viernes, 30 de mayo de 2025

Fray Jorge de Burgos va a la feria

No me tengo por una de esas personas a las que se les tacha de amargadas, aguafiestas, pesimista, cenizas, o tristonas. Quienes me conocen saben que más bien soy todo lo contrario; a menudo, más alegre que unas castañuelas. Como diría un castizo, me gusta más la fiesta que a un tonto un bolígrafo. Salir, ver, tomar, reír, bailar, disfrutar de un buen paseo entra dentro de actividades preferentes en mi vida. Ojalá pudiese practicarlas más.

¿Pero a santo de qué esta extraña excusatio? Alguno por ahí se preguntará ¿Qué es lo que nos va endosar este gruñón que se quiere hacer pasar por algo que no es? ¿Qué es lo que nos va a prohibir ahora la reencarnación del incorruptible moralista de Jorge de Burgos? ¿Nuevamente la alegría de vivir, acaso otra vez la risa? “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho. La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y por tanto controlable. Pero le ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios

Mientras se come las páginas envenenadas del libro segundo de la Poética de Aristóteles, y antes de perecer pasto del fuego en la laberíntica biblioteca de la abadía donde vive, así argumenta a Guillermo de Baskerville el viejo monje español Jorge de Burgos  en la novela “El nombre de la Rosa”, de Humberto Eco, la razón por la cual cometió los asesinatos  de sus hermanos en Dios allá por el lejano 1327. No, mi intención no es la de procurar a quien esto lea un viaje en el tiempo, imitando al inquietante monje ciego. Más bien, todo lo contrario.

Y es que de un par de décadas aquí proliferan en todos los pueblos y ciudades del país eventos evocadores de épocas lejanas con no sé bien qué finalidad, más que la comercial y la lúdica. Se trata de ofrecer a los ciudadanos durante un fin de semana un espacio donde pasear con amigos y familiares entre tenderetes provistos de todo tipo de productos entre los que suelen destacar los embutidos, los encurtidos, quesos y todo tipo de lácteos, hierbas medicinales, aceitunas, crepes, pinchos morunos, piedras de la suerte, morcilla malagueña, bolsos y cinturones de piel, artesanía y bisutería variada, vinos y licores, dulces, churros, camisetas heavy metal, pins y chapas de escalofriantes simbologías, inciensos, etc.

Es decir, el Ayuntamiento en cuestión reserva un área urbana bastante extensa que durante unos días deviene, por ejemplo, en un poblado medieval por obra y gracia de atrezos y vestimentas anacrónicas, grandes estandartes de las santas cruzadas y de aguerridos templarios, herreros de última hora, arqueros, espadas y escudos de metal y de madera, armaduras, yelmos, mallas de acero y todo tipo de armas medievales tales como penetrantes y sanguinarios mandobles afilados, mortíferas alabardas, hachas decapitadoras, pesados y punzantes manguales, ballestas precisas, dañinas mazas desmochadoras, y martillos de todos las formas y tamaños.

Si el pueblo o la ciudad disponen de castillo o de algún edificio que se le parezca, entonces ya el éxito está asegurado, la feria medieval en cuestión vivirá largo tiempo y pasará a formar parte de la agenda pública y festiva a lo largo de los años.

El programa de actos que gira alrededor de estas ferias de tanto predicamento popular suele incluir algo de música tradicional, interpretada por músicos ataviados para la ocasión; talleres de herrería en los que se enseña a fabricar espadas, y alguna cosa más, aunque -esa es la verdad- muchos, muchísimos de los visitantes que la gozan, lo ignoran todo o casi todo de la Edad Media, y en su imaginario es una época de la historia que se alarga prácticamente hasta el siglo XIX.

Porque el asunto y el interés se reduce a un espacio comercial, lúdico y festivo en el que los organizadores pretenden que el público crea revivir festivamente,  con un bocadillo de morcilla en una mano, una lata de cerveza en la otra y los niños fascinados frente al yunque del herrero, una versión Walt Disney de los tiempos de la peste bubónica, del feudalismo esclavista atroz, de las santas y sanguinarias cruzadas, de la represión y el miedo religioso, del derecho de pernada, de la hoguera de las brujas, de la pobreza y la suciedad exultantes, de la ignorancia y la funesta superstición.

Estas ferias cancelan la Historia y disuelven la Edad Media en algodón de azúcar equiparándola, en ese juego inocente de los disfraces y pastiche, a nuestro bienestar actual, a un presente moral al que costó llegar siglos de dolor,  luchas y sacrificios.

Los que miran y ven mientras pasean entre puestos de supuesta artesanía y fingidos aprestos medievales son ojos contemporáneos y despreocupados que homologan inconscientemente a su presente siglos de ignominia transformada en puro festejo, relativizando o aniquilando de este modo el valor moral del hoy, del ahora, de la dignidad con la que viven sus vidas.  Y ahora quien lo desee que me llame amargado, malasombra, buscapleitos o cerril benedictino.

Hay ciudades, como Terrassa o Reus, que han explotado con éxito otra veta turística y comercial a partir de la evocación histórica y de la nostalgia boba, pero utilizando una época algo más próxima a nuestro presente.  Se trata de la llamada Fira Modernista.

Durante un fin de semana, con la excusa de que las dos ciudades atesoran un importante patrimonio arquitectónico de estilo Art Nouveau (o modernista)  el consistorio, en complicidad con muchos ciudadanos que participan activamente, intentan convertir las dos ciudades en epígonos lúdico festivos de sí mismas travistiéndose tal y como debían ser a finales del siglo XIX y principios del XX.

