viernes, 25 de octubre de 2019

En el infierno



Un dictador muerto es una costra en la piel que supura. Y poco más tengo que decir. Que  viví su muerte en mi infancia. Aquel día todo el mundo aspiraba las palabras. Acobardadas, se hundían muy adentro de los cuerpos. 

La verdad, yo no vi mucho descorche de cava. Recuerdo que la gente se miraba expectante, azorada. Recuerdo muy bien esas miradas porque las he visto muy pocas veces. Sólo un par de veces más, cuando murió Carrero Blanco, o cuando entró Tejero con la pistola en la mano.

Yo creo que  la gente se decía más mirándose que  hablando, porque nadie quería hablar. En realidad se  transmitían  el miedo de ojo en ojo. Yo no entendía muy bien ese miedo, a no ser que fuese un miedo a los fantasmas. Porque yo creo que aquel día murió un dictador y nació un fantasma. 

Cuando crecí lo entendí. Desasosiego ante la posibilidad de la restitución del dolor, espanto ante la memoria de años recientes, temblor de décadas atenazando las palabras y el futuro. Expectativa incierta, incertidumbre.

Hablo  de 1975. 1975. 

Franco era un hombre que había matado a balazos, con bombas,  fuego,  hambre y enfermedad a más de un millón de españoles. Medio millón de hombres, mujeres y niños se vio obligado a salir de España por su culpa y vivir por siempre en el exilio. Hizo desaparecer a más de 200.000. Excavó más de 2500 fosas donde todavía reposan los cuerpos torturados y asesinados de más de 130.000 personas. No son números. Son vidas, una por una. Vidas

Durante 40 años ejerció la corrupción, enriqueciéndose con el trabajo y la propiedad ajenos. Persiguió, torturó y asesinó sin clemencia  a todo aquel que osó levantar la voz contra su régimen. Sumió en la autarquía y en la pobreza a todo el país, encadenándolo al clero oscuro,  y aniquiló una generación de hombres y mujeres brillantes en los que España había depositado la esperanza de  modernización. Pero sobre todo, inoculó el miedo, un miedo hereditario, ancestral. 

Franco. Sí, Franco. 1975. Todavía hay gente capaz de recordar, porque lo vivió. Lo sufrió. Lo vivió. Poco antes de morir, asesinó. Así se fue de este mundo, asesinando. 

Ahora han trasladado sus restos.

45 años después de su muerte han exhumado su cuerpo y lo han vuelto a enterrar en otro lugar. El cadáver de Franco. Todavía hay personas en España que admiran a Franco. Le admiran y además no disimulan su admiración. Levantan el brazo en señal de respeto y de nostalgia por el papel de Franco en la Historia de España.

Franco ya no está en Cuelgamuros. De hecho, no está en ningún otro sitio, porque  Franco está muerto. Muerto. Y poco más tengo que decir. Tan sólo un último deseo. Que sus vísceras se pudran en el infierno.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo mismo, en la negrura sepulcral de Mingorrubio, también canta un grillo constante que impida por toda la eternidad que duerma el sueño de los "injustos".
Mi abuelo tenía guardada para la ocasión de la muerte del dictador una botella de rioja de la cosecha de 1.919. Hubo que esperar tanto que el vino se había hecho coñac. Bebimos la botella de vino pero con esa mirada que tan bien has descrito en tu relato. No fue una fiesta plácida.
Estábamos cargados de tensión e incertidumbre, pero tocaba celebrarlo y lo celebramos.
Estas en una fase tan creativa que casi no me da tiempo a leerte.
Sigue así por favor.
J.C.

Belén dijo...

¡Qué bueno eres Mariano!. Mil gracias. Y amén.

Anónimo dijo...

Me debo estar volviendo viejo, me lo he leído de un tirón y me ha gustado lo que has dicho, y comparto casi todo... menos lo del infierno, tengo plaza solicitada en el para disfrutar hasta la eternidad de las mujeres malas que vagan por esos lares.

También puede ser que no sea yo el que me este haciendo viejo...

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

JC. Efectivamente, el grillo siempre está donde se le necesita y cuando se le necesita, incluso cuyando creemos que no le neecesitamos, ahí está, con su canto. Hay fiestas amargas, porque celebran el fin de una pesadilla, pero pesa más el dolor que se lleva a cuestas y sobre todo, la incertidumbre, el miedo a que se repita. Un abrazo fuerte, J.C

Belen, muchas gracias a ti
Abrazos fuertes y¡Salud!

Ay, anónimo que no eres tan anónimo, que sé quien eres...Te delatan un par de cosas: que te extrañes a tí mismo de estar de acuerdo conmigo, y tu preferencia por las mujeres malas del infierno.
Mucho me temo que no te gustaría estar allí. No olvides que está Paca La culona, junto a su secretaria, Carmen, La Collares. ¡Un abrazo!