viernes, 30 de mayo de 2025

Fray Jorge de Burgos va a la feria

No me tengo por una de esas personas a las que se les tacha de amargadas, aguafiestas, pesimista, cenizas, o tristonas. Quienes me conocen saben que más bien soy todo lo contrario; a menudo, más alegre que unas castañuelas. Como diría un castizo, me gusta más la fiesta que a un tonto un bolígrafo. Salir, ver, tomar, reír, bailar, disfrutar de un buen paseo entra dentro de actividades preferentes en mi vida. Ojalá pudiese practicarlas más.

¿Pero a santo de qué esta extraña excusatio? Alguno por ahí se preguntará ¿Qué es lo que nos va endosar este gruñón que se quiere hacer pasar por algo que no es? ¿Qué es lo que nos va a prohibir ahora la reencarnación del incorruptible moralista de Jorge de Burgos? ¿Nuevamente la alegría de vivir, acaso otra vez la risa? “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho. La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y por tanto controlable. Pero le ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios

Mientras se come las páginas envenenadas del libro segundo de la Poética de Aristóteles, y antes de perecer pasto del fuego en la laberíntica biblioteca de la abadía donde vive, así argumenta a Guillermo de Baskerville el viejo monje español Jorge de Burgos  en la novela “El nombre de la Rosa”, de Humberto Eco, la razón por la cual cometió los asesinatos  de sus hermanos en Dios allá por el lejano 1327. No, mi intención no es la de procurar a quien esto lea un viaje en el tiempo, imitando al inquietante monje ciego. Más bien, todo lo contrario.

Y es que de un par de décadas aquí proliferan en todos los pueblos y ciudades del país eventos evocadores de épocas lejanas con no sé bien qué finalidad, más que la comercial y la lúdica. Se trata de ofrecer a los ciudadanos durante un fin de semana un espacio donde pasear con amigos y familiares entre tenderetes provistos de todo tipo de productos entre los que suelen destacar los embutidos, los encurtidos, quesos y todo tipo de lácteos, hierbas medicinales, aceitunas, crepes, pinchos morunos, piedras de la suerte, morcilla malagueña, bolsos y cinturones de piel, artesanía y bisutería variada, vinos y licores, dulces, churros, camisetas heavy metal, pins y chapas de escalofriantes simbologías, inciensos, etc.

Es decir, el Ayuntamiento en cuestión reserva un área urbana bastante extensa que durante unos días deviene, por ejemplo, en un poblado medieval por obra y gracia de atrezos y vestimentas anacrónicas, grandes estandartes de las santas cruzadas y de aguerridos templarios, herreros de última hora, arqueros, espadas y escudos de metal y de madera, armaduras, yelmos, mallas de acero y todo tipo de armas medievales tales como penetrantes y sanguinarios mandobles afilados, mortíferas alabardas, hachas decapitadoras, pesados y punzantes manguales, ballestas precisas, dañinas mazas desmochadoras, y martillos de todos las formas y tamaños.

Si el pueblo o la ciudad disponen de castillo o de algún edificio que se le parezca, entonces ya el éxito está asegurado, la feria medieval en cuestión vivirá largo tiempo y pasará a formar parte de la agenda pública y festiva a lo largo de los años.

El programa de actos que gira alrededor de estas ferias de tanto predicamento popular suele incluir algo de música tradicional, interpretada por músicos ataviados para la ocasión; talleres de herrería en los que se enseña a fabricar espadas, y alguna cosa más, aunque -esa es la verdad- muchos, muchísimos de los visitantes que la gozan, lo ignoran todo o casi todo de la Edad Media, y en su imaginario es una época de la historia que se alarga prácticamente hasta el siglo XIX.

Porque el asunto y el interés se reduce a un espacio comercial, lúdico y festivo en el que los organizadores pretenden que el público crea revivir festivamente,  con un bocadillo de morcilla en una mano, una lata de cerveza en la otra y los niños fascinados frente al yunque del herrero, una versión Walt Disney de los tiempos de la peste bubónica, del feudalismo esclavista atroz, de las santas y sanguinarias cruzadas, de la represión y el miedo religioso, del derecho de pernada, de la hoguera de las brujas, de la pobreza y la suciedad exultantes, de la ignorancia y la funesta superstición.