Ambas ciudades jugaron un papel muy destacado en la España y la Europa de entonces. Tanto es así que Reus, por ejemplo, gracias al comercio del vino y del aguardiente, junto a París y Londres, formaba el exclusivo trío que marcaba el precio del alcohol para la fabricación de licores en todo el mundo. De hecho, después de Barcelona, Reus era la ciudad más importante de Cataluña. La bonanza económica hizo florecer una poderosa clase burguesa que construyó en la ciudad lujosos palacios al estilo de Gaudí.

Además del negocio del licor, en los aledaños de la ciudad se instalaron otro tipo de industrias, con lo cual la pequeña burguesía y la gran burguesía opulenta convivía con las clases trabajadoras en una época de agitación sindical y de incipiente atmósfera revolucionaria.

Terrassa, por su parte, fue junto a Barcelona, la capital de la segunda revolución industrial  del sector textil. Terrassa devino en la ciudad de los grandes vapores, salpicada aquí y allá de altas chimeneas humeantes, actualmente protegidas,  en la que se consolidó, igual que en Reus, una acaudalada burguesía que se hizo construir palacios y casas lujosas y que convivía igualmente en conflicto con el movimiento anarquista, cuyos seguidores reclamaban justicia social,  mejoras en las condiciones laborales y finalmente el final de la explotación del hombre por el hombre a través de la revolución proletaria.

En Terrassa, además, los discípulos de Gaudí dejaron també su impronta arquitectónica en las fábricas, construidas la mayoría de ellas en ladrillo y con una estética particular que se ha venido en llamar modernismo industrial.

En la primavera de Terrassa y el otoño de Reus, desde hace años, los alcaldes presentan públicamente antes los medios de comunicación y la ciudadanía, tocados de chistera, vestidos con levita y chaqué, reloj de cadena, camisa blanca almidonada, pantalón recto, guantes blancos y bastón de empuñadura nacarada, el programa de sus respectivas Fires Modenistes.

Durante ese fin de semana muchos terrasenses  y reusenses lucen el vestido y la terna de finales del siglo XIX que han confeccionado todo el año, que han encargado coser o que alquilan en prestigiosas tiendas de disfraces, de manera que las calles se llenan de señoronas de alta alcurnia, sombrilla de encaje en ristre, arrastrando con elegancia el frufrú sedoso de sus largos vestidos, acompañadas de sus caballeros, que lucen el redingote negro cual magnates del vermú y del percal.

El visitante puede ver en las plazas y en las ramblas tenderetes rotulados con letras modernistas, o imitando a la tipografía decimonónica en los que se venden embutidos, encurtidos, quesos y todo tipo de lácteos, hierbas medicinales, aceitunas, crepes, pinchos morunos, piedras de la suerte, morcilla malagueña, bolsos y cinturones de piel, artesanía y bisutería variada, vinos y licores, dulces, churros, camisetas heavy metal, pins y chapas de escalofriantes simbologías, inciensos, etc.

Sin embargo, estas ferias modernistas se diferencian de las medievales en dos aspectos. Por un lado suele haber un programa bien trabajado, con actividades divulgativas y culturales; en segundo lugar, de algún modo el evento se polariza políticamente a través de la elección del personaje que cada cual desea asumir.

Y es que mientras que unos deciden vestir la seda, los encajes y el charol burgués, otros prefieren exhibir el humilde blusón proletario junto a la visera ladeada,  la bata gremial o el delantal y la cofia. Eso sí, todos unidos, patricios y plebeyos acodados en la barra, sentados en la terraza, abrazados en confiada fraternidad, compartiendo pose para las fotos y los vídeos, mesa y mantel, y baile de noche, en una jornada en la que queda cancelada, como por arte de magia, la lucha de clases.

Hace más de un siglo, durante los años que recrean las ferias modernistas de Reus y Terrassa, Montada i Reixac era un paraíso verde y una buena opción de descanso para la burguesía de Barcelona, que respiraba aire puro o se bañaba y pescaba en los dos ríos que la surcan.

Montcada es mi pueblo, donde nací y me crie, un municipio fabril del área metropolitana que sufrió un primer cambio traumático con la guerra civil y que después fue torturado por el desarrollismo franquista con cuatro carreteras, dos autopistas, tres líneas de ferrocarril y una decena de grandes fábricas alimentadas con trabajadores procedentes de toda España.

De aquellas “torres” vacacionales, rematadas por lindos tejados pseudo alpinos, no quedan más que dos. Una de ellas está deshabitada. La otra se convirtió en discoteca durante tres décadas; ahora la habitan sus dueños, por fin jubilados tras años sirviendo cubatas de ginebra de garrafón y siendo testigos exclusivos del discretísimo arte del lote clandestino, el metemano lúbrico y la paja entre penumbras.  Acogiendo sendos bares de solera, sobreviven todavía los dos casinos.

Según datos del Institut d’Estadística de Catalunya, en Montcada ahora conviven en paz algo más de treinta y siete mil almas. Seis mil quinientos hombres y mujeres, aproximadamente un 17% del total, procede de sesenta y seis naciones de todos los continentes, el 95% de los cuales son países pobres. Efectivamente, soy natural de un pueblo de gente humilde compuesto en su gran mayoría por trabajadores, como mi padre, de manera que difícilmente podría mi ciudad organizar una feria parecida a la de Reus o Terrassa. Medieval sí, por supuesto. ¿Y qué pueblo o ciudad no la tiene?

