El filósofo alemán Karl Jaspers bautizó como Axial el
periodo que transcurre entre el año 800 y 200 antes de nuestra era en la que se
configuró una misma línea de pensamiento tanto en Oriente como en Occidente a
través de la aparición durante seiscientos años de la obra de pensadores tan
distantes como Confucio, Siddharta Gautama, Heráclito, Zoroastro, Sócrates,
Platón, Parménides o los llamados profetas hebreos. Jaspers afirmaba que todo
lo concerniente a lo humano, tal y como lo conocemos, nació durante esos seis
siglos.
El año 1979 no fue axial, pero fue extraordinariamente
importante en la historia contemporánea, porque confluyeron en él algunos hechos
que marcarían el devenir de las décadas posteriores.
Margaret Thatcher ganó las elecciones en Gran Bretaña y se
convirtió en la primera mujer en la historia que gobernó este país. Tras meses
de conflicto social y de manifestaciones masivas en las calles de Teherán, el
Sha huye de Irán y triunfa la revolución islámica bajo el mando del Ayatolah
Jomeini. Por añadir el elemento local, en España celebramos nuestras primeras
elecciones legislativas después de que Franco acabase con la II República, de
manera que nuestro país se incorpora en 1979 al exclusivo grupo de democracias
parlamentarias liberales.
No menos importante es el lanzamiento al mercado del walkman
de Sony, el primer dispositivo electrónico móvil individual y físicamente
vinculado al cuerpo humano gracias al cual las personas podíamos escuchar
música privadamente, aislándonos completamente de nuestro entorno inmediato. Es
el homo antecesor del móvil.
Los hechos acaecidos durante 1979 y consignados aquí configuraron
nuestro presente. Para completar el cuadro axial es necesario incluir el
estreno mundial del clásico de Ridely Scott, “Alien, el octavo pasajero”. Así fueron los doce meses claves del siglo XX para
la historia de Occidente.
Alien vino para quedarse, como mascota de Thatcher y a
Ronald Reagan, un actor mediocre, con poca sesera, que se convirtió en el 40
presidente de los Estados Unidos dos años después de la victoria de la llamada
Dama de hierro. Ambos fueron protagonistas en primera persona de la revolución
neoliberal denominada TINA (There is no Alternative) asentada sobre las recetas
de los economistas de la Escuela de Chicago, que ha triunfado en el mundo
entero. La victoria de TINA ha sido de tal envergadura, tan aplastante, que
tras la caída del comunismo soviético se dio por finiquitada la Historia.
Apenas queda resistencia en Europa, Norteamérica o
Hispanoamérica, con algún que otro gobierno como el español, que persiste en la
fórmula socialdemócrata y se afana como puede en aplicar políticas sociales y
favorecedoras del estado del bienestar. Tal es el encono y la furibundez de la
ofensiva neoliberal, cuyos estrategas y adláteres dan por amortizada la
democracia y las instituciones sobre las que se asienta, que la izquierda
clásica, ahora reconvertida a woke, ha devenido en la defensora a ultranza de
los valores de la democracia parlamentaria liberal, un sistema de gobierno y de
convivencia hasta no hace mucho tildado de burgués y reaccionario por sus cuadros
y militantes.
Tenemos que recordar al añorado Julio Anguita recorriendo España hace apenas un par de décadas con su crítica furiosa al tratado de Maastricht. Hoy, los partidos a la izquierda del PSOE, herederos ideológicos del Califa, tachan de fascista a quien posicione sus ideas fuera de la Unión Europea.
Tal es la fuerza y la eficacia con la que ha actuado el neoliberalismo que ha desplazado toda la geología política a la derecha con inusitada violencia tectónica, provocando que la izquierda se coloque en el estrato donde antes se
ubicó la socialdemocracia, ésta a su vez en el que se instalaba el centroderecha
democratacristiano y la derecha conservadora liberal en el que habitan ahora
los Milei, Trump, Orban, LePen, Meloni, Abascal, Ayuso y Núñez (Feijoo), cuyos
postulados eran considerados fósiles no hace mucho.
¿Cómo se ha podido producir este fenómeno? ¿Nos ha pillado
por sorpresa? ¿Alguien lo veía venir? Y si era así ¿por qué no se le escuchó?
