La de Marcos Llorente, futbolista del Atlético de Madrid, es la penúltima actuación científica estelar,
ampliamente difundida, de un personaje de referencia para millones de personas
a raíz de la entrevista que le realizó el periodista Juanma Castaño en el programa “El desmarque”
de la emisora COPE.
Este deportista de 30 años de edad -considerado el cerebro
de su equipo por el ínclito Cholo Simeone- criado en familia de futbolistas
afamados, que ha gozado desde su más tierna infancia de inmejorable posición
económica, educado en los mejores colegios de Madrid, confesó a Castaño que utiliza
unas gafas de filtros amarillos gracias a las cuales, según cree, duerme mejor.
Ante las críticas a causa de semejante simpleza, Llorente ha respondido,
contrariado, a través del diario Sport que “el conocimiento del cuerpo humano
no necesita estudios”
Además, Llorente le reveló sin tapujos su preocupación por
las estelas blancas que trazan en el
cielo los aviones, porque alberga sospechas más que ciertas de que (ellos,
anónimos, desconoce quiénes son) están fumigando a la población para no sabe
bien qué fines, aunque seguramente el objetivo consiste en cambiar, entre otras
cosas, el clima a voluntad.
“Yo nunca había visto cielos así”, afirmó el centrocampista
rojiblanco. De todo lo cual se deduce que la verdadera vocación de Marco
Llorente no es el fútbol, ni siquiera la preocupación por la causa humana, sino
la poesía. Ya hay quien incluso ha registrado el título de su primer libro de
poemas: “Los cielos que nunca vi”.
El suceso protagonizado por este deportista de élite es el
enésimo ejemplo de una tendencia global que consiste en utilizar las redes
sociales y pseudomedios de comunicación para
promocionar teorías conspiranoicas, sembrar el miedo y la desconfianza, negar
la evidencia científica y, finalmente, aunque no menos importante, promocionar
la ignorancia gracias a la cual estrambotes com Trump, Milei, Orban o Abascal
acceden a dirigir los destinos de centenares de millones de ciudadanos a base
de millones de votos cocidos en el idiotismo.
Todavía resuenan los ecos gangosos y delirantes de las
palabras del cantante Miguel Bosé en las dos entrevistas (dos) emitidas en
plena pandemia del COVID19 que produjo, dirigió y presentó Jordi Évole con la
finalidad, según el periodista, de evidenciar la estulticia y la estupidez de
su invitado -como si esa demostración se tradujese en alguna utilidad
informativa- pero que finalmente resultó ser, como era más que previsible, el mejor altavoz del negacionismo, del
terraplanismo y del movimiento antivacuna y un claro ejemplo de irresponsabilidad periodística.
Afirmar que ignorancia y tiranía son aliados que han
caminado siempre de la mano ni es osado ni descubre novedad alguna. La
humanidad lo ha comprobado a lo largo de toda su historia. Por eso ver y oír
hoy a Marcos Llorente es una derrota social, un retroceso a los tiempos de la
quema de brujas, al fuego destructor de la hoguera donde ardió Giordano Bruno,
o al suelo ensangrentado de Alejandría sobre el que fue descuartizada Hipatia.
Hace pocas semanas la Universidad de Barcelona (UB) celebró con
un acto académico solemne, en el Paraninfo de su edificio histórico, la
inauguración del curso 2025-2026. En el guion de este tipo de acontecimientos,
que se repiten años tras año, los universitarios incluyen siempre algún hecho
académico relevante y vinculable de algún modo con el presente social o
científico. Este curso, en mi opinión, quienes dirigen una de las universidades
más importantes de España han estado realmente acertados.
Y es que por obra y gracia de la Doctora Alejandra Guzmán Almagro,
profesora del Departamento de Filología Clásica, Románica y Semítica de la UB,
ha despertado un documento único, inédito, datado en el siglo XVII, redactado
íntegramente en un perfecto latín, que dormía palpitante un sueño de cuatro
siglos en la biblioteca de la UB.
Se trata ni más ni menos que de la “Sophomachia lacónica, o
guerra de la Ciencia contra la Ignorancia”, discurso inaugural del curso
1612-1613 escrito e impartido por el humanista escocés John Leslie. Guzmán nos
advierte de que no hay que confundir al autor de la Sophomachia con el John Leslie más célebre, obispo de
Ross y embajador de María Estuardo. El nuestro es un Leslie del que poco
sabemos.