Pero hete aquí que un grupo de montcadenses, nostálgicos de aquellos tiempos del legendario cuarteto formado por el mossen, el médico, el alcalde y el sargento de las Guardia Civil; añorantes de los tiempos de las chachas con cofia y los criados con blusón,  de la letra con sangre entra, de la genuflexión y el velo, del estupro o de la cases de barrets (prostíbulos)...  se han propuesto rescatar de la memoria lo que ellos consideran las tradiciones más entrañables para poder recuperar la identidad montcadenca y así profesar amor infinito a nuestro pueblo. 

La iniciativa se anuncia así en el diario local, "La Veu de Montcada" (Traduzco del catalán): “Llega ‘Revive Montcada i Reixac’, una muestra educativa sobre historia y tradiciones”.

Ilustra el titular de la noticia una fotografía en la que se puede ver en primer plano una señorona tocada con una estupenda pamela enlazada de gasa blanca, vestida con blusa de seda, fajín de tul azul y falda larga a juego moteada de puntitos blancos. Junto a ella aparece el que se supone su marido, vestido de riguroso redingote, levita y pajarita negra, tocado de una chistera y empuñando un bastón.

Al lado, otra mujer ataviada de criada, con la preceptiva cofia y delantal blanco sobre riguroso vestido negro rematado en las mangas por las correspondientes puñetas. Ésta simula empujar muy profesionalmente un cochecito de bebé, también de época, primorosamente enjalbegado, en el que se supone que dormita l’hereu o la pubilla de tan respetable familia.  Detrás de la criada, aparece otra señorona burguesa que parece observar la escena, luciendo un vistoso sombrero verde con forma de maceta invertida a juego con el fajín de tul que encorseta y encinta un ostentoso vestido largo.

El objetivo de esta edificante iniciativa es “divulgar la cultura, la historia y las tradiciones locales”, impulsada por la Associació Cultural Montcada (ACM). Se han involucrado en llevarla a cabo más de una veintena de entidades, seis colegios, las bibliotecas del pueblo, el propio Ayuntamiento, etc. Durante la celebración del pasado glorioso montcadense tendrá lugar, incluso, un desfile que recorrerá el centro del pueblo.

José Maria Zaragoza, a la sazón presidente de la ACM, escribe en el mismo diario un artículo al respecto titulado “'Revive' es una muestra de amor por el municipio” porquepretendemos fortalecer la identidad local fomentando la participación ciudadana en la preservación y difusión de la historia y la cultura del municipio.”

Tan educativa propuesta  parece añorar un pasado que afortunadamente jamás volverá y que obvia y desdeña los aspectos fundamentales de la historia que de verdad necesitamos conocer y recordar para valorar en su justa medida lo que hoy tenemos.

Pero no: según sus propios instigadores, pretenden tatuar en la piel montcadense a través de la inocencia lúdica una identidad inexistente, basada en un planteamiento ostentosamente  clasista que obvia la existencia real de la mayoría de hombres y mujeres que vivieron, que viven y que vivirán en Montcada i Reixac.

Finalmente, para comprenderlo todo en su conjunto,  tan solo hay que cruzar la realidad demográfica y social de mi pueblo con el miedo de algunos a asumir que la identidad y la cultura son fenómenos  dinámicos, cambiantes,  y que somos y seremos siempre mezcla y sincretismo, o no seremos.

Y sí, ahora ya pueden acopiar leña, encender y lanzar un fósforo a la pira y contemplar como yo, su seguro servidor, finísimo moralista inquisidor de la posmodernidad contemporánea, arde atado de pies y manos en la hoguera de las masas contrariadas tras encomendar mis cenizas a fray Jorge de Burgos, que Dios tenga en su santa gloria. Daré por buen empleado tan generoso sacrificio, ni que sea por aportar una chispa de realidad a las Ferias Medievales, que de un tiempo a esta parte se ven algo desvaídas, como aburridas de sí mismas.

viernes, 23 de mayo de 2025

Lucía Topolanski


Se murió José Alberto Mujica Cordano. El progreso moral y la conciencia de dignidad que gozamos en nuestro presente es consecuencia de la lucha, el sacrificio, el ejemplo y el magisterio de hombres y mujeres como él. Su memoria merece larga vida y el deber colectivo de cuidar del patrimonio ético que nos deja. Nada nos viene dado. Todo hay que lucharlo.

Jordi Evole consiguió su entrevista poco antes del fallecimiento del expresidente uruguayo. Évole anda ahora detrás de todo aquello que proporcione buenos índice de audiencia, y la muerte interesa, ya sea la de un presidente, la de un cantante enfermo o la de las víctimas de un terrorista.

Évole con el paso de los años se ha ido transformando. Ha pasado de ser un periodista incisivo de principios inquebrantables a formar parte del main stream, del star system de los mass media. Escribir en la Vanguardia cada sábado un artículo a cuatro columnas, con ilustración incluida,  sólo está al alcance de unos pocos que cuenten con la fama suficiente como para que suponga un valor de audiencia. Además, debe encajar con el  tono y el carácter editorial del Grupo para molestar únicamente lo justo. De algún modo, Évole ha ido alejándose progresivamente del magisterio del difunto Xavier Vinader, a quien siempre nombraba como inspirador deontológico. No le juzgo. Tan solo constato.

Las entrevistas  que emite Évole en la cadena del grupo AtresMedia-Planeta, igual de conservador o más  que el grup Godó,  gozan de una producción magnífica. Son productos audiovisuales de gran factura realizados por excelentes profesionales. Las introducciones, la iluminación, los juegos de sombras, la luz tamizada, la posición de las cámaras, la elección del escenario y la construcción de un contexto sugerente que comunique incluso más de lo que pueden hacerlo las respuestas del entrevistado, conforman en su conjunto, cada temporada, un puñado de programas que se ven bien y que llegan directamente a la audiencia de manera elegante, suave y sin estridencia, como quien observa un paisaje en sepia, como quien siente una ligera brisa de escándalo en el rostro.

