La puerta central de la fachada noble del edificio histórico de la Universidad de Barcelona es un lugar habitual de espera y encuentro. Está ubicada a unos diez metros de distancia en paralelo a la Gran Vía de les Corts Catalenes. Universitarios o no, allí se suelen citar personas de todas las edades, colores y tamaños. Fue al abrigo de esta histórica fachada en donde empecé a entender un poco, solamente un poco, el lío en el que me había metido al decidir encarnarme nuevamente a los 170 años de mi muerte voluntaria. Eso sí, poco después de la experiencia que a continuación voy a explicar, llegué a la conclusión de que no había estado, lo que se dice, muy acertado en la elección del sitio porque, ahora lo sé, no es la mejor de las ideas analizar algunas de las consecuencias de volver a la vida desde la inmortalidad cerca de las paredes que acogen al mismo tiempo el estudio de las ciencias matemáticas y de las letras de medio mundo. Cualquiera en su sano juicio hubiese presagiado el embrollo monumental en el que me vi envuelto, aunque puedo esgrimir en mi descargo la desorientación vital y espaciotemporal que experimenté cada día que transcurrió durante las tres primeras semanas de mi nueva carnalidad de este siglo XXI. Sea como fuere, aquella decisión ya no tienen vuelta atrás y el experimento salió como salió.
Todo lo planeé y lo puse a la práctica porque en el devenir diario de la inmortalidad duradera- la de verdad, la que supera el siglo de existencia- las coordenadas de espacio y de tiempo dejan de tener valor y, por tanto, la manera de ver el mundo no tiene en absoluto nada que ver con la tridimensionalidad, la bimensionalidad o la unimensionalidad con que experimentan sus vicisitudes y comprenden y se sitúan en el entorno las criaturas de la tierra. Conceptos como arriba, abajo, izquierda, derecha, al derecho o al revés dejan de tener sentido, y por supuesto, exactamente lo mismo ocurre con el tiempo. Tarde, pronto, prisa, jamás, nunca, siempre, despacio, lento o rápido, por proponer algunos términos habituales, no están vigentes. Es decir, el espacio y el tiempo se disuelven y se funden en una dimensión única, como un poema, o sencillamente como un verso, como una sencilla palabra que se diga, que se escriba, para que sea hermosa y esencial, y ocupe su rincón el día de la Historia en que se escribe o se dice. Aunque no sé por qué digo esto ahora, porque si de algo no quiero hablar es de literatura. (Esta es, sin duda, una de las consecuencias de la elección de la fachada del edificio histórico de la Universidad de Barcelona como banco de pruebas para mi experimento.).
La cuestión era que necesitaba desaprender el modo de moverme, de vivir, de palpar, ver y discurrir mis pasos respetando y haciendo caso de las reglas físicas en un entorno inmortal y me veía también en la obligación de aprender, o más bien de recordar, cómo situarme ante los lugares, mirar de igual a igual a las gentes, percibir las cosas; cómo imaginar, intuir, constatar en definitiva, el modo en que los espacios me contienen y yo decido estar, las maneras en que las personas me miran y yo las observo y hasta qué punto es recíproca la existencia de un servidor y todo ser vivo o toda cosa inerte. Así es que me puse manos a la obra y un jueves primaveral, a las tres de la tarde, me deshice de mi levita de origen y me vestí discretamente con ropas perecederas, y después de una comida frugal planté mis carnes sobre la acera del número 585 de la Gran Vía para observar con detenimiento, durante varias horas cómo transcurre la vida a través del tiempo en un espacio determinado. Empecé por lo más próximo: el suelo, la fachada los viandantes y mis vecinos de espera. Letras grandes que nadie leía escritas con urgencia sobre la vieja pared contra un llamado ‘proceso de Bolonia’; colillas blancas, amarillas, apuradas, arrugadas, algunas todavía húmedas y cigarrillos a medio fumar; chicles verdes, rosas, e incluso anaranjados aplastados y pegados como besos dados a la tierra; papeles arrugados en pequeñas bolas con teléfonos escritos olvidados ya para siempre, con la dirección de aquel mismo lugar, o de otro; con la descripción breve de alguien que no se presentó a la cita, o con un examen suspendido; un remolino de hojas secas de los plataneros de Barcelona; tres palomas sucias al acecho de carroña urbana; un perrito faldero vestido con un pullover de lana rojo que camina orgulloso delante de su dueño atado a él y, finalmente, media docena de personas que esperan, algunas impacientes, otras aburridas, una de ellas expectante, la llegada de alguien. Frente a esa decena de metros cuadrados de espaciotiempo ciudadano, circulaban por la Gran Vía ruidosos, impertinentes y apresurados, ajenos por completo a nuestra realidad, miles de vehículos de todo tipo de tamaños, colores y marcas. Y daba la sensación, después de haber estado allí de pie, observando el tráfago de la circulación durante horas, que en realidad siempre pasaban los mismos mil coches cada minuto, como si circulasen sobre un circuito cerrado que no llevase a ninguna parte y que les obligase a estar en movimiento perpetuo para obtener una imagen urbana concreta, predeterminada y perfectamente planificada por alguien desconocido que detentase un gran poder.
