jueves, 4 de febrero de 2021

El efecto Bernoulli

 


Me lo contó hace unos días una persona de confianza, a la que tengo por ponderada y poco dada a los excesos. Tanto da el país donde ocurrió, o la adscripción ideológica del protagonista, porque lo realmente significativo de esta historia es que se podría haber producido en cualquier sitio y con un líder político escogido al azar.

Tal y como señala mi amigo, quizás sí que es importante inferir que lo acaecido tuvo lugar en época preelectoral, lo cual, en honor a la verdad, tampoco es decir gran cosa, porque la sufrimos a diario durante los doce meses del año. Sea como fuere, la cosa es que, recientemente, el gobierno en cuestión decidió enviar a sus respectivos ministros, consejeros o secretarios de Estado (la nomenclatura también resulta indiferente)  a visitar los lugares estratégicos de sus respectivos ámbitos de competencias con el fin de conocer en primera persona las potencialidades del país y las necesidades de las instituciones, personas y empresas que lideran cada una de esas áreas.  Una iniciativa, por otro lado, un tanto extraña, pues, a la sazón, sus responsabilidades gubernamentales venían realizándose desde hacía ya unos diez años.

De hecho, parece ser que  algunos de los ministros, consejeros o secretarios de Estado no acababan de entender bien el hecho de que con la legislatura finiquitada, su cargo en funciones, y la mayoría con los dos pies fuera de sus respectivos despachos, tuviesen que  perder el  tiempo en una actividad semejante y dejar de invertirlo en gestionar debidamente su recolocación, bien  en otros lugares de la administración, o bien en empresas que estarían encantadas de aprovechar sus capacidades para establecer puentes de valor proclives a sus cuentas de resultados.

Dado este contexto, mi amigo, que trabaja como profesor e investigador en una universidad,  me explicó que el honorable consejero de innovación tecnológica llegó a su laboratorio, acompañado de todo su séquito, poco después de las cuatro de la tarde. Había estado preparando la visita durante toda una semana. El honorable señor consejero quería conocer en primera persona las potencialidades aeroespaciales de su país. Su gabinete había dado instrucciones claras sobre el guion de la visita y a su vez, la universidad le había facilitado el perfil tanto de de las personas a las que conocería, como un breve resumen de los proyectos más relevantes.

De manera que un selecto grupo de  ingenieros, doctores en ingeniería y catedráticos en ingeniería aeroespacial  preparó con esmero  y esperó  impaciente la primera visita que un honorable consejero de innovación tecnológica de su país efectuaba a su laboratorio. Al cabo de siete días, tal y como estaba previsto, puntualmente, allí apareció, enmascarado preceptivamente junto a toda su corte. Porque un consejero –me explica mi amigo- nunca se mueve sólo. Siempre va acompañado, como mínimo, de su jefe de gabinete, de su jefe de prensa, de  su  director general,  de su fotógrafo, de su guardaespaldas y de su chófer, sin perjuicio de sumar al séquito, si lo cree conveniente, a toda persona que considere a bien invitar

Un instante después de la entrada en el laboratorio, nuestro hombre ya había ocupado el centro de la escena. El plan era que cada uno de los investigadores aeroespaciales convocados le explicasen  brevemente los proyectos en los que estaban involucrados, como por ejemplo, el lanzamiento  al espacio de pequeños satélites, el diseño de tecnologías para una propulsión más eficiente, el estudio de la llamada órbita baja, o la modelización de nuevos perfiles para las alas de los aviones con el fin de minimizar las afectaciones de las turbulencias en la aerodinámica.

Tal y como me explica mi amigo, durante los veinte primeros minutos el honorable consejero solamente escuchaba. De vez en cuando tomaba algún objeto con las manos que le parecía sofisticado y miraba al fotógrafo.

Llegados a este punto, justo en el momento en que el investigador explicaba cómo afectaban las turbulencias al consumo de los aviones,  el señor honorable consejero de innovación tecnológica le interrumpió sin miramientos y adelantando ostensiblemente la mano hacia adelante, en gesto imperativo de  stop, se dirigió a él en estos términos. “Me vas a perdonar, pero aprovechando que estoy aquí necesito que me respondas a una cuestión que siempre me ha rondado por la cabeza. Yo viajo mucho; soy como la canción; esa tan graciosa que dice volando voy volando vengo, je je,  tanto por placer como por trabajo, y cuando estoy en pleno trayecto o cuando despegamos,  intento  explicarme  por qué un avión se sostiene en el cielo. O sea, mejor dicho, por qué vuelan los aviones. Eso es. La pregunta clave sería ¿ Por qué vuelan los aviones?”

