Desde que tengo memoria literaria hasta justo la semana pasada he
sentido siempre una animadversión
especial hacia Góngora. Nunca le he aguantado. Me ha resultado un tipo
antipático, engolado, y presuntuoso. Una especie de pavo real del Siglo de Oro
que ha mirado por encima de la capa a sus contemporáneos y a los lectores que se han acercado a él a lo
largo de la Historia.
Alguna mañana ya perdida de hace ahora 35 años leí unos cuantos sonetos suyos. Al día
siguiente leí algunos otros de Don Francisco de Quevedo, y enseguida me
posicioné a favor de un de los dos en esa guerra que ha sobrevivido a su existencia y que se ha
venido manteniendo a lo largo de los siglos. Todo se debió a P., el
profesor de literatura de mi adolescencia, un conceptista en ciernes de última
hornada, verdugo contemporáneo de
culteranos, a quien se le atragantó tanto rubí, tanta hipérbaton y tanta
belleza hiperbólica que surgía incontenible de la pluma del poeta cordobés. Más tarde leí otras obras de estos dos monumentos de las letras hispanas, y esa
lectura, algo más madura, me reafirmó en mi preferencia por el
autor de “El Buscón” en contra del compositor del “Polifemo”.
He de reconocer que las preferencias de mi guía
espiritual no se fundamentaban en
argumentos literarios. P. prefería a Don
Francisco porque era un poco más cabrón que Don Luis; porque era más procaz;
porque veía en su ingenio y en su maestría la misma acidez, el mismo cinismo,
entre divertido, desapegado y canalla con que él veía la vida. Sin embargo, la
realidad de su predilección y de su tirria
era algo más mundana, porque a P., lo que de verdad le gustaba, además
de la literatura, eran las mujeres, el vino, el juego, y todo lo que
representase vicio, actividades todas muy del gusto de Don Francisco. Por si
fuera poco, los poetas del 27, a los que se les metió en la cabeza deshumanizar
el arte y huir de la cochambrosa realidad que tanto les necesitaba, escogieron
a Góngora como oráculo y faro de sus caminos estéticos.
De modo que influenciado por ese punto de vista, en mí caló
la representación mental de un Quevedo rebelde,
contracultural o contestatario. Por el contrario, Góngora
sería ya para siempre el escritor del establishment, cortesano, chupalevitas,
afín al poder. Para explicarlo mejor: Quevedo era
a García Márquez lo que Góngora a Vargas Llosa, y esta idea maniquea, tan poco
fundamentada, pero con la que he ido
tirando tan ricamente, ha sobrevivido en mí hasta hace justo siete días, hasta
que he leído “El poeta y el pintor”, la última novela de Ana Rodríguez Fischer,
publicada nuevamente en la editorial Alfabia.
Al hilo del cuarto centenario de la muerte de El Greco, Ana Rodríguez Fischer recrea un
hipotético encuentro entre Luis de Góngora y Domenico Theotokopoulos en casa de
éste último, en el Toledo de principios de siglo XVII, pocos años antes de su
defunción. Ese es el planteamiento argumental de la novela, aunque hay que
advertir que no estamos ante una novela histórica. Ni siquiera es una novela
metaliteraria o mera escusa para hablar
sobre la obra de El Griego a rebufo de la conmemoración del 1614.
Lo primero que me ha llamado la atención de “El poeta y el
pintor” es la figura del narrador, porque, aunque a primera vista parece que una
sola voz omnisciente en tercera persona nos cuenta toda la historia, a medida que uno avanza en la lectura observa
que esa voz se desdobla, como si produjese ecos que resuenan con el matiz
adecuado para cada uno de los espacios y de los temas que se desarrollan: El
sonido propio de la autora, que parece haber sido testigo secreto del
acontecimiento. La voz del poeta cordobés, que se desliza algunas veces dentro
de la propia narración y se hace patente en los textos introductorios de cada
capítulo. Y , finalmente, la expresión
de una suerte de cronista coetáneo, reportero de la actualidad toledana,
rescatado para la construcción de la
novela, a quien ARF le asigna la tarea de atraer la atención del lector, dando
cuenta de la atmósfera de la época, evocándonos de manera prodigiosa anécdotas intercaladas, el trasiego en los caminos, el ambiente
de las posadas; objetos domésticos,
cachivaches, animales, herramientas, muebles y ropajes; la vida en la calles y en las casas, habitadas
y transitadas por personajes velazqueños, o cervantinos... El entramado social,
en definitiva, de la España barroca a través de deliciosos pasajes narrados con una exuberante riqueza léxica y
un conocimiento erudito y exhaustivo de los usos de la época.