Quien se coloca al otro lado de la mesa a sabiendas de que sufrirá el brete de responder a las preguntas del de Cornellá sabe a lo que se expone, y por tanto, y en consecuencia, no es difícil sacar la conclusión que extraen los interfectos, y es, en buena lógica,  que es bueno aceptar una entrevista con Évole, sea cual sea la barrabasada en que haya incurrido y por la cual es objeto del interés del periodista, porque de lo contrario los Crespo, Aznar, Villarejo, Dorado, Soria, Matas, Granados,  Aguirre, Cifuentes, Cotino, Fernández,  etc. jamás hubieran consentido una cámara de “Producciones del Barrio”  frente a ellos. Siempre ganan.

Lo que quiero decir es que las entrevistas políticas de Jordi Évole  interesan, pero están lejos de ser poderosas, de provocar cambios, de causar algo más que el asentimiento del público, que constata lo que ya sabía de quienes se prestan a declarar lo que les interesa declarar; gente, por otro lado, que no peina un pelo de tonta.

José Mujica se encuentra prácticamente moribundo cuando Évole llega a la chacra del Rincón del Cerro, cerca de Montevideo,  a producir la segunda entrevista con el exguerrillero tupamaro, expresidente del Uruguay. La enfermedad le ha derrengado y se encuentra muy debilitado. Su imagen en la pantalla es la de un hombre en el final de su vida. Le cuesta pensar y le cuesta hablar;  le supone una verdadera hazaña levantarse de la silla y caminar tres pasos. Ya ante las cámaras le resulta imposible mantener el cuerpo recto, como si la tierra lo atrajese y en el pulso contra ella no pudiese evitar el final. Su aspecto, en definitiva, es lamentable.

A “Producciones del Barrio” , La Sexta, Atresmedia y al grupo Planeta les interesó entrevistar en ese estado a Mujica porque la muerte interesa. A la audiencia, es decir, a personas de carne y hueso como usted y como yo, nos interesa ver la decrepitud, la degradación física y la decadencia avejentada de los días previos a la agonía de uno de los grandes personajes de la política de las últimas décadas, con quien los más altos dignatarios hicieron lo posible por fotografiarse a su lado para absorber, cual vampiros, unos gramos de los valores que defendió y con los que vivió en coherencia. Somos así.

Por su parte Mujica se presta a la entrevista porque es generoso, porque es bueno, porque es hospitalario, y porque como político de raza sabe que debe aprovechar cualquier ocasión para difundir su mensaje, sobre todo a los jóvenes, a los que interpeló constante e insistentemente los últimos días de su vida. Alguien podría tacharlo de proselitista. Yo prefiero verlo como el último profeta de la decencia política; la última esperanza, la voz y el ejemplo que queda y no se olvida.

Évole pretendió ofrecer el programa con el marbete de “la última entrevista a Mujica antes de morir”, pero como dicen en Andalucía, se le atragantó un hueso. Lucía Topolanski, la esposa, se encargó de revelarnos que durante los últimos meses la chacra parecía una feria de autos, llegando y marchando con periodistas de todos los lugares del mundo. “Todos quieren verlo y hablar con él como si aquí tuvieran al monito del circo”, dice Lucía. En un momento de la entrevista incluso llega a explicar que tuvieron que expulsar a un autobús con unas treinta personas a bordo que querían fotografiarse con Pepe.

En el humilde salón de la casa, la presencia de Lucía durante la interviú es, como siempre, discreta, aunque se hace patente. En un momento, Évole, que ha cultivado siempre golpes de efecto instigadores de cercanía, confianza y campechanía, le dice a Mujica que tomaría ese trago que se prometieron en el encuentro anterior. Lucía se levanta y les alcanza una botella de licor y dos vasos. En ese gesto parece la esposa amantísima que cuida de su marido enfermo.

Mientras beben un sorbo, a Évole se le ocurre preguntar a Lucía cómo vivió la cautividad de su marido, si se sintió sola, si sufría pensando en lo que le estaría pasando, adjudicándole así, implícitamente, el papel de sufrida esposa que aguanta estoicamente los padecimientos del marido. Entonces Lucía le espeta: yo también estuve presa trece años. Sé por lo que pasó porque yo lo padecí. Yo también era guerrillera.

Estoy convencido que muy pocas personas que vieron la entrevista conocían a Lucía Topolanski. La figura de Mujica es muy poderosa; es de esas personalidades apabullantes, extraordinariamente carismáticas, que ocupa todo el espacio. Esa podría ser la razón por la cual los ignorantes como yo desconocíamos la vida y la trayectoria de su esposa.

Nuestra ignorancia quizás no tenga disculpa, pero la de Jordi Évole y su equipo, siempre tan exhaustivo en la tarea de documentar y preparar sus programas,  es sinceramente imperdonable. Tan sólo tenían que echar un vistazo a la Wikipedia. Pero claro,  sólo es la mujer consorte, la compañera fiel, la cuidadora abnegada, y eso era más que suficiente.