De hecho, gracias al excelente y minucioso trabajo editorial
y traductor de la latinista catalana sobre el texto de Jonh Leslie–publicado en un opúsculo por Edicions de la
UB- conocemos algunos pasos y podemos trazar la trayectoria, vital, eclesial e intelectual
de este humanista europeo, que tras recorrer los principales centros culturales
europeos de la época en Suiza, Francia, Italia y España, recaló en Barcelona el año 1612 y fue
invitado por el Consell de Cent a impartir el curso inaugural de la
Universidad.
Leslie fue el primogénito de familia noble nacido el 14 de octubre
de 1571 en Crichie (Aberdeen). Desde bien joven muestra una gran inteligencia y
elocuencia. Tal y como nos hace saber la Doctora Guzmán, su conocimiento del
latín es prodigioso y causa gran admiración sobre todo en España, en la
universidad de Alcalá y Salamanca, donde impartió clases después de haber
ejercido docencia también en Padua y Leipzig. Tanto es así que, tras su paso por las dos capitales
nacionales del conocimiento, entre los intelectuales se acuña la frase “Solus
Lesleius latinus loqus” (sólo Leslie sabe hablar latín).
La trayectoria intelectual de John Leslie se detiene a sus
cincuenta años, en 1628, cuando es ordenado obispo anglicano, en primer lugar de
Londres y más tarde de Escocia. Toda su vida posterior está marcada por su
cargo eclesial, que ejerce en diferentes ciudades inglesas, escocesas o
irlandesas, lo cual no le impidió formar una familia numerosa con su esposa,
Katherine Cunningam, con la que tuvo diez hijos
Alejandra Guzmán nos da noticia también de que la biblioteca
del humanista se perdió al poco de morir.
Se sabe que Leslie escribió unas memorias, un tratado de métrica para
memorizar mejor la biblia y un tratado teológico, actualmente perdidos. De
manera que “Sophomachia lacónica”, del cual se conserva únicamente el ejemplar
de la UB, “es una publicación excepcional, ya que da a conocer un texto ligado
a un dato biográfico que había pasado desapercibido a los estudiosos de
Leslie”, asegura Guzmán.
John Leslie leyó en la Universidad de Barcelona su “Sophomachia
lacónica” el 15 de noviembre de 1612 ante las autoridades del Consell de Cent,
el rector Jaume Betrolà, estudiantes y público en general. El discurso es una
alegoría en la que la ciencia y la inteligencia declaran la guerra a la ignorancia
y utilizan para ello todo su arsenal.
En este sentido, Alejandra Guzmán nos informa de que “Leslie
dirige finalmente su discurso a los más jóvenes. Les advierte de la importancia
de la guerra constante en la que el conocimiento se enfrenta a la oscuridad,
estimula las virtudes y une a los pueblos por encima de sus diferencias”. Se
podría decir, pues, que la de Leslie es la única guerra productiva; la única
que paradójicamente nos puede traer paz duradera y el progreso.
En su captatio benevolentiae Leslie ya nos deja algunas
perlas como declaración de principios: “No tengo patria. Mi patria es todo lo
que el Señor ha creado […] Mi resolución es hacerme experto en saber de donde
vengo, hacia donde voy y el sentido de todas las cosas”. Es decir, su vocación
y su determinación es la de ir en busca de la verdad, el objetivo primero y
último del filósofo y del científico, la guía de su vida.
Y continua, como insinuando un ruego o un aviso prospectivo hacia el futuro que está por venir, es decir, hacia nuestro presente: “No me esfuerzo en
complacer a aquellos a quien ya desagrado. Pero la envidia, la muerte vengadora
de la ignorancia - que es igual en todos
los tiempos- me asedia en vano.” Porque hay cosas que nunca cambian, por muchos
siglos por los que discurra la historia.
Y a continuación remata: “Los que me acosan, no sólo
muerden con los dientes, sino que también
retuercen venenos terribles con lengua tóxica, con brebajes
cocinados durante todo el invierno y
aliento putrefacto de un alma podrida de inmundicia remueven la boca repugnante
abierta y con más arrogancia todavía sus calumnias.” Eso es lo que hoy llamamos
quedarse a gusto.
