martes, 29 de abril de 2025

La falsa democracia universitaria

 

La democracia en las universidades públicas es un mantra que a base de cantar todo el mundo se cree. La letra del mantra dice que la elección de rector, decano o director se realiza por sufragio universal entre toda la comunidad universitaria, pero esto es radicalmente falso. El sufragio en la universidad es censitario, como en la Inglaterra del siglo XIX, como lo ha sido siempre en el Vaticano o cómo era en la Atenas clásica. Era el voto con una supuesta calidad, en función de criterios supremacistas.

En la universidad pública no se cumple la máxima democrática de un voto, una persona. El voto del profesorado a tiempo completo se pondera con el 51% del valor total. El valor del voto del resto de miembros de la comunidad se distribuye en un 14% para el profesorado a tiempo parcial, el 24% para los estudiantes y el 11% para el Personal Técnico de Gestión, Administración y Servicios (PTGAS).

No hay ninguna voluntad de cambiar esta realidad bajo la coartada del artículo 51 de la Ley de Universidades (LOSU), que si bien habla de ponderación, no indica en qué términos debe ponderarse y deja a los estatutos de las universidades que lo decidan. No hay ninguna universidad en el Estado que haya apostado por una democracia real.

Ahora estamos en plena campaña electoral para elegir al rector de la UPC. Ninguno de los dos candidatos quiere hablar de democracia; se esconden detrás de la LOSU. Quieren seguir preservando la supuesta sabiduría democrática del profesorado a tiempo completo y la supuesta inferior capacidad democrática de los estudiantes y del PTGAS, no sea que votemos mal, como decía el difunto Mario Vargas Llosa.

jueves, 24 de abril de 2025

Poema del jubilado

 


Observa atentamente el mar
desde la orilla
y reposa tu mirada sobre el horizonte

 

Ahora que ya comprendes el infinito,
espera atento a que enarbole su cresta
                                         la primera ola

 

Contempla la espuma rosácea resplandecer
ante la luz concluyente del sol poniente

 

Mírala romper
                       y sigue su estela
                                                  hasta tus pies

 

Cuando ya nada quede
más que arena y piel mojada
descubrirás el tiempo total de tu existencia

 

 

martes, 22 de abril de 2025

Todos los Papas

 


La historia de los Papas es la historia de la Iglesia católica, es decir, veinte siglos jalonados de muerte, dolor y destrucción, de represión y oscurantismo, de acumulación indecente de riquezas ingentes. La iglesia católica es uno de los grandes imperios económicos mundiales. El patrimonio inmobiliario de la Iglesia fundada en base a un niño Dios que nació en una cueva es obscenamente incalculable, y año tras año sigue creciendo, desacreditando y contradiciendo en cada inmatriculación el mensaje de amor a los pobres y a los desheredados, con un valor estimado de dos billones de euros.

Junto a Alá y a Yahvé, en nombre del Dios cristiano se ha matado a más hombres, mujeres y niños que bajo cualquier otra causa. Si toda religión ha sido siempre fuente y origen de violencias extremas, el catolicismo ha destacado por su virulencia, inclemencia y crueldad, de modo que debemos reconocer con honesta objetividad que los Papas y La curia son sus responsables. Quiero decir que a la hora de hablar de los papados, no podemos mirar hacia otro lugar como si esos señores ungidos por el mismísimo Dios en su inefabilidad y santidad no tuviesen nada que ver con los episodios más deleznables de la Historia de la humanidad.

Los Papas han jugado un papel fundamental en la historia política porque no sólo han provocado guerras en todos los países de Europa durante todo el segundo milenio, sino que bajo su solideo militar y con báculo de hierro, millones de personas de otros continentes y otras culturas han sido sometidas con la imagen de la santísima Cruz para ocupar, exterminar y extraer riquezas. Lo llamaron evangelización.

Todavía en pleno siglo XX el mundo contempló impertérrito el apoyo papal al general Franco y el célebre concordato firmado por Pío XII en 1953  que reconocía la legitimidad de la dictadura y que establecía, por ejemplo, la obligatoriedad de los matrimonios católicos, exenciones fiscales para bienes y actividades de la Iglesia, censura religiosa establecida, derecho a constituir universidades, monopolio sobre la enseñanza religiosa y un largo etcétera de prebendas que no sólo configuró nuestro país como nacionalcatólico, sino que introdujo al franquismo en la senda del reconocimiento de la comunidad internacional.