Con todo, entrevistar en dos ocasiones a José Mujica sin conocer la historia de Lucía Topolanski es un síntoma de la ignorancia sobre la vida, la existencia y la trayectoria política y vital del mismísimo Mujica, y por supuesto de la historia contemporánea de la república del Uruguay, a no ser que lo único que interese al periodista y al grupo mediático para el que trabaja es ofrecer al público esa imagen de viejo sabio encanecido que nos evangeliza y alecciona con sus frases de sereno búho sapiente. Así, de ese modo, construimos para nuestros adentros la imagen de lo imposible, de lo singular utópico, y nos esperanzamos en un mundo mejor y más justo. Y ya saben, la esperanza es el placebo de los humildes.

Pero ¿Quién es Lucía Topolanski? ¿Qué hizo Lucía Topolanski? ¿Dónde nació? ¿Cómo vivió? ¿Cómo llegó a la política? ¿Que la impulsó echarse al monte? ¿Qué cargos ejerció?

Hagan lo que no hizo Jordi Évole. Escriban su nombre en Google y admírenla. Me van a disculpar la maldad, pero estoy seguro de que Anna Gabriel sí la conoce. O no.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Historia de Pablo

 


Esta pequeña historia, humilde y sincera, les parecería mentira a los jóvenes si la leyesen; a  sus padres probablemente les avergonzaría, les causaría una desdeñosa nostalgia, la misma que yo siento al evocarla, aunque mi añoranza está libre de todo desprecio. Lo que siento es pura pena por un tiempo pasado, pena o melancolía liberadas del prejuicio de la edad, lo juro.

Nada mejor para iniciarla que el más clásico, manido y repetido de todos los comienzos narrativos, aunque mucho me temo que a algunos, si lo leyesen, también les resultaría novedoso, innovador, como ahora decimos.

Hace muchos, muchos años, erase una vez que se era un muchacho llamado Pablo que vivía en una ciudad española cualquiera, con sus calles, sus comercios, sus oficinas y sus fábricas; sus habitantes con sus vidas, sus familias, sus trabajos y sus preocupaciones cotidianas.  Una ciudad donde los enfermos acudían para curarse en hospitales bastante peores que los que hoy disfrutamos; donde los padres llevaban a sus hijos a colegios o institutos bastante peores que los actuales; donde los universitarios se formaban en aulas y laboratorios muy precarios.

Pablo nació antes de la muerte del dictador Franco, que durante medio siglo convirtió nuestro país en un lugar de represión, gris y tenebroso. Al poco de morir el tirano todo estaba por hacer y aquella ciudad española, como todas las demás, deseaba salir a la luz tras medio siglo de oscuridad. Por eso, las nuevas generaciones crecían y se formaban con la ilusión de construir un futuro de libertad, concordia y progreso y mucha gente albergaba la esperanza de que gracias a la educación entre todos construiríamos un país nuevo.

Igual que en los pocos colegios que existían de la ciudad, en el de Pablo las aulas rebosaban alumnos. La palabra ratio aplicada a la educación no se conocía, o si se conocía no se utilizaba. El número habitual de alumnos por aula en un colegio o en un instituto solía ser de más de cuarenta.  

Los colegios y los institutos solían ser edificios antiguos, dejados de la mano de dios, sin mantenimiento alguno. En ellos no existían los más esenciales equipamientos, tales como biblioteca, gimnasio, laboratorios o sala de actos. Los patios eran solares infames, de tierra y piedras, aptos para contraer el tétanos, en los que el único divertimento eran dos porterías de fútbol destartaladas. A menudo, en la ciudad de Pablo, los camellos frecuentaban las salidas del instituto para vender una amplia de gama de productos.

La enseñanza en aquella época de aulas masificadas y ausencia de todo tipo de recursos se basada en el profesor, la pizarra, el libro de texto de cada asignatura, libros de lectura obligatoria y fotocopias complementarias extraídas de otros libros que al profe le parecían interesantes.

Es decir, que el futuro de Pablo, de sus compañeros y del país estaba en manos del compromiso y la profesionalidad de los maestros, de su buen hacer, de su capacidad para despertar vocaciones, incentivar su curiosidad y transmitir conocimientos. Mientras hubiera cuatro paredes y un techo, todo era posible.

Pablo y sus compañeros se debían al respeto al profesor y a una serie de normas básicas no escritas en ningún lugar pero que todos asumían. El profesor ostentaba una inequívoca autoridad sobre el grupo escolar en el tiempo docente, hecho que era conocido y respetado por los padres de todos los estudiantes. Tanto era así que, de llegar a casa con la noticia de un castigo por no respetar las normas, los padres solían doblar la pena en complicidad y coherencia con la defensa de unos valores sin los cuales se hacía imposible la educación.

Pablo y sus compañeros estudiaban en la etapa de enseñanza obligatoria- la conocida como Enseñanza General Básica (EGB)-  materias tales como matemáticas, geografía, historia, ciencias de la naturaleza, lengua y literatura. Con los doce años cumplidos, por ejemplo, ya habían podido leer algunos fragmentos de autores de referencia como El Arcipreste de Hita, Cervantes, Pío Baroja, Rafael Sánchez Ferlosio o Carmen Laforet, por citar algunos.

A los catorce años, Pablo ya estaba preparado para realizar ecuaciones, conocía el nombre de todas las provincias españolas, las capitales europeas, los ríos más importantes de la Península Ibérica, los hechos más destacados de la historia de España y de la Historia del mundo, las partes del cuerpo humano, la clasificación general de las especies animales y vegetales, los accidentes geográficos, incluso sabía realizar un análisis lingüístico morfológico y sintáctico básico…

A partir de esa edad, los estudiantes que como Pablo habían demostrado a través de los exámenes, tras días de estudio, capacidad intelectual para asumir lo que por entonces se entendía como cultura básica, podían seguir estudiando, bien una Formación Profesional llamada FP, o bien el  Bachillerato Unificado Polivalente (conocido como BUP), que daba pie, aprobados sus tres cursos,  al Curso de Orientación Universitaria (COU), a  la temida selectividad, y finalmente a la universidad.