Estas descripciones, además,
se mecen con un ritmo interno sumamente sugerente que nos traslada con
su música al centro mismo del siglo XVII y a menudo adquieren un tono más
lírico, en algún momento casi diría que romántico, como si la autora
intercediese ante el narrador para no caer en el puro costumbrismo.
Y es que a veces, en momentos muy medidos, ARF parece querer establecer equivalencias
cromáticas y sensitivas con la paleta del pintor y al mismo tiempo encajar en
ellas de un modo sutil la tonalidad o el carácter de toda una época: “Edificada sobre un cerro de granito que el
Tajo abraza casi por completo, Toledo produce en el viajero una primera impresión
extraña y oscura. […] Después los
viajeros extienden su mirada más allá, donde se dibujan unas cimas azul oscuro
entre las brumas del horizonte. [y…]
vuelven a
toparse con montes aún más elevados y ásperos que aquel en que se asienta la
ciudad y que parecen oprimirla hasta el ahogo”.
Para disfrutar de otro de los atractivos de “El poeta y el
pintor” tenemos que estar dispuestos
a leer entre líneas, a dejarnos llevar noblemente,
bravamente, por sutilezas críticas que nos tiende la autora asturiana igual que el
torero le tiende el trapo al animal. La inercia de esa embestida nos transporta de nuevo a nuestro siglo presente
a través de escenas o anécdotas muy escogidas en las que se dirimen a veces hechos de escandalosa
actualidad. “Los puercos y el engaño
siempre se llevan la mejor parte, y por eso se ve lo que se ve”, asevera El
Greco en conversación con Góngora. “Crecen como las sombras a las
declinaciones del sol”, responde Góngora. O también “Mas ¿do vuelas pluma mía?; / ¡tente, que vas desmandada; que haces mal en condenar / invencibles
ignorancias”.
El corazón del libro se halla en los capítulos en los que se
da cuenta de los instantes previos a ese
encuentro ucrónico que rige toda la obra y de los minutos que pasan juntos los dos artistas.
ARF ha conseguido trasladarme la inquietud de Góngora ante la expectativa cierta
de hallarse ante su admirado pintor, de
manera que un servidor y el poeta hemos
compartido esa incertidumbre, la ilusión de un fan ante el encuentro inminente
de su ídolo. Es aquí, en estas páginas, donde me da la sensación que la autora
se deja ver tras la sombra de Góngora, detrás de su pasión por los libros, y de la admiración rendida y sin concesiones
hacia la obra de Doménico Thetokopoulos. Porque solo, o en compañía de El
Greco, Góngora no pierde detalle de todo lo que halla en su estancia. Su
curiosidad es irrefrenable y la avidez con que ausculta, revisa y revuelve
pliegos, volúmenes y lienzos es propia de letraheridos desahuciados, de alguien que ha renunciado a ocuparse del mundo
para dedicar lo que le resta de vida al conocimiento, al cultivo de la mente y
al disfrute de la belleza.
Por eso, por más que esas páginas inolvidables contengan
todas las claves para poder entender la
pintura de El Greco y lo que llegaron a significar sus osadías estéticas, “El
poeta y el pintor” no es un libro que solamente nos habla de arte, o de su función, ni tan siquiera de dos figuras históricas de
nuestra cultura. En “El poeta y el pintor” planea desde el principio hasta el
final la nostalgia, la decadencia, el escepticismo, el oscurantismo, la vileza del poder, y la incapacidad del
pensamiento y de las artes para no provocar cambio alguno en el marasmo humano,
sino más bien todo lo contrario, envidias, corruptelas y ambiciones. En
definitiva, el arte, la belleza y el
conocimiento son, tan solo, y al final, un
refugio personal donde habitar lejos de ruidos y de mezquindad porque “retirado
en mi aldea […] gozaré en dulce libertad,
ajeno a embustes, envidias, pompas, pullas y soberbias. Con mis libros, haré
cortos los días de mayo, y breves las noches de enero. Desde mis soledades,
encararé una realidad de la que solo la poesía, con su fuerza, puede
apoderarse, para hacerla más rica, más claras, más pura”.
¿Quién no se apunta a
semejante plan? Yo el primero, aunque sea en compañía de Góngora.
15 comentarios:
Libro a tener en cuenta. Y en cuanto a la reflexión final no puedo estar más de acuerdo. Creo que para seguir adelante en este arduo camino es necesario caer en los brazos del arte, la belleza y el conocimiento, y aunque a veces la vida real se mezcle con relatos inventados como si todo fuera una única historia y nos convirtamos en una mezcla de realidad y ficción, ello nos enriquece y nos da perspectiva.
