Leo a Fogwill. Lo leo después de haber vivido durante meses pegado literalmente a Goytisolo, a su monumental "Antagonía", cuyo peso he transitado de arriba abajo allá donde yo fuese. Iba a decir que como penitente, pero no sería justo, nada justo, porque el esfuerzo ha valido la pena. En los bares donde acostumbro a leer, algún conocido se ha acercado y me ha preguntado: "Oye, y ese ladrillo ¿de qué va?. ¡No me digas que te lees todas las páginas!"
Leyendo "Antagonía" he experimentado la sensación de conocer la fuente original de las palabras; la primera fuente; el manantial donde nacen. Inmediatamente después de salir a la luz ya no se vuelven a ver, porque nadan rápidas con las primeras corrientes, se ahogan en las pozas, son imposibles de pescar en los remansos más caudalosos, o bajo el limo, enmarañadas en los fangales, y finalmente echadas a perder, para siempre, cuando embarrancan en los deltas del lenguaje.
Finalicé su lectura hace un par de semanas, y lo hice en el mejor de los lugares posibles: a muy pocos metros del mar, casi tocando las olas. No era Cadaqués, donde se desarrolla parte de alguna de las tramas, pero daba lo mismo: el Mediterráneo al fin. Quedé tan satisfecho que escribí esto en la última página: "Hoy día 8 de junio, a las 12,45h, acabo de pasar la última página de este libro mientras las olas llegan suaves y el viento sopla leve en la orilla de este mar".
La vida sigue. Y ahora leo a Fogwill. De él había leído "Los pichiciegos". Magnética. Nadie escribe como Fogwill. Es una voz única. Ahora ando con sus cuentos completos.
En "La chica de tul de la mesa denfrente", Fogwill le hace explicar a su narrador una conversación que mantuvo con un tipo quien pretende dejarle en evidencia porque lo desconoce todo sobre el negocio de la construcción. Lo transcribo:
"¿Qué es un ladrillo, eh? Y yo le respondí que un ladrillo es un buen motivo para que un ingeniero que creía que los ladrillos eran para hacer casas, lo pusiesen a trabajar los que saben que los ladrillos son para hacer dinero y para servir como ejemplo de por qué algunos siempre vamos a ganar más que otros".
He apuntado esta misma frase en mi libreta. En cuanto vuelva a ver a mi conocido del bar se la voy a leer. Quizá no la entienda, pero yo me voy a quedar muy a gusto.
Vengo del tiempo para ver y para hablar de nuevo. De lo que me parezca. De lo que me venga en gana. Yo sí estoy de vuelta de todo. Vengo buscando a Dolores, por si no se ha olvidado de mi. Vengo a conocer al hombre nuevo del siglo XXI. Vengo a vivir las vidas que quise vivir pero que no existían. A eso vengo.
jueves, 27 de junio de 2013
jueves, 20 de junio de 2013
La tortuga
La tortuga caminaba calmosa, con los miedos de su estirpe a cuestas.
De vez en cuando se detenía, sobre todo si de repente la tierra temblaba.
Entonces, con el mismo sosiego con el que avanzaba, estiraba prudente el cuello más allá del borde del caparazón y, con perspicacia experta, oteaba los flancos y el frente hasta donde le permitia la vista.
Si el entorno permanecía seguro, la tortuga seguía el camino. Si continuaba temblando la tierra, la tortuga retractilaba el pescuezo hasta encerrar su cabeza en el interior de la coraza perpetua.
Allí esperaba paciente, a que cesase el temblor y el peligro.
Cuando no presentía amenaza, retomaba plácida el camino, pero cuando algo acechaba el instante, detenía de nuevo su paso.
Y así sobrevivirá la tortuga, hasta los 130 años, en el interior de su hueco, igual que vivió su madre tortuga, igual que vivirán sus hijos tortugas, por los siglos de los siglos, con los miedos de su estirpe a cuestas.