Al día siguiente me levanté ilusionado porque iba a poner en marcha la segunda fase del experimento y entonces ya podría extraer las conclusiones pertinentes, las enseñanzas necesarias con las que podría elaborar mi particular manual con el que aprendería a moverme confiado entre mortales. Me vestí con la misma ropa, salí a la calle y llamé a un taxi. Le di la dirección de Gran Vía, pero con destino final entre las calles de Balmes y Rambla de Catalunya. Es decir, una manzana más allá del mismo lugar de observación en donde había estado plantado el día anterior. El taxista era discreto, no hablaba. Durante el trayecto oía la voz de la mujer que repartía por la emisora las peticiones de los clientes entre las unidades disponibles. Hablaba sin utilizar verbos; entonces pensé que somos capaces de actuar sin que nos soliciten en la petición acción alguna. Pero sentí un poco de pena por la mujer, por las ocho horas diarias (o quizá más) que vivía pronunciando las misma frase, cambiando solamente de actores y de lugares: “fulano a tal sitio”; “número tal a tal dirección”, o a lo sumo, “alguien cercano a la esquina equis, urgente”.
Como me conozco muy bien y sé que me distraigo por menos de nada, le había pedido al taxista que me avisase cuando estuviésemos a punto de pasar por la fachada del experimento. Y así lo hizo. Me retrepé ligeramente en el asiento y me dispuse, lo más atento que pude, a observar el lugar escogido. Ya faltaba poco, a lo sumo dos manzanas, menos de medio minuto, el espacio que distan dos semáforos que cambian del rojo al verde. Y allí estaba, a la misma hora que el día anterior, en una tarde igual de primaveral, en la misma ciudad, el mismo espacio en el que un día antes yo había permanecido observando durante horas el mismo lugar por donde yo ahora estaba circulando, separados únicamente por unos escasos diez metros. Quedé absolutamente asombrado. Mejor dicho, absolutamente desconcertado. El taxi pasó de largo y se detuvo en la esquina acordada. El conductor me avisó dos veces de que el trayecto había llegado a su fin. Me preguntó si me encontraba bien. Pagué, bajé del taxi, el coche arrancó y yo me quedé allí clavado, a unos centenares de metros de la Universidad, como un pasmarote, rascándome la cabeza sin entender en absoluto nada de lo que había ocurrido. Estaba muy cerca. Pude haber dado un corto paseo, pero no me atreví. Opté por entrar en el primer bar que encontré y reflexionar fríamente durante 3 copas. Pero todo fue inútil, infructuoso. De vuelta a casa, llegué a la conclusión de que no había escogido el mejor escenario para el experimento. Así que la disyuntiva era volver a realizarlo en otro lugar o aceptar los hechos. Me decidí por lo segundo. No me apetecía iniciar una nueva vida arriesgándome, otra vez, a un final trágico.
