim Torra, honorable décimo President de la Generalitat de Catalunya, el día antes del juicio por desobediencia, durante un acto en Bescanó (Girona)  tomó la palabra, y allí, en pie,  frente a su público entregado, pronunció un discurso histórico: "Hoy he comido un plato de butifarra con judías bastante contundente y, según las preguntas que me hagan en el juicio, la cosa puede salir por un lado o por otro”. JoaquimTorra, décimo President de la Generalitat de Catalunya, líder del independentismo catalán.

Y sí, fue un discurso histórico, porque con él acaba todo. Lo que empezó con un robo finaliza con cuatro pedos. Ni farol, ni símbolo, ni jugada maestra. Cuatro pedos. Cuatro  pedos honorables que cierran un periodo de la historia  como metáfora de su origen. La mierda, el mal olor, el producto de un proceso político mendaz e  irresponsable, la peste corrompida de una élite política y económica que ha destrozado y fracturado un país con el único fin de conservar sus  privilegios  bloqueando el acceso al  poder de la izquierda de los indignados  a costa del miedo y de  la ilusión de mucha gente,  pero con un único resultado:   una hedionda atmósfera irrespirable que  tardará  mucho tiempo en diluirse.

jueves, 31 de octubre de 2019

Baumm, o la generación de vinilo


De un tiempo a esta parte nos apresuramos a etiquetar a decenas de  millones de personas que comparten el hecho de nacer y crecer durante unos años concretos. La necesidad de segmentación  o el afán clasificatorio decimonónico con que vivimos los humanos occidentales  nos ha convertido, queramos o no queramos,  en miembros de una generación determinada que siguen las mismas pautas de vida, las mismas costumbres y que los sociólogos y ejecutivos del márquetin  caracterizan sumariamente  a través de  una serie de rasgos uniformados que confinan nuestro carácter, nuestros gustos y valores en un nicho común. 

Creo que la mía fue la primera de las generaciones con etiqueta. Aunque algunos quisieron recolocarnos en la generación X, nosotros somos hijos del baby boom, vástagos multitudinarios producto de una gran actividad procreadora que tuvo lugar en la década de los sesenta. Tal fue la magnitud demográfica, que allí donde hemos acudido, para cualquier actividad que hemos desarrollado, siempre encontramos una larga  cola hasta llegar nuestro turno, o sencillamente nos vimos obligados a renunciar a nuestros deseos porque éramos demasiados. De hecho, probablemente nuestra generación será la primera que no pueda disfrutar de la preceptiva pensión de jubilación al completo. 

Efectivamente, somos demasiados, aunque, o precisamente por eso,  nadie nos robaba el abrigo. A lo sumo lo perdíamos, además de otra serie de objetos. Por ejemplo, discos; discos de vinilo. Ser demasiado generoso o cometer la torpeza de prestar discos se pagaba con su pérdida. Todos tenemos en nuestro poder discos que nos han prestado y todos hemos perdido discos por prestarlos. La cosa era así. Los dejabas para grabar una cinta de casete y ya nos los volvías a ver. Te los dejaban para grabar una cinta de casete y te quedabas el disco. Así era la cosa. Ejercíamos espontáneamente  el derecho de usucapión del vinilo. 

A mí me hubiese gustado que nos hubiesen llamado la generación de vinilo. Fuimos consumidores y escuchantes  compulsivos de discos. Los hijos de obreros que nacimos en los sesenta teníamos todas las noches sueños húmedos con cadenas de alta fidelidad, pero nos teníamos que conformar, a lo sumo, con el monoaural de tapa-altavoz. Por eso nos íbamos en septiembre a  la vendimia, o trabajábamos  los meses de verano en las fábricas para poder costearnos un equipo compacto, que era el utilitario de la alta fidelidad. 

Sí, la generación del vinilo. Yo he vuelto a mis vinilos. Dicen que hay una especie de resurrección del disco de  vinilo. Nuestra nostalgia vivificante es, cómo no, también multitudinaria y viene  acompañada de un poder adquisitivo medio, fruto de décadas de trabajo que nos anima a deshacernos del dinero que deberíamos ahorrar para pagarnos la pensión en  adquirir discos, recuperar la costumbre y el hábito de escogerlo, observar la portada detenidamente, con delectación, limpiarlo con un trapito de fieltro, colocarlo sobre el pivote, levantar el brazo de la aguja, soltar el latiguillo para que se pose tierna y delicadamente sobre el primer surco y justo, en ese instante, se produzca uno de los sonidos más gratificantes que yo pueda oír, el baumm suave,  y aterciopelado del primer contacto del diamante con el vinilo. 

Y mientras suena el disco, seguimos observando la portada, o el libreto del interior, y acompañamos la música con la lectura de las letras, o fijamos la mirada en el giradiscos, absortos, como quien mira fascinado las llamas hipnóticas de una hoguera.

Si lo pensamos bien, el  disco de vinilo explica muchas más cosas de los miembros de nuestra generación que cualquier tratado de sociología. Y las explica por oposición a generaciones posteriores, sobre todo a la de nuestros hijos, que han sido  ninis, digitales y comparten frontera generacional con los milenials y griegas o zetas. 

Podríamos afirmar que lo fundamental de un disco de vinilo estriba en la grabación analógica, en los matices del sonido, en esa conjunción armoniosa de  graves y agudos cuyo resultado nos proporciona  un abanico cromático que ningún sistema digital ha podido todavía igualar. Aunque quizás para algunos  lo significativo es  el material con que está fabricado, o el brillo azabache, o el diseño de las portadas, el celofán protector  y el forro de plástico que lo conserva como recién comprado.

