jueves, 6 de noviembre de 2025

La guerra de Leslie

 

La de Marcos Llorente, futbolista del Atlético de Madrid,  es la penúltima actuación científica estelar, ampliamente difundida, de un personaje de referencia para millones de personas a raíz de la entrevista que le realizó el periodista  Juanma Castaño en el programa “El desmarque” de la emisora COPE.

Este deportista de 30 años de edad -considerado el cerebro de su equipo por el ínclito Cholo Simeone- criado en familia de futbolistas afamados, que ha gozado desde su más tierna infancia de inmejorable posición económica, educado en los mejores colegios de Madrid, confesó a Castaño que utiliza unas gafas de filtros amarillos gracias a las cuales, según cree, duerme mejor. Ante las críticas a causa de semejante simpleza, Llorente ha respondido, contrariado, a través del diario Sport que “el conocimiento del cuerpo humano no necesita estudios”

Además, Llorente le reveló sin tapujos su preocupación por las estelas blancas que trazan  en el cielo los aviones, porque alberga sospechas más que ciertas de que (ellos, anónimos, desconoce quiénes son) están fumigando a la población para no sabe bien qué fines, aunque seguramente el objetivo consiste en cambiar, entre otras cosas,  el clima a voluntad.

“Yo nunca había visto cielos así”, afirmó el centrocampista rojiblanco. De todo lo cual se deduce que la verdadera vocación de Marco Llorente no es el fútbol, ni siquiera la preocupación por la causa humana, sino la poesía. Ya hay quien incluso ha registrado el título de su primer libro de poemas: “Los cielos que nunca vi”.

El suceso protagonizado por este deportista de élite es el enésimo ejemplo de una tendencia global que consiste en utilizar las redes sociales y pseudomedios de comunicación para  promocionar teorías conspiranoicas, sembrar el miedo y la desconfianza, negar la evidencia científica y, finalmente, aunque no menos importante, promocionar la ignorancia gracias a la cual estrambotes com Trump, Milei, Orban o Abascal acceden a dirigir los destinos de centenares de millones de ciudadanos a base de millones de votos cocidos en el idiotismo.

Todavía resuenan los ecos gangosos y delirantes de las palabras del cantante Miguel Bosé en las dos entrevistas (dos) emitidas en plena pandemia del COVID19 que produjo, dirigió y presentó Jordi Évole con la finalidad, según el periodista, de evidenciar la estulticia y la estupidez de su invitado -como si esa demostración se tradujese en alguna utilidad informativa- pero que finalmente resultó ser, como era más que previsible,  el mejor altavoz del negacionismo, del terraplanismo y del movimiento antivacuna y un claro ejemplo de irresponsabilidad periodística.

Afirmar que ignorancia y tiranía son aliados que han caminado siempre de la mano ni es osado ni descubre novedad alguna. La humanidad lo ha comprobado a lo largo de toda su historia. Por eso ver y oír hoy a Marcos Llorente es una derrota social, un retroceso a los tiempos de la quema de brujas, al fuego destructor de la hoguera donde ardió Giordano Bruno, o al suelo ensangrentado de Alejandría sobre el que fue descuartizada Hipatia.

Hace pocas semanas la Universidad de Barcelona (UB) celebró con un acto académico solemne, en el Paraninfo de su edificio histórico, la inauguración del curso 2025-2026. En el guion de este tipo de acontecimientos, que se repiten años tras año, los universitarios incluyen siempre algún hecho académico relevante y vinculable de algún modo con el presente social o científico. Este curso, en mi opinión, quienes dirigen una de las universidades más importantes de España han estado realmente acertados.

Y es que por obra y gracia de la Doctora Alejandra Guzmán Almagro, profesora del Departamento de Filología Clásica, Románica y Semítica de la UB, ha despertado un documento único, inédito, datado en el siglo XVII, redactado íntegramente en un perfecto latín, que dormía palpitante un sueño de cuatro siglos en la biblioteca de la UB.

Se trata ni más ni menos que de la “Sophomachia lacónica, o guerra de la Ciencia contra la Ignorancia”, discurso inaugural del curso 1612-1613 escrito e impartido por el humanista escocés John Leslie. Guzmán nos advierte de que no hay que confundir al autor de la Sophomachia  con el John Leslie más célebre, obispo de Ross y embajador de María Estuardo. El nuestro es un Leslie del que poco sabemos.