Estas ferias cancelan la Historia y disuelven la Edad Media en algodón de azúcar equiparándola, en ese juego inocente de los disfraces y pastiche, a nuestro bienestar actual, a un presente moral al que costó llegar siglos de dolor,  luchas y sacrificios.

Los que miran y ven mientras pasean entre puestos de supuesta artesanía y fingidos aprestos medievales son ojos contemporáneos y despreocupados que homologan inconscientemente a su presente siglos de ignominia transformada en puro festejo, relativizando o aniquilando de este modo el valor moral del hoy, del ahora, de la dignidad con la que viven sus vidas.  Y ahora quien lo desee que me llame amargado, malasombra, buscapleitos o cerril benedictino.

Hay ciudades, como Terrassa o Reus, que han explotado con éxito otra veta turística y comercial a partir de la evocación histórica y de la nostalgia boba, pero utilizando una época algo más próxima a nuestro presente.  Se trata de la llamada Fira Modernista.

Durante un fin de semana, con la excusa de que las dos ciudades atesoran un importante patrimonio arquitectónico de estilo Art Nouveau (o modernista)  el consistorio, en complicidad con muchos ciudadanos que participan activamente, intentan convertir las dos ciudades en epígonos lúdico festivos de sí mismas travistiéndose tal y como debían ser a finales del siglo XIX y principios del XX.

Ambas ciudades jugaron un papel muy destacado en la España y la Europa de entonces. Tanto es así que Reus, por ejemplo, gracias al comercio del vino y del aguardiente, junto a París y Londres, formaba el exclusivo trío que marcaba el precio del alcohol para la fabricación de licores en todo el mundo. De hecho, después de Barcelona, Reus era la ciudad más importante de Cataluña. La bonanza económica hizo florecer una poderosa clase burguesa que construyó en la ciudad lujosos palacios al estilo de Gaudí.

Además del negocio del licor, en los aledaños de la ciudad se instalaron otro tipo de industrias, con lo cual la pequeña burguesía y la gran burguesía opulenta convivía con las clases trabajadoras en una época de agitación sindical y de incipiente atmósfera revolucionaria.

Terrassa, por su parte, fue junto a Barcelona, la capital de la segunda revolución industrial  del sector textil. Terrassa devino en la ciudad de los grandes vapores, salpicada aquí y allá de altas chimeneas humeantes, actualmente protegidas,  en la que se consolidó, igual que en Reus, una acaudalada burguesía que se hizo construir palacios y casas lujosas y que convivía igualmente en conflicto con el movimiento anarquista, cuyos seguidores reclamaban justicia social,  mejoras en las condiciones laborales y finalmente el final de la explotación del hombre por el hombre a través de la revolución proletaria.

En Terrassa, además, los discípulos de Gaudí dejaron també su impronta arquitectónica en las fábricas, construidas la mayoría de ellas en ladrillo y con una estética particular que se ha venido en llamar modernismo industrial.

En la primavera de Terrassa y el otoño de Reus, desde hace años, los alcaldes presentan públicamente antes los medios de comunicación y la ciudadanía, tocados de chistera, vestidos con levita y chaqué, reloj de cadena, camisa blanca almidonada, pantalón recto, guantes blancos y bastón de empuñadura nacarada, el programa de sus respectivas Fires Modenistes.

Durante ese fin de semana muchos terrasenses  y reusenses lucen el vestido y la terna de finales del siglo XIX que han confeccionado todo el año, que han encargado coser o que alquilan en prestigiosas tiendas de disfraces, de manera que las calles se llenan de señoronas de alta alcurnia, sombrilla de encaje en ristre, arrastrando con elegancia el frufrú sedoso de sus largos vestidos, acompañadas de sus caballeros, que lucen el redingote negro cual magnates del vermú y del percal.