¿No eran los valores de las democracias liberales occidentales la base incólume
de unas políticas que garantizaban la educación de sus ciudadanos en el bien
común, la moral, la libertad, la dignidad y el progreso? ¿No nos aseguraba in illo tempore
esa educación global la hegemonía del bien, la victoria frente a la barbarie y
ante la regresión? ¿No será, quizás, que la economía de libre mercado que las
sustenta produce monstruos?
1979 marca no solo una frontera político económica, sino
también moral. Maggie, la amiga íntima del dictador y asesino Augusto Pinochet
y de Ronal Reagan, dio el primer paso, decidida a acabar con el bienestar de la
mayoría, hacer añicos cualquier vestigio de comunitarismo progresista, derogando
paso a paso derechos conquistados para proteger los privilegios de unos pocos.
Tal y como explica Josep Fontana en “El siglo de la
revolución”, “Thatcher dirigía una campaña cultural que tenía como objetivo
transformar la educación, con empeño especial en la enseñanza de la historia imponiendo
unos programas unificados de los que quería eliminar cualquier rastro de la
vieja historia progresista. Ella misma definió sus objetivos ante la cámara de
los Comunes: << En lugar de enseñar generalidades y grandes temas ¿por
qué no volvemos a los buenos tiempos de antaño en que se aprendían de memoria
los nombres de los reyes y las reinas de Inglaterra, las batallas, los hechos y
todos los gloriosos acontecimientos de nuestro pasado? >> , lo cual era
coherente con lo que dijo en 1987: << No existe eso que llamamos sociedad >> ”
Poco después cae el muro de Berlín y se produce el big bang
soviético, con la consiguiente derrota ideológica del contrapoder al
capitalismo. Las formaciones políticas -sobre todo europeas- que constituyeron
la base activa y el baluarte del estado del bienestar, poco a poco se quedan
sin referente, se desideologizan y caen en la trampa de la diversidad que tan
bien ha explicado Daniel Bernabé en el libro homónimo, renunciando a la lucha de clases y
priorizando otras causas.
Tanto es así que, tal y como afirma el periodista Pedro
Vallín, la generación actual de dirigentes, heredera de aquella tradición
política marxista, asume sin problemas el liberalismo como entorno sociopolítico
incuestionable, porque han crecido y se ha educado en él, porque son sus hijos
legítimos.
La cosmovisión Occidental
No es un reproche, es la constatación del triunfo del
capitalismo que ha operado a lo largo de casi doscientos años y se ha
constituido en cosmovisión cultural hegemónica. ¿Qué significa esto? Significa,
ni más ni menos, que toda actividad humana en Occidente, es decir, el espacio
geopolítico predominante en el mundo, se rige de un modo automático con la
lógica de la economía de mercado en todos y cada uno de los seres humanos que
lo habitamos. En lo social y en lo cultural, el capitalismo es para todos
nosotros equivalente al acto reflejo de respirar.
El filósofo francés Marcel Cano lo explica mucho mejor que
yo en su ensayo recogido en el libro “Robótica, ética y política” de la editorial
Icaria, un compendio de textos a cargo de Norbert Bilbeny: “Como seres
mortales, vulnerables y sometidos a jerarquías sociales tenemos la necesidad de
que la conciencia del sufrimiento, el dolor y la vulnerabilidad se enmarquen
dentro de un universo coherente que dé razón de ellas. Para realizarlo nuestra
principal baza es contar con cosmovisiones, es decir, con cajas de herramientas
simbólicas que nos permiten definir nuestra compleja relación con los demás y
con nosotros mismos. La cosmovisión es la caja de herramientas simbólicas de
cada cultura, de manera que cada una tiene la suya. La cosmovisión tiene una
estructura profunda narrativa anclada en un metarrelato que juega el mismo
papel que el suelo sólido donde reposan nuestras certezas, lo que incluye los
elementos esenciales para entender nuestra acción y nuestra forma de pensar,
que es algo que nos viene dado”. Wittenegstein
lo llama ‘forma de vida’
Para Cano, si somos capaces de detectar el metarrelato
conoceremos “el substrato profundo en el que adquieren coherencia nuestras
maneras de actuar y de pensar”. El filósofo ubica el inicio de la
transformación cultural que lo genera en el Renacimiento, de modo que estamos
ante una cosmovisión que la humanidad en Occidente ha ido construyendo, para
bien y para mal, a lo largo de siete siglos. Poquita broma.
