domingo, 20 de septiembre de 2009

Autorretrato con criptonita


Estoy completamente borracho. Mientras leía me he bebido casi una botella de Whisky. Con hielo, el whisky llena la boca de un frío amargo que se abre paso hacia dentro sin demasiado esfuerzo. En este estado llega un punto en que no logro entender nada de lo que leo y me doy de cuenta de que en realidad lo que hago es sobreescribir mentalmente sobre las palabras impresas. O sea, que al leer escribo una obra diferente sobre la original, tal y como hacían los antiguos cuando creaban un palimpsesto, con la diferencia de que yo no borro, porque las dos historias, la que leo y la que dibujo sobre la inicial, conviven dentro de los mismos párrafos en un enrevesado ovillo de signos, letras y palabras superpuestas que solamente yo soy capaz de descifrar, de manera que durante unos instantes me siento un superhombre capaz de leer y entender un código lingüístico secreto con el que disfrutar de dos historias, y hasta de una tercera, que es la que surge misteriosamente de la cópula de las otras dos. Pero pronto me doy cuenta de que es el alcohol, que me proporciona una euforia falaz, y me da por pensar que es peligroso leer bebido y que el Ministerio (uno) debería tomar cartas en el asunto y legislar por decreto un carnet por puntos de lector con el que poder castigar infracciones al código de lectura, como por ejemplo leer en estado de embriaguez, por el serio peligro que supone para el autor y para el panorama crítico nacional el hallazgo de segundas, y hasta terceras historias, con sus consecuentes segundas y terceras interpretaciones.

Entonces, cuando se me ocurren esas ideas, un golpe de mareo acompañado de una arcada me vence y ya no puedo más y tengo que levantar la cabeza y al levantarla me veo reflejado sobre el cristal de la puerta que cierra la terraza. Y la visión de mi mismo me sorprende como si un fantasma, de repente, se encontrase con su propia cara a la que hace siglos que no ha visto porque, como todo el mundo sabe, los fantasmas carecen de rostro, piel y huesos (los fantasmas, en realidad, vivimos gracias al corazón y al alma). La sorpresa -o quizá debería decir el susto- provoca que casi se me caiga el libro de una mano, y de la otra, el vaso vacío que dejo sobre la mesa con la rapidez que permite mi estado, y levanto un brazo para atusarme el cabello hacia atrás como si en ese gesto pudiese quitarme de encima el plomo que me mantiene en estado mortal, que neutraliza la impunidad que me otorga mi inmortalidad y que me hace inmune a cualquier peligro físico que padecen los hombres. Cuando leo, únicamente cuando leo, el whisky es para mí lo que la criptonita para Klark Kent. “Claro", pienso de repente, como si en un instante se hubiese hecho la luz: “por eso puedo verme”.


Acopio todo el valor del que soy capaz y haciendo gala de una audacia inusitada mantengo fija la mirada sobre el rostro brumoso y fantasmagórico que se empeña en mirarme y sentarse frente a mí. “No hay más, se terminó”, le digo agarrando la botella y agitándola con el cuello hacia abajo. Aún así, ahí sigue, sin moverse. Ya no tiene la mano sujetando la cabeza sobre la nuca, aunque distingo una mirada vidriosa dentro de unos ojos pequeños, diminutos, desprotegidos, casi diría que vivos y muertos. Siempre he mirado a los ojos de la gente, pero ya no sirve para nada. Creo que gasta barba, no lo juraría. La distancia entre hombros es quilométrica; tras de ellos se adivina una buena espalda para echarse encima todo lo que le echen. Carnes flojas, que no acaban de caer, porque viven de rentas pasadas. Otra vez la mano a la botella. “Ya no hay más”, vuelvo a decir, y entonces intento levantarme, pero él no se mueve; permanece quieto dentro del reflejo nebuloso sobre el cristal, insolente como la conciencia, como mi criado cuando llegaba a mi casa de Santa Clara: se sentaba frente a mí, y justo en el momento en que mi estómago se vaciaba en un doloroso vómito, me soltaba una retahíla de acusaciones que me recuerdan mucho a los reproches que ahora creo descubrir detrás de esos ojillos de no haber roto nunca un plato que no dejan de insinuar una especie de burla por creerme algo que nadie ve y que yo me empeño con tozudez casi adolescente en difundir a los cuatro vientos cada vez que tengo oportunidad.