De hecho, gracias al excelente y minucioso trabajo editorial y traductor de la latinista catalana sobre el texto de Jonh Leslie–publicado en un opúsculo por Edicions de la UB- conocemos algunos pasos y podemos trazar la trayectoria, vital, eclesial e intelectual de este humanista europeo, que tras recorrer los principales centros culturales europeos de la época en Suiza, Francia, Italia y España,  recaló en Barcelona el año 1612 y fue invitado por el Consell de Cent a impartir el curso inaugural de la Universidad.

Leslie fue el primogénito de familia noble nacido el 14 de octubre de 1571 en Crichie (Aberdeen). Desde bien joven muestra una gran inteligencia y elocuencia. Tal y como nos hace saber la Doctora Guzmán, su conocimiento del latín es prodigioso y causa gran admiración sobre todo en España, en la universidad de Alcalá y Salamanca, donde impartió clases después de haber ejercido docencia también en Padua y Leipzig.  Tanto es así que, tras su paso por las dos capitales nacionales del conocimiento, entre los intelectuales se acuña la frase “Solus Lesleius latinus loqus” (sólo Leslie sabe hablar latín).

La trayectoria intelectual de John Leslie se detiene a sus cincuenta años, en 1628, cuando es ordenado obispo anglicano, en primer lugar de Londres y más tarde de Escocia. Toda su vida posterior está marcada por su cargo eclesial, que ejerce en diferentes ciudades inglesas, escocesas o irlandesas, lo cual no le impidió formar una familia numerosa con su esposa, Katherine Cunningam, con la que tuvo diez hijos

Alejandra Guzmán nos da noticia también de que la biblioteca del humanista se perdió al poco de morir.  Se sabe que Leslie escribió unas memorias, un tratado de métrica para memorizar mejor la biblia y un tratado teológico, actualmente perdidos. De manera que “Sophomachia lacónica”, del cual se conserva únicamente el ejemplar de la UB, “es una publicación excepcional, ya que da a conocer un texto ligado a un dato biográfico que había pasado desapercibido a los estudiosos de Leslie”, asegura Guzmán.

John Leslie leyó en la Universidad de Barcelona su “Sophomachia lacónica” el 15 de noviembre de 1612 ante las autoridades del Consell de Cent, el rector Jaume Betrolà, estudiantes y público en general. El discurso es una alegoría en la que la ciencia y la inteligencia declaran la guerra a la ignorancia y utilizan para ello todo su arsenal.

En este sentido, Alejandra Guzmán nos informa de que “Leslie dirige finalmente su discurso a los más jóvenes. Les advierte de la importancia de la guerra constante en la que el conocimiento se enfrenta a la oscuridad, estimula las virtudes y une a los pueblos por encima de sus diferencias”. Se podría decir, pues, que la de Leslie es la única guerra productiva; la única que paradójicamente nos puede traer paz duradera y el progreso.

En su captatio benevolentiae Leslie ya nos deja algunas perlas como declaración de principios: “No tengo patria. Mi patria es todo lo que el Señor ha creado […] Mi resolución es hacerme experto en saber de donde vengo, hacia donde voy y el sentido de todas las cosas”. Es decir, su vocación y su determinación es la de ir en busca de la verdad, el objetivo primero y último del filósofo y del científico, la guía de su vida.

Y continua, como insinuando un ruego o un aviso prospectivo hacia el futuro que está por venir, es decir, hacia nuestro presente: “No me esfuerzo en complacer a aquellos a quien ya desagrado. Pero la envidia, la muerte vengadora de la ignorancia  - que es igual en todos los tiempos- me asedia en vano.” Porque hay cosas que nunca cambian, por muchos siglos por los que discurra la historia.

Y a continuación remata: “Los que me acosan, no sólo muerden con los dientes, sino que también  retuercen venenos terribles con lengua tóxica, con brebajes cocinados  durante todo el invierno y aliento putrefacto de un alma podrida de inmundicia remueven la boca repugnante abierta y con más arrogancia todavía sus calumnias.” Eso es lo que hoy llamamos quedarse a gusto.