Nada de eso. Lo fundamental en un disco es la doble cara. A y B. 1 y 2. Lo fundamental es que se rallan. Lo fundamental es que hay que cuidarlos. Lo fundamental  es  que veces se escuchan frituras. Lo fundamental es que son imperfectos. 

Un disco de vinilo es escuela de vida. Nos ha obligado siempre a tener en cuenta el otro lado de las cosas, ver más allá, buscar, investigar, encontrar, contrastar. Nos ha obligado siempre  a entender  y a interpretar  la realidad como la suma de varios  puntos de vista. Nos ha obligado a levantarnos, a estar siempre atentos, porque cuando se acaba la música de la cara A tenemos que incorporarnos y repetir el proceso para la cara B, siempre con amor, interés,  con sumo cuidado; lo que tenemos entre manos es frágil, muy frágil y se puede echar a perder. 

Un disco de vinilo nos ha enseñado que la perfección no existe, que la vida ralla, que hay que levantarse, sí,  levantarse, una vez más, levantarse, mover la aguja cuando se empecina en deslizarse por el mismo surco y colocarla despacio, con mimo,  en el surco donde empieza la siguiente canción. 

Un disco de vinilo ocupa espacio. Por eso hay que decidir muy bien los que adquirimos, porque el espacio es limitado. Y es que la música del vinilo no está en las nubes. Es material, se escucha en casa, entre todos los demás objetos que forman  nuestro hogar. Por eso un disco es como una parte de la familia, que echas de menos cuando no lo tienes, porque cuando viajas, cuando estás solo allí afuera,  o atraviesas un mal momento en el trabajo,  necesitas escuchar sus melodías igual que necesitas del abrazo cálido de la gente que te quiere.

Un disco de vinilo nos enseña que la vida caduca, que la vida son 50 minutos a  33 revoluciones. Después de ese tiempo,  la aguja completará el final de la espiral y de repente ya no escucharemos la música, y tendremos que esforzarnos por recordar ese ínfimo instante de felicidad en el que sonó nuestra canción favorita. 

Ahora que por culpa de los años somos un poco más sabios, y que por fin hemos descubierto la  realidad de un disco de vinilo, compartamos el descubrimiento con nuestros hijos. Dejemos en mal lugar a los sociólogos, destruyamos los segmentos  de ventas,  seamos audaces y transformemos  su generación seduciéndoles con el  baumm suave y aterciopelado del diamante sobre el vinilo y mostrémosles que estamos aquí de paso, que la vida no es perfecta, más bien lo contrario; que  hay que pisar en la tierra, bajar de las nubes y levantarse, una y otra vez;  que deberán escoger, decidir, continuamente, y  cuidar de sí mismos, y de los suyos, y, sobre todo, que busquen y tengan siempre presente el otro lado de las cosas.

viernes, 25 de octubre de 2019

En el infierno



Un dictador muerto es una costra en la piel que supura. Y poco más tengo que decir. Que  viví su muerte en mi infancia. Aquel día todo el mundo aspiraba las palabras. Acobardadas, se hundían muy adentro de los cuerpos. 

La verdad, yo no vi mucho descorche de cava. Recuerdo que la gente se miraba expectante, azorada. Recuerdo muy bien esas miradas porque las he visto muy pocas veces. Sólo un par de veces más, cuando murió Carrero Blanco, o cuando entró Tejero con la pistola en la mano.

Yo creo que  la gente se decía más mirándose que  hablando, porque nadie quería hablar. En realidad se  transmitían  el miedo de ojo en ojo. Yo no entendía muy bien ese miedo, a no ser que fuese un miedo a los fantasmas. Porque yo creo que aquel día murió un dictador y nació un fantasma. 

Cuando crecí lo entendí. Desasosiego ante la posibilidad de la restitución del dolor, espanto ante la memoria de años recientes, temblor de décadas atenazando las palabras y el futuro. Expectativa incierta, incertidumbre.

Hablo  de 1975. 1975. 

Franco era un hombre que había matado a balazos, con bombas,  fuego,  hambre y enfermedad a más de un millón de españoles. Medio millón de hombres, mujeres y niños se vio obligado a salir de España por su culpa y vivir por siempre en el exilio. Hizo desaparecer a más de 200.000. Excavó más de 2500 fosas donde todavía reposan los cuerpos torturados y asesinados de más de 130.000 personas. No son números. Son vidas, una por una. Vidas

Durante 40 años ejerció la corrupción, enriqueciéndose con el trabajo y la propiedad ajenos. Persiguió, torturó y asesinó sin clemencia  a todo aquel que osó levantar la voz contra su régimen. Sumió en la autarquía y en la pobreza a todo el país, encadenándolo al clero oscuro,  y aniquiló una generación de hombres y mujeres brillantes en los que España había depositado la esperanza de  modernización. Pero sobre todo, inoculó el miedo, un miedo hereditario, ancestral. 

Franco. Sí, Franco. 1975. Todavía hay gente capaz de recordar, porque lo vivió. Lo sufrió. Lo vivió. Poco antes de morir, asesinó. Así se fue de este mundo, asesinando. 

Ahora han trasladado sus restos.

45 años después de su muerte han exhumado su cuerpo y lo han vuelto a enterrar en otro lugar. El cadáver de Franco. Todavía hay personas en España que admiran a Franco. Le admiran y además no disimulan su admiración. Levantan el brazo en señal de respeto y de nostalgia por el papel de Franco en la Historia de España.

Franco ya no está en Cuelgamuros. De hecho, no está en ningún otro sitio, porque  Franco está muerto. Muerto. Y poco más tengo que decir. Tan sólo un último deseo. Que sus vísceras se pudran en el infierno.