El capitalismo, la economía de libre mercado y en último
extremo el neoliberalismo podrían o no haber sido la fase ulterior, la
consecuencia lógica a ese devenir histórico desde que Pico della Mirandola empezase a introducir en nuestra
caja de herramientas simbólicas
conceptos tales como que somos dueños de nuestro destino; o desde que Galileo
Galilei y Nicolás Copérnico constatasen el heliocentrismo, trasladando así el
protagonismo de Dios al hombre. A partir de entonces, el hombre es el centro de
todo, dueño y señor de la creación. Quedaba inaugurado el antropocentrismo.
Los movimientos histórico políticos vinculados a sus
correspondientes transformaciones en el pensamiento ( o a la inversa) que se
dan desde entonces hasta nuestro presente podrían haber sido diferentes. Quiero
decir que nada es inamovible, nada sucedió o sucede porque esté escrito, pero
así sucedió, hasta llegar a la buena de Maggie, a Ronald Reagan, a Milei,
Trump, Orban, LePen, Meloni, Abascal, Ayuso y Núñez (Feijoo), productos, todos,
de una cosmovisión cultural determinada ubicada en el tiempo y en el espacio,
en la que el antropocentrismo juega un papel fundamental.
¿Puede el capitalismo no ser dañino?
El materialismo histórico explica muy bien esos movimientos
históricos, que se deben a la lucha de clases, a la pugna por la posesión de
los medios de producción. Que el capitalismo ha ganado la penúltima batalla no hay nadie que lo niegue. El historiador Josep Fontana, en “El siglo de la
revolución”, recoge la cita del economista Joseph Stiglitz, quien afirma que “la
desigualdad no es una característica inevitable del capitalismo, sino que es el
fruto de la forma en que los ricos lo han adulterado para prevenir la
competencia y proteger su poder político y económico; algo que podría
resolverse con un sistema fiscal adecuado con el que recaudar dinero mejorar la
marcha de la economía y enfrentarnos a la desigualdad y la amenaza de una catástrofe
medioambiental”
(En este sentido, es muy extraño y sospechoso que permanezca
bajo un manto de opacidad y silencio un libro fundamental de Adam Smith,
considerado el santo padre del libre mercado,
canonizado por las huestes neoliberales. Se trata de su “Teoría de los
sentimientos morales”, una obra sorprendente por cuanto su autor critica sin
reparos y de modo rotundo la ambición, el egoísmo, la injusticia, la
explotación, la esclavitud, la especulación, y el monopolio… y toda la serie de
vilezas que se cometen en aras de la libertad de mercado y que han propiciado
los legisladores, a lo largo de los años, en beneficio de una minoría. De modo
que si se atiende a aquello que dijo Karl Marx de “yo no soy marxista”, Smith
debería decir yo no soy capitalista.)
Fontana, en el mismo capítulo, cita a
los economistas Shimshon Bichler y Jonathan Niztan, quienes sostienen que “el
capitalismo no es un modo de producción, sino un modo de poder.” No sé si en
realidad se trata de un modo de poder que actúa y se perpetua con un
determinado modo de producción.
Sobre "Trumpismo discursivo" de Laura Camargo
Quien no es capitalista, de ningún modo, es Laura Camargo
Fernández, una sociolingüista madrileña afincada en Mallorca, profesora de
lengua en la Universitat de les Illes Balears. Camargo ha escrito un libro
necesario, de urgente e imprescindible lectura, titulado “Trumpismo discursivo”
y publicado por la editorial Verbum, en el que desmenuza con esmero y
detenimiento la estrategia de comunicación de lo que ella llama el neoliberalismo
autoritario -y no fascismo- pues, según la autora, a pesar de que los objetivos
y la estrategia de sus respectivos protagonistas tengan puntos en común, los
tiempos y las formas y el contexto no son equivalentes.