Hoy en día el concordato, con varias modificaciones lógicas, no sólo sigue vigente sino que tiene rango de ley de Tratado Internacional. Es tal el poder de los Papas, que sólo hay en el mundo nueve países sin concordato. Es tal su influencia internacional que a pesar de su actividad criminal a lo largo de los siglos, al país que aloja al Papa le llamamos la Santa Sede, donde el epíteto ha devenido sustantivo que camufla tanta sangre, pobreza, explotación y horror ocasionados.

El ocultamiento y el papel de cómplice necesario de abusos sexuales hacia niños y niñas es otro de las grandes aportaciones de los papados para la humanidad. Llegado el asunto a niveles tan infames de práctica criminal habitual, en una novedosa y audaz decisión vaticana, los poderes de la iglesia decidieron jubilar a Joseph Aloisius Ratzinger para evitar el escándalo global que presumiblemente salpicaría al trono de San Pedro con pruebas de nefanda pederastia papal.

En su lugar, con el fin de borrar semejante corrupción moral y supuestamente para recuperar la credibilidad de la institución, quién mejor que un campechano argentino, hincha del San Lorenzo, admirador confeso de Pink Floyd, hombre afable y amable, con aspecto de bonachón, defensor de los humildes, y extraordinariamente comprensivo con todo aquellos hábitos que décadas atrás su iglesia señalaba como pecado.

El Papa Francisco, a pesar de que bajo su pontificado los curas pederastas han continuado impunes y siguen sin rendir cuentas de sus fechorías ante la justicia civil, ha supuesto un aparente cambio de rumbo en las políticas y las formas vaticanas. Fue, es y seguirá siendo la Iglesia Católica un organismo tan reaccionario ante los avances y los cambios sociales, que cuando un Papa ofrece cualquier variación de signo, digamos mínimamente progresista, se le pondera como revolucionario y causa la admiración y la loa no sólo de los líderes de izquierdas, sino de los medios de comunicación afines, que ven en su figura poco menos que a un San Lenin.

No seré yo quien ponga en duda el valor de esa intrepidez ideológica, pero mucho me temo que, cumplido su cometido -más de lavado de imagen, de carácter comunicativo o marquetiniano que de política efectiva- la cosecha del recién fallecido Papa Francisco no es muy diferente a la de otros papados. Los pecados y los horrores causados por la Iglesia y los sucesivos papados a lo largo de su historia no se borran con una sonrisa bondadosa, una entrevista con Jordi Évole o media docena de anuncios más o menos sorprendentes y epatantes.

Jorge Mario Bergoglio  adoptó el nombre San Francisco de Asís, hijo de un próspero comerciante que renunció a las riquezas y al poder. Como declaración de intenciones no estuvo nada mal. La figura histórica y espiritual de San Francisco, de hecho, actúa como la metáfora de la que debería ser su Iglesia, el despojamiento de toda riqueza, la renuncia a todo poder terrenal, el auxilio del vulnerable y la búsqueda de la paz.

Sin embargo, desde el momento que se consolidó como fuente de poder político, el mensaje moral de la Iglesia se convirtió en una gran falsedad, probablemente el mayor fraude que haya vivido la humanidad, una gigantesca trampa que proclama el imperio de la bondad, que promete el cielo, al tiempo que bendice la opresión, protege al poderoso y somete al humilde.