Saludos Pobrecito :)
Sentada frente al teclado y con la lluvia de fondo, me preparo para hacer algún comentario como respuesta a tu entrada...¡Es que tus relatos tienen tela!
A ver, he de reconocer que a Góngora no le he leído, así como tampoco a Quevedo. Aunque sólo sea por la sonoridad de los apellidos, el primero me recuerda a un tipo gangoso altivo y presumido; Quevedo me suena como aquél que no ha roto nunca un plato y siempre carga con las culpas de los otros.
De Ana Rodríguez Fischer tengo "El pulso del azar", lectura interesante,constructiva y por finalizar.
Continua lloviendo...
Besos.
Estamos muy de acuerdo Babe. La ficción nos ayuda entender mejor la realidad.
Sobre el libro de ARF, lo recomiendo encarecidamente. Es muy difícil encontrar literatura contemporánea escrita con tanto amor, honestidad y delicadeza
¡¡Abrazos!!
Bueno, Ester, este es a mitad y mitad un relato y uan reseña.
Tanto Góngora como Quevedo son dos figuras máximas de nuestra historia literaria. Su rivalidad fue sonada y todavía hoy genera algún que otro enfrentamiento. En mi adolescencia me incliné hacia Quevedo porque era más gamberrete, aunque finalmente fue aun más cortesano y trepa que Góngora. En aquel tiempo, si querías vivir de las letras tenías que chupar mucha alfombra.
Este nuevo libro de ARF está escrito con un registro completamente opuesto al anterior, lo cual le confiere más valor porque demuestra solvencia, imaginación y una buena reserva de recursos
Disfrutarás
¡Besos!
Condonumbilical lee mucho y no entiende nada. Me explico. La literatura, cuando lo es de veras, cuando es buena, un arte, es una forma de conocimiento y de aproximación a la realidad. No como la ciencia claro, que es acumulativa (a hombros de gigantes nos aupamos para entender la realidad, dijo Newton), pero que nos permite entender otras vidas y otros mundos de alguna forma, con intuición, metáfora y lenguaje que nos sería si no imposible. Soy doctor en ciencias duras (biología), pero siempre me tropiezo con gente que no entiende que la literatura es otro lenguaje y otra forma de conocer.
Hola Lansky. Un placer tenerte por aquí. Estoy totalmente de acuerdo contigo. No puedes acometer la lectura de ningún texto literario si antes no dejas a un lado el punto de vista habitual con el que vemos todo lo que acontece en el mundo. A la literatura hay que acercarse con ojos literarios. Ni si quiera hay que acercarse para entender lo que nos dice el autor.
¡Salud, Lansky!
Yo siempre he creído que Góngora y Quevedo formaban equipo, como Tip y Coll, como Faemino y Cansado, como Tom y Jerry, un odio impostado cara a la galería de la posteridad, pero eso sí, ambos eran unos pedazos de cabrones, más en brabucón Quevedo, más soterradamente cortés Góngora, el que era buena gente, y mejor artista, mucho mejor que ambos (aunque tiene cada plasta...) era don Miguel, pero a ese no le reían en vida los pedos, al revés
(Te enlazo en mi blog, crack, como dicen ahora)
Debe ser un gran libro. Me lo llevo jajjaja. Un abrazo.
Están muy traídos esos dúos Lansky.
Faltaría Pimpinela. Esos sí que se daban caña mutuamente.
De todos modos el odio que sentían esos dos monstruos era real, muy real. Creo que la cosa acabó muy pero que muy mal: Góngora se hizo de malas maneras con el patrimonio inmobiliario de Quevedo. Eso sí: ambos unos cortesanos lamebotas. Y Cervantes, el pobre, las pasó magras, entre la familia, la guerra... estaba echo un pupas. Pero ahí nos dejó lo más grande.
Gracias por el enlace Lansky. ¡Salud!
Loli, en serio, además de llevártelo al nido, léelo. Su lectura es sumamente placentera
Abrazos
Gracias a todos por vuestros comentarios: Hablador e interlocutores. ésta sí es una experiencia interesante pata un@ autor@...
Abrazos!
Gracias a ti, Ana, por tu estupenda novela.
¡Salud!
He visto ahor que en la respuesta al último comentario de Lansky me ha desaparecido la h en "echo"
Mil disculpas
o.K....
Elpróximo evento esen Lssie, aunwue meestán llamando de provincias, lo que es estimulante porque..
Allí estaré, el jueves 10 en Laie (Casi conviertes el nombre de la liberería en el famoso perrito ;)
Me alegro de que te reclamen
Nos vemos
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