“Si no hay más, podríamos salir a tomar la última”, parece que me está diciendo. Acepto. Me visto y salimos y nos sentamos en el primer tugurio que encontramos y le digo al camarero que llene bien los vasos, que tenemos mucho de qué hablar.

Vuelvo mañana

12 comentarios:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Tardé años en reconciliarme con el whisky. En el verano del 73-74 me apunté a trabajar a la Frigo (ubu¡icada en el Poble Nou) porque me largaba a California y necesitada juntar unas perrillas. Acababa COU y era posible un corte. En la Frigo me pusieron den la cadena de las tartas de whisky, y en un unt concreto: al aldo del bión o cuba qwue contenñia 50 litros de whisky de garrafa. Yo tenía que introducir en la subeta una enorme espumadera con el bizcocho de la tarta y sumergirlo en el brebeja y rescatarlo y oponerlo en su sitio.
Un día, los efluvios me echaron p'atrás, me abrí una buena brecha en la cabeza al caerme contra otra máquina de la cadena y... se acabó l afiesta. Varios puntos de sutura y una baja de tres semanas que me salvó la temporada.
Continuará.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Estos de la Frigo podrían llenar las cubas con algo bueno, un escocés de malta, o así... Estoy impaciente por saber como sigue

Anónimo dijo...

“O sea, que al leer escribo una obra diferente sobre la original, tal y como hacían los antiguos cuando creaban un palimpsesto…”Los antiguos y los modernos ¿no? Ahí tenemos a nuestro Enrique Vila-Matas que escribe sobre, por, para, con, contra, sin (podría citar todas las preposiciones de carrerilla, tal y como las aprendí, y creo que ninguna sobraría), la obra original de otros para crear la suya. Pero me temo que ni tú ni él escribís bajo los efectos del escocés, sería demasiado fácil, y ¡pobres! los talleres de escritura se esfumarían en el pub.
Estupenda la historia de Ana. Sí, ¿para cuándo el resto? Saludos. Glòria.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Gloria, es verdad, si el escocés garantizase algo bueno estaríamos todos cirróticos, los que son y han sido maestros y los que intentamos en vano escribir una palabra tras otra con un mínimo de gracia.
Ana, ya lo ves, se te reclama el capítulo segundo de tu temporada en Frigo.
¡Salud Gloria, y muchas gracias por tu seguimiento!

Eastriver dijo...

Mariano José, me he quedado estupefacto al leerte (casi tanto como imaginándome a Ana sumergiendo tartas en una cuba inmensa de whisky, cayendo de espaldas y abriéndose la cabeza... pero ese sería otro tema que ya hablaré con ella, recriminándole no haberme contado nunca un episodio semejante, neorrealismo puro). Te decía que me he quedado estupefacto con tu texto porque es buenísimo, nen. Veamos, por un lado, fiel a tu larrismo que te condiciona en este espacio, tenemos de nuevo a yo y mi criado, pero el criado ahora eres tu y el tú verdadero está reflejado en el cristal. Los juegos de reflejos me impresionaron siempre, porque son lo mismo que las máscaras pero suenan menos a Juan Manuel de Prada, lo cual se agradece. Y suenan más a Valle, por ejemplo. O a sencillez decimonónica frente al snobismo absurdo que tanto me cansa y me aburre. Me gustan los espejos, y me gustan sus juegos, y sus reflejos. El recurso, por tanto, es destacable. La manera de solucionar la papeleta, más. La ironía, la distancia. Nunca es fácil hablar de uno. Para hacerlo bien se necesita más honestidad que whisky. Me gustó tu texto. Por eso te leo. (Y porque me espoleas y acabo soltando sapos y culebras que tu sabes perdonar).

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ramon, eres muy amable. No lo seas demasiado a menudo porque ya sabes que los románticos acostumbramos a creernoslo y después no hay quien nos aguante. Los espejos siempre son fascinantes, y más si están picados, empañados o quebrados, porque distorsionan la realidad y se encuentra mejor la verdad.
¡De Prada!: va de retro, satanás
Salud y gracias de nuevo por tu tiempo, tu interés y tu lectura más allá de la diagonal.