Tras este último desahogo, Leslie declara solemnemente la guerra a la ignorancia: “Nosotros, con la fuerza juvenil, intentaremos oponer el coraje y el pecho a los enemigos ¡Que se abran las puertas de la guerra, y quien desee aprender que se aliste! La tenebrosa Ingnorancia está presente y con ella, a muchos arrastra a la batalla. El ejército enemigo no es visible, y de nada te servirá una espada de hierro. El combate es intelectual”

Siglos más tarde, en Octubre de 1936, en otro Paraninfo, el de la Universidad de Salamanca, Unamuno se enfrentó personal y públicamente al general golpista Millan Astray,  atrabiliario defensor de la ignorancia, con la consabida y célebre frase que ha quedado grabada en nuestra historia para siempre. El rector vasco no conocía el discurso del humanista escocés, pero no me cabe duda  que de conocerlo, como buen latinista que fue, lo hubiese declamado de memoria aquel día aciago en el que otra guerra, cruel, devastadora y desgarradora, consecuencia en gran medida de la ignorancia, se llevaba por delante vidas y futuro.

John Leslie siguió leyendo su breve pero revelador discurso aquella mañana otoñal en la Barcelona de 1612, en el Paraninfo de la Universidad. Ya están dispuestos los ejércitos. La ignorancia cuenta con no pocos efectivos, por lo demás muy eficaces tanto en campo abierto como en el cuerpo a cuerpo: ella  misma ocupa el centro, el cetro de mando. Sus huestes se disponen a su alrededor: la vanagloria, la ociosidad, la desidia, la envidia, la presunción y las seducciones del placer en el flanco izquierdo. En el derecho la imprudencia, la impiedad, la injusticia, la incompetencia médica, la estupidez y la barbarie del lenguaje.

La Ciencia, por su parte, presenta batalla con ella también en el centro de la formación, eso sí, escoltada por la conciencia, la humildad, la admiración, la imitación del bien (o el ejemplo) la diligencia, el sentido y la experiencia. En el flanco izquierdo se baten la Física, la Medicina, la ética, la jurisprudencia, la lógica, la retórica y la gramática. A la derecha ya levantan sus alabardas la teosofía, la matemática, la agudeza mental y la memoria guardiana. Y al final, en una discreta y estratégica retaguardia, aguarda el arma secreta: “la Enciclopedia, a la que ningún mortal puede someter con la espada” (¡Ojo! Estamos en 1612)

Observando desde una colina próxima el campo de batalla podríamos pronosticar con alegría un triunfo claro de los ejércitos de la ciencia y de la inteligencia. ¿Sí? ¿De verdad? ¿Daríamos hoy por ganada la batalla? ¿No tienen más predicamento y fuerza hoy los los Bosé, los Iker Jimenez y los sanadores de la lejía que la virtud intelectual? ¿Por qué, si no, ganan cada día más espacio social los líderes políticos que alardean de su estupidez y con ello aumentan su cuenta de seguidores y de votantes? ¿Por qué un señor que dice ser periodista no deja en evidencia en directo al futbolista Marcos Llorente en lugar de darle más minutos para que continúe explicando estupideces y así ganar audiencia mientras se ríe de él?

Pero más allá del espectáculo mediático ¿Por qué no recogen carrete nuestros gobernantes, desechan de una vez por todas el pedagogismo vacuo, nefasto, que está dando al traste con la educación y el futuro de cuatro generaciones? ¿Por qué no retoman como metodología y guía la agudeza mental, la disciplina y la memoria guardiana? ¿No es con esas armas con las que los humildes prosperaron y se libraron de la miseria, o con las que la humanidad se erigió frente a la tiranía, se emancipó de reyes y dioses y tomó las riendas de su propio destino?

A los ingenuos y gente de buen convencer no nos cabe ninguna duda de que el ejército de la ciencia vence al de la ignorancia. Estoy seguro de que Leslie provocó el aplauso cerrado y enardecido de quienes le escucharon en Barcelona aquella mañana de noviembre del año 1612 en el que, paradojas del destino, Felipe III autorizó en Valencia la primera corrida de toros en un recinto cerrado. Hoy, como ayer, las espadas siguen en alto, o al menos eso espero.  

Podéis obtener el opúsculo de la UB completo en formato PDF con la edición y la traducción catalana de “Sophomachia lacónica, o guerra de la Ciencia contra la Ignorancia” en este enlace de  creative commons


Imagen: “El triunfo de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia (Juan de Mata Pacheco. 1906)

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