Todos los Papas de la historia de la Santa Madre Iglesia Católica -todos- han gobernado para que ese statu quo jamás varíe y así, año tras año, millones de personas observen sus preceptos y aspiren a una vida mejor después de la muerte a cambio de su alienación en la tierra. Lo demás son, a lo sumo, buenas intenciones cargadas de no poca ingenuidad o una operación de maquillaje coyuntural de la que no quedará más que un cadáver, o  quizás ambas cosas al mismo tiempo.

viernes, 4 de abril de 2025

Dieciocho

 


Es conocida la anécdota que explicaba Jorge Luis Borges ocurrida el día del funeral de su santa madre, doña Leonor Acevedo Suárez de Borges. Según el escritor argentino, una señora enlacada y estrictamente enlutada se le acercó con parsimonia geriátrica para darle el pésame, y tras la frase de rigor se lamentó “¡Ay que penita Jorgito, qué penita, que se nos murió con noventa y nueve, si de poco no llega a los cien!”. El ínclito Borges, con esa gracia que Dios le dio, le respondió, impertérrito. “No sabía yo, mi doña, que era vos tan aficionada al sistema métrico decimal

Podría yo haber celebrado, junto a la vieja amiga de Doña Leonor, los diez años desde el primer texto publicado en este espacio. Pero prefiero celebrar los dieciocho años desde que publiqué las primeras líneas azuladas, las primeras palabras en boca y pluma de Mariano José de Larra resucitado a su tercera vida, que reencarnó su voz en el siglo XXI buscando a Dolores, por si no se había olvidado de él.

Los dieciocho me ubican en la mayoría de edad, con mi derecho al voto, al alcohol, al tabaco y a conducir. En cuanto a mis deberes, debería respetar las leyes de la sintaxis y de la ortografía, debería cuidar el estilo, debería escoger con cuidado los temas y debería respetar a mis semejantes. No digo que no, pero soy débil y torpe, de modo que espero la indulgencia de quien me lea otros tantos años más.

Por cierto, es preceptivo, en fecha tan señalada, agradecer la paciencia y la fidelidad de todos aquellos que siguen mis letras desde que empecé a publicarlas aquí. No saben hasta qué punto me reconforta sentirme acompañado durante todo este tiempo, saber que tras mis frases torpes hay alguien que me quiere y porque me quiere me lee, y porque me dedica un poco del tiempo de su vida, yo también lo quiero, profundamente, de todo corazón.

Y nada más que decir, excepto que tras esta breve efemérides, reproduzco aquí el momento justo de la reencarnación de una voz que desde que murió por amor, los siglos añorarán, eternamente. Era un día de marzo del año 2007

 

Una voz que resucita entre los muertos

A riesgo de que aquí entren nada más que internautas amantes de lo parapsicológico, me ha dado la gana titular así las líneas inaugurales de este blog, palabreja que, por cierto, no me gusta nada, porque no dice nada: blog es una palabra sin contenido, imposible de referenciar mentalmente con un sentimineto, un sabor, un color, una imagen, un objeto, un recuerdo.

Blog es como la red, que no sabe a nada. La red es insípida. En la red nada es rugoso, o suave, o áspero, o aterciopelado. La red es incolora, diría que transparente, pero es una palabra demasiado generosa. Transparentes son las cosas que gustan: un vestido de lino a contraluz, el velo de una novia, la luz de otoño al atardecer, el papel cebolla, un verso de Ángel, o la respiración de mi amor justo antes de despertar.

La red es silenciosa, como un asesino alevoso de un cuento que pudo escribir Poe, como el autor que mata al autor que lee un cuento de Cortázar sentado cómodamente en un sillón verde, ignorante, el pobre, de que en segundos va a perder el cuello.

En la red no se contine el silencio de los monasterios, o el de una cuna dando de dormir a un bebé. El silencio de la red es cruel y taimado, es el silencio que se porduce antes de recibir la noticia de una muerte por teléfono. Ese es el tipo de silencio de la red.

A estas alturas de blog (inventemos otra palabra para nombrar esto!!) tú, que esperabas encontrar el cuarto secreto de Fátima en estas lineas, habrás visto que nada es lo que parece y que esta voz resucitada entre los muertos es la del pobrecito hablador del siglo XXI que se levanta para deciros que "blog" suena a teclas y huele a plástico quemado; para explicaros todas las semanas como se ven las cosas de este mundo después de un par de siglos de reposo; para contaros que, en lo poco que todavía he visto, nada ha cambiado, excepto yo, que no pienso dejarme llevar de nuevo por la deliciosa sensación de morir de amor delante del espejo en la víspera del día de Navidad, (¿de amor o de desesperación?), ya no recuerdo por qué apreté el gatillo.