BUP y COU eran dos etapas en la que ya se profundizaba en todos los ámbitos de conocimiento. Los estudiantes debían construir y asentar una base lo suficientemente sólida como para afrontar con ella los estudios universitarios que les permitiesen abordar con garantías una etapa con contenidos más complejos.

Quienes no superaban la EGB se incorporaban directamente, con catorce años, al mercado laboral, o realizaban estudios básicos de FP durante un año para adquirir los rudimentos necesarios con la que afrontar un futuro trabajo de carpintero, mecánico, albañil, electricista, fontanero, o alguno de los oficios que todavía hoy existen.

Pablo, sus padres y sus compañeros sabían muy bien que el esfuerzo, la práctica y el ejercicio de la memoria eran claves para superar las distintas fases educativas. No tenían miedo al trauma porque sabían que era su deber necesario acopiar el coraje con el que enfrentarse a los desafíos que les planteaba su educación. De hecho, el mayor temor de los padres de Pablo era que no pudiese labrarse un futuro, un miedo directamente proporcional al deseo de que pudiesen vivir mejor que ellos, de que pudiese acceder y aprovechar oportunidades que ellos nunca tuvieron.

Todos sabían y aceptaban que sin esfuerzo, sin ánimo o actitud para superar las dificultades y sin capacidad intelectual era imposible llegar a la universidad, del mismo modo que la sociedad valoraba positivamente a los profesionales que realizaban trabajo manual o manufacturero.

Cada cual conocía su lugar en la sociedad en función de su capacidad y sus ambiciones personales. Se solía decir, sin que nadie se rasgase las vestiduras “fulano no vale para estudiar y se tiene que poner a trabajar.” Tanto era así que a la hora de ligar quedó acuñada como frase hecha la interrogación disyuntiva “¿estudias o trabajas?”

Pablo finalmente accedió a la universidad. Durante aquel tiempo, las universidades se vieron obligadas a construir aulas en forma de anfiteatro griego con capacidad de hasta trescientos estudiantes, y aun así, muchos estudiantes debían seguir las clases sentados en el suelo.

El equipamiento con que contaban las universidades también dejaba mucho que desear. En las titulaciones experimentales los laboratorios y talleres carecían de casi todo lo que era necesario.

El método de enseñanza universitario era equivalente al de las fases anteriores. Libros, clases magistrales, horas hincando codos en casa y en la biblioteca y exámenes a través de los cuales se comprobaba si el estudiante había asimilado la materia impartida.

Nunca se lo dijeron, pero los padres de Pablo estaban orgullosos de que su hijo estudiase en la universidad. Era el primero en tres generaciones, tanto de la familia paterna como materna. Si se esforzaba y obtenía finalmente un título universitario, habría valido la pena dejar la tierra de origen para establecerse en una ciudad con muchas más oportunidades. Eso sí, tuvo que compaginar los estudios con el trabajo de camarero los fines de semana. La nómina de trabajador en una fábrica no daba más de sí.

La cosa es que Pablo se licenció con buena nota en ingeniería de telecomunicaciones. No hubo acto de graduación. No se estilaba. Ni si quiera se fotografió para la orla que inmortalizase su paso por la universidad.

A Pablo no le resultó difícil encontrar un buen trabajo relacionado con su ámbito. De hecho, debido al auge inmediatamente posterior de las tecnologías de la información y la comunicación, Pablo pudo progresar en unos pocos años y formar junto a su esposa Marta –licenciada en medicina-  una familia muy bien acomodada, integrada por dos hijos, un niño y una niña.

La familia de Pablo y Marta fue testigo directo del desarrollo del Estado del bienestar en España, sobre todo en el ámbito educativo y sanitario. Se construyeron centenares de colegios en toda España perfectamente equipados; decenas de hospitales; todo tipo de infraestructuras culturales, cívicas y  viarias; las universidades se equiparon de modo acorde a la función que les estaba asignada, etc.

En definitiva, los vástagos de nuestra pareja crecían en un mundo muchísimo mejor que el que vivieron sus abuelos y ostensiblemente mejor que el de sus padres; un mundo que les permitiría formarse y educarse con garantías.

En este contexto halagüeño, la ratio se puso de moda. Las aulas no deberían contar con más de 15 alumnos, lo cual hacía pensar en una mejora significativa de la enseñanza, término que progresivamente dejó de utilizarse, pues lo correcto era hablar de proceso de aprendizaje, en el que el profesor ya no era el centro del sistema y en el que los alumnos debían ser capaces de generar por si mismos el conocimiento con el que poder llegar a la competencia básica de determinadas materias. Enseñar se convirtió en un verbo reaccionario, o en el mejor de los casos, demodé.

El profesor, por tanto, pasaba a ser un orientador al tiempo que gestor de emociones y propiciador de la integración en la diversidad. El esfuerzo y la memoria dejaron de ser un valor. Todos los alumnos eran iguales, independientemente de sus capacidades. El conocimiento se transformó en competencia. Los colegios e institutos contaban con todo tipo de recursos y equipamientos. Las pantallas y los dispositivos electrónicos irrumpieron en el día a día de la educación. La promesa de la generación de jóvenes mejor preparada de la historia se convirtió en un lugar común que ostentaban políticos de todos los colores.