Vuelvo mañana
Vaya con la entrada de hoy,no entiendo nada ,me la voy a tener que leer varias veces.Ese experimento tengo que analizarlo detenidamente porque no lo pillo. Ya te contaré.
ResponderEliminarAnonim@, no te quemes mucho la cabeza. Yo también lo he vuelto a leer y sigo sin entenderlo demasiado bien. Me ocurre como el día en el que circulé con el taxi junto a la fachada. Hay que cosas de esta vida que me resultan tremendamente difíciles de comprender. Una de ellas es que el mismo lugar contenga no una, o dos, sino muy diversas realidades, siendo un espacio objetivamente igual, día tras día. Bueno... tendré que acostumbrarme sin hacer demasiadas preguntas.
ResponderEliminar¡salud!
El presumiblemente sistem de referencia inercial del que dice te dota la inmortlidad, no afecta -por lo que veo- a la posibilidad de contar las manzanas (de las casas, que no la de Newton) para medir el espacio, pero respecto al tiempo ¿tenías reloj, queridísimo Mariano?.
ResponderEliminarEn fin, en esta tu segunda vida, ¡vive! (comoo ves, yo necesito del verbo...)
Besotes enormes.
Je, je. Muy bueno Belen. Estar junto a la facultad de Matemáticas te proporciona determinados poderes, entre ellos, el de contar manzanas. Además, el taxista me ayudó.
ResponderEliminarY así es !! a vivir!!
¡salud y besos!
No entiendo muy bien tu experimento. Pero pe ha recordado la sensación que tienes cuando visitas algún lugar de tu infancia o ves alguno de los espacios donde jugabas: lo que antes era un muro gigante, ahora es un pequeño altillo; lo que era una habitación enorme, ahora es un pequeño cubículo... Es decir, cuando varias el punto de vista (por posición física, por edad, por cambio de pensamiento,etc.) ves otra realidad totalmente diferente. Ampliando un poco, por es bueno ponerse en el "lugar de los demás", siempre puedes ver las cosas de otra forma y si miras con atención y además escuchas, hasta aprender.
ResponderEliminarSalud!
¡Exacto, eso es! lo has entendido a la perfeccción, y me tranquiliza, porque ya pensaba en llamar -esta vez sí-al psicológo.
ResponderEliminarGracias Margaret por estar siempre ahí
¡Salud!
Creo que la puerta simboliza el paso de una vida a la otra ,de tu vida anterior como Mariano y la de esta,que es la que tienes ahora. Es el punto cero de tu vida,es el que tú elegiste, y has querido que sea esta puerta de la universidad la que marque el antes y el después. A un lado de la puerta está la enseñanza,la historía,las matemáticas,la literatura,y al otro está la vida actual,la gente con sus problemas,y en el taxi estas tú observando todo,y yo siempre me pregunto quién observa al observador?, somos nosotros los que te leemos,los que te observamos. Imagínate por un momento que cuando est´s mirando la puerta desde el taxi te hubieras visto a tí mismo parado en la puerta,¿que hubieras pensado? que salías o que entrabas?.Yo creo que te hubiera gustado verte a tí mismo como espectador de tu vida,y le habrías dicho al taxista ,por favor siga a ese hombre con sombrero. Soy el primer anónimo y esa es mi interpretación despues de leerte varias veces.
ResponderEliminarAnónim@. La primera parte de tu comentario es muy imaginativa, y si lo has cogido por ahí, bienvenida sea; es tu lectura y por tanto, amén. La segunda se aproxima más a lo que yo quería explicar, aunque veo que lo he hecho con muy poca fortuna. Efectivamente, la sorpresa y el desconcierto vienen porque un mismo lugar en realidad es un lugar extraño, nuevo, ajeno, en función del punto de vista. Y yo que venía de donde el espaciotiempo pierde toda función, pues imagina el sobresalto y los días que pasé dándole vueltas al misterio. Ahora ya todo pasó, todo se normalizó.
ResponderEliminar¡salud y gracias por aguantarme!
