martes, 23 de mayo de 2023

La importancia de no llamarse Núñez

 


A los árbitros de fútbol se les nombra por sus dos apellidos. A veces los locutores deportivos ni si quiera refieren el nombre de pila. Tan sólo el colegio arbitral al que pertenecen. De ese modo señalan y ponen de relieve su autoridad, su condición de jueces, pero sobre todo un respeto sobreactuado con kilos de hipocresía que les cubre con una pátina de antipatía, cierto retintín peyorativo, la intención de subrayar una hipotética hidalguía plebeya, un no quiero y no puedo, al mismo tiempo que los enemista ante el respetable, que profesa hacia los futbolistas- esa especie de héroes Marvel- una profunda admiración, conocidos y designados a menudo con ocurrente apelativo popular.

Los de mi generación en el colegio éramos dos cosas: el primer apellido o el mote, indistintamente, pero jamás conviviendo en la misma frase. Nunca el nombre, y mucho menos los dos apellidos. Éramos 45 por clase y la cosa no estaba como para andar apellidando por encima de nuestras posibilidades. Me pregunto cómo llamarían los profesores a los niños del colegio de Peares (Orense) y del internado de los Hermanos Maristas de Champagnat en León.

A la hora de pasar lista, probablemente, como en todos los colegios, con el nombre y los dos apellidos, pero cuando el niño Alberto Núñez Feijoo era reprendido en clase por mirar a las musarañas, por llevar los cordones de los zapatos desatados, o por copiar en los exámenes, estoy convencido de que el padre marista gritaba ¡Núñez, a ver si espabila, hombre de dios, que está siempre en la inopia!

Apuesto mi voto a que ocurría lo mismo en el patio, con sus compañeros. ¡Núñez, tú de portero, que eres más malo que la leche en polvo! O ¡Anda, Núñez, quita de ahí que te las meten dobladas! Y así en todos los lugares donde el actual jefe de la oposición desarrolló su vida, ya fuese en el servicio militar, en la universidad, o en la academia donde preparó a las oposiciones. Todo era Núñez por aquí, Núñez por allá.

Habría una excepción. Estoy convencido de que cuando Núñez aceptaba las invitaciones de Marcial Dorado a navegar en su barco, el trato sería más familiar, probablemente de colegueo, y ambos se comunicarían amistosamente con un “¡Marcial, qué bien vives, coño!” ”Mi trabajo me cuesta Albertito, mi trabajo me cuesta.”

Y así es como Núñez fue entrando en harina, la harina de la política, me refiero. Hasta que, no se sabe muy bien cómo, José Manuel Romay Beccaria lo atrajo al Partido Popular y bajo su sombra Núñez creció, medró, maniobró y contra todo pronóstico, aupado por el clan Baltar se colocó en la pole position para postularse a la presidencia de la Xunta de Galicia, feudo de Manuel Fraga, Montenegro valleinclanesco, Águila de Blasón, epítome del cacique gallego. En 2006, Alberto Núñez se hizo con la presidencia, y para entonces ya era Alberto Núñez Feijoo.

Por especular, creo que el truco lingüístico lo aprendió de su primer mentor, pues a Don José Manuel Romay se le nombraba también como a los árbitros, con los dos apellidos. El asunto no es baladí. Hay quien dice que cuando nuestro primer apellido es tan común, de un modo espontáneo nos damos a conocer o nos conocen por el materno, porque ese es el modo en que los González, Pérez, Rodríguez, Sánchez, López, Gómez, Suárez, Jiménez, Hernández y Fernández pueden diferenciarse, cobrar cierta singularidad o hacer valer su individualidad.

Sin embargo en el caso de la política el asunto tiene su intríngulis, porque si hacemos memoria, el primer presidente del Gobierno de la UCD y el primer presidente del Gobierno del PSOE se dieron a conocer, ejercieron su cargo y hoy se les recuerda como Suárez y González, dos apellidos a los que responden 250.000  y  927.000 ciudadanos respectivamente. Aznar es Aznar, y ya. Aznar no necesita remolque. Su primer apellido le sobra y le basta para vincularse a esa mueca de maldad despiadada y corrupta que le ha hecho célebre sobre la que imaginamos, siempre que le vemos, el casco negro de Darth Vader. Por su parte, el presidente actual Pedro Sánchez, con un apellido con el que se identifican 818.000 DNIs en España, tampoco parece que necesite del sobrenombre materno para construir una imagen y una personalidad política consistente, adecuada al cargo que ocupa.

Después está José Luis Rodríguez, insospechado presidente, inesperado líder del PSOE al que hubo que uncir el Zapatero para lograr que su marca política sustantiva cuajara entre la población y emitiera a los poderes fácticos, a los medios de comunicación y a sus propios rivales los valores de arbitrio, autoridad y liderazgo que se espera de todo presidente del Gobierno. Al Bambi de la democracia, como lo adjetivó González, se le recordará siempre como Zapatero, aunque mi cuñado Víctor fue más gráfico: le llamaba Zapatitos

Y en cuanto al Núñez de este cuento, sólo tengo que añadir que está necesitado del Feijoo con la misma intensidad como su camarada Marcial lo estaba de buenas amistades. Es decir, al comprobar los asesores que su personalidad es la de las amebas, que no tiene absolutamente nada dentro de la sesera y que cualquier día de estos confunde en público al Papa Francisco con el Ayatola Jamenei, siguen el consejo de su primer mentor y lo presentan con su segundo apellido, el que lució hace siglos Fray Benito Jerónimo, porque además de galleguizarle le suma prestancia, le particulariza, y sobre todo camufla la vulgaridad vacua de un tipo sin carácter ni temperamento, desamparado de toda virtud, cuya única bondad radica en permanecer callado, no pensar, estarse quieto, Núñez, estate quieto, no hagas nada, Núñez.  

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me lo he pasado pipa con la columna de hoy, Hablador!! Divertida, ingeniosa y hasta un puntito nostálgica... me he imaginado perfectamente al Núñez del relato, un tanto despistado entre la chavalería, sin mostrar el menor atisbo de que un dia podria ser... joder, presidente...

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Pues sí, Núñez presidente, ni más ni menos, algo, por lo que parece, sin la más mínima importancia a tenor del candidato que propone el PP.
Un saludo afectuoso, querido/a anónimo/a
¡Salud!