Por otro lado, el mantenimiento de la disciplina en clase se convirtió poco más o menos que en autoritarismo ilegítimo. Tanto es así que Pablo y Marta acudieron un par de veces al colegio para reprochar al maestro sendos castigos a sus hijos porque no habían presentado los deberes. De hecho, solían hablar mal de algunos maestros en presencia de sus dos hijos, pues en caso de conflicto, siempre creían las versiones de sus vástagos. Un día se unieron a otros padres para exigir al colegio la eliminación de los deberes.

Y es que Pablo y Marta estaban convencidos de lo mejor para sus hijos era actuar de manera diferente a como actuaron con ellos sus propios padres, o el sistema educativo. Según su actual punto de vista de hombre y mujer adultos, la educación que recibieron estaba desfasada. Lo único a lo que aspiraban ahora es que sus hijos fuesen felices.  No querían que sus niños se traumatizasen, ni que sufriesen, ni que padeciesen la presión de las notas, o de los resultados, o de que sacrificasen horas de descanso y de juego.

Al mismo tiempo, les incentivaban y les dibujaban a diario la idea de un horizonte vital en el que todos sus sueños se cumplían sencillamente creyendo en ellos y soñando con fuerza. Si quieres ser escritora de éxito, sueña con ser escritora de éxito. Si lo que deseas es ser ingeniero, como tu padre, deséalo sinceramente, y sólo gracias a la sinceridad de vuestros anhelos conseguiréis el futuro que merecéis.

Los hijos de Pablo y Marta, con autoestima sobresaliente, firmemente confiados en sus posibilidades, tras superar las pruebas de acceso, finalmente han llegado a ser universitarios. Carecían de los conocimientos básicos para afrontar el programa del primer año, pero los profesores, presionados por los indicadores de abandono crecientes, han optado por bajar el listón de exigencia y, en consecuencia, el efecto dominó académico ha causado la misma laxitud en la exigencia en todas las fases de la carrera.

Al finalizar el curso, cada año, sus abuelos se desplazan a la secretaría académica de la universidad a formalizar sus respectivas matrículas. Ellos, mientras, descansan en un camping de la costa, con sus amigos, disfrutando de unas merecidas vacaciones y soñando intensamente en el brillante futuro que les aguarda.

martes, 6 de mayo de 2025

Skandalon

 


Los antiguos griegos llamaban skandalon a la piedra que sobresale en el camino y que, inadvertida, les provocaba el tropiezo y la consecuente caída. Pero el tiempo lo transforma todo, incluso los significados.

Los romanos recogieron el término y lo tradujeron como scandalum. Siglos después, en largo viaje, nos llegó en su forma moral para señalar todo aquello que nos conmueve negativamente o nos irrita y nos ocasiona una reacción casi inmediata de bochorno ajeno, repulsa y condena.

El escándalo nos ofusca, es decir, literalmente nos oscurece la razón y el entendimiento porque interpela directamente de modo instantáneo a los más esenciales principios del decoro, de la honestidad, la honradez y la rectitud de nuestras costumbres y valores comunes esenciales más arraigados.

Por eso, durante épocas poco permisivas, gobernadas por interpretaciones fundamentalistas de la religión, en las que la sociedad en su conjunto actuaba como un gran tribunal inquisitorial ante los más pequeños gestos interpretados como pecado, el escándalo dejó de ser la piedra en el camino para convertirse en el motivo por el cual había que lanzársela a quienes quebrantasen las normas dictadas de la decencia, el recato y el decoro de gen religioso.

Un matrimonio sobrevenido, la llamada sodomía o inversión sexual, los escarceos amorosos de un clérigo, la vestimenta femenina atrevida, la inoportuna irrupción de una mujer en asuntos de hombres, el adulterio, un embarazo extramarital, y un largo etcétera de casos en los que la sociedad en su conjunto juzgaba sin compasión, con dureza inclemente, veleidades, ligerezas, y toda heterodoxia en la usanza social, cuya inquina, crítica y juicio sumarísimo se orientaba habitualmente y en su mayor parte contra las mujeres, víctimas durante toda la historia humana de obligaciones y represiones que los varones nunca padecieron, o en este sentido, en menor medida.

En 1992 Willy Chirino escribió y compuso “Es-can-da-ló” para el cantante Miguel Rafael Martos Sánchez, el gran Raphael, uno de su mayores  éxitos incluido en su álbum Ave Fenix, disco superventas en todo el mundo, con cinco millones de copias sólo en EEUU.

Aquel 92 fue el año de los fastos en España. La Movida ya había dado su última nota un año antes; Almodóvar había estrenado “Tacones Lejanos”, con Miguel Bosé interpretando a un juez que tras el atardecer se convertía en una bella y esbelta cabaretera.

Tras más de una década de desquite moral y de supuesto tratamiento nacional contra la caspa franquista, a esas alturas parecía como si los españoles nos hubiésemos vacunado contra la provocación y el escándalo.

Pero he aquí que el gran éxito de Raphael, sus decenas de millones de elepés vendidos, versiones raperas, la fascinación que provocó en los modernos,  el resurgimiento del gran cantante gracias a esa canción prueban que “el amor entre penumbras que es más fuerte que un volcán”, una relación extra conyugal, adúltera, homosexual o interclasista, provoca las murmuraciones de la alta sociedad, el dedo acusador, el reproche moral de quienes dictan las normas, contra el que es necesario acopiar coraje para conservar “mi alma libre” porque “soy yo el que decide sí o no” y “si piensan mal no me tiene preocupado.”  “Es-can-da-ló, es un es can-da-ló” (bis)…

Es tremendamente difícil y requiere más tiempo del que vivimos descargarse de los hombros toneladas de represión moral añeja y secular, modos, maneras y formas incrustadas durante siglos en la cosmovisión nacional. Tanto es así que buena parte de la sociedad española actual educa todavía a sus vástagos en valores enmohecidos, propios de tiempos oscuros, que defienden y representan -ya sin vergüenza y sin tapujos- determinadas opciones políticas, conocedoras del peso social y de las consecuencias que ocasiona el uso y difusión del escándalo, pues cuentan con la experiencia de siglos de práctica para señalar a los enemigos que amenazan sus privilegios, a los discrepantes, a los heterodoxos, al rebelde que se subleva y pretende subvertir el orden establecido.