PS: lo de las dos facultades tan dispares en un mismo edificio es problemático, en verdad, pues al fin y al cabo en ellas se forma a personas a interpretar y describir el mundo físico y la realidad, que no es lo mismo, claro
Hablador, el fallo fue haberte quedado a ras de suelo, a la entrada. Subir al tercer piso y ver, desde allí, el reflejo de lso rayos del sol tras una tarde atormentada, batiendo el cobre (literalmente).
ResponderEliminarA.
Pues creo que el experimento debe mantenerse, ya que todo final es trágico. O cómico, depende de cómo se lo mire.
ResponderEliminarOjalá pudiera yo desasirme de mis coordenadas espacio-temporales y reencarnarme en una tipa que observo del siglo XXIII. Se me parece, pero en bien, mucho más perfeccionada.
¡Salud, amigo Mariano, y no olvides sacar hora para los dos en el psicólogo! Estamos para una visitica de nada, chaladura de poca monta la nuestra... Y ojo con curarnos, que nos enchirona la fea realidad.
Mariano, varias preguntas: ¿existe ese espacio liminal entre la inmortalidad y la vida? ¿qué beben los inmortales al cambiar de tiempo de manera tan brusca? ¿existen tardes primaverales en Barcelona? ¿y la sensación de la carne que nace al sol de la primavera, cómo la lleva un romántico?
ResponderEliminarParezco un alumno que haya dejado el instituto y todo le parezca nuevo. Mi Barcelona de viajero se parece un poco al experimento que hiciste, para mi cada día ponían calles nuevas en la ciudad.
Salud.
Perich
Creo que deberías hacer el experimento otra vez,pero escogiendo otro lugar ,a ver que pasa y nos cuentas la conclusión,porque estoy con la confusión que no me desconfusiono.
ResponderEliminarEstá claro que esta entrada es un experimento. Qué es lo que experimentabas?
ResponderEliminarAna.
ResponderEliminarQuizás si: un poco de elevación me vendría de perlas, más otro poco de elegancia. Entusiasmo te aseguro que no me falta. Tiempo sí, todo el del mundo, y dosis de voluntad.
En cuanto a las aulas del edificio histórico de la UB, no sé que decirte. Guardo pocos recuerdos agradables. Hasta del ficus del claustro mi recuerdo es casi una caricatura, y mira que es difícil dibujar una caricatura de un vegetal.
¡Salud y, nuevamente, gracias por aguantar mis experimentos!
Isabel.
ResponderEliminarSi vieses la cara que se me quedó cuando bajé del taxi te reirías a carcajadas. Digamos que el final de la cosa fue tragicómico.
Creo que no voy a ir al psicólogo, definitivamente. En realidad lo que me faltan son algunos grados más ( o como se diga) de locura, Estoy todavía demasiado cuerdo para poder ver con nitidez la realidad.
¡Salud y gracias por tus comentarios Isabel!
Culturajos
ResponderEliminarExisten los espacios que creemos (de crear); existen las primaveras en Barcelona, con sus bandadas de estorninos y sus alergias. Los inmortales bebemos orujo frío al amanecer, por la noche absenta y después de comer somos libres para privar lo que queramos. Al sol crecemos, nos hacemos grandes: somos al revés que los vampiros, cuanto más sol mejor. El de invierno es especialmente beneficioso, aunque no le hacemos asco al de abril, ni al sofocante de agosto (si estamos junto al mar ) o bajo una encina, o el de una atardecer en occidente.
Es envidiable la sensación de descubrir una ciudad. Te aseguro que BCN no es como te piensas. Ahora estamos por ser casi Suizos, o suizomediterraneos. Cosas vieres...
¡Salud Cutlurajos!
Anónim@
ResponderEliminarMe parece que saldría igual de mal en otro lugar y por tanto no podría explicarlo mejor. Creo que es cuestión de que me habitue a estar entre vosotros. Os pido un poco de paciencia y comprensión.
Tres años son todavía pocos años
¡salud!