El visitante puede ver en las plazas y en las ramblas tenderetes rotulados con letras modernistas, o imitando a la tipografía decimonónica en los que se venden embutidos, encurtidos, quesos y todo tipo de lácteos, hierbas medicinales, aceitunas, crepes, pinchos morunos, piedras de la suerte, morcilla malagueña, bolsos y cinturones de piel, artesanía y bisutería variada, vinos y licores, dulces, churros, camisetas heavy metal, pins y chapas de escalofriantes simbologías, inciensos, etc.

Sin embargo, estas ferias modernistas se diferencian de las medievales en dos aspectos. Por un lado suele haber un programa bien trabajado, con actividades divulgativas y culturales; en segundo lugar, de algún modo el evento se polariza políticamente a través de la elección del personaje que cada cual desea asumir.

Y es que mientras que unos deciden vestir la seda, los encajes y el charol burgués, otros prefieren exhibir el humilde blusón proletario junto a la visera ladeada,  la bata gremial o el delantal y la cofia. Eso sí, todos unidos, patricios y plebeyos acodados en la barra, sentados en la terraza, abrazados en confiada fraternidad, compartiendo pose para las fotos y los vídeos, mesa y mantel, y baile de noche, en una jornada en la que queda cancelada, como por arte de magia, la lucha de clases.

Hace más de un siglo, durante los años que recrean las ferias modernistas de Reus y Terrassa, Montada i Reixac era un paraíso verde y una buena opción de descanso para la burguesía de Barcelona, que respiraba aire puro o se bañaba y pescaba en los dos ríos que la surcan.

Montcada es mi pueblo, donde nací y me crie, un municipio fabril del área metropolitana que sufrió un primer cambio traumático con la guerra civil y que después fue torturado por el desarrollismo franquista con cuatro carreteras, dos autopistas, tres líneas de ferrocarril y una decena de grandes fábricas alimentadas con trabajadores procedentes de toda España.

De aquellas “torres” vacacionales, rematadas por lindos tejados pseudo alpinos, no quedan más que dos. Una de ellas está deshabitada. La otra se convirtió en discoteca durante tres décadas; ahora la habitan sus dueños, por fin jubilados tras años sirviendo cubatas de ginebra de garrafón y siendo testigos exclusivos del discretísimo arte del lote clandestino, el metemano lúbrico y la paja entre penumbras.  Acogiendo sendos bares de solera, sobreviven todavía los dos casinos.

Según datos del Institut d’Estadística de Catalunya, en Montcada ahora conviven en paz algo más de treinta y siete mil almas. Seis mil quinientos hombres y mujeres, aproximadamente un 17% del total, procede de sesenta y seis naciones de todos los continentes, el 95% de los cuales son países pobres. Efectivamente, soy natural de un pueblo de gente humilde compuesto en su gran mayoría por trabajadores, como mi padre, de manera que difícilmente podría mi ciudad organizar una feria parecida a la de Reus o Terrassa. Medieval sí, por supuesto. ¿Y qué pueblo o ciudad no la tiene?

Pero hete aquí que un grupo de montcadenses, nostálgicos de aquellos tiempos del legendario cuarteto formado por el mossen, el médico, el alcalde y el sargento de las Guardia Civil; añorantes de los tiempos de las chachas con cofia y los criados con blusón,  de la letra con sangre entra, de la genuflexión y el velo, del estupro o de la cases de barrets (prostíbulos)...  se han propuesto rescatar de la memoria lo que ellos consideran las tradiciones más entrañables para poder recuperar la identidad montcadenca y así profesar amor infinito a nuestro pueblo. 

La iniciativa se anuncia así en el diario local, "La Veu de Montcada" (Traduzco del catalán): “Llega ‘Revive Montcada i Reixac’, una muestra educativa sobre historia y tradiciones”.

Ilustra el titular de la noticia una fotografía en la que se puede ver en primer plano una señorona tocada con una estupenda pamela enlazada de gasa blanca, vestida con blusa de seda, fajín de tul azul y falda larga a juego moteada de puntitos blancos. Junto a ella aparece el que se supone su marido, vestido de riguroso redingote, levita y pajarita negra, tocado de una chistera y empuñando un bastón.