Quiero hablar de este libro porque creo que es de gran
utilidad social y política, porque urge saber cómo trabajan aquellos que
pretenden destruir la democracia y sus instituciones. La obra
de Laura Camargo supone poco menos que el descubrimiento de la clave Enigma, con la
que los nazis intercambiaban en la segunda guerra mundial información sensible
para hundir la flota aliada.
Y es que Camargo establece los patrones discursivos de la
internacional reaccionaria, sus objetivos, sus gramáticas, los contextos en los
que deciden actuar comunicativamente, la eficacia en la utilización de las
redes sociales, que son su hábitat natural, donde mejor se mueven.
Tal y como muestra en su libro, los contenidos de
ultraderecha son hegemónicos en todas y cada una de las redes sociales. Según
Digital News Report, la audiencia de contenidos en España se reparte un 30% en
YouTube, un 21% en Instagram, un 27% en Facebook, un 17% en Tik Tok y un escaso
23% en medios convencionales como diarios, informativos de televisión y radio.
Sólo hay que sumar para llegar a conclusiones muy sencillas
y al mismo tiempo desalentadoras. Según explicó hace unas semanas en La
Vanguardia el spin doctor y exjefe de
gabinete de Pedro Sánchez, Ivan Redondo, si se convocasen ahora elecciones en España
y sólo votasen los menores de 30 años, VOX ganaría por diez puntos en todas las
circunscripciones.
La lingüista explica que el neoliberalismo reaccionario está
arrasando utilizando sistemáticamente el bulo, la amenaza abierta y desinhibida
y la incorrección política. Se presentan siempre como antielitistas o anti
stablishment aunque pertenecen a él. Apelan a la emoción y provocan la
polarización. Exageran hasta la hipérbole, banalizan los valores democráticos y
ofrecen siempre al electorado y a la audiencia chivos expiatorios. Son maestros
en ridiculizar al adversario, en la utilización del sarcasmo, en el uso de
expresiones vulgares. Su sintaxis es paratáctica, es decir, simple, sin
oraciones subordinadas, con adjetivación repetitiva. La finalidad de todo ello
es la provocación, la crispación, el escándalo, la polarización y la
viralización.
Además, “fruto de la intermediación de las redes sociales,
el personalismo y la concepción de la política como espectáculo se ha producido
un desplazamiento discursivo en la comunicación política”. Este fenómeno se ha
definido como pseudopolítica, que “implica un cambio de enfoque de los debates
políticos hacia la creación de narrativas que funcionan más como
entretenimiento que como discurso político informado. La pseudopolítica se
centra en la personalidad de los líderes, en lugar de sus propuestas. Esto
lleva a juzgarlos más por su carisma y habilidades mediáticas que pos sus
capacidades o ideas”
Con todo, Laura Camargo da con el mecanismo de una
estrategia ganadora. Coloca en el centro de todo ese engranaje a la confusión
como principal finalidad del discurso de la extrema derecha, alimentada, eso
sí, por la viralización, la deslegitimación del adversario, el escándalo y la
polarización. “El código domina sobre el
contenido, la especulación sobre la transmisión, los bulos sobre los hechos. Ha
nacido el trumpismo discursivo”
La profesora Camargo, además, nos ofrece muy
esquemáticamente la clave del funcionamiento de la propaganda autoritaria
partiendo del pensador Jason Stanley, quien la cifra en cuatro ejes: Exclusión,
apariencia de contribución legitima al debate, socavamiento de la razonabilidad y finalmente erosión la
empatía.
Sin embargo, en mi opinión, el uso del bulo tiene un papel
protagonista esencial en el planteamiento sociodiscursivo de la ultraderecha. Tal y
como consigna la autora madrileña “la agencia de verificación del Washington
Post determinó que hasta 2021 Trump emitió 30.573 afirmaciones falsas.”
Y, atención, dice la sociolingüista: “el efecto de la
polarización consiste en relacionar palabras con nuestro estado emocional y no
con los hechos. Encajan y confirman la emoción negativa y eso, no su verdad o
su falsedad, es lo que les da crédito a esas palabras y provoca difusión y
aplauso. Así se propagan los bulos y la desconfianza en las fuentes de
conocimiento e información.” y concluye.
”Cuanto más intenso sea el estado emocional de la gente y más carga
emocional negativa lleven las palabras, cuanto más disparatadas sean menos
obligado está el que las dice a dar pruebas o argumentos.”
