martes, 15 de octubre de 2024

Insight

 


Pensar es un verbo que prácticamente no ha cambiado de forma a lo largo de la historia. Desde los romanos tan sólo ha perdido la E final. Su significado tampoco ha variado. El diccionario de la RAE contempla hasta siete acepciones, todas ellas relacionadas con la mente, la construcción mental, el cálculo, el examen, el juicio, la opinión, la inteligencia, la intencionalidad, o incluso los recuerdos y hasta los afectos. Podríamos decir que es un verbo de los más productivos para la existencia humana. Tan solo seis letras y seis fonemas que nos ofrecen la herramienta paradigmática de la inteligencia y de los sentimientos.

Sin embargo actualmente ‘pensar’ ha abandonado el campo del valor o de la virtud; ni siquiera está considerado como acción humana de cierta utilidad. Hace unos meses, la marca Volkswagen, la misma que ha sobrevivido a lo largo de 90 años a su instigador Adolf Hitler; la misma que engañó a medio mundo con el trucaje de las emisiones contaminantes de sus coches; la misma que fundó Ferdinand Porche bajo los auspicios del Fürher y que fabricó el famoso Escarabajo, hasta hace no mucho, coche del gusto izquierdista… publicitaba y vendía sus automóviles, meses atrás, en 2024, con el mandato  de “¡No pienses!”

Mucha atención, porque no se trata de una apelación conativa al desmelene presupuestario doméstico; no estamos ante la enésima provocación tentadora a volverse loco y gastarse lo que uno no tiene, y luego Dios dirá. La supresión del pronombre ‘lo’ y del complemento directo convierte esa interpelación en llamada imperativa, universal y directa a transformarnos en poco menos que gallinas, moscas o amebas; en criaturas para las que el cerebro supone un mero apéndice sin otra función que la de gobernar las funciones biológicas básicas.

Probablemente a algunos les resultará una obviedad, pero tenemos que recordar que en publicidad la creatividad siempre está al servicio de las ventas. Por muy amable, resultona, simpática, impactante, sensual, imaginativa o ingeniosa que nos resulte una campaña publicitaria gracias a la belleza de sus imágenes, debido a un guion bien trabajado, o a la capacidad persuasiva y prescriptora de la persona célebre que nos pide que compremos determinado producto... el objetivo último de un anuncio y todo el mecanismo que le confiere eficacia es provocarnos una deprimente desazón si no podemos permitirnos adquirir aquello que nos ofrecen, o una enorme felicidad cuando lo conseguimos porque satisface necesidades que no teníamos.

Por eso el publicista nunca hace prisioneros. El publicista arrasa. Cuando recibe un encargo jamás deja escapar la presa. Forma parte de su naturaleza, de su esencia, de su razón de ser. Le pagan por aumentar las ventas, sin escatimar en valores morales, éticos o sociales, para lo cual debe conocer de modo exhaustivo a su público objetivo, a las personas que deberían comprar el producto en cuestión. A muchos les parecerá que estoy enumerando obviedades   diciendo lo consabido. Ya somo mayorcitos y no nos hemos caído hoy del guindo. Sin embargo, no miento si digo que hasta yo me sorprendo de lo que acabo de escribir.

El éxito rotundo y meteórico de empresas como Google, Meta o Amazon radica precisamente en que han dado con la piedra filosofal del conocimiento de las personas. Por eso recaudaron cuatrocientos dieciséis mil millones de dólares el pasado año, lo que supone el 60% de los ingresos en publicidad en el mundo. Se prevé que el próximo año la cifra crezca un 35%. Y todo ofreciéndonos plena gratuidad en sus servicios, de donde se constata el conocido aforismo acuñado en Silicon Valley: “si no pagas por un servicio es que tú eres el producto”

Todo la inversión y los esfuerzos de las agencias de publicidad en introducirse en las mentes de sus potenciales compradores durante todo el siglo XX ahora es cosa de estos tres gigantes -prácticamente en régimen de monopolio global- que conocen con pelos y señales cada minuto de nuestras vidas. Y es que la eficacia de una buena campaña de publicidad radica en averiguar el llamado insight del público objetivo: esa corriente subterránea que fluye en lo profundo de nuestro carácter individual o colectivo y que nos mantiene unidos al cuerpo social como los gajos que conforman una naranja.

Un insight para un publicista es un pensamiento sencillo que habita en una gran bolsa de pensamientos sencillos y que conforman el sentido común de un determinado segmento social, o de una comunidad. Un insight es un diamante, o la lámpara de Aladino. Quien la encuentra -siempre la encuentran- tiene en sus manos el poder de la persuasión, y mis disculpas por el pleonasmo, porque la persuasión no es sino la acción de conseguir que otro haga lo que uno desea que haga, como por ejemplo, comprar un coche o votar a un candidato.

Así es que, efectivamente, si una empresa automovilística como Volkswagen, que cuenta con las mejores y más agresivas agencias de publicidad,  apostó  por un lema como “No pienses”, tengamos la absoluta seguridad de que ‘pensar’ se ha convertido para una buena parte de la sociedad en algo así como una molestia, una inutilidad, un engorro, algo por lo que no vale la pena invertir tiempo. Por el contrario, ‘no pensar’ cotiza al alza, substituyendo así a su forma afirmativa en el campo de la virtud.