Fue el spin doctor Steve Bannon quien vio el poder extraordinario de las redes sociales para construir Donald Trump como presidente de los EE.UU y la utilización política  del escándalo como combustible con el que incendiar la opinión pública.

Trump, que era visto en sus inicios como un parvenú por la élite política y económica norteamericana, sistemáticamente fue cuestionado por los medios de comunicación convencionales, llamados serios, como candidato solvente del partido Republicano.

Los massmedia estadounidenses tachaban a Trump poco menos que de payaso de la política, histrión de la posmodernidad, un oportunista de gestualidad musoliniana con un discurso populista dirigido a frikis, terraplanistas  evangélicos  y demás fauna desinformada, nadie que pudiese llegar a convencer a una mayoría social tan sumamente experta en democracia.

Bannon vio que la verdadera oposición de su cliente no era el Partido Demócrata, o los otros candidatos de su propio partido, sino que eran los medios de comunicación, y utilizó una estrategia innovadora que consistió en llenarlos de mierda (sic). De ese modo, llegaría un momento en que el ciudadano  no sabría distinguir entre la verdad y la mentira hasta verse envuelto en un entramado tan espeso y sumamente tóxico de continuos escándalos; finalmente asqueado, se vería abocado a renunciar al legítimo debate político, o bien introduciría todas las opciones convencionales dentro del mismo saco, transformadas gracias a esa  barahúnda en hipócritas, mentirosas y alejadas de las verdaderas necesidades del pueblo.

Llegados a ese punto, Trump aparece ante los ojos hastiados del ciudadano medio como el político auténtico, cercano, desinhibido, que habla su propio lenguaje, y que promete deshacerse de toda esa casta elitista, de altos vuelos, corrupta, que les engaña, les explota, les escandaliza y no resuelve sus problemas.

Bannon supo colocar en el camino de la democracia norteamericana la piedra que sobresale y que puede provocar su caída. Bannon es el hacedor contemporáneo del skandalon. Los tiempos cambian. Ya no es necesario actuar como un bombero pirómano, incendiar el Reichstag, acusar después a los comunistas y aparecer como el salvador para hacerse con el poder.

Las redes sociales y la actual estructura de comunicación de masas permiten e invita a otras estrategias. Para utilizarlas con ese propósito de modo eficaz solamente se requiere de gran ambición y nulos escrúpulos.

Y es que el escándalo fascina, atrae, funciona como un imán. Su poder magnético ocupa por completo nuestra atención, como si al mismo tiempo que nos engancha literalmente contra el objeto del barullo, absorbiese nuestro interés, la capacidad de observación, anulando así nuestra aptitud para la reflexión crítica y el juicio sereno, provocándonos el veredicto sumarísimo, el linchamiento moral y político de sus víctimas, la renuncia a opciones sensatas y la erosión progresiva, escándalo a escándalo, de la confianza en las instituciones democráticas y en nuestros representantes, hasta que finalmente ponemos en manos de mamarrachos el destino de nuestro país.

En España los partidos conservadores y la ultraderecha están utilizando la misma estrategia del skandalon en diferentes frentes, en las que se conjugan parte del poder judicial, del poder legislativo y el sector conservador de los medios de comunicación. La cadena de valor es conocida. Alguien en la sombra construye un delito, un juez acusa sin fundamento, los medios de comunicación informan y debaten a diario el asunto, el ciudadano se escandaliza, los diputados de derecha extrema y de extrema derecha llenan de basura el Congreso de los Diputados, los ciudadanos contemplan hastiados el espectáculo, al tiempo que los medios de desinformación les convencen de que todos los políticos son iguales.

Hay quien quiere legislar para impedir esta estrategia, pero yo creo que no es la solución. Debemos ser lo suficientemente hábiles, sensatos y responsables para descubrir e identificar como un objeto mendaz esa piedra amenazante que sobresale en el camino, y sobre todo recordar que alguien la ha colocado allí para derribarnos.

No podemos actuar como beatones fariseos ante la provocación de nuestros instintos. Somos una sociedad inteligente, experimentada, que cuenta todavía con la memoria de la generación que creció y vivió bajo el yugo de los grandes beneficiarios del escándalo.

Sabemos quiénes son y sabemos qué pretenden. Sabemos que el triunfo de su estrategia depende en gran medida de nuestra pereza, y sobre todo de la negativa a embridar convenientemente ese instinto humano que ofusca la razón y el entendimiento, que embravece al moralista inquisidor que llevamos dentro, combustible social que incendia la democracia y convierte en cenizas el Estado de Derecho

Nos jugamos un sistema democrático en el que realmente los tres poderes   gobiernen gracias a  la voluntad de todos los ciudadanos, sin trampas, sin atajos, sin poner en riesgo las instituciones que hacen posible la convivencia. Pero ojo, nada es para siempre. Súbita o progresivamente la historia da un vuelco y todo se desmorona. En EEUU ya han dado el primer paso. Ese es el objeto final del skandalon.