La mentira es la clave
Creo que este es, si no el más importante, uno de los
párrafos clave del libro, porque nos enfrenta a la gravedad
del problema. Dadas y vistas sus características nos encontramos en la tesitura
de combatir contra una máquina invencible. Es Alien, el octavo pasajero, la
criatura que diseñó el suizo Hans Ruedi Giger y que llegó a nuestro planeta
gracias al gran Ridley Scott el mismo año que Margaret Thatcher ganaba las
elecciones y daba comienzo la revolución TINA, con el objetivo de derruir el
estado del bienestar y en último término, tal y como estamos viendo, las
democracias parlamentarias occidentales, para perpetuar el poder y los privilegios
de una minoría de oligarcas .
Y se me antoja que la estrategia de comunicación neoliberal
autoritaria es invencible porque sus creadores son muy conscientes de cómo
funcionan nuestras mentes, educadas en una cosmovisión secular de la que es
imposible extraernos y que se encuentran a punto de nieve, convenientemente
esponjadas a lo largo de las últimas décadas a través del entretenimiento huero, la proliferación de referentes estúpidos, el enaltecimiento del mediocre
y del parásito social, le demonización de los sindicatos y por contra la
exaltación de los llamados emprendedores, la publicidad, la progresiva depauperización
del lenguaje y la degradación de la educación. (Maggie estaría orgullosamente
satisfecha)
Laura Camargo no profundiza en las causas de que le esté
resultando tan sencilla la victoria a la internacional reaccionaria. Lo digo
porque no podemos concebir a las personas como seres que de buenas a primeras abrimos
nuestros corazones y nuestros cerebros como si fuesen un tetrabrik que envasa ese
caudal de mensajes a todas luces nos dañinos en lo más sensible, en la
convivencia y en el bien común. Éramos, somos y seremos siempre materia
permeable en el tiempo bajo una fina lluvia ideológica invisible que cae
permanentemente. Y por el momento no tiene visos de escampar.
Alien invencible
Alien, que yo utilizo como personificación del imaginario
sociodiscursivo de la extrema derecha que analiza y disecciona Laura
Camargo, ha dado mucho juego metafórico desde su estreno en relación con el
capitalismo. Alien es para muchos la representación de la ambición capitalista,
que sacrifica vidas humanas y pone en riesgo a la humanidad con tal de
conseguir sus objetivos.
También es el parásito que deshumaniza nuestro sistema y
explota a las personas para seguir creciendo. Hay quien prefiere verlo como
símbolo del expansionismo desbocado que lo destruye todo en aras de su
ambición. Los más espirituales ven en el argumento de la película la
representación de la tentación humana de jugar a ser Dios, o incluso el relato de
la caída de quienes ambicionan el conocimiento.
Yo veo a la criatura como un ente universal que se adosa
primero a la identidad humana -el rostro, nuestro más preciado elemento identitario-
para después alojarse en su interior, reproducirse y perpetuarse alienándole y
finalmente destruyéndole.
Alien es la estrategia discursiva de la extrema derecha que lleva a término un plan invencible, porque no se inmuta ante la defensa a ultranza de los demócratas, consistente en enfrentar la verdad al bulo, la indignación al escándalo, la razón a la emoción, la mesura a la hipérbole, la hipotaxis elaborada a la parataxis simple, la educación a la vulgaridad, la argumentación a la polarización.
En todos y cada uno de estos enfrentamientos Alien vence y además
crece y se hace más fuerte porque halla a su víctima propiciatoria, la sociedad,
exhausta, vacía de todo valor moral, sometida durante décadas a los dictados
del relativismo, de la mediocridad y de la vulgaridad.
El extraterrestre contra el que se enfrenta la tripulación
del Nostromo se mueve con gran agilidad entre las tuberías de ventilación, una
red vital para el mantenimiento de la vida, del mismo modo que el trumpismo
discursivo deambula como pez en el agua en las redes sociales, desde donde
ataca sin cuartel y obtiene sus más preciadas presas. Su estructura y su
composición bilógica lo convierten en un cazador letal, porque además es completamente
amoral, no distingue entre el bien y el mal; de hecho no sabe de su existencia.