Tras este último desahogo, Leslie declara solemnemente la
guerra a la ignorancia: “Nosotros, con la fuerza juvenil, intentaremos oponer
el coraje y el pecho a los enemigos ¡Que se abran las puertas de la guerra, y
quien desee aprender que se aliste! La tenebrosa Ingnorancia está presente y
con ella, a muchos arrastra a la batalla. El ejército enemigo no es visible, y
de nada te servirá una espada de hierro. El combate es intelectual”
Siglos más tarde, en Octubre de 1936, en otro Paraninfo, el de la
Universidad de Salamanca, Unamuno se enfrentó personal y públicamente al general golpista Millan
Astray, atrabiliario defensor de la
ignorancia, con la consabida y célebre frase que ha quedado grabada en nuestra historia para siempre. El rector vasco no conocía el
discurso del humanista escocés, pero no me cabe duda que de conocerlo, como buen latinista que
fue, lo hubiese declamado de memoria aquel día aciago en el que otra guerra,
cruel, devastadora y desgarradora, consecuencia en gran medida de la ignorancia, se
llevaba por delante vidas y futuro.
John Leslie siguió leyendo su breve pero revelador discurso
aquella mañana otoñal en la Barcelona de 1612, en el Paraninfo de la
Universidad. Ya están dispuestos los ejércitos. La ignorancia cuenta con no
pocos efectivos, por lo demás muy eficaces tanto en campo abierto como en el cuerpo a
cuerpo: ella misma ocupa el centro, el
cetro de mando. Sus huestes se disponen a su alrededor: la vanagloria, la
ociosidad, la desidia, la envidia, la presunción y las seducciones del placer
en el flanco izquierdo. En el derecho la imprudencia, la impiedad, la
injusticia, la incompetencia médica, la estupidez y la barbarie del lenguaje.
La Ciencia, por su parte, presenta batalla con ella también en
el centro de la formación, eso sí, escoltada por la conciencia, la humildad, la
admiración, la imitación del bien (o el ejemplo) la diligencia, el sentido y la
experiencia. En el flanco izquierdo se baten la Física, la Medicina, la ética,
la jurisprudencia, la lógica, la retórica y la gramática. A la derecha ya levantan
sus alabardas la teosofía, la matemática, la agudeza mental y la memoria
guardiana. Y al final, en una discreta y estratégica retaguardia, aguarda el
arma secreta: “la Enciclopedia, a la que ningún mortal puede someter con la
espada” (¡Ojo! Estamos en 1612)
Observando desde una colina próxima el campo de batalla podríamos
pronosticar con alegría un triunfo claro de los ejércitos de la ciencia y de la
inteligencia. ¿Sí? ¿De verdad? ¿Daríamos hoy por ganada la batalla? ¿No tienen
más predicamento y fuerza hoy los los Bosé, los Iker Jimenez y los sanadores de
la lejía que la virtud intelectual? ¿Por qué, si no, ganan cada día más espacio
social los líderes políticos que alardean de su estupidez y con ello aumentan
su cuenta de seguidores y de votantes? ¿Por qué un señor que dice ser periodista
no deja en evidencia en directo al futbolista Marcos Llorente en lugar de darle
más minutos para que continúe explicando estupideces y así ganar audiencia
mientras se ríe de él?
Pero más allá del espectáculo mediático ¿Por qué no recogen
carrete nuestros gobernantes, desechan de una vez por todas el pedagogismo
vacuo, nefasto, que está dando al traste con la educación y el futuro de cuatro generaciones? ¿Por qué no retoman como metodología y guía la agudeza
mental, la disciplina y la memoria guardiana? ¿No es con esas armas con las que los humildes
prosperaron y se libraron de la miseria, o con las que la humanidad se erigió
frente a la tiranía, se emancipó de reyes y dioses y tomó las riendas de su
propio destino?
A los ingenuos y gente de buen convencer no nos cabe ninguna
duda de que el ejército de la ciencia vence al de la ignorancia. Estoy seguro
de que Leslie provocó el aplauso cerrado y enardecido de quienes le escucharon
en Barcelona aquella mañana de noviembre del año 1612 en el que, paradojas del
destino, Felipe III autorizó en Valencia la primera corrida de toros en un
recinto cerrado. Hoy, como ayer, las espadas siguen en alto, o al menos eso
espero.
Podéis obtener el opúsculo de la UB completo en formato PDF con la edición y la traducción catalana de “Sophomachia
lacónica, o guerra de la Ciencia contra la Ignorancia” en este enlace de creative commons
Imagen: “El triunfo de la ciencia
y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia (Juan de Mata Pacheco. 1906)


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