Quiero decir que la intención del publicista en este caso no es epatar, escandalizar, llamar la atención con una llamada loca, audazmente nihilista y atraer a su mercado para mostrarle de ese modo el producto a vender. Si Volkswagen nos dice “no pienses”, es que sabe positivamente que con su imperativo comercial conecta con su público objetivo, con las pretendidas clases medias, una masa ingente de potenciales compradores atrapados en el interior de un compleja red pegajosa, tejida a base de entretenimiento huero, jornadas interminables, un sistema educativo en caída libre y el anzuelo de identidades improductivas que han construido una comunidad global de seres vulgares abocados al adocenamiento insolidario, al engaño, y a la postre al debilitamiento y a la degeneración del cuerpo social.

Volkswagen nos ha calado. El año pasado ganó más de dieciséis mil millones de euros vendiendo coches.


Imagen: Primer logotipo de la marca Volkswagen

jueves, 10 de octubre de 2024

Un Borbón nunca defrauda

 


El día 2 de Junio de 2014 Juan Carlos I de Borbón, rey de España, informó al presidente del gobierno del país, a la sazón M.Rajoy, la decisión de abdicar del trono y trasladar a su legítimo heredero, Felipe de Borbón, la jefatura del Estado, quien dos semana después, deprisa y corriendo, casi en la intimidad, se convertía en el nuevo jefe del reino de España con el nombre de Felipe VI.

Seis años después, el 3 de agosto de 2020, Radio Televisión Española informa de que Juan Carlos de Borbón ha abandonado España “ante la repercusión de ciertos acontecimientos pasados” de su vida privada. El gobierno [ya presidido por Pedro Sánchez ] no contempla a día de hoy retirarle el título de rey emérito y asegura que pactó la decisión hace semanas”. Estos son los dos subtitulares con los que informó el ente público de un hecho histórico. “Felipe VI le ha transmitido a su padre su “sentido respeto y agradecimiento ante esta decisión” escribe el redactor de RTVE

De lo cual no podemos concluir si el jefe del Estado, en una frase rebosante de ambigüedad, en realidad expresa su sentido respeto por la profesionalidad con la que ha afrontado su eficaz actividad delictiva o bien el agradecimiento por su denodado esfuerzo velando por la economía familiar.

Según siguió informando RTVE, el gobierno de coalición, formado ocho meses antes de la fuga del emérito por los partidos republicanos PSOE, Podemos e Izquierda Unida, “alaba el sentido de la ejemplaridad y transparencia que siempre ha guiado a Felipe VI. Según fuentes de Moncloa, “ha ocurrido lo que tenía que ocurrir”. [El rey emérito] estará a disposición de la justicia, como ha informado su abogado.

Por su parte, Pablo Iglesias, a la sazón vicepresidente segundo del gobierno de España y líder del republicanísimo Podemos “considera indigna la actitud del emérito y dice que el gobierno no puede mirar a otro lado”. Izquierda Unida, que aportaba al gobierno de coalición a Yolanda Díaz y al líder del Partido Comunista de España Alberto Garzón, despacharon el asunto manifestando que “siguiendo con la tradición familiar, Juan Carlos de Borbón abandona el país y pretende hacer Borbón y cuenta nueva (sic)... Confiamos en que la Justicia actúe con diligencia y el Tribunal Supremo estudie pronto y a fondo la querella que presentaron en diciembre contra el rey.

Finalmente, el muy ocurrente y republicano 4.0, Gabriel Rufián, subió uno de sus tweets tan celebrados en el que decía que “tenía un chiste sobre las corruptelas de Juan Carlos, pero que se le ha escapado”. Siempre ha sido muy gracioso este chico. Tiene un don.

Tengo que confesar que durante aquellos días albergué la esperanza de escuchar por parte de las fuerzas republicanas y de izquierdas españolas una convocatoria de huelga general y de movilizaciones masivas sumadas a la ruptura de la legislatura, la exigencia a Felipe de Borbón de su renuncia al trono y el plan de acción política para un periodo constituyente del que surgiría un parlamento cuyo trabajo consistiría en la redacción la constitución de la III República Española que sería votada en referéndum por el pueblo español. Yo ya podía ver la tricolor ondeando en la carrera de San Jerónimo. Ingenuo de mí.

Desde 2020 hasta la fecha, Juan Carlos de Borbón incluso se ha permitido el descaro de trasladarse a España cuando se le ha antojado disfrutar de sus regatas o cenar con los amigachos sin que nadie le tosa. Ahora vuelve a la actualidad informativa tras la revelación de material gráfico y sonoro de sus devaneos con una de aquellas actrices que trabajaron en el club de alterne de la madrileña calle Oriente, regentado por el simpático Paco Martínez Soria, lugar frecuentado por  el Don Borbón, donde conocería también a la hermosa Sandra Mozarowski, muerta meses después al precipitarse al suelo desde el balcón de su casa en estado de buena esperanza.

