lunes, 22 de septiembre de 2025

El perfume de Amalia

El pasado mes de mayo se estrenó la película “Una quinta portuguesa”, escrita y dirigida por la valenciana Avelina Prat e interpretada por Manolo Solo, Maria de Medeiros, Rita Cabaço y Branka Katic. Se presenta durante estos días en la sección oficial de largometrajes del festival de cine de Málaga, pero ya se puede ver en la plataforma Movistar. Está nominada a la Biznaga de Oro a la mejor película.

No tengo ni idea sobre las posibilidades para hacerse con el galardón, o con algún otro premio en distintos certámenes, pero lo que puedo decir es que agradezco profundamente el trabajo de todas y cada una de las personas que han formado parte del equipo de esta maravillosa historia.

Vivimos un tiempo extraño, incierto, a menudo sobreactuado, rebosante de hipérbole, dominado por la mentira y el exabrupto, sometido a la vulgaridad y enredado en el permanente enfado, donde prevalece la fealdad, la desproporción, el triunfo de lo desagradable y la notoriedad del mediocre. Son éstos años en que los estrambotes dan lecciones de moralidad, la grosería se ha adueñado del discurso, lo grotesco deviene en normalidad y el asesinato de inocentes abrasa nuestra conciencia mientras los gobiernos juegan al Risk.

La sucesión de días y días en esta tesitura va conformando una especie de densidad viscosa de la realidad cuyo peso me hunde, me ahoga y acaba por agotar por momentos mis reservas de optimismo, las provisiones de autoconciencia de bienestar, esa despensa bien provista del convencimiento que he acopiado durante años gracias al cual creí ser un ser privilegiado que tenía la fortuna de vivir el mejor momento moral de la historia de la humanidad.

Y el azar de una tarde lluviosa de domingo me llevó a “Una quinta portuguesa”, una historia cinematográfica de la que me gustaría formar parte, introducirme de polizonte subrepticiamente para poder vivir entre personas buenas -o buenas personas- encerrado por siempre en sus fotogramas; respirar el aroma del huerto y el jardín de la Quinta de los Almendros Blancos, el olor a la tierra con la que trabaja Manuel, o quizás, por qué no, el perfume de la dulce Amalia y los vapores de los guisos de la jovial Rita.

No hay nada en “Una quinta portuguesa” que se parezca a este tiempo. Ni siquiera pesa la muerte, tan presente en la historia. Todo es ligero, todo sonríe, eso sí, sin carcajada, apenas, a veces, un gesto sutil, como una insinuación, quizás porque todo es amable y no hay estridencia. Las imágenes respiran bondad, delicadeza, amor por los hombres y por la belleza. Incluso la pesadumbre inicial de Manuel, o la incertidumbre cuando el conflicto se desencadena, fluye sin ostentación dramática, con la naturalidad y la contención que tanto echo de menos y -creo- tanto necesitamos.

Eso no significa que las criaturas que viven sus años de vida dentro de las dos horas de la película hayan gozado de una existencia fácil, porque en “Una quinta portuguesa” hay incertidumbre, desasosiego, desconcierto vital, conflicto humano y crisis existencial. Sin embargo, la inteligencia emocional de esas criaturas, su posición moral y vital ante las dificultades de sus existencias les ayuda a salir adelante gracias, entre otras cosas, a la confianza recíproca y a la bondad, la voluntad cordial de hacer algo por los demás.

Vean “Una quinta portuguesa”. Yo la vi ayer, y les aseguro que hoy camino algo más ligero y sin tanta dificultad para respirar.  

 

2 comentarios:

Orlando dijo...

Nuestros
vecinos
nos dan
dos vueltas
en algunas
cosas, una
de ellas,es
el cine,
además,
de que
hablan
ingles,
mejor que
nosotros.





El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Hola Orlando. La directora es valenciana y creo que los productores son españoles. Gracias por seguir por aquí. ¡Salud!