Sencillamente cumple con su naturaleza destructora.
Si por cualquier eventualidad algo logra herirle, derrama una sustancia altamente corrosiva, pegajosa y espesa, que
traspasa capas y capas de acero o de cualquier otro material, por muy
resistente que éste sea, de manera que al atacarle se corre un grave riesgo, que
es como decir que negarle la existencia es antidemocrático, porque le
negamos su derecho a expresarse. Por todo lo cual no hay más opción que su
destrucción total.
Pero esa opción no es viable. Alien siempre está, esperando,
acechante, en algún lugar del universo, para aprovechar la ocasión de presencia
humana. Es posible que su voracidad, su
arrojo y la autoconciencia de su invulnerabilidad le provoque la comisión de
algún error, y en ese caso sufrirá una derrota coyuntural que lo obligará a vagar
por el universo paciente y expectante, pero nunca será aniquilado.
Esto es algo que debemos tener muy claro, más que nada para
obligarnos a permanecer siempre en guardia, a reconfigurar nuestra cosmovisión
en la medida que podamos, o como mínimo, adiestrar y proteger nuestras mentes y
nuestros corazones con los valores que nos permitan la convivencia en paz, el
bien común, la inteligencia, la conservación de la Tierra como lugar habitable y
el desarrollo libre de nuestras vidas.
¿Hay soluciones?
Laura Camargo al final de “Trumpismo discursivo” dedica un
par de páginas a proponer soluciones contra la estrategia comunicativa de la
extrema derecha internacional. Lo primero que nos dice es que no es buena idea
imitar su estrategia , es decir, convertirnos nosotros en Alien.
Dice Camargo que es necesario plantear soluciones a futuro
sin que parezcan utopías inalcanzables. Decir la verdad y predicar con el
ejemplo es otra de sus propuestas, aunque ya hemos visto como la verdad no cotiza,
y de hecho, poco ha cotizado nunca en política. Ha llegado un momento que la
verdad nos la trae al pairo, porque de lo contrario el trumpismo sociodiscursivo no
sería hegemónico.
Desmercantilizar la comunicación es otra de las propuestas,
en esta caso viable, pero muy difícil de aplicar, porque priman las audiencias
y la facturación en publicidad. La profesora señala que eso es posible si nos convertimos
en activistas, “recuperamos el valor de las palabras y de la escucha, evitando
reacciones viscerales y veloces que bloquean la reflexión.”
Continua algunas líneas más con lugares comunes del discurso
izquierdista, que hoy son sencillamente demócratas, con los que estoy de
acuerdo, pero que sólo aportan algo más de retórica conocida a un problema grave
que necesita de una estrategia eficaz y ganadora con la que abordar con
garantías a medio plazo el desafío del final de nuestras libertades.
Siendo consciente de que Alien nunca muere, me agarro a esta
idea de Marcel Cano: “[Es necesario] repensar la realidad desde nuevos parámetros
que vayan más allá del metarrelato que nos impulsa al dominio, la cuantificación
y la cosificación del mundo y del ser humano.” Esa es, creo, la solución de fondo.
Mientras tanto, seamos algo más pragmáticos, porque el
enemigo está a las puertas. Concentremos
el voto, reforcemos la educación, renunciemos a la vulgaridad, seamos inteligentes
y no colaboremos con la difusión de su mensaje a través de nuestra indignación.
Aislemos a sus líderes. Renunciemos al debate con ellos. Huyamos de la política-espectáculo.
Construyamos entornos demócratas. Boicoteemos a los medios que promueven sus
mensajes. Deslegitimemos su discurso antidemocrático.
Asumamos nuestras imperfecciones. Esforcémonos por mejorar. Seamos ejemplares en nuestros entornos. Premiemos
el esfuerzo. Fiscalicemos el parasitismo. Repudiemos referentes negativos. Expresemos
nuestra admiración por aquellos que actúan bien y nuestro desprecio
por aquellos que actúan mal y, sobre todo, no le riamos las gracias a los
estrambotes.
En definitiva, vivamos como ciudadanos conscientes, responsables
y siempre alerta, porque desde Heráclito
sabemos que todo cambia, nada permanece, y no hay nadie o razón alguna que nos garantice
que sea para bien.