martes, 29 de julio de 2025

La enésima victoria de la vulgaridad rampante

 



Benito Antonio Martínez Ocasio nació hace 34 años en Puerto Rico. Benito tiene aspecto de tipo duro. Cultiva un gesto macarril, se deja la barba de tres días, se adorna el cuello con cadenas y parece perdonarnos la vida detrás de sus gafas de sol gigantes, tal y como aparecen los camellos y los traficantes de droga de las películas americanas.

Benito es conocido mundialmente como Bud Bunny por sus canciones de reagaton y sus raps. Benito es uno de esos personajes por los que David Broncano y Pablo Motos llegarían a las manos para llevarlos en exclusiva a sus respectivos programas. 

Y no me extraña. Las canciones de Bud Bunny son un compendio de sensiblidad, poesía, ritmo, variedad de colores y de matices, y gran complejidad compositiva que dan como resultado temas difíciles de olvidar, que, no me cabe ninguna duda, pasaran a formar, ya hoy, parte del reservorio de composiciones que engrosan el patrimonio cultural de Occidente.

Y si no me creen, para muestra, este botón

Tú ronca' cabrón y tú no vive' así (tú no vive' así)
Tu jeva se pasa pendiente de mí (pendiente de mí)
Me llama pa' darle y le digo que si
Yo soy un hijueputa desde que nací

Tú ronca' cabrón y tú no vive' así (tú no vive' así)
Tu jeva me llama y le digo que sí (le digo que sí)
Yo no voy a cambiar, yo siempre he sido así (sigo a­quí, sigo, sigo a­quí)
Yo soy un hijueputa desde que nací

O este otro:

Te escupo la boca, te jalo el pelo.
Te doy con el bicho y con el lelo en el jet privado,
un polvo en el cielo.
Hoy quiero una puta, una modelo.
Que la azafata te mame el bicho en el cielo.
Lo que e'tirar quiniento' en el putero.
Por eso tu opinión me importa cero”

Impactante. Y que conste todo las ha escrito él solito, sin nadie que le ayude. No me extraña que cause una admiración unánime. Porque Benito es uno de esos seres geniales de los que aparecen cada siglo. Ahora Benito viene a España de gira. No busquen entrada porque están todas agotadas, a pesar de que ofrece ocho conciertos, ocho.

Actuará seis días en el estadio Metropolitano de Madrid, que estará lleno hasta la bandera. Es decir, que tras pagar una media de doscientos cincuenta euros por la entrada, más el viaje que les lleve desde otros lugares de España, más el alojamiento preceptivo donde descansar de tanta emoción, cuatrocientas veinte mil almas (lo escribo en número: 420.000 personas) acudirán al estadio del Atlético de Madrid y corearán a voz en grito, al unísono, en sorprendente aquelarre reguetoniano, letras tan edificantes como por ejemplo “La nueva mama bien, pero no es tu boquita” (sic)

Después de esos seis conciertos, el Estadio Olímpico de Barcelona acogerá otros dos eventos musicales de primerísimo orden, a los que asistirán ciento veinte mil personas (120.000 personas) que no se privaran de cantar, en íntima comunión con si ídolo, letras como “Vamo' a beber, vamo' a fumar, una rola pa' pichar. Tengo un amigo pa' tu amiga que se la quiera tirar”

Es decir, que entre Madrid y Barcelona más de medio millón de personas han decidido prescindir de otras alternativas de ocio o entretenimiento y han priorizado sus gastos en ver cómo se mueve, admirar cómo viste  y escuchar cómo canta y lo que canta el bueno de Benito, que a estas altura, gracias a su genio insólito, habrá atesorado una fortuna que no serían de capaces de conseguir ni en cinco vidas de trabajo que tuviese cada una de las personas que lo van a ver.

Habrá quien intuya al leer este texto que este que lo escribe ya peina canas. Acertará. Y dentro de este numerosísimo grupo habrá quien creerá que debido a mi edad soy incapaz de entender y de valorar en su justa medida los valores artísticos, musicales y culturales de semejante bazofia. A estos les respondo que nada tiene que ver mi edad para emitir mis juicios al respecto. Se trata, sencillamente, del mínimo gusto. Ya ni siquiera de evaluar las riquezas o defectos del producto supuestamente musical en cuestión.