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Pues nada, sigue como te imaginas...
Me pasé un verano de perlas. También es verdad que tardé mucho en volver a tomar un helado (sólo recientemente, cuand han aparecido estas tiendas-cadenas artesanales que te recuerdan al carrito de los helados de la infancia y... ¡Nostalgia!) y más tardé en reconciliarme con el whisky... por aquello de los compromisos sociales. Fíjate que empecé con el insípido JB (y aguanté el tipo por lo de las críticas -aunque nunca me rebejé al JW, que postulaban según quienes), pero cuando ya la satisfacción sólo pasaba por un Cardhus o un Jack Daniels 18 Years Old, pues que no.
Esa fase la novelé en un personaje muy autobiográfico -pese a ser varón y arquitecto- de "Ciudadanos" /(Edhasa, 1998), cuando al reencontarse con un amigo de juventud....
"Entonces se miraron detenidamente y dedicaron el resto de la noche a charlar y a vaciara una botella de las de verdad, de las que antes, cuando eran jóvenes, jamás se habían olido: aroma intenso, frutoso, con recuerdos salinos, fuerte sabor a turba y entrañables toque yodados. Final Largo"

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Está es estupendo en el rencuentro el cruce de sensaciones whisky-pareja-recuerdos con "final largo".
El Cardhus está muy bien, pero cuando se me pone el morro fino prefiero el Chivas. El que más bebo es uno que se llama Dewards, que está muy rico. Cuando lo pido en un bar no saben de qué les hablo y casi siempre tengo que decir: "aquel, aquel de allí, no, el que está a la derecha del JB." Y entonces, cuando el camarero me pone el trago siempre me dice: "¡hombre, haberlo pedido por su nombre de verdad: es que no se llama Dewards, se llama 'white label'".

NENA dijo...

Siento no poder hablar de marcas de whisky.El único "pedo" que he cogido con whisky ha sido con DYC (hace montones de años). Imagina, con media botella de whisky malo cojo una cogorza de órdago. Salgo muy barata, porque creo que las marcas que están saliendo por aquí son "carillas"; no?

Por cierto, mala cara en la foto, eh?...............

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¡DYC! sería, lo que se dice, un pedo bien castizo.
Y si, estaba un poco perjudicado. Creo que más que el whisky fue un capítulo de la novela que leía, que no me sentó bien...
Un abrazo Nena

Anónimo dijo...

Hola. Pues hablando de borracheras, yo pillé una muy intensa, la resaca me duró dos días, en un bar de heavys-punks en Torrevieja. Iba con mi primo y un amigo cuando a lo tonto me bebí seis copas de Jack Daniels de la etiqueta negra con hielo. Lo mejor o más raro, es que nunca había estado antes en ese local y de las seis copas sólo pagué una, las otras cinco me invitó el dueño, un aleman de unos cincuenta años que todavía conserva su cresta rubia de cuando era punk en Berlín. No sé por qué me invitó, a la sesta salí a vomitar a la calle y no pude volver, pero supongo que se divertiría un rato con la discusión que tuvimos. Yo, con mis palabras tambaleantes, defendía el punk aleman (Neubauten, Nina Hagen) frente a él, que pese a ser punk aleman le gustaba más el punk inglés. Creo que también metió coba en contra mío una inglesa de Newcastle que se sentaba en la barra. Abrumando con tanta gente en contra de mis gusto, la pasión que le puse en el debate me llevó a beber dos de dichas copas a tragos largos, hizo que perdiese un poco la memoria. Mi primo y el colega dicen que monté un show de primera, sobretodo cuando en el quinto Jack me puse a bailar con... supongo que con Jack, yo la veía guapisima. Después de eso el dueño me regaló una camiseta del local y me invitó a todo lo que me había bebido.
Mi primo todavía me cuenta episodios de aquella noche que yo a duras penas recuerdo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Anónimo. Tu sí que eres listo: salir de juerga con un primo que solo bebe trinaranjus para que después de la resaca te cuente la fiesta. Tu primo es como un USB nocturno, te sirve de memoria. ¡Sí señor! a eso se le llama estrategia. Y si además uno se sabe camelar al dueño del tugurio y no pagar ni una, pues oye, es para hacerte la ola. ¡Y con camiseta de regalo!.
Me he divertido leyendo tu aventura. Salud y vuelve por aquí... aunque yo no regale camisetas...