Y entonces, ante el estupor de todos los presentes, no contento con la estupidez de su pregunta, y más teniendo en cuenta el contexto y el carácter tanto de la visita como de  la naturaleza de su cargo, desdeñando todo  sentido del pudor y del ridículo,  abrió los brazos y empezó a agitarlos imitando el movimiento de las alas de  un pájaro, al tiempo que seguía diciendo “¿Por qué, por qué?¿Cómo diablos puede volar un avión?” Al ver que nadie osaba responderle, el honorable consejero insistió en su interrogatorio, compuesto por una única pregunta, mientras continuaba con la agitación obstinada de sus extremidades, arriba y abajo, abajo y arriba. El fotógrafo, con muy buen criterio, y haciendo gala de un encomiable sentido común, se mantuvo en un discreto segundo plano, sin disparar su cámara, mientras, atónito, observaba la escena con la misma estupefacción que asoló a todos los presentes.

Finalmente, el investigador, entre  avergonzado y visiblemente afectado ante la situación tan desconcertante, respondió descorazonado “Los aviones vuelan gracias a la fuerza de sustentación, al llamado efecto Bernoulli”. El honorable consejero frunció el entrecejo. La mascarilla impedía adivinar la expresión de su rostro, pero todo el mundo percibió que la respuesta no le satisfizo. “¡No me venga ahora usted con tecnicismos!” repuso, “¡lo que yo necesito es que alguien me explique por qué vuela un avión!” Todos los allí presintieron que aquella circunstancia insospechada   podía echar a perder toda la visita, de manera que mi amigo, presto,   acercó una hoja de papel a su compañero y éste, entendiendo inmediatamente la idea, la tomó con las dos manos, la dispuso bajo los labios y empezó a soplar por encima de la superficie blanca

Viendo que gracias al aire que surgía de la boca del investigador  la hoja de papel se levantaba y se mantenía en horizontal retando milagrosamente a la fuerza de la gravedad, súbitamente  los ojos del señor consejero se abrieron sorprendidos. “¡Vaya!, así que es por eso! Ya lo decía mi abuela, cada día se aprende algo nuevo. Oiga, muchas gracias, la visita de hoy ha resultado de lo más útil. Jamás olvidaré este lugar, ténganlo por seguro”.

Dicho lo cual, el honorable consejero miró el reloj y dirigiéndose a su jefe de gabinete le informó de que tenían que seguir con la agenda del día, y que la visita había terminado. “ Ya saben…” dijo, guiñando un ojo, “volando voy, volando vengo, je je.” Según me cuenta mi amigo, segundos antes de abandonar las instalaciones universitarias, ya en la puerta del Lexus dorado que le transporta,  les explicó a todos su manía con la puntualidad y les informó de que se dirigía con renovada ilusión a visitar un centro de investigación náutico y que estaba ansioso por saber, por fin, por qué un transatlántico, un portaaviones, un crucero o un petrolero flotan. “Para mí es todo un misterio, oigan.”

Y sin más aconteceres, el honorable consejero partió hacia el puerto de Barcelona. Esta breve historia que he relatado, con más o menos fortuna,  es la transcripción fiel de la crónica que me he explicó mi amigo, un tipo ponderado, equilibrado y, como digo, poco dado a los excesos, enemigo radical de la exageración.

2 comentarios:

Belén dijo...

Venga ya querido! Tú lo que eres, es un tecnócrata! Y por eso no "entiendes" que el político tenga un "saber amplificado". O ¿será simplificado? ¡huy chico!¡qué lío con los términos!, es que esto del rigor... pa los rigurosos, hombre ya!

Te quiero un puñau, esto ya en serio.

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

Si tú supieras, Belén... Confío plenamente en mi amigo. Esto que cuento sucedió. Él fue testigo
¡Un abrazo!
Salud