El affaire Bárbara Rey se está distribuyendo a través de los programas rosa y causa estupor, tristeza y escándalo entre una audiencia en su mayoría femenina, ya talludita, propiciando entre las señoras empatía y sentimientos de solidaridad para con el hijo y sobre todo para con Sofía de Grecia y el peso sobrellevado de la cornamenta que soporta con la más alta dignidad aristocrática.

Pero, más allá de la incotinencia sexual del señor Borbón, de su lealtad para con la golfería genética de toda su estirpe,  entre los audios filtrados hemos podido oír desde Finisterre hasta Almería y desde Cadaqués a Matalascañas, cómo el amante de Bárbara Rey se mofa de la lealtad del golpista General Armada porque tras siete años en prisión “no ha contado nada”.

A mí lo que cada cual haga o deje de hacer con su pene me la trae al pairo, pero el alcance de esa confidencia es harina de otro costal, pues nos lleva a la sospecha de la participación y conocimiento del entonces jefe del Estado en la trama de golpe militar a la democracia que culminó con la invasión del Teniente Coronel Tejero en el parlamento, pistola en ristre, el 23 de febrero de 1981.

Aun así, tal como ocurrió tras los escándalos de la cacería del Elefante, el donativo de los sesenta y ocho  millones de euros a Corina Larssen, los negocios corruptos imputados a su yerno Undargarín, probablemente un mero testaferro; la constatación de su actividad como intermediario de sátrapas saudíes en el negocio de armas y de grandes obras de empresas españoles en Oriente; los millones que entre todos hemos pagado a Bárbara Rey por mantener el lío en secreto… Ahora, ante un asunto de gran envergadura histórica como fue el intento de golpe de Estado, gracias al cual se legitimó la monarquía, los partidos republicanos de izquierda vuelven a defraudar.

Lo más valiente y atrevido que he visto al respecto ha sido la intervención parlamentaria de Ione Bellarra, diputada de Podemos, quien ayer día 9 de octubre de 2024 ofreció el discurso más contundente ante la situación que estamos viviendo. Tanto fue así que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, la interrumpió por llamar corrupto a Juan Carlos de Borbón, un día después de que un diputado de VOX pudiese elogiar la labor del franquismo sin ninguna cortapisa. Belarra reclamó al ejecutivo presidido por Sánchez la desclasificación de los documentos relativos al 23F

Pero más allá de palabras, de intervenciones parlamentarias, ruedas de prensa, comunicados, gestualidad simbólica, muecas y expresiones de escándalo, opiniones enconadas en tertulias radiofónicas, frases ocurrentes o de locuaz radicalismo republicano… la cosa es que los representantes del pueblo español que enarbolan la bandera tricolor y que se identifican con los valores republicanos, que utilizan la República Española como elemento diferencial en el mercado electoral para mantener entres sus clientes a gente como yo, han sido incapaces de dar un paso al frente y organizar un movimiento popular, masivo, que obligue a la abdicación de Felipe VI y que abra un periodo constituyente que culmine con la proclamación de la III República Española. De la ley a la ley.

Otra cosa es -como se suele decir en política- la balanza de fuerzas, el respuesta popular a la llamada; la capacidad real de movilización; la importancia o la trascendencia que suponga para una mayoría importante de ciudadanos el modelo de Estado: república o monarquía.

El 3 de agosto de 2020 estábamos todos pensando en el COVID y en cómo disfrutar de un verano con mascarillas y restricciones por doquier, más allá del escándalo: La política que la hagan los políticos, que yo suficiente tengo con lo mío. Y es que el estallido del escándalo, la abdicación y posterior fuga de Juan Carlos tuvieron lugar en el corazón de la pandemia del COVID. Las prioridades eran otras.

Puedo entender que el llamamiento a una movilización pro republicana en aquellos momentos no fuese ni pertinente ni eficaz. Sin embargo, afortunadamente dejamos atrás aquella pesadilla, y ahora, ante el enésimo episodio Borbón –éste de carácter esencialmente político- nada impide a PSOE, IU, Podemos, al PCE y a toda la fauna de mareas y confluencias, trabajar para dar por finalizada también la pandemia de los Borbones, que viene asolando España desde el nacimiento de su linaje.

90 años antes renunció al trono y abandonó España su abuelo Alfonso. A las pocas hora se proclamó la II República Española. Que nadie dude del borbonismo genuino de su bisnieto Felipe, único beneficiario de la revelación de los escándalos del padre, pues su figura sale fortalecida, aunque nos deparará- estoy convencido- jugosas sorpresas. Un Borbón nunca defrauda.

Aunque mucho me temo que ni siquiera escuchando unos audios en los que pudiésemos oír a Juan Carlos de Borbón establecer con el General Armada la fecha del golpe de estado de 1981, ni siquiera entonces cambiaría nada.  Al llegar el próximo 14 de abril, luciríamos la tricolor en el balcón, subiríamos un post encendido y apasionado a las redes sociales, enviaríamos a nuestros allegados un wattsap con la frase “España mañana será republicana”, leeríamos a Machado, nos tomaríamos una cervecita, y a dormir.