Marcelino
ResponderEliminarIntentaba experimentar la ubicación espaciotemporal humana. La dualidad del punto de vista. La ambigüedad de la existencia. La realidad inexistente. La mentira de la percepción... ¡Qué se yo!
¡salud y abrazos!
Tres años poco tiempo? me parece que si que necesitas el psicólogo. A E.T. le costó menos y era de otro planeta.
ResponderEliminarLa foto del viejo y querido edificio de plaça Universitat me lleva inmediatamente a una parte queridísima de mi vida. Imposible sintetizar la emoción de los espacios, imposible también transmitirla.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato básicamente por un motivo. Es el primer texto tuyo netamente narrativo que leo. Naturalmente hay otros pero tan claramente narrativos (taxi, movimiento, el perrito con su pullover...) da una sensación de clarísimo movimiento narrativo aunque desde luego te encantan las digresiones, que a la postre son las que hacen buena una novela.
Anónim@
ResponderEliminarTienes razón: ET (Enrique Tenorio) es de otro planeta.
¡salud!
Ramón
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado. Yo no estoy muy seguro del todo si me gusta. Lo releo y me veo raro. Yo también creo que en las digresiones es donde muchas veces está la chicha, donde se deja ir la mente en esos momentos de aislamiento completo cuando se escribe, y donde se encuentran infinidad de temas dentro del general. Temas que pueden dar lugar a otra novela o a otro relato.
Ese edificio contiene para mi recuerdos amargos y dulces, porque pasé muy buenos ratos, hice amigos que todavía conservo, pero me sentí timado des del primer día. Qué le vamos a hacer. Finalmente forma parte de mi, para bien y para mal.
Y es curioso, pero esa sensación de doble foco, de doble realidad o de ambigüedad solamente la he percibido ahí. Por eso el experimento sucede junto a esas paredes
¡salud Ramon!
Después de pagar la carrera del taxi te quedó dinero para tres copas en Gran Vía? Eso sí que es la realidad inexistente!!!!!!!!
ResponderEliminarJe, je amigo Leolo. No sé si sabes que desde el mas allá venimos financiados a tutti plen. Así es que corra el alcohol y lo que se tercie. ¡Si será por dinero!
ResponderEliminarUn abrazo fuerte para los dos y un besito para Jon
¡salud!
¿porqué te sentiste timado ahí? creo que esa es la clave y tengo curiosidad por saber lo que te pasó y lo que sentiste. ¿es mucho pedir que lo cuentes?
ResponderEliminarAnónim@
ResponderEliminarIntentaré ser breve y conciso.
Estudié entre esas paredes mi licenciatura. Me sentí timado porque fui en busca de literatura, de conocimiento y el primer año ya vi que todo aquello no era más que un montaje en donde al profesorado (la gran mayoría. Tuve honrosas excepciones) donde al profesorado, decía, le fastidiaba dar clases, le molestaba, era algo superior a ellos, y se limitaban a dictar con absoluto desdén, desinterés, desidia y abulia, el contenido de un centenar de folios amarillentos. A menudo entrábamos el primer día en clases impartidas por personalidades de la crítica y era todavía peor, vergonzoso, porque o bien eran más abúlicos que la medianía o bien no eran ellos quienes impartían la clase, lo cual a veces se agradecía, porque le substituía un becario/a meritorio/ que al menos le ponía interés a la cosa.
Pero sobre todas las cosas, independientemente de la calidad y del rigor y de la coherencia del plan de estudios( no dimos el Quijote ¡en Filología Hispánica!), lo que peor llevaba era la falta absoluta de pasión por parte de quienes nos hablaban, como si hablasen del precio del pan de molde, de Cortázar, Machado, M.Hernández, Borges, Quevedo, Lope, etc...
La literatura o es pasión o no es nada.
Y eso
Podría explicar centenares de anécdotas para ilustrar lo que digo, pero me da la sensación de que mi ejemplo no es único, y aburrirían por conocidas y similares a otras, en otras unievrsidades, o en otras facultades, como las historias de la mili
¡salud Anónim@!