Al lado, otra mujer ataviada de criada, con la preceptiva cofia y delantal blanco sobre riguroso vestido negro rematado en las mangas por las correspondientes puñetas. Ésta simula empujar muy profesionalmente un cochecito de bebé, también de época, primorosamente enjalbegado, en el que se supone que dormita l’hereu o la pubilla de tan respetable familia.  Detrás de la criada, aparece otra señorona burguesa que parece observar la escena, luciendo un vistoso sombrero verde con forma de maceta invertida a juego con el fajín de tul que encorseta y encinta un ostentoso vestido largo.

El objetivo de esta edificante iniciativa es “divulgar la cultura, la historia y las tradiciones locales”, impulsada por la Associació Cultural Montcada (ACM). Se han involucrado en llevarla a cabo más de una veintena de entidades, seis colegios, las bibliotecas del pueblo, el propio Ayuntamiento, etc. Durante la celebración del pasado glorioso montcadense tendrá lugar, incluso, un desfile que recorrerá el centro del pueblo.

José Maria Zaragoza, a la sazón presidente de la ACM, escribe en el mismo diario un artículo al respecto titulado “'Revive' es una muestra de amor por el municipio” porquepretendemos fortalecer la identidad local fomentando la participación ciudadana en la preservación y difusión de la historia y la cultura del municipio.”

Tan educativa propuesta  parece añorar un pasado que afortunadamente jamás volverá y que obvia y desdeña los aspectos fundamentales de la historia que de verdad necesitamos conocer y recordar para valorar en su justa medida lo que hoy tenemos.

Pero no: según sus propios instigadores, pretenden tatuar en la piel montcadense a través de la inocencia lúdica una identidad inexistente, basada en un planteamiento ostentosamente  clasista que obvia la existencia real de la mayoría de hombres y mujeres que vivieron, que viven y que vivirán en Montcada i Reixac.

Finalmente, para comprenderlo todo en su conjunto,  tan solo hay que cruzar la realidad demográfica y social de mi pueblo con el miedo de algunos a asumir que la identidad y la cultura son fenómenos  dinámicos, cambiantes,  y que somos y seremos siempre mezcla y sincretismo, o no seremos.

Y sí, ahora ya pueden acopiar leña, encender y lanzar un fósforo a la pira y contemplar como yo, su seguro servidor, finísimo moralista inquisidor de la posmodernidad contemporánea, arde atado de pies y manos en la hoguera de las masas contrariadas tras encomendar mis cenizas a fray Jorge de Burgos, que Dios tenga en su santa gloria. Daré por buen empleado tan generoso sacrificio, ni que sea por aportar una chispa de realidad a las Ferias Medievales, que de un tiempo a esta parte se ven algo desvaídas, como aburridas de sí mismas.

5 comentarios:

  1. Buen análisis de lo que nos traen esas "carnabaladas".
    En Madrid, a todos esos que desprecian a las clases populares, les ha dado, últimamente, por disfrazarse de chulos y modistillas, no se si porque no lo piensan o por el toque machista que esos uniformes tienen.

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    1. La nostalgia de otros tiempos que fueron indudablemente peores y que en razón de no sé qué lógica nos empeñamos en evocar, como si tuviésemos un deseo frustrado de vivir como entonces... No lo entiendo, la verdad
      Un abrazo, J.C.
      ¡Salud!

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    2. Empecemos,
      por cortarle
      el rollo a los
      curas, una
      separación
      iglesia-estado,
      sólo de esta
      manera, no
      sólo se
      acaba con
      esto, subo
      con las
      procesiones
      ridículas .

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  2. Respuestas
    1. Pues sí, porque aunque la Constitución deja bien claro que el Estado es aconfensional, el concordato chirría por los goznes, y de facto Iglesai y Estado mantienen víncuylo estrecho
      Mucho me temo que esto seguirça así durante mucho tiempo, porque si con gobiernos de izquierda (supuesta) no se rompió, cuando gobierne la derecha menos todavía
      Gracis por participar
      ¡Salud!

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