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sábado, 13 de marzo de 2010

Sangre, fuego y nieve (o la poética de la política)


Ya lo dicen los poetas: la poesía se encuentra en cualquier rincón. Respira tranquila junto a nosotros; palpita a la espera, en los lugares y en los ámbitos más insospechados. Para reconocerla es cuestión de vivir con el alma abierta y los sentidos bien despiertos, la cabeza alta, desnudo el espíritu, valentía, voluntad, y conciencia de sacrificio. Rainer Maria Rilke, el sumo sacerdote de la sagrada orden del verso glorioso, que dejó plantada a su Clara para recluirse como monje de la rima, se lo decía muy claro al poeta en ciernes Franz Xaver Kappus en la correspondencia que mantuvo con él: “Compruebe si extiende sus raíces por las mayores profundidades del corazón; confiésese a sí mismo si tendría que morirse si se le prohibiese escribir.” Si esa es la actitud, según Rilke, parece ser que la paciencia y la constancia traerán de la mano a la palabra y surgirá como una lengua de fuego el misterio creador y revelador que la contiene. “Por eso”, continuaba diciéndole Rilke a un aplicado Kappus, “debe liberarse de los temas corrientes, que son los más difíciles. Vaya a los que le ofrece su propia vida cotidiana”. Y eso precisamente es lo que me ha pasado esta última semana, que buscando desesperado un tema cotidiano que me dijese algo, que me motivase, que hiciese surgir en mi la necesidad imperiosa de invertir escribiendo unas horas de mi vida para no morir de nuevo, encontré poesía en la política.

La sangre sobre la nieve es una imagen literaria muy sugerente. Simboliza a menudo la pureza manchada, mancillada; también la pérdida de la inocencia; otras veces, el reguero de gotas rojas sobre el tapiz blanco es la señal o el camino que el héroe debe seguir para cumplir su destino, como lo hizo Perceval al inicio de su búsqueda del Santo Grial. La Verdad griega vestía siempre de blanco y leukos era sinónimo de felicidad y promesa de esperanza. García Márquez tituló un cuento “El rastro de tu sangre en la nieve”; creo recordar que Quevedo le clavó un alfiler a Fili (o quizá fue a Lisi, o quizá no fue ni Quevedo, y tampoco a Fili o a Lisi) en su dedo blanco como el nácar; Joan Salvat-Papasseit en su “Poema de la rosa als llavis” desflora a la amada sobre blanco inmaculado y esta temporada cinematográfica hemos podido disfrutar de una extraña y extraordinaria historia de iniciación, de amor, de soledades eternas y de tiempo con la película “Déjame entrar”, un prodigio de poesía visual realizada y escrita por el director sueco T. Alfredson y filmada en su totalidad entre sangre y nieve. Pero como a mí me ocurre como al novato Kappus, que estoy todavía por hacer, sigo prospectivamente el consejo del sabio Rilke y liberado de temas tan corrientes –repito, tan corrientes- como el amor, la muerte, la ambición, el poder, etc., voy a temas más cercanos, o prosaicos, cotidianos; voy a lo que vemos y oímos en el día a día y que no necesita de la energía, la experiencia y el poderío poético que, según el autor checo, se necesita para otros temas menos elevados.

Y qué podemos encontrar más cotidiano, casero y habitual, además de un batín de franela anudado y unas pantuflas bien afelpadas, que la política. La catalana la que más, cercana al ciudadano, pendiente de sus necesidades, cómplice en el día a día de los contribuyentes, atenta siempre a sus deseos y proactiva con sus problemas. Por ser así quizá es por lo que se ha producido durante estas últimas semanas uno de los espectáculos más lamentables de los que yo pueda tener recuerdo, que las nieves de estos días se han encargado de sepultar. Como todo el mundo sabe, el pasado verano cinco bomberos murieron en acto de servicio cuando trabajan en la extinción del colosal incendio en las inmediaciones de Horta de Sant Joan (Tarragona). Cinco hombres generosos y valientes, cinco caballeros, dieron la vida por los demás. Dicho así suena hueco, a frase hecha, pero si repetimos cada unas de las palabras que la forman, hondamente, lentamente, reflexionando sin prisas lo que significa dar la vida por los demás, seguramente se nos anudará la garganta y alguna lágrima asomará en los ojos, y entonces tendremos la certeza de que ese momento es un instante de íntima solidaridad para con los bomberos y para con los seres queridos que ya nunca van a poder compartir con ellos el transcurso diario de la cotidianidad de sus vidas. La sangre de esos hombres es una deuda que nos toca pagar a toda la comunidad honrando su memoria con respeto y admiración. Pero, ves per on, mira por donde, el fuego de Horta, aunque todos lo dábamos por extinguido, ha vuelto a prender con grandes llamaradas en los escaños de sus señorías y en los medios de comunicación; y puestos a imaginar maneras vergonzosas de utilizar como arma política a cinco hombres muertos, parlamentarios, columnistas, consellers, alcaldes, concejales, jefes, jefecillos, gacetilleros y gentuza de todo tipo y calaña han superado cualquier expectativa de cómo se puede llegar a ser tan hiperbólicamente miserable cuando se trata de amagar responsabilidades o de exigirlas con las cenizas ya recogidas, con tal de rascar un poco de poder, de defender la poltrona, o de vender noticias como el que vende aceite.

Lo que hemos vivido en Catalunya estas tres últimas semanas - el vergonzante debate al rebufo del descubrimiento, meses después, de que no fue un rayo lo que provocó el incendio; al respecto de quién hizo o no hizo qué; a quién le tocaba hacerlo y no lo hizo- es el mancillamiento del recuerdo de la sangre heroica a cargo de la voracidad del fuego canalla que se ha extinguido gracias a la reciente gran nevada purificadora; porque esa nieve ha sofocado momentáneamente los últimos rescoldos del incendio y la vergüenza que yo he sentido después de tanto insulto y de tanta palabra borde. Y todo, con la tierra todavía húmeda que dio descanso a esos cinco hombres muertos por todos nosotros y que vivieron con el alma abierta y los sentidos bien despiertos, la cabeza alta, desnudo el espíritu, valentía, voluntad, y conciencia de sacrificio. Poesía es su sacrificio, mal que le pese a Rilke o a los teóricos y rapsodas de la poética de la política.


Vuelvo mañana
El cuadro es de Clara Tengonoff. Se titula "rosas rojas". Podeis ver sus obras en http://claratengonoff.artelista.com/