Cuando mirabas a la puerta desde el taxi te hubiera gustado ver a algún profesor y decile cuatro cosas?,o te hubiera gustado pintar un grafitti en la fachada advirtiendo a los alumnos de lo que hay dentro?
ResponderEliminarPues la verdad es que no. Si soy sincero, a pesar de todo, miro ese edificio con nostalgia. E incluso los recuerdos que tengo de los peores profesores son hasta amables, por mucho que cada día acabase el día muy muy cabreado, porque asistía al turno de tarde-noche, después de una jornada laboral completa, y ya te puedes imaginar... el esfuerzo diario para nada. Al fin y al cabo y ahora visto en la distancia, el profesorado de esa casa es otra víctima más. Todo en la universidad es una cadena de muertos en vida: la muerte se pega, se contagia en una espiral viciosa de la que no se sale. Esa facultad es corrupta, el ejemplo por antonomasia de la endogamia universitaria
ResponderEliminarMenos mal que en medio de la carrera me di cuenta de que me lo tenía que montar por mi cuenta, porque si no, hubiese perecido, derrotado, kaput.
¡salud!
Lo de montártelo por tu cuenta que significa? esa pasión que buscabas en la literatura dónde la encontraste? Y de dónde sacabas el tiempo?
ResponderEliminarLa última frase me parece sublime.
ResponderEliminarErmo de que frase hablas? y por qué te parece sublime? Soy el anónimo preguntón. Se nota no?
ResponderEliminarHuyendo de una serie de desgracias y muertes familiares, llegué a esta ciudad hace ya 3 años. Desde entonces, vivo cerca y paso cada día frente a esa fachada, donde también veo a grupos de (en apariencia) jóvenes despreocupados y personas en general con actitudes que denotan la excitación del que se sabe a las puertas de algo grande, una posibilidad al menos. Me frustra no poder integrarme en ellos, y ya no sé si les detesto. Ni sé si les detestaba a priori, y por eso no me integro. He perdido la cuenta del número de veces que he trazado planes para salir de esta ciudad, en busca de un futuro mejor, y cada nuevo destino/plan es rechazado sistemática y conscientemente por mí mismo, sin saber bien por qué. Por eso, al leer "No me apetecía iniciar una nueva vida arriesgándome, otra vez, a un final trágico", he creído que alguien había expresado con sencillez y cordura a lo que no consigo sintetizar en mis escritos, en mi día a día.
ResponderEliminarClaro, que ya dijo alguien (¿Nin?) que no vemos las cosas como son, sino como somos, por lo que es posible que todo mi flujo de pensamientos ahora mismo no sea más que el resultado del encierro continuado en esta habitación.
Perdona la respuesta-ladrillo. Espero que no haya más preguntas :)
Soy el anónimo de las preguntas y no te haré más preguntas ,sólo decirte que me alegra haberte conocido y que tu blog es superinteresante,me has atrapado.
ResponderEliminarErmo, a mi no me hagas mucho caso. Soy ya demasiado antiguo como para tomar riesgos. Sal, arriesga, sigue buscando, no te canses. En el camino está el futuro. Es el camino lo que importa. El final no es más que el final.
ResponderEliminarEsa frase de Nin es extraordinaria. Tiene algo de romántica, ya sabes, la identificación entre el estado del alma y lo que nos rodea
¡Salud Ermo! y adelante, siempre adelante
La puerta de la Universidad es como el coño de la Bernarda,cuando atraviesas el coño te encuentras con el útero de la Bernarda que es muy grande y alimenta a los universitarios hasta que terminan la carrera. A algunos les gusta su madre y a otros no,pero mejor o peor los hace unos hombres y después una vez paridos ,ya se apañaran en la vida,algunos renegarán de la madre que los parió y otros no. Y ahí estabas tú desde el taxi mirando el coño de la Bernarda.
ResponderEliminarUff!! creo que hay otras maneras de explicarlo, pero en fin, allá cada cual con su léxico y sus estados de ánimo
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