Cuando mi cabello conservaba su color castaño tirando a rubio, el cómico español Fernando Esteso se hizo rico con “La Ramona”, una canción que sonó durante años en en las verbenas de todos los pueblos y de la que se grabó el correspondiente videoclip. El reageton avant la lettre del bueno de Esteso decía cosas como “La ramona es la más gorda de las mozas de mi pueblo, Ramona, te quiero. Tiene un globo por cabeza y no se le ve el pescuezo. Ramona, te quiero. La Ramona es pechugona y tie (tiene) dos cántaros por pecho. Ramona, te quiero” Y así…

“La Ramona” era lo entonces se llamaba un llenaplazas. A la llamada de sus notas sutiles y elegantes las plazas de España entera se atiborraban de gente para bailarla y corearla. Era una de las cancines que había que cantar en el momento álgido de la fiesta y la banda la dejaba para cuando el respetables ya estaba bien cocido. La presencia con La Ramona del bueno de Fernando por aquellos años era obligada en los programas navideños de TVE.

La gran diferencia entre el hit de Esteso y los éxitos de Martínez es que nadie pagaba un duro por ver al bueno de Fernando faja en ristre, boina calada, cayado en mano cantar La Ramona mientras se movía como un neandertal en celo. Por lo demás, esa canción y muchas de las que compone el bueno de Benito surgen del mismo yacimiento de vulgaridad suprema.

En el verano de 1983, cuando empezaba a crecerme una pelusa incipiente sobre los labios, el grupo vasco Las vulpes (del latín Las raposas, o Las zorras), formado  por cuatro mujeres de estética punki, protagonizó una polémica que ocupó páginas enteras de periódicos. El director del programa musical de TVE “La caja de  ritmos”,  a la sazón Carlos Tena,  decidió emitir en horario infantil  una actuación de esta banda, compuesta por Loles (Anarkoma Zorrita), Mamen (Evelyn Zorrita), Begoña (Ruth Zorrita) y Lupe (Pigüy Zorrita). La emisión provocó ni más ni menos que una querella del Fiscal General del Estado. El entonces director de TVE, José María Calviño, defendió al ínclito Tena, pero éste acabó finalmente dimitiendo.

Las cuatro componentes de Las Vulpes pensaron que aquella era una inmejorable oportunidad para dar a conocer su mensaje a la sociedad, su singular y genuina declaración de principios. De modo que sin talento ninguno para tocar el bajo, la guitarra, la batería o cantar, sólo para moverse espasmódicamente como marionetas sin cuerda con aspecto de haber  vomitado, las punkies de Irala cantaron con desparpajo y pasión “Prefiero masturbarme, yo sola en mi cama, antes de acostarme con quien me hable del mañana. Prefiero joder con ejecutivos, que te dan la pasta y luego vas al olvido."

Este era su tema estelar, su obra maestra, que lleva por título “Me gusta ser una zorra” y que ya se ha convertido en icono de aquella época almodovariana,  en la que muchos españoles confundieron la libertad con la vulgaridad, en gran medida auspiciada desde el poder en manos del PSOE. Con todo, según la Wikipedia, la trayectoria de semejante engendro musical no ha sido muy extensa. Dos LP’s y un single de los que no vendieron más de lo que le costó a la productora. Ni mucho menos lo que llegó a ganar Fernado Esteso con La Ramona.

Estos dos ejemplos que he traído al hilo de mi sorpresa mayúscula ante el éxito asombroso del bueno de Benito no tienen otro fin que el de despejar dudas sobre si es mi edad la que provoca un juicio tan severo con su música -o lo que quiera que eso sea.  Es decir, la diferencia generacional con respecto a las gentes que se gastan lo que no tienen en oír y ver a alguien tras un micrófono hablar mal acompañado de un monoritmo no es la causa de mi crítica rotunda y sin paliativos. No, en absoluto.

Porque, insisto, casi seiscientas mil personas jalearán y adorarán en España a ese hombre como a un Dios vivo (nunca nadie había vendido tantas entradas en nuestro país) cuyas canciones – o lo que quiera que sean-  cuentan con más de cien mil millones de reproducciones en la plataforma Spotyfy (100.000.000.000), que supera los 94 millones de oyentes mensuales y que ha vendido cien millones de discos.

No se puede decir más claro y de manera más rotunda. El asunto es desalentador. El caso de Benito Antonio Martínez Ocasio es la enésima victoria de la vulgaridad rampante, y en una sociedad en la que la vulgaridad es tan sumamente poderosa no existe mucho espacio para imaginar un futuro optimista.  Me van a llamar aguafiestas, carca y retrógrado; quizás aburrido; es posible que sieso y algunos hasta beatón, pero si cualquiera que reflexione un poco une un par de tendencias ideológicas a este fenómeno sociológico, verá que la previsión del resultado es pavorosa.

Aun con todo, no me voy a preocupar más de la cuenta por el bueno de Benito. Sólo es un síntoma. Además, él lo tiene todo previsto, atado y bien atado. Dice en una de sus canciones (¿):  al carajo con los que me critican.

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